Cuarenta años de reconstitución del partido de clase

(«El proletario»; N° 28; Enero de 2023 )

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Han pasado cuarenta años desde octubre de 1982, cuando nuestro partido de ayer se estrelló contra una serie de rocas que lo hicieron pedazos. No queremos ocultar este dramático acontecimiento, porque hay lecciones que aprender de todos los errores, los virajes, las desviaciones que contribuyeron a la explosión de la organización del partido que en 1952, tras una escisión inevitable, se había recompuesto sobre bases teóricas, políticas, tácticas y organizativas orgánicamente coherentes y homogéneas. Por eso volvemos sobre este tema, para reivindicar la lucha política que libramos entonces para que fuera posible, a pesar de la crisis explosiva, reunir de nuevo fuerzas homogéneas y coherentes con el bagaje de batallas de clase que caracterizó a la Izquierda Comunista de Italia y a nuestro partido de ayer.  

 

Durante la crisis explosiva del partido en 1982-84, los diversos grupos militantes en los que se había escindido, y que deseaban continuar la actividad política, tomaron caminos diferentes. En Francia/Suiza, se había formado un pequeño grupo con camaradas de París, Estrasburgo, Lyon y Lausana que seguían publicando Le Prolétaire. Los contactos con los camaradas de España, Alemania, Bélgica y muchas otras secciones francesas se rompieron; los contactos con el antiguo centro de Milán se mantuvieron hasta junio de 1983, pero los intentos de reorganización internacional fueron muy débiles y confusos. Con el golpe de mano de un autodenominado «comité central» formado por los jefes de las secciones italianas más importantes (Milán, Mestre, Nápoles, Roma, Catania), el antiguo centro fue declarado caduco y sustituido por dicho comité central. Inicialmente, la intención de la nueva dirección del partido era reorganizar las fuerzas restantes, salvando formalmente el bagaje teórico-programático que había caracterizado al partido hasta la crisis explosiva, pero pretendiendo aplicar un cambio radical a la línea política, táctica y, obviamente, organizativa que el partido había seguido hasta la crisis general.

La nueva línea política consistía en cuestionar la línea política anterior, considerada insuficiente para responder a las nuevas situaciones surgidas tras la crisis general del capitalismo mundial en 1975, con la aparición de nuevos organismos de tipo sindical al margen de las estructuras tradicionales de la CGIL,CISL y UILy en relación con las nuevas luchas obreras llevadas a cabo localmente y de forma aislada por los parados, los trabajadores precarios y los trabajadores no sindicados. La nueva dirección del partido basó su actividad sobre todo en intervenir en estos nuevos organismos obreros (comités de fábrica, coordinaciones, círculos sociales, etc.) y en dar a la propaganda política del partido una formulación considerada más atractiva y comprensible para las masas, haciéndola más sencilla e inspirada en actitudes y comportamientos menos intransigentes, más abiertos a asumir tareas prácticas en ámbitos nunca antes explotados (luchas por la vivienda, contra el trabajo negro, contra la represión, etc.). Rápidamente se procedió a dejar en un segundo plano las tareas que el partido siempre se había dado en torno a la asimilación teórica permanente e identificar el retraso y el fracaso del partido en el campo de la influencia sobre las masas trabajadoras en un autodenominado «vicio de origen» de la Izquierda Comunista de Italia (consistente en un teoricismo atávico y una incapacidad para «hacer política»). Para la nueva dirección, «hacer política» significaba utilizar todos los medios, incluidos los expedientes prácticos y tácticos, para aumentar en poco tiempo la influencia sobre el proletariado y, consecuentemente, incrementar el número de militantes del partido. Uno de los expedientes utilizados para acelerar el proceso de influencia sobre las masas consistió en unirse a los nuevos organismos proletarios nacidos tanto de la necesidad de los proletarios más combativos de organizarse fuera de los sindicatos tradicionales, como de su necesidad de organizarse social y territorialmente sobre cuestiones relacionadas con la vivienda, la represión, la lucha contra el rearme nacional y el envío de tropas italianas al extranjero, la lucha contra la energía nuclear, el apoyo a las luchas antiimperialistas en los países de la periferia del imperialismo, etc. tomar la iniciativa en ellos y vincularlos a la organización del partido. De hecho, estos campos de acción ya habían sido considerados por el partido a lo largo de la década de 1970, por lo que no eran nada nuevo para los militantes, pero la novedad residía en la actitud práctica y los objetivos fijados para la acción del partido. Una actitud práctica dependiente del objetivo de obtener resultados inmediatos y de la meta de aumentar la fuerza numérica del partido.  La evaluación general de la que partía la justificación de este «cambio de rumbo» consistía en estos puntos: 1) los grupos de proletarios que se organizaban al margen de los sindicatos tradicionales mostraban que estos sindicatos estaban perdiendo su influencia sobre el proletariado, 2) las luchas de los pueblos oprimidos, como los palestinos, los kurdos, etc., estaban debilitando el dominio de las potencias imperialistas que los oprimían, 3) la situación de crisis prolongada del capitalismo tras la gran crisis mundial de 1975 no estaba siendo superada, como en períodos anteriores, como lo demostraban, por ejemplo, las luchas del proletariado polaco, por lo que podía ser el terreno favorable para la reanudación de la lucha de clases del proletariado y, por tanto, favorable a su lucha revolucionaria. Se trataba, por tanto, de superar el retraso del partido en su función de dirigir a las capas proletarias más combativas y preparadas para la lucha, acelerando su intervención entre las masas con el objetivo de demostrar que estaba a la altura de dirigir sus luchas en el futuro inmediato y, como propiedad transitiva, estar a la altura de dirigir la revolución futura.

A este súbito «cambio de rumbo» y «cambio de dirección central» se opusieron tanto los militantes italianos, ciertamente minoritarios, que rechazaron con razón la tesis del «vicio de origen» de la corriente de la Izquierda Comunista de Italia, defendiendo la integridad teórico-política del partido mantenida durante treinta años, oponiéndose también a la idea de que aumentando la intervención práctica en las luchas proletarias y en los comités de base el partido contribuiría a acelerar la reanudación de la lucha de clases, y oponiéndose a la reorganización del partido mediante la autoelección de un «comité central» en lugar del antiguo centro, defendiendo los criterios organizativos que respondían al centralismo orgánico frente al centralismo democrático; como rechazaron a aquellos que, no aceptando este «cambio de rumbo» ni el «cambio de la dirección central», expresaron una total falta de confianza en la capacidad del partido, después de los golpes recibidos por la crisis interna general de 1982 y la posterior crisis de 1983 en Italia, para volver al buen camino, aunque fuera con algunos elementos y por ello abandonaron el partido, retirándose a la vida privada. La cabecera por la que el partido había sido conocido durante treinta años, y no solo en Italia, Il programma comunista, había acabado en manos del nuevo «comité central», que también tenía el control de la caja del partido, por lo que el periódico, a partir de julio de 1983, acabó representando exclusivamente la nueva línea política.

Presentando en nuestro sitio, entre las antiguas publicaciones del partido, la cabecera de Il programma comunista, escribimos:

«En la crisis de 1982-84, una clara desviación del enfoque teórico e histórico de la Izquierda Comunista de Italia, y del partido que la representó en forma de partido durante más de treinta años, fue promovida en un primer momento por los liquidadores de 1982, según los cuales el partido «había fracasado» y, por tanto, debía disolverse y fusionarse con los movimientos sociales rebeldes, y por los liquidadores de otro origen en una fase posterior, en 1983-84, que pretendían remediar un «centralismo» que ya no funcionaba con un centralismo «democrático», y luego llegaron a teorizar, dado que ni siquiera su centralismo «democrático» daba «garantías» de disciplina y unidad, un «defecto de origen» de la Izquierda Comunista de Italia que consistiría en no saber «hacer política», en no saber «dirigir políticamente» ni al partido ni a las masas (nos referimos al grupo que se autodenominaba Combat). Culpar de su propia incapacidad política para comprender cuáles son realmente las tareas de un partido de clase (en la situación revolucionaria de ayer, en la situación contrarrevolucionaria de hoy y en la situación de reanudación de la lucha de clases de mañana) a un virus particular que atacaría a la Izquierda Comunista de Italia les pareció la mejor huida de un callejón sin salida que les llevó a autoliquidarse en poco tiempo. Frente a estos ataques concéntricos contra el partido y su patrimonio teórico e histórico, el grupo que volvió a tomar en sus manos el periódico Il programma comunista en 1984 con una acción legal totalmente similar a la llevada a cabo en 1952 por el grupo de Damen contra el partido, se caracterizó no sólo por esta vergonzosa acción, sino también por la ausencia total de lucha política en el seno de la organización del partido que se había mantenido en pie y activa a pesar de la explosiva crisis de 1982. En esencia, no dio ningún punto de referencia teórico, programático y político a los camaradas, en Italia y en el extranjero, que habían quedado completamente desorientados por la explosión. Se refugió en el sentimentalismo partidista y en la acción legal, entregando al tribunal burgués la «decisión» de qué grupo político tenía «derecho» a ser representado por el periódico Il programma comunista. En virtud del derecho burgués y apoderándose de la propiedad comercial del periódico, este grupo pretende ser reconocido como «heredero» del partido de ayer, del Partido Comunista Internacional, partido por el que, en el curso de la crisis que acabó por destrozarlo, no dio ninguna batalla política; el tribunal burgués actuó en su nombre y es por esta razón por la que se aplican las mismas palabras que escribimos en 1952 sobre el grupo Damen y el derecho burgués: los que se han servido de él ya no pueden venir al terreno del partido revolucionario. Para nosotros, en efecto, así como Battaglia Comunista junto con Prometeo, fueron la voz del partido hasta 1952, Il programma comunista fue la voz del partido, representándolo durante más de treinta años, incluso internacionalmente, hasta finales de 1983, cuando su publicación fue interrumpida por la acción judicial emprendida por el grupo que aún hoy lo posee «en propiedad».

Conviene recordar, cuarenta años después, que a partir de junio de 1983, en la reunión general del partido, cuando el mencionado Comité Central fue impuesto por un golpe de Estado, se desencadenó una nueva lucha política interna entre algunos camaradas que compartían la iniciativa legal de recuperar la posesión del periódico Il programma comunista y otros camaradas que, oponiéndose tanto al «nuevo rumbo» establecido a través del autodenominado Comité Central como a la iniciativa legal del otro grupo de camaradas, intentó apartar al mayor número posible de camaradas de las múltiples desviaciones que habían afectado al partido y lo habían aterrorizado por completo. Este último grupo de camaradas, luchando en el seno de lo que quedaba del Partido Comunista Internacional después de la crisis explosiva de 1982 y hasta que se le dio la posibilidad práctica de actuar políticamente en su seno -es decir, hasta finales de 1984- y combatiendo al mismo tiempo el repliegue hacia las fronteras italianas de los dos grupos ahora mencionados, daría vida, a partir de mayo de 1983, al nuevo periódico Il Comunista y, a partir de febrero de 1985, junto con los camaradas franco-suizos de Le Prolétaire a la reconstitución del partido sobre la base de un balance político vital de las crisis que habían afectado al partido desde su nacimiento después de la Segunda Guerra Mundial, balance que partía indiscutiblemente de los fundamentos teóricos, programáticos, políticos, tácticos y organizativos que siempre habían distinguido a la Izquierda Comunista de Italia y a nuestro partido de ayer, y con una visión internacionalista e internacional que es igualmente vital para un partido que quiere ser comunista y revolucionario.

En aquel momento, recordamos no solo la correcta posición adoptada por el partido en 1952, cuando el grupo de Damen emprendió acciones legales para apropiarse del título de Battaglia Comunista sino también el hecho de que las funciones formales impuestas por el derecho burgués (la «propiedad comercial» de un periódico y la responsabilidad editorial a cargo de un «director» que debía ser miembro del Colegio de Periodistas) no otorgaban a los camaradas que debían desempeñarlas una especie de privilegio político en el seno del partido, ni les otorgaban el papel de primeros e indiscutibles representantes de las posiciones del partido ante el propio partido,  y fuera de él. Para el partido eran, y son, meras funciones burocráticas que hay que cumplir para publicar legalmente la prensa del partido, nada más. De hecho, los camaradas que formalmente eran los «propietarios comerciales» y los «redactores responsables» del periódico del partido no siempre compartían necesariamente las posiciones del partido. Esto se aplica a los números de Il programma comunista del 7 de julio de 1983 al 11 de enero de 1984, así como al posterior «Combat» de febrero a diciembre de 1984 (cabecera cuya dirección nunca compartimos).

Pues bien, lo que nos dividía del grupo que se hizo con la cabecera Il programma comunista eran dos posiciones básicas: la lucha política dentro del partido para establecer un punto de referencia teórica, programática y políticamente sólido a escala internacional y el trabajo por un balance político de las crisis del partido. Apoyamos la necesidad primaria de estos dos supuestos. Los que compartían la posición contraria, es decir, ninguna lucha política en el seno del partido y ninguna evaluación de la crisis, la justificaban alegando que el partido había caído en manos de una camarilla de liquidacionistas que no merecían una lucha «política», pero contra los que simplemente había que emprender acciones legales para recuperar el control total de la cabecera histórica del partido, y que una evaluación de la crisis del partido era innecesaria porque, una vez eliminada esa camarilla, se trataba simplemente de «reanudar el camino» que se había interrumpido vergonzosamente durante año y medio. Además, el grupo que asumió Il programma comunista se encerró dentro de las fronteras italianas con la idea de consolidarse ante todo en Italia con el objetivo de seguir el mismo proceso de desarrollo que siguieron los camaradas de la Izquierda Comunista de Italia después de la Segunda Guerra Mundial, pretendiendo ser los únicos que representaban la continuidad teórico-política y organizativa del partido de ayer. En realidad, esta actitud suya - dado que este grupo se había organizado en torno al antiguo representante del centro del partido - fue vista por los camaradas de Le prolétaire, que seguían operando como secciones del partido en Francia y Suiza, como un abandono a su suerte de las secciones extranjeras del partido. Algo que nunca debería haber hecho un partido que se definía como internacional y pretendía representar siquiera la continuidad organizativa del partido de ayer. Pero este cierre dentro de las fronteras italianas formaba parte de su rechazo congénito a luchar dentro del partido contra posiciones que consideraban desviadas. Por otra parte, era natural que quienes habían puesto en manos de un tribunal burgués la decisión de ser reconocidos como los «verdaderos» representantes del partido comunista internacional tuvieran una actitud similar.

La publicación de Il comunista, en una fase muy temprana, entre 1983 y 1984, por tanto en plena crisis de la sección italiana del partido, formaba parte del proyecto del partido, decidido en una reunión central en 1982, de editar esta otra publicación, para dotar a la organización de una hoja más específicamente política y de intervención, destinando la histórica publicación de Il programma comunista a representar la revista teórica del partido en italiano, como ya ocurría en francés, español, alemán, inglés y griego. A este respecto, véase la presentación de Il comunista en el sitio web del partido www.pcint.org. A partir de 1985, tras una nueva batalla política en el seno de lo que quedaba del partido en Italia (Combat) y tras haber vuelto a conectar con los camaradas de Le prolétaire, Il comunista representó la reconstitución de la organización del partido en Italia, distinguiéndose claramente tanto del nuevo Il programma comunista como de Combat, que representaban a los nuevos liquidadores del partido.

La presentación de nuestro periódico citado concluyó de la siguiente manera:

«Seguros de proseguir un trabajo de partido que nunca está ligado a la duración de la vida de los camaradas individuales, y menos aún a la duración de la vida de los dirigentes, sino que procede en virtud de una combinación dialéctica entre las contradicciones cada vez más agudas de la sociedad capitalista, en un aliento internacional e internacionalista, y la lucha política de clase que asumen los elementos más conscientes, organizándose en partido, nosotros, como decía Lenin en ¿Qué hacer?,nosotros, pequeño grupo compacto unido, marchamos por un camino escarpado y difícil, fuertemente cogidos de las manos. Estamos rodeados de enemigos por todas partes y casi siempre debemos marchar bajo su fuego. Nos hemos unido, en virtud de una decisión libremente adoptada, precisamente para luchar contra nuestros enemigos y no caer en el pantano vecino. Sabemos muy bien, nos lo enseñó la Izquierda Comunista de Italia, así como Lenin, que el lodazal vecino consiste en la conciliación entre las clases, la colaboración entre las clases, la democracia y todos los adornos que inventa la «vida democrática» de esta sociedad en descomposición. Las crisis que han golpeado al Partido Comunista Internacional -como por otra parte las que han golpeado a partidos mucho más poderosos y sólidos como el Partido Bolchevique y el Partido Comunista Alemán- han sido crisis de «crecimiento» y crisis «degenerativas», como sucede en la naturaleza a todo cuerpo orgánico. La fuerza del partido de clase, que combina «conciencia» (teoría) y «voluntad» (actividad del partido), reside en defender, luchando por mantenerla y recuperarla, la línea que va de Marx a Lenin, a la fundación de la Internacional Comunista y del Partido Comunista de Italia, a la lucha irreductible contra toda degeneración oportunista -cualquiera que sea el nombre que adopte el oportunismo-, contra toda pretensión de enriquecer el marxismo o de elaborar teorías nuevas y más «innovadoras» y contra toda cesión de carácter individualista y personal, por tanto, contra toda ilusión democrática y libertaria.

«La perspectiva de la revolución proletaria y comunista no es para nosotros un ideal que se cierne impalpable en el mundo de las ideas y de las esperanzas, no es un consuelo moral ante una vida individual precaria e insatisfactoria: es una certeza histórica a la que el materialismo dialéctico nos ha enseñado a conformar nuestra actividad práctica en la vida cotidiana concreta, pero inserta en el arco histórico que nos une a la futura sociedad de especie, al comunismo. Formamos parte, como cualquier grupo humano, de una generación pasajera que el desarrollo progresivo de las fuerzas productivas, aunque con sus fuertes contradicciones generadas por las sociedades divididas en clases, vincula orgánicamente a las generaciones pasadas y a las generaciones futuras. Nuestra tarea es luchar, no solo teórica y políticamente, sino también prácticamente, para que la clase revolucionaria por excelencia, el proletariado, recupere con su lucha de clase la fuerza para que el salto histórico que la humanidad dará necesariamente de la sociedad mercantil y capitalista a la sociedad socialista y, finalmente, al comunismo pleno, sea por fin una realidad».

No podemos sino reiterar enérgicamente lo que se dijo entonces, prosiguiendo nuestra labor de reconexión con la historia de la izquierda comunista y de reasimilación de la poderosa herencia teórica y política del comunismo revolucionario, manteniendo firmemente el rumbo ya trazado -como se recuerda en Lo que distingue a nuestro Partido: la línea que va de Marx a Lenin, a la fundación de la Internacional Comunista y del Partido Comunista de Italia, a las batallas de clase de la Izquierda Comunista contra la degeneración de la Internacional Comunista y de sus Partidos miembros; a la lucha contra la teoría del socialismo en un solo país y la contrarrevolución estalinista; al rechazo de los frentes populares y los bloques partidistas y nacionales; a la lucha contra el principio democrático y su praxis; a la lucha contra el interclasismo y el colaboracionismo político y sindical; a la lucha contra todas las formas de oportunismo y nacionalismo. El duro trabajo de la restauración de la doctrina marxista y del órgano revolucionario por excelencia, el partido de clase, en contacto con la clase obrera y su lucha diaria de resistencia a la presión y opresión capitalista y burguesa, al margen de politiquerías personales y electoralistas, al margen de toda forma de indiferentismo, seguidismo, movimentismo o aventurerismo «lucha armadista». El apoyo a toda lucha proletaria que rompa la paz social y la disciplina del colaboracionismo interclasista; el apoyo a todo esfuerzo de reorganización clasista del proletariado en el terreno del asociacionismo económico en la perspectiva de la reanudación a gran escala de la lucha de clases, del internacionalismo proletario y de la lucha revolucionaria anticapitalista. 

En los cuarenta años transcurridos desde la crisis explosiva del partido de ayer, hemos desarrollado nuestro trabajo dando forzosamente prioridad a las publicaciones y a la propaganda, dada la situación aún muy deprimida de la lucha de clases. Mientras que Le prolétaire siguió publicándose incluso durante la crisis de 1982-84 (tras una breve interrupción debida a la crisis que estalló en la reunión internacional de París en octubre de 1982, el número 367 salió en diciembre y después siguió publicándose regularmente), Il comunista (tras la primera serie que salió entre 1983 y 1984) salió regularmente a partir de febrero de 1985 como órgano italiano del partido. La perspectiva que nos habíamos dado era publicar, en cuanto las fuerzas y las finanzas lo permitieran, las revistas teóricas en francés Programme communiste y en español El Programa Comunista que, hasta 1982 la primera, salió con 88 números y la segunda con 40 números. Programme communiste reanudó su publicación, con el número 89, en mayo de 1987, El Programa Comunista con el número 41, en septiembre de 1992. En febrero de 2002, gracias a los camaradas anglófonos salimos con el número 1 de la revista Proletarian; en agosto del mismo año con el Suplemento para Venezuela. En mayo de 2010 reanudamos la publicación en España con la publicación periódica del Suplemento para España, sustituida en diciembre de 2012, gracias a la actividad de la sección española reconstituida hace unos años con la publicación periódica de El Proletario. Fue en febrero de este año cuando reanudamos la publicación de la revista en inglés Communist Program, que a partir de ahora saldrá regularmente cada año/año y medio.

En lo que se refiere al idioma español, la crisis que azotó a la sección española alejó del partido prácticamente a todos los camaradas españoles, que pocos años después sacaron su propio periódico al que dieron el nombre del viejo periódico del partido, El Comunista, como órgano del Partido Comunista Internacional aunque ellos también eran liquidadores del partido de ayer, manteniendo posiciones sindicalistas y genéricamente teoricistas. Cuando decidimos sacar una publicación periódica en español, para no crear más confusión dado el mismo nombre del partido, elegimos El Proletario como cabecera para acompañar a la revista ya existente El Programa Comunista.

Desgraciadamente, la reanudación de la lucha de clases está aún muy lejos, pero las contradicciones económicas y políticas de las potencias imperialistas acercan cada vez más el punto de ruptura social que pondrá inexorablemente a la orden del día el gran dilema histórico: guerra o revolución. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial Imperialista los imperialismos se preparan para una Tercera Guerra Mundial.Las numerosas conferencias mundiales y las empalagosas declaraciones sobre la paz de todas las cancillerías del mundo ciertamente no pueden ocultarlo. Las numerosas guerras llamadas locales, en las que siempre han intervenido, directa o indirectamente, los imperialistas más poderosos del mundo, desde la guerra de Corea de 1950 hasta la actual guerra ruso-ucraniana, no han ido ni irán seguidas de un período de paz: el capitalismo, en su última fase histórica de desarrollo, el imperialismo, está condenado a mantenerse vivo y a desarrollarse exclusivamente a través de las guerras, burguesía contra burguesía, poder contra poder, bloques imperialistas contra bloques imperialistas, porque su economía produce cíclicamente no sólo expansión y desarrollo, sino sobre todo crisis, crisis cada vez más agudas, profundas y mundiales.

La única clase social en esta sociedad que tiene el potencial histórico para poner fin a la explotación del hombre por el hombre, a la destrucción de las fuerzas productivas y del medio ambiente, a todo tipo de opresión y guerras, es la clase del proletariado, de los asalariados. Esta clase tiene una enorme ventaja sobre las demás clases sociales: es la más numerosa en números absolutos, es la clase obrera la que produce la riqueza económica y social de cada país, y es la clase que históricamente tiene la tarea de romper todas las cadenas sociales, económicas y políticas con las que la dominan las clases burguesas de cada país. Y tiene otra característica fundamental: los proletarios, los asalariados, sufren la misma opresión, las mismas condiciones de existencia y de vida sin importar en qué país nazcan o en qué país trabajen y emigren; es una clase objetivamente internacional porque no hay país en el que no sea oprimida, explotada, engañada, reprimida y masacrada. Pero tiene una desventaja igualmente poderosa: sin una dirección revolucionaria firme, sólida, consciente, disciplinada y organizada, el proletariado es un juguete en manos del titiritero de turno. El proletariado puede contar con un hecho material indiscutible: como clase oprimida, explotada, masacrada en los centros de trabajo y en las guerras, se ve impulsada a rebelarse contra su condición de esclava asalariada; pone la fuerza de choque, el impulso para organizarse en el terreno inmediato y solidarizarse con los proletarios de otras fábricas y otras naciones, pero se ve continuamente frenada, desviada, derrotada por la competencia entre proletarios que la burguesía alimenta con toda su fuerza y, por tanto, está ciega, no logra, normalmente, identificar objetivos más allá de la lucha inmediata. La sociedad dividida en clases es un organismo extremadamente contradictorio y, al desarrollar las fuerzas productivas, de ahí el trabajo asalariado, empuja a las clases dominantes a oprimir y explotar cada vez más a la fuerza de trabajo asalariada para luchar contra la caída tendencial de la tasa de beneficio de la que sufre crónicamente la economía capitalista y para superar las crisis de sobreproducción que se producen actualmente con una frecuencia cada vez mayor. La burguesía no tiene otro medio para afrontar e intentar superar las crisis de su sistema económico y social que crear las condiciones para crisis aún más agudas, aún más devastadoras, y para afrontarlas sólo puede elevar el nivel del enfrentamiento entre las clases, del nivel estrictamente económico e inmediato al nivel político, haciendo que el proletariado vuelva a intervenir también en este. Sólo que el proletariado, todavía fuertemente influenciado por la colaboración de clases y la politiquería electoralista, pone en práctica esta intervención, ya no con los medios revolucionarios en los que la misma burguesía revolucionaria y antifeudal de su primer período histórico entrenó a las masas proletarias y campesinas para su revolución de clase, sino con los medios políticos y propagandísticos de una democracia totalmente conservadora y reaccionaria proporcionados directamente por la burguesía imperialista.

En el curso histórico de las luchas de clases, a toda sociedad dividida en clases le ha sucedido pasar por un período revolucionario inicial, destinado a derrocar la vieja estructura económica y social para dar el máximo desarrollo a las fuerzas productivas que ya se habían desarrollado dentro de la vieja sociedad, un período posterior de consolidación del dominio de la nueva clase dominante (período de reformas sociales) y un período reaccionario caracterizado por el mantenimiento del poder político y socioeconómico con una política de contención por la fuerza del desarrollo objetivo de las fuerzas productivas en unas relaciones de producción y propiedad que ya no corresponden a las necesidades objetivas del desarrollo general de la sociedad.

El imperialismo capitalista corresponde a este último período en el que, eliminadas las tensiones nacional-revolucionarias de las clases burguesas emergentes en prácticamente todos los rincones de la tierra, ya no están en el orden del día las revoluciones nacionales dirigidas por una burguesía nacional y revolucionaria capaz de arrastrar tras de sí a las masas proletarias urbanas y a las grandes masas campesinas, revoluciones que chocan inevitablemente no sólo contra las viejas potencias feudales y despóticas, sino también, y sobre todo, contra las potencias imperialistas, es decir, los máximos representantes del desarrollo capitalista, como ocurrió tanto después de la Primera Guerra Mundial como, sobre todo, después de la Segunda Guerra Mundial.

Esto no significa que todos los países del mundo estén igualmente desarrollados; al contrario, el desarrollo desigual del capitalismo en el mundo, precisamente a causa del desarrollo imperialista, tiende a aumentar las diferencias entre los países imperialistas y el resto del mundo, que está de esta manera, a pesar de la «descolonización» de los años 1960-1970, subyugado por la fuerza financiera y militar a los intereses de los grandes países imperialistas y de los grandes trust que dominan el mercado internacional.

Lo único que queda en perspectiva es la lucha de clases del proletariado en todos los países contra la clase burguesa dominante, en primer lugar en el interior. Y es para esta lucha, de alcance objetivamente internacional, para la que el partido de clase, el partido comunista revolucionario, se ha estado preparando y debe prepararse, desde que se escribiera el Manifiesto de Marx-Engels en 1848. Los tiempos históricos de guerras y revoluciones no son dictados por la voluntad de los poderes oligárquicos o de los grandes dirigentes; son dictados por el desarrollo material de las contradicciones sociales y la maduración de los factores objetivos y subjetivos de la lucha de clases y revolucionaria. Es en esta perspectiva, y sobre la base de las lecciones de las revoluciones y, sobre todo, de las contrarrevoluciones pasadas, que el partido por el que trabajamos deberá estar a la altura de la tarea revolucionaria en el momento histórico en que la solución a la gran crisis social que inevitablemente surgirá -como ocurrió en el 1848 europeo, el 1871 parisino, el 1917 ruso y el 1919/20 europeo- tome la dirección de la revolución proletaria y no de la contrarrevolución burguesa.

Ciertamente, la crisis explosiva por la que ayer se desmoronó el partido ha mermado inevitablemente las fuerzas militantes del partido, reduciendo nuestro grupo a un puñado de militantes. No es la primera vez que esto ocurre en la historia del partido proletario; fue así con la Primera Internacional, destruida por las tendencias oportunistas anarquistas e inmediatistas, y luego con la Segunda llevada al fracaso por las tendencias reformistas, socialdemócratas y chovinistas; fue así, a pesar de la gran victoria de la revolución bolchevique en Rusia en 1917 y de la formación de la Tercera Internacional, a causa de las tendencias anticentralistas, nacionalistas y, por enésima vez, chovinistas de los grandes partidos proletarios europeos;. aun cuando la clase burguesa ha traído de vuelta, con su contrarrevolución directa y la contrarrevolución «indirecta» que fue el estalinismo, los factores objetivamente favorables a la revolución proletaria a nivel internacional que, incluso sumergidos, continuaron trabajando, erosionando lentamente el edificio económico-social capitalista, dejando caer lentamente la máscara de un socialismo que pretendía haberse implantado en Rusia, sus países satélites y en China, y también la máscara de una democracia que ya no es liberal, convirtiéndose cada vez más en democracia fascista.

Esto no quiere decir que la actividad de los partidos se haya simplificado. Es tal la intoxicación democrática e individualista en el proletariado provocada por la ideología, la propaganda y las acciones de las clases burguesas, que para volver a despertar al proletariado a su lucha por la supervivencia en el terreno de clase -es decir, en el terreno donde se defienden exclusivamente los intereses de clase proletarios- es necesario un gran terremoto económico y social, mediante el cual renazca en el proletariado la voluntad de luchar contra la clase burguesa dominante reconocida como su principal enemigo y la voluntad de organizarse independientemente no sólo de la burguesía dominante, sino también de la pequeña burguesía, y busque orientación no sólo para ganar una batalla en el terreno inmediato, sino para luchar y vencer en el terreno político general.

Esta guía sólo puede ser el partido de clase, el partido comunista revolucionario que representa hoy el futuro de las luchas proletarias, que representa hoy las tareas históricas de la clase proletaria a nivel mundial porque posee la teoría del comunismo revolucionario, porque conoce todo el curso histórico de la lucha entre las clases y de la lucha revolucionaria del proletariado en particular, porque condensa en sí mismo la experiencia de las luchas proletarias y de las luchas del movimiento comunista internacional, sacando de las derrotas las lecciones necesarias para no recaer en los mismos errores.

Es por este partido por el que trabajamos, fuera y contra toda conveniencia, fuera y contra toda cesión oportunista, esgrimiendo la intransigencia teórico-programática como única arma capaz de aplicar la línea política y táctica correcta en las situaciones que se presentan, valorando correctamente las relaciones de fuerza y las tareas no sólo del partido sino también de la clase proletaria.

 

 

Partido Comunista Internacional

Il comunista - le prolétaire - el proletario - proletarian - programme communiste - el programa comunista - Communist Program

www.pcint.org

 

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