Atacan con una granada del ejército español el centro de acogida para menores de Hortaleza (Madrid)

(«El proletario»; N° 19; Enero de 2020 )

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El pasado 4 de diciembre, la prensa dio la noticia de que los Técnicos Especialistas en Desactivación de Explosivos, TEDAX, habían neutralizado una granada colocada en el patio del centro Residencia de Primera Acogida para menores del barrio madrileño. Siempre según la prensa, el explosivo era una granada de entrenamiento del tipo utilizado en el Ejército convenientemente manipulada para aumentar el efecto de la explosión, dado que estas armas de entrenamiento por lo general llevan poca o ninguna carga explosiva. Ésta o bien se lanzó o bien se colocó dentro del centro de acogida, donde residen niños de edades comprendidas entre los cinco y los diecisiete años, muchos de ellos inmigrantes que han cruzado solos el Estrecho de Gibraltar y que tienen a sus familias todavía en África.

Como añadido al caso, si bien en todos los medios de comunicación se ha presentado como hechos sin relación, el día 5 de este mismo mes la Guardia Civil detuvo en Miranda de Ebro (Burgos) a un militante de extrema derecha que poseía en su casa un arsenal paramilitar compuesto de varias granadas de mano, armas de fuego cortas y largas, bombas de tubo y bombas de hierro fundido. La propia Guardia Civil ha reconocido que, si bien el ultraderechista detenido no había utilizado estas armas, sí que pudo haberlas puesto en circulación para que otros lo hiciesen.

Dos hechos, el ataque al centro de acogida para menores y la incautación de un arsenal paramilitar relacionado con grupos de extrema derecha,que cuanto menos muestran que las soflamas racistas y xenófobas que se vierten cada vez más frecuentemente contra los trabajadores inmigrantes, contra sus hijos acogidos en centros institucionales, etc. no son ninguna broma. Hay que recordar que en el mismo barrio de Hortaleza, durante las semanas previas al atentado, varios grupos de extrema derecha se dedicaron a dar palizas a inmigrantes menores de edad, algunos de cortísima edad, y a subir los vídeos de estos ataques a las redes sociales para animar a repetirlos. Y, por supuesto, también hay que recordar que esta escalada de ataques que ha terminado con el lanzamiento de una granada al centro de menores, comenzó con las visitas por parte de Vox al barrio de Hortaleza para lanzar ataques racistas contra los inmigrantes del barrio, acusándoles de ser los culpables de la delincuencia en la zona y llamando a actuar (legalmente, por supuesto) contra ellos.

La realidad de los centros de acogida de menores, como se ha podido ver estos días en todos los medios de comunicación, es terrible. En ellos, pese a lo que diga la propaganda de extrema derecha, se acoge tanto a menores inmigrantes como a menores españoles. Hay niños que apenas han dejado de ser bebés y que provienen de familias sin recursos y hay otros que han cruzado solos el Estrecho y a los que la Policía y la Guardia Civil no han podido expulsar (o asesinar, como en la playa del Tarajal en 2014). En todos los casos, independientemente de su edad, nacionalidad y necesidades, los menores viven hacinados en un centro que no da a abasto para acogerlos. Durmiendo en el suelo, sin responsables que se hagan cargo de ellos… básicamente estos centros de acogida de menores son techos donde pasar mal que bien la noche, quedando el día para deambular, mendigar, etc. El Estado ni tan siquiera es capaz de garantizarles una educación mínima a quienes caen en sus redes, no digamos ya una vida segura o un porvenir que valga la pena. En los centros de acogida se castiga la pobreza, se destruye la infancia de los chavales, se les aboca a un futuro (y a un presente) de marginalidad, delincuencia…

Esta situación viene siendo aprovechada por los grupos políticos de la extrema derecha desde hace muchos años. Poniendo en el foco los centros de acogida lanzan sus ataques contra la inmigración, señalando precisamente a la parte de esta más débil e indefensa, y exigiendo medidas punitivas basadas en la doble indefensión de los acogidos en tanto que inmigrantes y menores de edad. Atacando la delincuencia, buscan atacar a los inmigrantes principalmente, si bien meten en el mismo saco a los menores de nacionalidad española culpables también del delito de ser pobres. Para estos grupos, esta agitación es una buena excusa para poner el pie en barrios proletarios, donde se suelen encontrar los centros de acogida y donde habitualmente ni tienen presencia ni pueden  entrar. Es el caso de Hortaleza, un distrito mayoritariamente obrero, con una larga tradición de lucha a sus espaldas hoy desgraciadamente olvidada, pero que tiene también una parte de renta elevada, donde vive parte de la burguesía madrileña, y de donde salen estos grupos de extrema derecha. La lucha de clases tiene una expresión territorial evidente en casos como este, que es básicamente un experimento de agitación social anti proletaria en el que se toma a la parte más débil de la clase obrera, a los niños inmigrantes, para lanzar las consignas nacionalistas, racistas y xenófobas con las que se pretende encuadrar al conjunto de esta clase obrera en la política de colaboración entre clases y de unidad nacional.

Hasta hace poco, los grupos de extrema derecha que utilizaban esta estrategia de agitación han tenido un predicamento ciertamente escaso. Estaban capitaneados por corrientes extra parlamentarias como los Hogares Sociales de Madrid, Valencia o Granada y repetían el mismo patrón en cada ocasión: tomaban como base enclaves de alto nivel adquisitivo en barrios o distritos proletarios e intentaban, desde allí, extender su radio de acción y propaganda hacia las zonas más pobres con el discurso nacionalista, anti delincuencia y anti inmigración como ariete.

Por lo general, pese al apoyo mediático que las grandes corporaciones de la información como Atresmedia (propietaria de La Sexta) y al apoyo logístico que la policía daba a estos grupos, su éxito ha sido escaso y los intentos de instalarse en barrios obreros como Tetuán, Carabanchel o la propia Hortaleza se han quedado en nada.

Sin duda la crisis económica de los últimos diez años ha espoleado la acción de estos grupos. No tanto porque, según pretenden los voceros de la burguesía, como consecuencia de esta crisis se haya producido algún tipo de reacción «racista-popular» contra la inmigración, sino porque precisamente estos voceros se han encargado de alentar las acciones de grupos de extrema derecha de la órbita parapolicial con el fin de instigar la división racista y xenófoba entre los proletarios: la aparición de grupos «fantasma» de corte fascista en las calles ha sido posible porque desde las instituciones del Estado y los medios de comunicación se ha favorecido una campaña de visibilización y reagrupación de estos.

Pero ha sido la ruptura de la principal corriente de la derecha española, el Partido Popular y todas sus organizaciones afines, la que ha supuesto un empuje definitivo a esta campaña anti inmigración que ha tenido su penúltimo episodio en el ataque armado contra el centro de acogida. Desde la desaparición, durante la Transición, de Fuerza Nueva, última corriente de extrema derecha con representación parlamentaria, la casa común de todo el arco de la derecha fue el PP. Desde las corrientes ultramontanas, patrioteras y nostálgicas del franquismo hasta los liberales constitucionalistas, todas las facciones de la derecha tuvieron cabida no sólo en el Partido Popular sino en sus sucesivos gobiernos. Los Gallardón, Mayor Oreja y Jorge Fernández Díaz pudieron compartir no sólo carnet sino también sillón en el Consejo de Ministros. Con la única excepción del Levante, donde una pequeña corriente de extrema derecha no encontró acomodo en la organización popular y llegó, por su cuenta, a obtener cierta representación institucional, no quedó lugar para corrientes como la que la Liga Norte o el Frente Nacional representan en Italia y Francia respectivamente. Con ello, también el discurso ultra nacionalista y anti inmigración quedó soterrado debido a la contención que las corrientes liberal y demócrata cristiana del partido exigían.

Por lo tanto, ha tenido que llegar el encallamiento político de la derecha en el arrecife catalán y, con ello, su disgregación en una corriente moderada y otra más radical para que las consignas anti inmigración, las manifestaciones más o menos organizadas en este sentido e incluso las acciones como el lanzamiento de la granada contra el centro de acogida, se desaten: el gran pacto nacional de la derecha se ha roto y la facción más extremista de esta (que no es precisamente minoritaria ni anecdótica) lanza sus consignas y empieza su movilización abiertamente.

En ellas el proletariado, tanto inmigrante como autóctono, no debe ver un exabrupto de la extrema derecha o una salida de tono de los nuevos partidos ultras, sino una amenaza clara y llana contra él. La agitación xenófoba y racista acompaña a la burguesía en su lucha por desmovilizar, dividir y desmoralizar a los proletarios de todas las naciones, etnias, sexos y razas: la utiliza, a través de sus instrumentos políticos como Vox, Democracia Nacional, etc. para extender la competencia y la rivalidad en el seno de la clase obrera, infectando a esta con el virus de la colaboración entre clases, de la defensa de la patria y la economía nacional, de la lucha contra el extranjero.

Si ahora esta agitación xenófoba y racista toma la forma incluso de ataques armados contra los niños inmigrantes significa que la intensidad de esta agitación va creciendo, en un intento por movilizar tras ella a grupos cada vez más compactos que buscan imponer el terror entre los proletarios como vía para desunirlos, empezando por el ataque físico a las capas más débiles de la clase obrera, matando si es necesario a algún niño para lograrlo.

Frente a estos ataques, la clase proletaria se encuentra sola. El oportunismo tipo Podemos, que ya forma parte del gobierno, seguido por toda la pléyade de corrientes más o menos izquierdistas, pretenden que contra la campaña racista y xenófoba que sin duda arreciará en los próximos años, la clase proletaria debe confiar en las instituciones democráticas, en los Ayuntamientos, en el Parlamento, en la Policía, en las manifestaciones simbólicas y efectistas… Quieren desvincular el racismo de la clase burguesa de la necesaria respuesta de clase del proletariado. Pretenden que el problema se puede resolver simplemente mediante la confianza en los medios democráticos de lucha… ¡Precisamente los que han aupado a estas corrientes ultra derechistas a su posición actual!No hace muchos días, el pasado 6 de diciembre, durante la recepción anual de la festividad de la Constitución, pudimos ver a Pablo Iglesias compadreando con el dirigente de Vox Espinosa de los Monteros y la líder de Ciudadanos Inés Arrimadas. Es decir, el supuesto representante de los proletarios en el Parlamento, riendo junto al promotor de los ataques contra los centros de acogida y junto a la creadora de Jusapol, corriente para fascista de la policía bien conocida en Cataluña. 

Los menores inmigrantes son un espantajo con el que la extrema derecha hace agitación. Detrás de sus mensajes contra ellos viene toda una avalancha de ataques contra los proletarios que peores condiciones de vida soportan. Estos ataques arreciarán con un gobierno PSOE – Podemos que no sólo no los evitará (como no evitó el Ayuntamiento de Carmena el resurgir de los grupos neo nazis en Madrid) sino que hará todo lo posible para que los proletarios, especialmente los proletarios inmigrantes, permanezcan quietos, callados y desarmados frente a ellos.

Corresponde a la clase proletaria de cualquier país, raza y sexo el responder contra sus enemigos declarados, sin quitar el ojo, en ningún momento, de aquellos que permanecen ocultos pero que luchan también en su contra.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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