La ¿última? crisis del Partido Comunista de España

(«El proletario»; N° 27; Septiembre de 2022 )

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El pasado mes de julio tuvo lugar el XXI Congreso del Partido Comunista de España que, a la vez, era el primero desde que el PCE formaba parte del Gobierno de coalición PSOE-Podemos. Según la prensa, el Congreso fue bastante accidentado y la lucha entre las dos facciones que se disputan el control de la organización llegó incluso a las manos en algún momento.

Por un lado, la corriente mayoritaria, capitaneada por el actual secretario general, Enrique Santiago, quien hasta pocos días después fue también el secretario de Estado para la Agenda 2030 en el Ministerio de Asuntos Sociales, buscaba refrendar ante los delegados su política de convergencia primero con Podemos y, últimamente, con el embrión de proyecto que dirige Yolanda Díaz. Para esta corriente, que ha logrado colocar dos ministros en el Gobierno (la propia Yolanda Díaz y Alberto Garzón) lo esencial era mantener esta línea de pactos con organizaciones de mayor proyección electoral, pese a que la misma ha hecho que el partido prácticamente se diluya en estos bloques.

Por otro lado, la corriente minoritaria, conformada por representantes del PCE de Aragón, Asturias o las Juventudes del partido, buscaba precisamente impugnar esta línea con la pretensión de resucitar de algún modo la autonomía de la organización frente a las corrientes que en apariencia lo han engullido.

Siempre según la prensa, el conflicto entre ambas corrientes se resolvió con una mezcla de puñetazos y de las clásicas maniobras arteras encaminadas a anular a uno u otro de los contendientes por la vía burocrática. El resultado fue una victoria con relativa comodidad de la corriente mayoritaria que no le permite prescindir de los minoritarios pero que refuerza en última instancia la participación del partido en los organismos de gobierno y en la coalición impulsada por Yolanda Díaz.

Se equivocará de parte a parte quien piense que en esta guerra de burócratas a cuyos bandos únicamente distingue la pretensión de ocupar uno u otro sillón, hay dos tendencias que se diferencian en algún punto importante: el proceso de decantación de líderes hacia los puestos ministeriales que se abrió con la entrada del PCE en el gobierno ha funcionado, a la vez, como una fuerza centrífuga que expulsa a tantas otras personalidades de renombre en el partido lejos de los puestos de mando. En esta vulgar pelea de camarillas no hay otra cosa que problemas de matices y si algunos grupos de la izquierda del PCE que tienen a este como referente directo ya están salivando es porque piensan que pueden lograr captar la parte jugosa de una hipotética escisión, que lo sería por llevar la carnada de unos cuantos concejales o algún que otro fondo del partido.

Esta lucha interna, que con casi toda seguridad no acabará en ruptura (porque nadie se baja del barco que todavía es seguro y navega con el viento a favor que da su alto nivel de participación institucional) no tiene más relevancia que cualquiera de las anteriores y no merecería la pena dedicarle ni una sola línea si no fuese porque la cuestión que está en el centro, la participación del PCE en el gobierno, permite hacer una serie de valoraciones importantes sobre la relevancia que, ya no el PCE sino la corriente estalinista entendida en un sentido amplio (el PCE, sus escisiones de los últimos 30 años y los grupos que orbitan en torno a él), tiene para la clase proletaria aún en un sentido obviamente negativo.

Desde que en 2019 la coalición electoral Unidas Podemos (Podemos e Izquierda Unida, plataforma en la que está incluido el PCE) llegase al gobierno mediante un pacto con el PSOE, el papel del Partido Comunista no ha sido menor. Para entender el porqué hay que remontarse unos años atrás. La sucesión de eventos políticos que ha tenido lugar en España desde que comenzó la crisis de 2008-2013 ha tenido como característica principal la aparición de una serie de fuerzas parlamentarias que han roto la exclusividad bipartidista forjada en la Transición. La principal de estas fuerzas, al menos hasta las últimas elecciones, ha sido Podemos, que acompañó su aparición en los ámbitos europeo y nacional con algunas victorias en el terreno municipal mediante un sistema de alianzas con pequeños grupos de ámbito local. Desde 2014, año en que Podemos saltó a la palestra logrando cuatro diputados al Parlamento europeo, se habló del populismo como una nueva corriente de izquierdas que venía a sustituir a los grupos tradicionales de este signo y que parecía tener una dimensión europea (Syriza en Grecia, Movimiento 5 Estrellas en Italia…) si no mundial (corrientes «socialistas» latinoamericanas). Los teóricos de este movimiento (Laclau, Moffe… entre otros) y sus políticos nacionales se presentaban como el revulsivo que acabaría con décadas de inercia de la izquierda y sus formas públicas, su estridencia mediática, la «batalla cultural» que comenzaba en los programas del corazón y acababa en el Parlamento, como el secreto por fin revelado de la lucha política.

Sin entrar a realizar un análisis en profundidad de estos movimientos populistas (1), puede verse cómo, en líneas generales, su fuerza parte de la capacidad que han tenido para representar los intereses de las clases medias más golpeadas por la crisis capitalista y a la vez de subordinar estos, en el ámbito parlamentario, a las exigencias del mantenimiento del orden tradicional de las fuerzas políticas revigorizando el sistema bipartidista. A esta doble función se debe tanto su éxito inicial como su retroceso parcial en los últimos años y con este bagaje deberán contar sus politólogos para explicar el futuro inmediato que les espera, más allá del enriquecimiento personal y de la promoción profesional tan características de esa politicantería de la que decían abominar.

Pero sea cual sea la forma de la desintegración del proyecto originario (ese «asalto a los cielos» que se ha quedado en puñaladas entre compañeros  y un gusto desmedido por los sillones) a día de hoy ya es un hecho que el eje que mantiene unidos los restos de las «fuerzas del cambio» y el único que puede garantizar r su pervivencia es el estalinismo tradicional (*). Es por ello que, durante los últimos dos años, en los que se ha desarrollado una política represiva nunca vista en tiempos de paz, una legislación anti proletaria brutal y, a al vez, un inmenso esfuerzo para lograr una movilización interclasista para reforzar la solidaridad nacional para amortiguar las consecuencias de los sacrificios que la clase obrera debía soportar, las figuras estelares del Podemos de 2014 han caído una tras otra y al frente del «sector de izquierdas» que decían representar en el Gobierno ha quedado Yolanda Díaz, militante del PCE y heredera por vía política y familiar de la política estalinista tradicional.

Ahora, con la puesta en marcha de la coalición Sumar, se reconoce abiertamente que sólo estas fuerzas estalinistas tienen la capacidad para cumplir con la función de control sobre la clase proletaria que requiere la situación. Sólo estas garantizan el apoyo de la patronal y los sindicatos, sólo estas logran el apoyo unánime de la burguesía y los «agentes sociales»…

 

LA FUERZA DE LA OLEADA CONTRARREVOLUCIONARIA DEL ESTALINISMO AÚN ESTÁ LEJOS DE AGOTARSE

 

En 1951, refiriéndonos a la fuerza contrarrevolucionaria que suponía el estalinismo y refiriéndonos a ella como tercera oleada de degeneración oportunista (2), escribíamos :

 

La tercera oleada histórica del oportunismo reúne las peores características de las dos precedentes, en la misma medida en que el capitalismo moderno incluye todos los estadios de su desarrollo.

Terminada la segunda guerra imperialista, los partidos oportunistas, ligados a todos los partidos abiertamente burgueses, en los Comités de Liberación Nacional, participan con éstos en gobiernos constitucionales. En Italia, participan inclusive en gabinetes monárquicos, dejando la cuestión institucional de la forma del Estado para momentos más «oportunos». Por consiguiente, niegan el uso del método revolucionario para la conquista del poder político por parte del proletariado, sancionando la necesidad de la lucha legal y parlamentaria a la cual deben ser subordinados todos los impulsos clasistas del proletariado, con vistas a la conquista del poder político por la vía pacífica y mayoritaria. Postulan la participación en gobiernos de defensa nacional, impidiendo todo desorden a los gobiernos empeñados en la guerra, así como en el primer año del conflicto mundial evitaban absolutamente sabotear a los gobiernos fascistas y, es más, alimentaban su potencial bélico con el envío de mercancías de primera necesidad.

El oportunismo sigue su proceso desastroso sacrificando la Tercera Internacional, incluso formalmente, al enemigo de clase del proletariado, al imperialismo para «el ulterior reforzamiento del frente único de los Aliados y de las otras naciones unidas». Se verificaba así la histórica previsión de la Izquierda italiana, anticipada desde los primeros años de vida de la Tercera Internacional. Era inevitable que el agigantarse del oportunismo en el movimiento obrero llevase a la liquidación de todas las exigencias revolucionarias.

La reconstitución de la fuerza clasista del proletariado mundial se presenta pues fuertemente retardada y difícil, y exigirá un esfuerzo mayor.

 

Históricamente, la fuerza del estalinismo ha estado en su capacidad para imponer a las masas proletarias, incluso en las situaciones más duras y trágicas, una política de colaboración entre clases -heredando esta política del fascismo- tanto más firme cuanto que era capaz de hacerla pasar como una defensa de sus intereses de clase tanto en el ámbito nacional como en el internacional.

Esta política de colaboración entre clases -que incluye la política de la competencia entre proletarios- ha tenido como base material, durante todo el ciclo histórico del estalinismo, los inmensos beneficios extraídos por la burguesía de las principales potencias imperialistas de la explotación del proletariado en el proceso de reconstrucción económica posterior a la IIª Guerra Mundial: el gran «pacto social» de la postguerra consistió en la dedicación de una pequeña parte de este beneficio extraordinario para mantener los amortiguadores sociales que garantizaban (y garantizan aún) a los proletarios de estos países unas garantías mínimas contra la miseria. En este entramado de garantías, mejoras en las condiciones de vida respecto a las décadas precedentes, etc. la corriente estalinista organizada en los diferentes partidos nacionales (junto con la socialdemocracia que en numerosas ocasiones ha tenido tareas gubernamentales) ha sido ella misma mantenida como instrumento al servicio de las clases dominantes que, mediante la gestión del sistema de ventajas sociales, ha logrado una influencia decisiva entre los proletarios, inyectando en estos el virus paralizante de la defensa de la economía nacional, la solidaridad entre clases, etc.

La acción conjunta de estas fuerzas contrarrevolucionarias, socialdemocracia y estalinismo, ha logrado atemperar la fuerza social de la clase proletaria cuando esta, en situaciones de crisis económica y social, ha amenazado con emerger y romper la terrible paz social reinante. Ha sido capaz de gestionar los recursos que el prolongado ciclo de expansión económica ha puesto a su disposición para debilitar la intensidad de estas potenciales reacciones clasistas, manteniendo al menos a una parte de determinados sectores proletarios elevada por encima de las condiciones mínimas de supervivencia mientras que permitía a la clase burguesa dirigir su ofensiva contra los estratos más desprotegidos.

¿Ha concluido esta labor histórica del estalinismo y del post estalinismo? No. Por mucho que, como es evidente, su fuerza, su influencia, entre la clase proletaria ya no es tan directa como lo fue hace décadas, este debilitamiento es únicamente superficial. Desde un punto de vista histórico, la influencia de las corrientes oportunistas entre la clase proletaria, ha decaído únicamente cuando las bases materiales de la política de colaboración entre clases que defienden se han debilitado lo suficiente como para permitir, por un lado, la aparición de fisuras en la paz social debidas a que algunos sectores proletarios han sido lanzados a la lucha y, por otro, la formación de una vanguardia de clase enucleada en torno al partido revolucionario capaz de combatir teórica y políticamente la influencia de las corrientes oportunistas con las armas del marxismo revolucionario. Así, la corriente oportunista clásica de Bernstein sufrió el duro golpe de la Revolución Rusa de 1905 y la respuesta de las corrientes organizadas en torno a la izquierda del Partido Socialista Alemán y al Partido Bolchevique, que combatía a la vez a la derecha del socialismo ruso portadora de una valoración muy similar a la del político alemán. La segunda oleada oportunista, caracterizada por el frente unido de los partidos socialdemócratas y las burguesías nacionales para la Iª Guerra Mundial, tuvo su respuesta en el triunfo proletario del octubre soviético y en la restauración del marxismo sobre sus bases correctas realizada por Lenin y los bolcheviques, así como por la aparición de la corriente de la Izquierda de Italia y otros destacamentos marxistas en países como Alemania, Serbia, etc. La III Internacional fue, en gran medida, la organización de la lucha teórica y política contra la influencia del oportunismo entre grandes estratos del proletariado europeo y americano.

¿Ha encontrado el estalinismo, fuerza contrarrevolucionaria de intensidad mucho mayor que las anteriores, su fin? ¿Se ha vivido una situación similar a aquellas de 1905 o 1917? Es evidente que la respuesta es no. Durante prácticamente el último siglo la clase proletaria ha vivido presa del dominio de esta última corriente oportunista, que recoge todos los elementos clave de las vividas previamente y que decuplica su influencia sobre los proletarios.

Es por ello que la caracterización que realizamos los marxistas de las diferentes fuerzas, corrientes o partidos que pretenden influir a los proletarios, llevándoles por la vía de la solidaridad interclasista, por el camino del parlamentarismo, de la colusión económica con la patronal a través de los organismos nacionales e internacionales de mediación, etc. se base en reducir al mínimo común múltiplo que estas corrientes comparten con el estalinismo y de ahí deducir tanto sus rasgos secundarios como su evolución futura: porque su naturaleza es exactamente la misma que la del estalinismo, porque las bases materiales para el predominio absoluto de esta corriente no han desaparecido.

Sobre el terreno concreto, en los últimos años hemos visto cómo las fuerzas políticas de izquierda emergidas tras la crisis económica de 2008, Podemos principalmente, pero también las candidaturas municipalistas, etc., han tenido que recurrir al PCE tanto para nutrir de cuadros medios sus aparatos de partido como para ocupar los puestos técnicos a los que obliga la política parlamentaria, la participación en los Ayuntamientos y el Gobierno. La fuerza de estos «advenedizos» ha residido únicamente en la campaña de márquetin que la prensa y la televisión hicieron para lanzarles al gran público, para hacer cundir su mensaje, que esencialmente era la necesidad de un bloque parlamentario de izquierdas para defender a «los de abajo», pero que no tenía absolutamente nada más. No han pasado ni diez años desde que este «cambio» se puso en marcha y ya han tenido que ceder en todos los terrenos (político, organizativo, etc.) ante una fuerza que acumulan décadas de experiencia como es el PCE. Después de años de «nueva política» va a ser la hija heredera de la mejor tradición anti proletaria la que se encargue de tomar los remos de este no tan nuevo oportunismo.

 

¿QUÉ ESPERAR?

 

Un error simétrico a aquel que pretende ver en cada renovación de caras que acontece en las corrientes oportunistas, que pretende que cada nuevo Podemos o Syriza hay una transformación definitiva de las fuerzas anti proletarias, es aquel que afirma que estas fuerzas no tienen ningún margen de maniobra excepto el de ilusionar y engañar a la clase obrera con trucos de ilusionista político. Según estas posiciones, mantenidas por grupos y corrientes que se pretenden revolucionarios e incluso marxistas, la base de actuación del oportunismo estaría limitada por el hecho de que ya no hay margen posible para la política de colaboración entre clases que se basa en las reformas, la consecución de mejoras para algunos sectores del proletariado, etc.

Siempre según estas corrientes, la crisis capitalista (que suelen pretender eterna, sin posibles nuevos periodos de recuperación e incluso expansión económica) limitaría la capacidad de lograr reformas sobre el terreno político o económico y, por lo tanto, anularía la fuerza real del estalinismo y del post-stalinismo, cualquiera sea la forma que este tome. De esta manera, basándose en una afirmación marxista totalmente correcta, aquella según la cual la fase histórica de la burguesía como ascendente capaz de mejorar parcialmente las condiciones de existencia del proletariado mediante la extensión del comercio y la industria ha terminado y se ha abierto lo que la III Internacional llamó «era de la guerra y la revolución», pretenden que resulta imposible, en todo ámbito, que la política reformista y oportunista tenga un efecto real.

Esto es evidentemente falso. En primer lugar porque la crisis del capitalismo no es crónica, es decir que, si bien los márgenes económicos que permitían desarrollar una política de colaboración entre clases sustentada en la existencia de los famosos amortiguadores sociales nacidos con la fase de expansión de postguerra, se ha reducido notablemente con el retorno de las crisis periódicas a partir de la de 1975, en absoluto puede afirmarse que esté excluido un nuevo periodo de auge económico que revierta, siquiera parcialmente, esta situación. Quienes afirman lo contrario, olvidan que el fin necesario de la sucesión de crisis y periodos de expansión es la guerra imperialista generalizada, tal y como sucedió en 1914 y en 1939 y que, tras una guerra de tal escala, la reconstrucción económica permite alcanzar tasas de beneficio increíblemente superiores a las de los periodos de preguerra. Es más, olvidan que aún antes de llegar al enfrentamiento bélico, la dinámica económica que dan lugar al auge de la industria militar como fuerza capaz de absorber el excedente de capital y mano de obra de otros sectores, permite un crecimiento económico capaz de revivir las políticas de cohesión social que históricamente la burguesía ha sido capaz de poner en marcha. Basta recordar el ejemplo de los años ´30 del siglo pasado para poder entender este punto.

Una vez puesto en evidencia que el capitalismo ha encontrado y encontrará, por sí mismo, la capacidad para salir de las largas depresiones que caracterizan momentos como el actual y que, por lo tanto, los fundamentos económicos para garantizar la fuerza de las políticas interclasistas defendidas por las corrientes oportunistas reaparecerán de una manera u otra, se puede afirmar que, por el mismo motivo, las nuevas configuraciones de estas corrientes tienen un recorrido potencialmente largo porque aún tienen un papel que cumplir ante la burguesía.

Piénsese, sin ir más lejos, en el caso de España durante los últimos dos años y medio: ante una crisis económica y social como la que apareció con la pandemia Covid-19, que trajo centenares de miles de despidos en pocos días, que abocó a las «colas del hambre» a tantísimos proletarios, que provocó la muerte de casi cien mil personas, sobre todo ancianos a los que se dejó morir por orden directa de la burguesía… Los resortes sociales puestos en marcha por el gobierno de PSOE-Podemos han sido capaces de atenuar la tensión social resultante. Han logrado mantener postrada a la clase proletaria ante el mayor shock en décadas, han logrado una movilización de tipo cuasi militar, obligando a la población a confinarse en su domicilio mientras se garantizaba el «derecho» de la burguesía al lock-out generalizado… Durante aquellos meses, se puso en marcha medidas que hacían al Estado cargar con el coste nacional de la mano de obra (garantizando así el mantenimiento de la plusvalía que la burguesía necesita para existir) algo que tuvo su contrapartida en el hecho de que a millones de proletarios se les subsidió sin necesidad de desempeñar ningún tipo de trabajo. ¿Se atreve alguien a afirmar que no hay lugar para las reformas?

La cuestión central es que, de la misma manera que el dominio de la burguesía sobre el proletariado es un hecho  no sólo económico y social, sino sobre todo político, la fuerza que despliega en todos los terrenos el oportunismo, tanto el que tiene un corte estalinista como el socialdemócrata, se apoya sobre el dominio económico, social e ideológico burgués para reforzarlo políticamente respecto al proletariado. Esta fuerza es su capacidad de mantener a la clase proletaria dentro de los límites de la solidaridad con sus explotadores, de hacerle compartir sus necesidades como propias, de anular cualquier tipo de reacción ante su situación. Y si bien tiene una base material, es capaz de subsistir durante largos periodos incluso cuando esta se ha visto seriamente mermada.

Los próximos años veremos cómo, bajo la tutela del PCE y quizá con el refuerzo de otras corrientes satélites suyas, se produce una concentración de las fuerzas oportunistas a la izquierda del PSOE con una política dirigida hacia la clase obrera mucho más nítida que aquella adoptada por Podemos hace casi una década. Veremos también como, en un hipotético auge de las luchas obreras -cuyos movimientos precursores los estaríamos viendo en las recientes huelgas de Cádiz o Cantabria- redobla su tinte «reformista» haciendo acopio de la experiencia que ha acumulado a lo largo de las décadas pasadas y a la vez del formidable ejercicio de disciplina social que impuso durante la pandemia.

Frente a esta más que posible situación, la crítica al oportunismo como algo «desfasado», que caerá por su propio peso o que puede ignorarse hasta hacerlo desaparecer, implicará negar el combate político marxista y revolucionario  que es necesario llevar a cabo sobre este terreno y, sin el cual, su dominio estará garantizado.

 


 

(1) Ver para ello El populismo, ideología pequeño burguesa y reaccionaria, es tan antiproletaria como lo es la democracia burguesa en El Proletario nº 14, junio-agosto de 2017.

(2) La primera fue la que tuvo lugar a finales del siglo XIX con la aparición de la corriente reformista de Bernstein y la segunda la clásica socialdemócrata que llamó a la colaboración entre clases sobre el terreno de los frentes de guerra en 1914. Ver, para ello, nuestro texto Tesis características del partido en El Programa Comunista nº 44, septiembre de 2001.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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