El partido de clase  trabaja hoy para la revolución de mañana

(«El proletario»; N° 27; Septiembre de 2022 )

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Por partido de clase los marxistas entienden el partido político que representa los objetivos históricos de la clase proletaria a nivel internacional en la actualidad.

El partido de clase sólo puede ser revolucionario, comunista e internacional. Sólo puede basarse en la única teoría revolucionaria que ha existido desde la aparición y consolidación de la sociedad burguesa -el marxismo- y, por tanto, tener un programa único que responda a principios invariables. El partido de clase tiene una línea política que es válida durante todo el período histórico en el que se desarrollan las contradicciones económicas, sociales y políticas de la sociedad burguesa hasta el choque histórico final entre la clase burguesa dominante y la clase proletaria a nivel internacional, un período de guerra o de revolución, un período en el que se acumulan los factores de las crisis sociales que conducen a la maduración de los factores favorables a la revolución proletaria. Una revolución que puede comenzar incluso en un país más atrasado que los demás, como ocurrió en 1917 en Rusia, pero que posee una propulsión internacional de gran potencia que empuja a las fuerzas de clase presentes en la sociedad a unirse en dos grandes polos antagónicos.

La revolución no es un acto insurreccional que, una vez concluido, da paso a la gestión del poder. Se trata de un proceso histórico, extremadamente contradictorio, que trastorna todos los equilibrios y semiequilibrios económicos, sociales y políticos existentes, abriendo el camino a un nuevo posicionamiento de las fuerzas de clase, a una fase en absoluto efímera, en la que las fuerzas de conservación social se resistirán a su derrota por todos los medios, y en la que las fuerzas revolucionarias utilizarán todos los medios para impedir la restauración del poder burgués y extender la revolución proletaria a nivel internacional para que el primer bastión conquistado no quede aislado, asediado por los Estados capitalistas e imperialistas.

La revolución proletaria, en realidad, sólo puede vencer definitivamente a nivel internacional, si conquista, en su proceso de desarrollo, el poder en los países capitalistas más avanzados. La fuerza positiva para la revolución reside, en los países más avanzados, en sus proletariados y en su economía desarrollada. En el proletariado, por tanto, organizado de forma independiente en el terreno de la clase, influido y dirigido por el partido de clase; en las bases económicas que el capitalismo ha desarrollado (trabajo asalariado asociado, alta productividad del trabajo, altas técnicas de producción, concentración económica y financiera, etc.) y que el poder proletario utilizará para la transformación económica de los países donde triunfe la revolución proletaria.

La revolución proletaria no es sólo un gran acto de fuerza de la clase obrera, provocado por el impulso material y espontáneo de las contradicciones capitalistas y dirigido a derrocar el poder burgués; un acto de fuerza que, una vez expresado en su máxima potencia, pondría al propio proletariado en condiciones de decidir cómo y cuándo sustituir los objetivos capitalistas por los comunistas, política, económica y socialmente. La revolución es una fase histórica precisa de la guerra de clases entre la clase burguesa dominante y la clase proletaria, la clase de los trabajadores asalariados.

Es la guerra de clases entre la burguesía y el proletariado que comenzó mucho antes del estallido de la revolución y que no termina con la conquista del Palacio de Invierno» y es una guerra que la clase burguesa dominante libra contra el proletariado todos los días, en todas las situaciones, en todos los países y por los medios más diversos: con la democracia electoral y parlamentaria, con el autoritarismo o la dictadura abierta, con la competencia entre proletarios, con la represión, con el oportunismo y la colaboración entre clases, con la regimentación de las masas en sus guerras de rapiña, basándolo todo en el chantaje original típico del capitalismo: si no trabajas según las reglas del capital no comes, simplemente te mueres de hambre.

Cuando los marxistas hablamos de guerra de clases, hablamos de un proletariado que ya ha alcanzado la capacidad de reconocerse como clase antagónica a la burguesía, como clase independiente de la burguesía y de las fuerzas oportunistas y colaboracionistas, como clase organizada en el terreno de la defensa inmediata, influida y guiada por el partido de clase. Estamos hablando de una fase ya avanzada de la lucha de la clase proletaria contra la burguesía, una fase en la que los objetivos políticos de la lucha proletaria ya no son un «cambio de gobierno» exigido en violentas manifestaciones callejeras, ni una «reforma» concreta, ni un retroceso en las medidas más drásticas aplicadas por la patronal en el ámbito económico y social. Los objetivos políticos de esta lucha son más elevados, más generales, y deben ser conquistados con la violencia de la lucha de clases en respuesta a la violencia implementada por el Estado burgués y todas las fuerzas de conservación de la sociedad. Se trata de objetivos que, más allá de que se manifiesten en un país concreto, no pueden circunscribirse a una nación, sino que tienen un significado internacional incluso más allá de la «conciencia» que puedan tener todos los proletarios en su lucha.

Antes de esta fase de la lucha de clases -fase que prevé la presencia, la actividad y la influencia del partido comunista revolucionario en las masas proletarias y en sus organismos de lucha económica y política inmediata-, el proletariado pasa por un período en el que realiza huelgas y manifestaciones callejeras, intentando de diversas maneras obtener la satisfacción de sus reivindicaciones inmediatas y parciales, limitadas incluso a una sola fábrica o a un solo sector económico. Es la fase en la que los proletarios adquieren experiencia, a nivel práctico, de todos los medios y métodos de lucha que utilizan, de la fuerza o no de sus organizaciones, de la función de sus organizaciones; en la que pueden reconocer a sus verdaderos aliados, a sus falsos amigos y a sus enemigos a través del comportamiento que tienen hacia sus luchas. Una etapa en la que tienen la posibilidad concreta de conocer realmente al partido de clase en sus actitudes prácticas, sus acciones y las perspectivas en las que se mueve.

Este periodo también puede ser muy largo, puede durar décadas, como demuestran los más de setenta que nos separan del final de la segunda guerra imperialista. Un período en el que la clase burguesa dominante, de todos los países y no sólo de uno, no se queda de brazos cruzados, sino que insiste en su esfuerzo por doblegar a las masas proletarias a las exigencias de su poder y su economía

A través de las fuerzas del oportunismo político y sindical, es decir, de la colaboración de clases, la burguesía de todos los países ha aprendido que para doblegar al proletariado a sus exigencias de clase debe combinar la presión económica con la «confrontación» política, la represión con la tolerancia; en definitiva, la democracia con el autoritarismo, la famosa zanahoria con el palo. Las experiencias más recientes debidas a la pandemia de Covid-19, a las que se han añadido las de la participación de todos los grandes países democráticos en la guerra ruso-ucraniana, demuestran que lo que le importa a la burguesía no son los llamados valores de la democracia, la civilización, el bienestar para todos y la paz, sino los beneficios del capital, el famoso «crecimiento económico» por el que todo poder burgués está dispuesto a pisotear sus propias leyes, a despreciar la hambruna en la que viven millones de personas, a elaborar estadísticas de muertes por Covid, muertes en el trabajo, muertes por hambre, enfermedades o guerras.

En estas décadas de colaboración interclasista, las crisis económicas, financieras y sociales no han desaparecido ni disminuido, sino que han aumentado no sólo en número, como han aumentado los efectos desastrosos sobre cientos de millones de personas en todo el mundo; tampoco han desaparecido las guerras locales, regionales o más amplias, por el contrario, las zonas en las que se desarrollan las guerras se prolongan a lo largo de los años, viendo la participación directa o indirecta de las distintas potencias imperialistas del mundo. La misma vida civil en los países de cacareada democracia y alto nivel de vida en comparación con los países pobres y la periferia del imperialismo, se ve continuamente sacudida por masacres, asesinatos, violencia de todo tipo, especialmente contra las mujeres, las razas y los grupos étnicos considerados inferiores, y por formas de esclavitud que la burguesía se jactaba de haber erradicado de una vez por todas y que, en cambio, utiliza para obtener más beneficios. Todo esto es el resultado natural de la vida social bajo el capitalismo, en el que todo es una mercancía, todo tiene un precio, incluso el aire que respiramos o el agua que bebemos. Los amos de las mercancías, los amos del dinero, son los amos de la vida de los 7.000 millones y más de personas que habitan el planeta.

Pues bien, en un mundo tan intoxicado, tan naufragado, atiborrado de opresiones de todo tipo, la única fuerza social que tiene la posibilidad de cambiar completamente la situación, de ponerla patas arriba en beneficio no de las mercancías, no del capital, no del dinero, no de la propiedad privada, sino del poder burgués, es el proletariado, es la clase de los trabajadores asalariados porque es mediante su trabajo asalariado que el capital se valoriza, es decir, aumenta su volumen y su valor, aumentando así su poder, su presión sobre la vida de la inmensa mayoría de los habitantes de la tierra. El salario, en realidad, nunca se corresponde con el valor de la producción capitalista obtenido por el trabajo asalariado; siempre es inferior, y muy inferior a ese valor, y es en esta diferencia de valores donde hay que buscar el aumento de la fuerza no sólo económica y financiera, sino también social y política del capitalismo.

Según el marxismo, que se basa en las experiencias históricas de la lucha de clases, para cambiar la sociedad hay que cambiar el modo de producción. El modo de producción capitalista es la base del poder político y social de la burguesía. Los gobiernos burgueses pueden cambiar mil veces, pueden ser dirigidos por fuerzas políticas de izquierda, de centro, de derecha, pero mientras la dirección de la política responda a las necesidades del capitalismo, la sociedad en su conjunto sólo puede volver a presentar sus contradicciones y la gravedad de sus crisis en formas cada vez más agudas.

Por otra parte, en todas las sociedades a lo largo de la historia, el nuevo modo de producción se ha ido imponiendo dentro de las formas de producción anteriores, defendidas con ahínco por el poder político de las antiguas clases dominantes. En un momento determinado del progreso de la producción, de los métodos de producción y de los más altos logros en la unidad de tiempo de producción, la nueva clase que representa el nuevo modo de producción, para progresar, para desarrollar el mismo mecanismo de producción y su poder social, no tiene otra alternativa que derrocar el viejo poder político, sustituyéndolo. En el caso de la sociedad capitalista, la burguesía, es la clase social que se impuso, no porque inventara un nuevo modo de producción de la nada, sino porque el nuevo modo de producción que se imponía materialmente a través de una serie interminable de transiciones, avances y retrocesos, requería una libertad de desarrollo tanto de la producción como de los productores que las antiguas clases dominantes impedían.

¿En qué consistía el nuevo modo de producción? Las principales características fueron: 1) asociar a muchos productores, muchos trabajadores, en el mismo ciclo de producción, distribuyéndolos en las diferentes etapas de procesamiento del mismo ciclo de producción. Pero esa masa de trabajadores no existía, había que crearla. Y se creó sobre todo expropiando a los campesinos que a estas alturas ya no podían alimentarse a sí mismos y a sus familias con su pañuelo de tierra; 2) pagar la mano de obra de los antiguos campesinos transformados en obreros con un salario con el que obligarles a ir al mercado a comprar los productos de primera necesidad para sobrevivir; 3) desarrollar la producción de bienes -y cualquier producto se convirtió en una mercancía- que había que llevar al mercado para su venta, desencadenando así la primera y básica transformación: mercancía-dinero-mercancía (M-D-M), para luego desarrollarlo en dinero-mercancía-dinero (D-M-D’), que es el verdadero motivo de la producción capitalista porque el dinero inicial para producir una determinada cantidad de mercancías, al final del ciclo de venta debe adquirir un valor superior al inicial. Esto es lo que Marx llamaba plusvalía, y el capitalismo consiste en obtenerla. Todo producto tiene su valor de uso, pero lo que importa al capitalismo es su valor de cambio, porque es en el cambio (M-D’) donde se valora el capital.

Con el desarrollo del capitalismo, y por tanto de la gran industria, se desarrollan los mercados, pero la producción hipercapitalista, que se realiza empresa por empresa y está sometida a la competencia entre empresas -y luego entre estados que defienden a las empresas nacionales en la competencia internacional- provoca inevitablemente un bloqueo de los mercados hasta el punto de que de la producción para la venta, se pasa a la sobreproducción, porque los precios de venta de las distintas mercancías, sometidas a la competencia internacional cada vez más desenfrenada, ya no son adecuados para extraer la tasa media de ganancia para la que se invirtió inicialmente el capital.  

Así, el desarrollo del capitalismo significa el desarrollo de la sobreproducción; la sobreproducción significa la crisis económica. El desarrollo del capitalismo significa el desarrollo de las crisis, y cada crisis sucesiva incorpora los factores de crisis anteriores y los exalta hasta el extremo.

Sin embargo, no se trata sólo de la sobreproducción de productos, de mercancías, sino también de la sobreproducción de capital; en este caso, a la crisis económica se suma la crisis financiera; todo el sistema capitalista entra en crisis y, como es habitual, la burguesía descarga los efectos más desastrosos de la crisis de su economía sobre las capas más bajas de la población: proletarios, pequeña burguesía, campesinos pobres, subproletarios, y sobre los países más débiles.

En la fase imperialista, esta tendencia es conocida por todos. El capitalismo no es productor de prosperidad, sino de crisis; no es productor de progreso, sino de recesión, de esclavización cada vez mayor de masas de hombres obligados a sobrevivir en la fatiga laboral, el hambre y la miseria.

Sin embargo, el capitalismo por sí solo, a causa de sus crisis, y sus guerras, que a lo largo de los años producen millones de parados, mendigos y muertos, no se derrumba, no se marchita. A pesar de su evidente decadencia, a pesar de su sociedad decadente, a pesar de la barbarie en la que cae con cada crisis, el capitalismo resiste, se recupera y sigue triturando la explotación, la dominación política y social.

¿Qué impide al capitalismo, y a la clase burguesa que lo representa, morir de viejo?

Dos cosas, sobre todo: el firme poder político con el que domina la sociedad, y el proletariado plegado a sus necesidades.

En comparación con la historia de las sociedades anteriores, y del propio capitalismo, el futuro de la propia humanidad está en manos de una sola clase social, la clase de los productores, la clase de los asalariados, la clase de los sin reservas, la clase de los sin patrimonio, la clase de los sin hogar.  Es cierto que sin el capital, sin los empresarios, sin la burguesía, no habría grandes industrias, ni trabajadores asalariados, ni clase obrera. Pero esta verdad es parte de otra verdad: el capital, el empresariado, la burguesía y los asalariados son parte integrante de la sociedad capitalista, y sólo de la sociedad capitalista, una sociedad que se expresa sólo a través del dinero, el mercado, la propiedad privada y, sobre todo, la apropiación privada de toda la riqueza producida.   

En el curso del desarrollo del movimiento proletario, y del movimiento comunista en particular, se ha demostrado que la clase proletaria posee una energía social potencial que, si se orienta hacia objetivos completamente contrarios a los de la burguesía y el capitalismo, puede efectivamente cambiar por completo el desarrollo de la humanidad. El cambio consistiría en poner en el centro de la producción y la distribución no el capital y su valorización, sino las necesidades del hombre para la vida y el progreso al margen de todas las formas de producción que impiden la expresión libre y completa de su vitalidad.

El comunismo, para Marx y Engels, «no es un estado de cosas que debe establecerse, un ideal al que debe ajustarse la realidad. Llamamos comunismo al movimiento real que suprime el actual estado de cosas» (1).

¿El movimiento real de qué? De las fuerzas productivas, porque es el desarrollo de las fuerzas productivas el que genera la necesidad de superar los límites en los que toda forma de producción las encierra debido a los intereses políticos y económicos de las clases dominantes. Toda clase dominante que ha llegado al poder en las distintas sociedades divididas en clases ha apoyado hasta ahora su dominio político en el dominio de una economía que expresaba, sí, un desarrollo de las fuerzas productivas, pero dentro de unas relaciones de producción que el mismo desarrollo de las fuerzas productivas tendía a romper. Lo mismo ocurrirá con el capitalismo que, si bien tiende a desarrollar indefinidamente las fuerzas productivas, las frena, las limita, las destruye, porque las relaciones burguesas de producción y propiedad no se adaptan a ese desarrollo, sino que tienden precisamente a frenarlo, a limitarlo a determinados sectores y a determinados países; límites a los que la burguesía recurre porque de ello depende su supervivencia como clase dominante, como dominación política.

Frente a la burguesía está la clase proletaria, que es, al mismo tiempo, la clase que no posee nada más que su fuerza de trabajo, pero que produce toda la riqueza existente. Una clase que fue creada precisamente como clase asalariada -y en esta forma es sólo una clase para el capital- y plegada a las necesidades del capital (y por tanto de la burguesía); pero que precisamente por representar el desarrollo positivo de las fuerzas productivas, desligadas de la propiedad privada y de las relaciones mercantiles de la sociedad burguesa, representa el futuro de las fuerzas productivas, por tanto el futuro de la especie humana. Para representar efectivamente este movimiento real de las fuerzas productivas, el proletariado debe chocar con la clase dominante burguesa que, por otra parte, tiene interés en mantener vivas las relaciones de producción y de propiedad que le permiten ser la clase dominante y seguir explotando el trabajo asalariado en beneficio exclusivo del capital y de los privilegios que éste, y sólo éste, disfruta.

Este largo curso del desarrollo histórico pasa, inevitablemente, por las contradicciones más agudas de la sociedad, por sus crisis y guerras. No puede ser de otra manera. Pero la clase proletaria ya ha demostrado que es la única clase revolucionaria en la sociedad capitalista. Lo demostró con la Comuna de París de 1871 y la Revolución de Octubre de 1917, y con todos los intentos revolucionarios desde 1848 e incluso después de 1917.

La clase proletaria, en su lucha, tiene en realidad una debilidad: no puede basar su lucha contra las viejas relaciones de producción y de propiedad en un nuevo modo de producción que ya se está desarrollando dentro de la vieja sociedad, como fue el caso de la esclavitud, el feudalismo y el capitalismo. Por lo tanto, la base de su revolución política no será una revolución en el terreno económico, como fue el caso de la burguesía. Tendrá que ser la revolución política la que prepare el camino para la revolución económica, la transformación económica de toda la sociedad. Y para la revolución política es necesario un programa político en el que se prevean todos los pasos que debe dar el movimiento revolucionario para imponerse: desde la organización de clase independiente, pasando por la lucha de clases que no se limitará a las fronteras de una nación, sino que tendrá inevitablemente carácter internacional, hasta el derrocamiento del Estado político existente, pasando por la instauración de un poder político que sólo puede ser de clase, extremadamente concentrado y centralizado, por lo tanto será una dictadura de clase, la única forma de poder que puede oponerse válidamente a la dictadura del capital, a la dictadura de clase de la burguesía.

La revolución proletaria sólo puede ser internacionalista e internacional porque choca con una clase dominante que se apoya en un modo de producción que es internacional, que domina el mundo con sus leyes, y que -contra el proletariado revolucionario, incluso de un solo país- es capaz de movilizar a las burguesías de todos los países porque los intereses que el movimiento proletario va a golpear son los mismos que los de todas las burguesías del mundo. La crisis social revolucionaria es en sí misma una crisis internacional, por lo que los intereses que chocan son los de las dos clases antagónicas por excelencia, la burguesía y el proletariado.

Es evidente que la conciencia de todo este largo proceso revolucionario no puede residir en el cerebro de cada proletario, sino que la posee un órgano específico, el partido proletario-comunista, es decir, el órgano de la revolución proletaria, y de sus objetivos históricos, más allá de la conciencia que el proletario individual pueda tener de estos objetivos históricos, más allá de la correcta maduración de los factores favorables a la revolución, más allá de la consistencia numérica de los militantes del partido y de su presencia en cada país del globo. Un organismo que, desde el punto de vista de la teoría y los principios revolucionarios, trasciende cualquier contingencia, cualquier situación particular, cualquier frontera nacional; como partido histórico, por tanto, representa en todo momento el famoso «movimiento real que suprime el estado de cosas actual» que vincula el estado de cosas actual a su abolición; como partido formal, por tanto como cuerpo físico de militantes activos en el «hoy», en las filas del proletariado y en la sociedad, representa la lucha de clases unitaria, sin distinción de edad, sexo, sector económico, religión, nacionalidad, que el proletariado debe asumir y llevar hasta el final, al comunismo, por tanto a la sociedad sin clases, a la sociedad de las especies.

Es evidente que esta lucha de clases unida no surge espontáneamente en el proletariado, ya que, hasta que no se produce una ruptura real de la paz social, y sobre todo de la colaboración de clases, el proletariado está influenciado por la ideología burguesa, está organizado por las fuerzas de conservación burguesa y se dirige hacia el terreno más favorable al orden burgués.

El partido de clase, en virtud de los balances dinámicos de los grandes acontecimientos históricos en los que las clases se han enfrentado al más alto nivel, sabe que los proletarios, o mejor dicho, su movimiento material, una vez que su lucha en el terreno inmediato se transforme en lucha política, gracias también a los medios y métodos utilizados por la clase dominante para aplastarla, necesitará la dirección del partido de clase porque es la única fuerza que puede llevar su lucha al máximo resultado: la victoria revolucionaria en tal o cual país; y después, la extensión de su revolución a todos los países del mundo. Al igual que un ejército necesita un estado mayor, una disciplina férrea, una estrategia precisa en la que prevea las múltiples situaciones de enfrentamiento a las que puede tener que enfrentarse, el proletariado, en su lucha anticapitalista y antiburguesa, necesita una dirección férrea y una estrategia a la altura de las tareas históricas que ha asumido, que sólo el partido de clase puede garantizar.

El ejemplo del partido bolchevique de Lenin es su más clara demostración. Es por un partido así que nosotros, vinculados a la corriente de la Izquierda Comunista de Italia, trabajamos sin desanimarnos por el hecho de que ahora somos un pequeño núcleo de militantes. Lo importante es ser inflexible con la teoría y el programa que se desprende de ella, y atesorar sobre todo las lecciones aprendidas de las derrotas.

 


 

(1) Marx-Engels, La ideología alemana, 1845-46, Akal, Madrid 2014.

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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