Después del circo electoral:

El duro y difícil camino hacia la reanudación de la lucha de clase del proletariado aún debe recorrerse

(«El proletario»; N° 18; Julio - Agosto - Septiembre de 2019 )

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En el interregno electoral, entre las elecciones generales y las regionales, Esperanza Aguirre, la que fue líder del Partido Popular de Madrid encabezando su gobierno regional, la corriente liberal del partido y la mayor trama de corrupción de los últimos cincuenta años, afirmó: «Debemos unirnos todos los que estamos por la libertad, por la propiedad y por España». Y lo hizo como una especie de balance de las elecciones generales que supusieron la debacle del PP, el aborto de Ciudadanos como partido mayoritario de la derecha y el quiero y no puedo de Vox para catalizar el descontento ultra a la derecha de los dos partidos anteriores. Sólo quedaba, para la buena señora, hacer un llamado en nombre de los valores fundamentales que encabezan los programas de estas corrientes políticas. Pero la realidad es que este eslogan es mucho más amplio y significativo de lo que puede parecer: no se refiere únicamente a las fuerzas de la derecha, sino a todo el arco parlamentario, de VOX a Bildu pasando por Podemos, el PSOE y Ciudadanos. En pocas palabras, Esperanza Aguirre mencionó las tres consignas que todos los partidos salidos del último circo electoral llevan en lo más hondo de su programa.

La libertad. Es siempre un eslogan manido en boca de cualquier burgués: durante el arco histórico que lleva de la Revolución inglesa del siglo XVII hasta los estertores de la llamada Primavera de los pueblos del siglo XIX, la libertad fue el emblema de toda una clase social, aquella compuesta por artesanos, comerciantes, negociantes, propietarios de fábrica, agricultores acomodados, banqueros, etc. que conformaban las distintas capas de la burguesía emergente. Libertad de pensamiento, de credo, libertad de movimientos, libertad científica… pero sobre todo libertad económica para poder comprar, vender, comerciar, especular… sin soportar las presiones del estamento feudal que perdía lentamente la preponderancia económica a medida que el mundo se abría a la nueva industria y que acabaría perdiendo hasta la cabeza de sus representantes más elevados. La burguesía enarboló la bandera de la libertad en todos los terrenos de la vida social haciendo, de ella la consigna que resumía todo su programa: libertad contra la opresión feudal quería decir que el nuevo mundo burgués se batía  contra el viejo mundo medieval. Y esa libertad la reclamaron sus portavoces (filósofos, profesionales, sacerdotes cambiados de bando) no sólo para los propios burgueses, sino para todas las clases subalternas que padecían la opresión secular de la nobleza, el clero y la monarquía. La reclamaron por lo tanto para las clases menesterosas del campo y de la ciudad, para los primeros proletarios que debían vender su fuerza de trabajo una vez habían sido expulsados de su modo de vida campesino, para los pobres de necesidad que poblaban unas ciudades que comenzaban a hacerse monstruosas, etc. La burguesía reclamaba y prometía la libertad para toda la humanidad una vez que la religión en el terreno ideológico, la obediencia ciega a la jerarquía feudal en el político y las trabas al comercio y a la industria en el económico, hubieran desaparecido de la faz de la tierra.

Pero lo cierto es que la clase proletaria entendió bien pronto lo que significaba la libertad que los burgueses le habían prometido a cambio de luchar junto a ellos. En 1848, después de haberse batido en las barricadas de París contra el ejército monárquico y haber logrado la llegada de la República, al frente de la cual se colocaron sin pudor los burgueses y pequeño burgueses parisinos, el proletariado reclamó la libertad que los burgueses le habían prometido tantas veces y que ahora estaba en condiciones de exigir por la fuerza. ¿Cuál fue la respuesta que recibió? ¡Orden!

«Ninguna de las numerosas revoluciones de la burguesía francesa, desde 1789, había sido un atentado contra el orden, pues todas dejaban en pie la dominación de clase, todas dejaban en pie la esclavitud de los obreros, todas dejaban subsistente el orden burgués, por mucha que fuese la frecuencia con que cambiase la forma política de esta dominación y de esta esclavitud» (K. Marx La revolución de Junio)1

La burguesía demostró al proletariado, ametrallándolo, dejando miles de muertos como ejemplo, que la libertad es únicamente la libertad de gobierno de la burguesía, jamás puede ser ni significar otra cosa mientras se mantengan las condiciones que permiten la existencia del orden burgués. La bella consigna liberal por la que los obreros murieron en las barricadas era el sueño de los exaltados burgueses, pero poco más que una quimera absurda a la hora de su aplicación práctica. Desde entonces, desde que mostró con la fuerza de las armas que la libertad es el resumen programático del gobierno burgués contra el proletariado, la propia burguesía destruyó cualquier resto de sus antiguas exigencias en todos los campos. ¿Libertad de culto? Sí, aliados con la Iglesia católica, verdadero sostén del orden durante un milenio. ¿Libertad de industria y de comercio? Ahí están los monopolios, las grandes propiedades estatales, para mostrar en qué quedó. ¿Libertad de pensamiento, prensa, asociación, etc.? Sí, bajo la férula de un Estado burgués que crece exponencialmente por momentos sin dejar ni un palmo de terreno sin aplastar por la bota de las leyes que, básicamente, prohíben en el terreno judicial lo que hipócritamente se defiende en las constituciones.

No existe libertad para el proletariado: la clase proletaria existe como fuerza histórica encuadrada por el desarrollo de las fuerzas productivas, existe como el principal producto de este desarrollo y es lanzada continuamente contra las relaciones de propiedad que dominan hoy día, contra el poder político que las sustenta y, consecuentemente, contra todas las clases sociales que se amparan bajo su ala. La clase proletaria no puede conocer la libertad porque, para vivir, para no ser explotada, para no perecer en guerras, en catástrofes mal llamadas naturales, para no morir en el trabajo, en los mares que separan el mundo desarrollado del subdesarrollado… debe luchar, es arrojada continuamente a la lucha por circunstancias que escapan a la libre elección de los proletarios. La clase proletaria está absolutamente condicionada por fuerzas que superan ampliamente los discursos liberales o conservadores de manera que, ilusionándose con la libertad, es decir, con la libertad de elegir, de votar o de conciencia, se ilusiona con las consignas del enemigo. Unas consignas que no valen para ella y que la propia clase burguesa ya liquidó hace más de ciento cincuenta años.

¿Esperanza Aguirre llama a defender la libertad? Hace bien, es una apelación a su clase, a su memoria histórica, a su tradición… Y la lanza a absolutamente todos los que hoy se sientan en los parlamentos regionales, locales y nacionales. La libertad, en su boca, vuelve a significar lo mismo de siempre: libertad para que el proletariado se someta a la clase burguesa, para que acepte sus intereses como propios, para que participe en la pantomima democrática pensando que ese es el terreno en el que se puede conseguir cualquier tipo de mejora, para que renuncie a su lucha de clase, para que reniegue tanto de sus intereses últimos como de los más inmediatos… Esa es la libertad que sale de la boca de Esperanza Aguirre, de Pablo Iglesias o de Santiago Abascal.

 

La propiedad. No hay consigna que sobreexcite más a todos los burgueses. Desde la Declaración de los Derechos Humanos hasta cualquiera de las Constituciones nacionales, la propiedad es reconocida en cada uno de los papeles que pretenden fijar derechos y obligaciones, colocándose casi siempre al principio de la lista de derechos y siempre a la cabeza de las obligaciones. No existe ningún partido político del arco parlamentario –absolutamente ninguno- que no reconozca la propiedad como base del sistema democrático. Pero es que un examen superficial a la historia de los movimientos políticos del siglo XX en España mostrará a quien quiera que desde ETA hasta Falange no hay corriente extra parlamentaria de cierta relevancia que no haya admitido el principio de propiedad entre sus principales activos programáticos.

Y, sin embargo, es la propia burguesía, son sus corrientes y partidos políticos, pacíficos o terroristas, derechistas o izquierdistas, quienes trabajan día a día para horadar la propiedad privada y volverla una fórmula vacía y falta de contenido. ¿Qué significa hoy la defensa de la propiedad? Defensa del marco jurídico que define la empresa como unidad productiva, es decir, apropiación privada de los frutos del trabajo asociado. En esta fórmula es mucho más importante la segunda parte que la primera: el marco jurídico (código civil, código mercantil, legislaciones particulares acerca de diferentes aspectos de la vida económica, etc.) fijan una serie de normas que vuelven inviolable la propiedad en términos legales.  El burgués cuenta con un capital, contrata a los proletarios, les paga su salario, las cotizaciones sociales obligatorias… y puede disfrutar de la parte del beneficio restante como buenamente quiera. Es el ideal de la propiedad privada con la que se llenan la boca Esperanza Aguirre tanto como los pequeños propietarios de bares de Lavapiés o los abogados del Estado: el Estado debe garantizar la seguridad jurídica de la propiedad privada. Vemos ahora un caso a escala ampliada: un holding burgués cuenta con un capital, contrata a los proletarios, etc. e invierte en un país más allá del Atlántico. En lugar de poder disfrutar de sus beneficios, el gobierno de ese país le obliga a venderle el negocio a un precio fijado por el propio gobierno. ¿Dónde quedan aquí las garantías jurídicas? Si el gobierno extranjero es el de Venezuela, todos los voceros del capital nacional se lanzan en defensa de los derechos de sus colegas, violados por un infame gobierno dictatorial (y preparan la revancha). Si el gobierno es el de Argentina, un país mucho más fuerte, con un peso internacional mucho mayor y que, especialmente en la época de la crisis económica en que se expropió Repsol YPF, hablaba de tú a tú a España… pues el gobierno español encargado de salvaguardar los intereses de la propiedad privada nacional se calla, agacha la cabeza y se va por donde vino. La propiedad privada no es intocable, ninguna ley, ningún código, pueden salvarla de las relaciones sociales que ella misma encubre bajo su formulación aséptica. La propiedad privada de los medios de producción petrolíferos en un país latinoamericano es una fórmula jurídica tras la que está la posesión de un capital con el que se extrae un petróleo de cuyo beneficio apenas se deja rastro en el país. La propiedad de este capital puede pasar de un país a otro sin que se alteren ni lo más mínimo las relaciones sociales que esta propiedad codifica: los proletarios seguirán siendo explotados y los beneficios del petróleo seguirán siendo inmensos, el gobierno que de puertas para adentro defiende la propiedad privada, se la niega con cualquier pretexto a la burguesía extranjera y la expropia en beneficio de la burguesía patria.

Lo mismo sucede sin tener que referirse a problemas de orden geopolítico. Las leyes del capital priman sobre cualquier otra legislación, sea esta local, nacional o internacional. La acumulación de capital, la concentración y centralización del mismo determinan una tasa de beneficio cada vez menor lograda sólo a costa de una inversión cada vez mayor. Por lo tanto, un peso determinante de la estructura financiera del capital, una importancia cada vez mayor de las políticas monetarias de captación de recursos, etc. Esa tasa de beneficio mínima, sólo es compatible con la supervivencia de grandes firmas monopolísticas de capital, bien sustentadas por holdings de empresas y bancos, bien por el propio Estado, bien por todos a la vez, porque sólo estas fórmulas de financiación del capital logran centralizar beneficios de diferentes ramas industriales en cantidad suficiente como para sobrevivir. La propiedad privada, por lo tanto, resulta tener poco sentido en el conjunto de las relaciones de producción capitalistas a medida que estas se vuelven más y más complejas. No es posible mantener la propiedad privada de los medios de producción de un pequeño taller artesanal: tarde o temprano el capital invertido en este, pasará a ser propiedad de una gran empresa, ya sea por la vía de la venta o por la del cierre del pequeño negocio, este se une al flujo que lleva desde las pequeñas propiedades hacia las grandes concentraciones de capital. Un flujo que sólo tiene un nombre, expropiación, y que marcha en el sentido contrario a la defensa de la propiedad privada.

¿Qué significa por lo tanto la defensa de esta propiedad privada en boca de quienes realmente están al servicio del capital, y por lo tanto de la expropiación de la propiedad y de las grandes concentraciones industriales, bancarias y comerciales? De igual manera que la libertad, una libertad aséptica y no manchada por la sangre que ha escupido la historia sobre ella, la propiedad es el sueño de la pequeña burguesía, en la medida en que querría escamotear los inevitables enfrentamientos entre clases detrás de consignas que permitan parar el curso de la historia y convertirlo en un bello ideal. De igual manera que la libertad es la consigna con la que se alude a la mixtificación democrática, a la necesidad de dejar de lado los intereses de clase del proletariado, para defender el pretendido «bien común» en que todas las clases ceden y se logra un pacto armónico entre ellas; de igual manera, la defensa de la propiedad es un llamado a los intereses más mezquinos de la pequeña burguesía, a los que se coloca idealmente en el centro de la vida social y de los que se dice que son la piedra angular de la civilización y la democracia. La idealización del pequeño burgués, ahorrador, emprendedor, que con los pocos euros de un trabajo por cuenta ajena salta a uno por cuenta propia, paga su casa y le da una educación mejor que la que él tuvo a sus hijos, está en el centro de todos los programas políticos bajo cualquier variante. Y lo está porque la pequeña burguesía representa los intereses de conservación social, de defensa de la democracia, de conciliación entre las clases, de una existencia social sin sobresaltos en la que la gran burguesía sea controlada por mecanismos legales, el proletariado reprimido cuando se salga de los límites que le son permitidos y todo conflicto social solucionado mediante la colaboración parlamentaria. La defensa de la propiedad privada es la defensa de la pequeña burguesía como magma social mediante el cual la burguesía domina al proletariado, inoculando en su cuerpo todas las ilusiones acerca de la democracia, la convivencia y la colaboración entre clases. El «país de propietarios» que querían los ministros de Franco consiste precisamente en una clase proletaria atada a la burguesía por medio de la pequeña propiedad que representa el pequeño burgués, el proletario que ha ascendido de nivel social, el que aspira a hacerlo, etc.  Izquierda y derecha quieren representar a este pequeño burgués, en la medida en que esto les vuelve útiles a las necesidades de la burguesía, ambos mantienen el mito reaccionario de la defensa de la pequeña propiedad, de la vivienda comprada tras décadas de sometimiento a un régimen defeudalismo hipotecario… Esperanza Aguirre puede defender que la propiedad tenga a un policía armado hasta los dientes a su lado, mientras que Podemos puede anhelar una propiedad «con carácter social», pero ambos programas tienen un denominador común. Ambos aluden a la defensa de los intereses de clase de la burguesía, aunque sea por medios más o menos indirectos.

 

España. Para todas las corrientes y partidos políticos parlamentarios, el centro del «problema nacional» en los últimos cinco años ha estado en la unidad del país. Los sucesos de Cataluña han supuesto una sacudida tan grande que ha sido capaz de resquebrajar la mitad derecha de la estructura partidista que existía desde la Transición. Mientras que la parte izquierda (el binomio PSOE-PCE, con predominancia absoluta del primero) ya fue sacudida por los efectos más inmediatamente sociales de la crisis capitalista de los años 2007-2014 (aparición de Podemos, Ayuntamientos «del cambio», etc.) la parte derecha se había mantenido relativamente incólume como casa común de una parte de la derecha (la otra parte se pasó al PSOE en los años ´70) y las corrientes liberales. La incapacidad del Partido Popular en el Gobierno para solucionar la llamada «cuestión catalana» llevó a una parte del partido a trabajar para constituir otro, Vox, que empujase por el flanco derecho proponiendo explícitamente medidas que no tenían cabida en el discurso público popular. La defensa de España, de la unidad nacional, etc. han sido consignas lanzadas continuamente en estos últimos años como supuesta línea que define las diferencias entre derecha e izquierda política. Como hemos explicado numerosas veces en este periódico (ver sobre todo nuestro Especial Cataluña de octubre de 2018), la llamada «cuestión catalana» encubre realmente un enfrentamiento secular entre diferentes facciones burguesas españolas que en repetidas ocasiones han llegado a pactos de convivencia para, posteriormente, golpeadas por las crisis económicas, sociales y políticas que resultan de la misma existencia del modo de producción capitalista, volver a enfrentarse. Estas luchas intestinas, que parten del mismo origen de la nación española, siempre toman forma de enfrentamiento entre los sectores pequeño burgueses catalanes, supuestamente progresistas y escorados hacia la izquierda (aunque sus líderes rara vez han tenido inconveniente en mostrar su ideología abiertamente reaccionaria, racista y xenófoba) y sectores ultra tradicionalistas del cuerpo orgánico del Estado (militares, magistrados, etc.) aliados con los pequeños propietarios que compiten con la burguesía catalana por el control del mercado nacional.

Explicando la naturaleza de este enfrentamiento, hemos explicado a su vez que España, la nación española, no necesita defensa alguna: España como unidad nacional se impuso a la descentralización buscada por la nobleza y la aristocracia feudal a lo largo del siglo XIX y en el curso de durísimas guerras libradas tanto contra la Francia napoleónica como contra los ejércitos carlistas de la reacción monárquica. Y se impuso por la lucha de determinados sectores de la burguesía, ayudados por las corrientes pequeño burguesas de toda la periferia peninsular que veían en la defensa de la nación la vía para liquidar las últimas supervivencias feudales y por los proletarios que dieron sus vidas en las revueltas anti señoriales a lo largo del siglo XIX. La unidad nacional es un producto de la historia porque la nación es un hecho históricamente transitorio. Su supervivencia no está ligada a la voluntad de mantener o de romper el país, a fórmulas legales o a sediciones… sino a la supervivencia del propio modo de producción capitalista, que tiene su marco de reproducción natural en la nación.  Esto no quiere decir que las sucesivas sacudidas que el orden burgués sufrirá, tanto en España como en el resto de países capitalistas, y que pondrán en juego inmensas fuerzas que hoy parecen dormidas pero que están llamadas a destruir todos los equilibrios políticos e institucionales logrados hasta el momento, no destruyan la unidad nacional. Pero lo harán como resultado de enfrentamientos mucho mayores que los que hoy presenciamos. Cuando Esperanza Aguirre llama a la defensa de España, no lo hace porque vea la unidad del país amenazada, sino porque la defensa de la nación continúa siendo la manera más explícita de llamar a la defensa del orden, a la unidad de todas las fuerzas burguesas en defensa de sus intereses comunes. Del Rey al último comerciante de la hostelería costera, la defensa de la patria es un vínculo que les une para defender el orden establecido. Es por ello que las corrientes políticas aspirantes a gobernar, es decir a mostrarse ante la burguesía como capaces de defender sus intereses, hablan ahora de que «la izquierda se ha equivocado al abandonar la idea de España». Siendo partidos del orden burgués, deben acatar, Y también dirigir, sus consignas.

 

Para la clase proletaria la triada Libertad, Propiedad y España no tiene nada de nuevo. Bajo esa consigna se le ha aplastado en repetidas ocasiones, bajo esa ilusión sobrevive desde hace décadas como esclava absoluta de la burguesía. Faltaría añadir únicamente Democracia para que el grupo de sus demonios estuviese completo.

Hoy, la farsa democrática ha vuelto a lanzar a la palestra, al lado de consignas tan explícitas como esta, otras igualmente dañinas para los proletarios. En todas partes se ha visto cómo el mensaje del antifascismo, acuñado ante el «riesgo» de que Vox llegase a las instituciones locales y nacionales, ha cundido como la pólvora. El mensaje del antifascismo y la defensa de la democracia se ha puesto en juego, precisamente, como compensación del mensaje nacionalista de corrientes como PP, Ciudadanos y Vox, como su opuesto simétrico, que alude a la defensa de la patria, las libertades, la democracia… como antídoto contra el fascismo. El objetivo: movilizar detrás de esta consigna a los proletarios que padecen en sus carnes las consecuencias de la crisis económica, del paro y la miseria y ante los que se identifica por parte de la izquierda y la extrema izquierda burguesas a Vox como la encarnación de todos los males y las corrientes tradicionales de la izquierda como el mal menor a defender. Nada nuevo bajo el sol, el juego democrático sigue su curso recurriendo a medidas cada vez más tajantes para mantener a la clase proletaria movilizada tras su estela. Signo innegable de la acentuación de la crisis social, la aparición de las consignas «radicales» tanto en el lado de la extrema derecha como en el de la extrema izquierda, indica que los medios tradicionales de gobierno democrático sobre la clase proletaria, entre ellos el bipartidismo, la contención política, etc. van perdiendo fuerza a medida en que es la propia clase proletaria la que va siendo abocada a la lucha cuando se ve obligada a afrontar un panorama que no mejora sino que empeora.

Pero para la clase proletaria no habrá mejoras dentro del marco democrático de convivencia. Mientras que los intereses de la burguesía sigan puestos en un plano de igualdad con los suyos, mientras que se llame a la defensa de un Estado democrático supuestamente colocado por encima de las clases sociales y, por lo tanto, a la defensa de la legalidad, al recurso a las leyes y a la judicatura como defensa frente a las agresiones que el capital desata todos los días… La clase proletaria estará perdida. El eslogan libertad, propiedad, patria, que es la consigna de unidad de la clase burguesa, seguirá imponiéndose sobre los hombros de un proletariado desunido, aislado y derrotado.

De esta situación, contra la que ya empujan las fuerzas materiales que polarizan cada vez más a las clases sociales, la clase proletaria sólo puede salir encaminándose por la senda de la reanudación de su lucha de clase, que implica la defensa exclusiva de sus intereses, utilizando únicamente los medios y los métodos más adecuados para ello, que no serán, sin duda los medios democráticos. De la misma manera que la clase proletaria no tiene ninguna libertad, ninguna propiedad y ninguna patria que defender, tiene todo un mundo que reclamar para sí. Y podrá hacerlo únicamente a costa de grandes sacrificios, que implicarán en primer lugar romper con todo el entramado de relaciones sociales que hoy le vinculan con la burguesía y le hacen prácticamente partícipes de sus exigencias. A costa de rechazar esta situación, de reconocer en cada proletario, sea del país, raza, sexo o religión que sea, un hermano de clase, y por lo tanto de lucha. A costa de ver en cada una de las políticas que la burguesía le propone  a través de sus facciones izquierdistas, un engaño, una medida que en realidad se volverá contra la propia clase proletaria tarde o temprano.  A costa de ver en todos los que llaman a un pacto transitorio con cualquiera de las corrientes políticas burguesas, en nombre del antifascismo, del desastre climático que se nos echa encima, etc. a un enemigo de clase, que le separa de su camino.

Sólo así la clase proletaria podrá librarse de todas las cadenas que le impiden vencer.

 


 

1) Editorial Fondo de Cultura Económica. México, 1989

 

 

Partido comunista internacional

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