Dentro y fuera de las fronteras, la paz es la guerra

(«El proletario»; N° 29; Mayo de 2023 )

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Este año 2023 hará cuatro que ascendió al poder la coalición gubernamental PSOE-Unidas Podemos, dando lugar al «gobierno más progresista de la historia». Aunque la década que se acababa en aquel 2019 no había sido precisamente una época tranquila, de los últimos cuatro años se puede decir que han sido, por sí mismos, una época.

Recordemos brevemente eventos que han hecho de estos años un ejemplo del turbulento futuro que nos espera:

En 2019, como decíamos, la coalición formada en tiempo récord por PSOE y Podemos daba continuidad, tras las elecciones generales, al gobierno que llegó al poder tras la moción de censura de 2018. Vale decir que esta moción de censura fue el último giro (en cierta medida inesperado) en unos años de crisis continua, en los que se llegó a repetir las elecciones, el Parlamento se pobló, merced a la ley electoral vigente, de pequeños grupos y corrientes que resultaron ser decisivos… con lo que, gracias al equilibrio tan frágil que ha logrado este gobierno apoyándose en las corrientes nacionalistas, el periodo ha resultado ser bastante más armónico que el inmediatamente anterior.

En 2020 la pandemia mundial del Coronavirus llevó al gobierno a decretar el Estado de Alarma, iniciando una escalada represiva que, durante dos años, experimentó con todo tipo de medidas (que incluso han llegado a declararse inconstitucionales, como sucedió con el propio Estado de Alarma) encaminadas a restringir los derechos de movimiento, reunión, etc. de la población en nombre de la emergencia sanitaria. Decenas de miles de proletarios, sobre todo buena parte de aquellos que trabajaban en los sectores informales de la economía, perdieron trabajos y fuentes de ingresos: el aumento de los índices de pobreza todavía no ha remitido a niveles previos a 2020.

En 2022 el estallido de la guerra de Ucrania trajo el apoyo incondicional del gobierno a las potencias de la OTAN capitaneadas por EE.UU. Por supuesto que España no es un país al que se pueda caracterizar como un imperialismo central y su participación en la oleada de movilización bélica, más allá de la retórica oportunista de la burguesía y todos sus voceros, no tiene el peso que, por ejemplo, la misma tiene en Reino Unido, Alemania o Francia, cualquiera que sea la posición concreta que adopten estos países.

Finalmente, también desde 2022, la oleada inflacionista más aguda desde la década de los años ´70 ha supuesto un empeoramiento fulminante de las condiciones de vida y de trabajo de la gran mayoría de los proletarios, que padecen el incremento del precio de la compra, el combustible, etc.

Esta es la realidad acerca del triunfo de las corrientes políticas que, surgidas del estallido social que tuvo lugar durante la crisis de 2008-2012, enarbolaron el viejo programa de la solidaridad interclasista remozado por una estrategia electoralista que también era conocida de antiguo. Es cierto que desde el sector izquierdista de la coalición gubernamental claman por los límites que el Partido Socialista supuestamente les impone, pero en caso de que esto sea verdad no sería otra cosa que la consecuencia de su pretendida «política de lo concreto» bajo cuyas consignas pidieron (y obtuvieron) la participación de amplios estratos del proletariado en las implicaciones prácticas de dicha solidaridad entre proletarios y burgueses, transformada en programa político y formulada con toda una batería de slogans acerca de la avaricia y la rapacidad de determinados sectores («la casta» primero, «la trama» después) que habrían usurpado el gran pacto social con el que nació el Estado del bienestar para su provecho.

El balance de estos últimos años, tomando como referencia todos los hitos que acabamos de mencionar, es claro: triunfo en un primer momento de los esfuerzos realizados para encauzar la tensión social que la crisis capitalista de la última década había generado por el camino de la participación electoral, es decir, del respeto al Estado como mediador entre las clases sociales y garante de un cierto equilibrio entre ambas y de la democracia como única vía posible para la lucha de clases. Posteriormente, y como consecuencia de una situación internacional en la que los propios equilibrios sociales están cada vez más erosionados por las fuerzas centrífugas que pone en marcha continuamente el capitalismo, movilización de la clase proletaria en defensa de los intereses superiores de la economía nacional: ante la llamada emergencia sanitaria, encierro de la población, supresión de libertades básicas y desarrollo de una serie de medidas (ERTEs, restricciones presupuestarias a la asistencia médica básica, supresión de los puestos de trabajo en negro, etc.) que golpearon duramente a los trabajadores. Después, con el inicio de la guerra de Ucrania, solidaridad nacional como base de la movilización social que se requería para cumplir con las exigencias que el alineamiento de España con el bando imperialista euro-americano. En último lugar y ante el estallido de las consecuencias que la política económica destinada a paliar los efectos de la crisis de 2008 y, después, de la de 2020, trajo en forma de inflación desbocada, aplastamiento de cualquier movilización en demanda de subidas salariales (el metal en Cádiz, Cantabria, Galicia o País Vasco) para forzar al resto de proletarios a admitir mermas del salario real en la negociación de los convenios colectivos.

Si en 2014 las corrientes «del cambio» encabezadas por Podemos y seguidas por las candidaturas de unidad popular, etc. pretendían reeditar las viejas posiciones de la socialdemocracia clásica, para 2022 ya habían quemado todas las etapas que les separaban de la defensa a cara descubierta de todas las exigencias que la clase burguesa ha planteado al proletariado durante este tiempo: la situación nacional e internacional estaba ya entonces muy lejos de cualquier ritmo armónico y ha obligado a estos adanes de la lucha social a agotar sus cartuchos en muy poco tiempo.

Existe otra cara de esta cuestión. Si hasta aquí hemos resumido el curso de estas nuevas (ya no tanto) corrientes oportunistas y su función a la hora de lograr que una época crítica haya transcurrido en una relativa paz social, aún queda por hablar de la situación de la clase proletaria. Existe una tendencia a vulgarizar las lecciones que nos da la historia de la clase proletaria y de su lucha contra la burguesía. De acuerdo con ella, la «traición» de las fuerzas políticas (ayer socialdemócratas hoy estalinistas, neo estalinistas y socialdemócratas) traería de alguna manera una reacción por parte de algunos sectores proletarios que podrían sacar las lecciones de este proceso y avanzar sobre las posiciones de la lucha de clase. Confundiendo los términos en que realmente se produjo, se podría aducir el ejemplo de la reacción ante la debacle de la socialdemocracia tras su capitulación ante los imperialismos nacionales en 1914, que significó la gran revuelta proletaria de 1917-1921, el triunfo de la Revolución rusa bajo la dirección bolchevique y la oleada de agitación que llegó desde Alemania a Italia dejando a su paso el nacimiento de la III Internacional y de sus secciones nacionales. Forzando aún más las cosas y agravando el error de comprensión (que es a la vez teórico y político) esta tendencia a encajar la historia en marcos ideales y casi programables, trae también a colación los ejemplos de aquellas luchas obreras que, desde la década de los años 60 hasta las huelgas de los mineros en Polonia (1980) y Gran Bretaña (1984), pudieron suponer una reacción ante el aplastante dominio que socialdemócratas y estalinistas ejercían sobre la clase proletaria.

Esta horma idealista y metafísica en que se pretende encasillar el largo arco histórico de la lucha de clase del proletariado tiene como conclusión que, ante la evidente derrota que ha encajado el proletariado en los últimos años, en la cual el vector principal de la presión burguesa ha sido la ilusión rediviva en la democracia y todos sus engranajes (partidos pequeño burgueses, instituciones, etc.), bastaría con mostrar la realidad a los ojos de la clase proletaria, evidenciar las reglas invariantes que la rigen y, para ello, disponer a una minoría activista dispuesta a hacer bandera de esta política de «concienciación» para revertir dicha derrota y alcanzar el corazón del cuerpo social proletario insuflándole nuevas energías para la lucha. La vertiente intelectual de esta corriente quiere reelaborar una nueva doctrina social para el proletariado comenzando allí donde aquellas que defienden las corrientes oportunistas han fracasado, ignorando que cada clase porta en sí, aún ignorándola, una doctrina, un programa y en última instancia una única vía para convertirse en partido capaz de luchar y derrotar al enemigo y que lo que hay tras ellas no son errores de valoración sino intereses sociales contrapuestos e innegociables. Concibe la lucha contra la influencia que estas fuerzas tienen sobre el proletariado no como una batalla que se debe librar en los terrenos teórico, político y de la lucha inmediata por la defensa de las condiciones de vida de la clase proletaria, sino como una especie de agitación ideológica capaz de suplantar la fuerza del enemigo de clase en el terreno cultural y, con ello, hacer virar la tendencia de la época hacia la concertación y la paz social. Su complemento es el activismo político de tipo maximalista que quiere convocar ya, mediante la acción de cualquier tipo, a las grandes masas proletarias viendo en cada momento la posibilidad de una ruptura con el agobiante ambiente de derrota que se vive. Y para ello recurre a las viejas formas consistentes en «estar» y en «hacer» cualquier cosa y a cualquier precio, basándose en un «análisis de coyuntura» de terrible memoria para el que todo es posible en todo momento si se dispone de voluntad, disciplina o agresividad suficiente.

En el fondo, este tipo de tendencias políticas constituyen precisamente un fenómeno característico de las épocas de fuerte declive de la lucha de clase, son un indicador de la profundidad de la derrota más que una señal de remontada. Tienen, es evidente, una parte de expresión social de descontento, pero este se encauza hacia fórmulas que lo agotarán rápidamente y que, en el peor de los casos, arrastrarán a determinados sectores proletarios, sobre todo de la juventud proletaria, hacia posiciones estériles en las que se dilapidarán sus mejores fuerzas. Por eso de ninguna manera puede considerarse que estas corrientes representen un afluir de nuevos militantes hacia el terreno comunista ni que supongan la aparición de un nuevo medio susceptible de ser redirigido hacia posiciones marxistas. Quien piense lo contrario, participa de igual modo de su visión aunque quiera creer que está a salvo de sus errores.

Porque la realidad que está detrás de este durísimo periodo que atravesamos es, contradiciendo todo este tipo de visiones y perspectivas, que el proletariado aún continúa ausente del terreno de la lucha de clase y que la época aún debe considerarse de absoluto predominio de la burguesía a través de las múltiples fuerzas que es capaz de poner en juego.

 El ciclo contrarrevolucionario abierto por la liquidación de la Revolución rusa, por el exterminio de los  revolucionarios enucleados en torno al Partido bolchevique, por la derrota de la Internacional Comunista que aspiró, al menos durante sus primeros años, a convertirse en el verdadero partido comunista internacional, por el desplazamiento de la Izquierda Comunista de Italia de la dirección del Partido Comunista… todavía está abierto. Los breves, aunque intensos, episodios de lucha proletaria que desde la crisis de 1974 parecía que podían resquebrajar el andamiaje de la contrarrevolución permanente, no tuvieron finalmente la potencia necesaria para hacerlo. Y esto es así porque esta contrarrevolución permanente de la que hablamos y de la que la Izquierda Comunista de Italia hizo balance, organizada en el Partido Comunista Internacionalista hasta 1964, Internacional desde entonces, no ha consistido, no consiste aún, únicamente en la eliminación física de los militantes revolucionarios ni en la supresión del Partido Comunista, sino en la capacidad de la clase burguesa dominante de desarrollar una política que ha logrado la aquiescencia de amplísimos sectores proletarios ante sus exigencias . Esto ha sido así no por un golpe del destino, sino porque ha podido dedicar parte del exceso de beneficios que la reconstrucción y el crecimiento económico posteriores a la Segunda Guerra Mundial le dieron a implantar una serie de amortiguadores sociales, de mecanismos para aliviar en cierta medida las condiciones de vida de la masa obrera, con los que hizo atractiva su política de paz social. Los gestores de estos mecanismos son las grandes centrales sindicales plenamente integradas en el Estado mediante los organismos de negociación paritaria legalmente reconocidos, las instituciones comunes con la patronal, etc. y los partidos estalinista y socialdemócrata que recogían en términos electorales los resultados de esta política de integración y reforzaban la ilusión de un sistema democrático que prometía algún tipo de progreso para la clase obrera. Este es el trasunto de la paz social. Y todavía sigue vivo y coleando.

Por supuesto que los años posteriores a la IIª Guerra Mundial durante los que se desarrolló esta política de solidaridad interclasista no fueron años de paz y equilibrio, como nunca podrá serlo ningún periodo mientras perdure el modo de producción capitalista. Paro, miseria, represión, en el interior de los países desarrollados, guerras continuadas en los mal llamados países del Tercer Mundo, han sido la constante. Pero pese a todo la clase burguesa logró mantener estas fuentes de tensión social relativamente controladas. Las lecciones extraídas de los grandes enfrentamientos sociales que jalonaron el siglo XIX y los comienzos del XX le enseñaron unas lecciones que supo aplicar correctamente, otorgando derechos, manteniendo las condiciones de vida en niveles aceptables, etc. entre ciertos sectores proletarios que ejercían la función, con ello, de atenuar las tensiones que inevitablemente existían. A menor escala, es lo que sucede aún hoy, cuando los recursos de que dispone la clase burguesa son mucho menores, cuando la situación internacional ha llevado a una progresiva agudización de la competencia entre burguesías imperialistas por el reparto de los mercados mundiales, etc. Pero esta política de conciliación entre clases (por muy deteriorada que se encuentre, por mucho que su final ya pueda vislumbrarse en un futuro no demasiado lejano en el que, cuanto menos, un nuevo enfrentamiento militar a gran escala obligue a colocar de nuevo a la clase proletaria en el papel de carne de cañón, no sólo en el frente, sino también en la retaguardia, padeciendo las durísimas condiciones de vida que hoy vemos en Ucrania) aún tiene el vigor necesario como para que la burguesía no vea puesto en cuestión su dominio ni tan siquiera al nivel más elemental, que es el del rechazo a las exigencias que sobre el terreno de la supervivencia cotidiana impone al proletariado en forma de peores condiciones de trabajo, bajos salarios, deterioro de la situación sanitaria, etc.

Este dominio, que es esencialmente político aunque tenga raíces económicas muy profundas, es constatable en todos los terrenos y excluye aún una rápida recomposición de las fuerzas de la clase proletaria en oposición a las de la clase burguesa. Es por ello que el supuesto «ciclo reformista» que han encabezado, en España, Podemos, las corrientes municipalistas, etc. no tiene realmente una entidad propia, no tiene un significado independiente del largo ciclo contrarrevolucionario que se abrió hace prácticamente cien años. Pretender que ahora se acaba una especie de ensueño reformista y que una nueva generación de proletarios se despierta a la lucha, no es sólo una ilusión, sino una posición completamente anti marxista y que, consecuentemente, juega a favor de neutralizar a los elementos, pocos y aislados necesariamente, que puedan buscar una orientación comunista digna de tal nombre.

De hecho las corrientes oportunistas surgidas tras la crisis de 2008 y actualmente en el gobierno no han dicho aún su última palabra. Ni siquiera en el terreno de los nombres y las formas políticas específicas que toman las fuerzas burguesas que influencian directamente al proletariado veremos grandes cambios. Concretamente, el esfuerzo realizado por los sectores vinculados al PCE, con Yolanda Díaz a la cabeza, por neutralizar las luchas obreras en defensa del salario que, a lo largo de 2021 y 2022 tuvieron lugar sobre todo en el sector del metal, han mostrado la fortaleza que este bastión tradicional de la reacción tiene de cara a jugar un papel para la burguesía. Es por ello que Yolanda Díaz, que de por sí es la heredera de una larga tradición estalinista fraguada en la contención del proletariado más combativo de Vigo (aquel que en la huelga de 1972 puso en jaque incluso a la Policía Armada franquista con el nivel de arrojo y combatividad que llegó a mostrar), ha sido aupada al puesto de referente de la izquierda nacional tanto por el propio PSOE como por los grandes voceros de la burguesía frente al decadente Podemos y sus rápidamente enriquecidos líderes: es, para la burguesía, la manera de garantizar una fuerza de izquierdas capaz de mantener el orden parlamentario de 1978, basado en el bipartidismo y el reparto de influencias locales, y de reforzar una alternativa «de izquierdas» que tiene bien claro, sin permitirse tan siquiera el más mínimo exceso retórico, cuál es su papel y qué debe hacer valer ante la clase proletaria.

En cualquier caso, funcione o no la llamada «operación Sumar» en los términos en que se busca fortalecer esta izquierda abiertamente partidaria de la patronal, la agenda política del país está marcada ya de antemano, gane quien gane las elecciones de mayo y de noviembre. Los puntos fuertes de esta agenda son precisamente los que ha venido marcando el «gobierno más progresista de la historia» desde hace cuatro años. Por un lado, las medidas económicas dirigidas a devaluar el precio de la mano de obra conteniendo los salarios muy por debajo del aumento de los precios, es decir, cargando el coste de la recuperación económica sobre sus espaldas, van a continuar exactamente igual que lo han hecho hasta ahora. Más allá de que, en uno u otro caso, los empresarios aumenten sus márgenes de beneficios por la coyuntura inflacionista, el objetivo de la política económica (dentro siempre de los márgenes de un sistema caótico que sobrepasa la capacidad de influencia de la clase burguesa) es reducir el peso del capital variable en la composición general de la producción, expulsando mano de obra del mercado de trabajo y reduciendo el coste de la que permanece. Así, en los próximos años, vamos a ver una firma en cascada de convenios colectivos que, amparados en las reformas legales que ha introducido el Ministerio de Trabajo del PCE (fórmula de fijos-discontinuos para encubrir despidos, ERTEs, etc.) van a colocar los salarios muy por debajo de la inflación oficial y mucho más de la real, que afecta por el momento con especial dureza a los bienes de consumo inmediato.

Por otro lado, la escalada de movilización bélica que se vive en todo el mundo, aún siendo España un país de segundo orden en el tablero imperialista mundial, va a continuar repercutiendo en la clase proletaria. La propaganda militarista, las corrientes que, dentro de la propia burguesía ya llaman a acelerar la preparación de una hipotética guerra, pero sobre todo la introducción de medidas para disciplinar a la clase proletaria en nombre de la defensa del país… van a ser constantes en los próximos tiempos. No es por casualidad que desde las corrientes más derechistas se lleve tiempo llamando a una movilización abierta contra Marruecos que, tomando como excusa la cesión al reino alauí de la soberanía del Sáhara Occidental por parte del gobierno de PSOE-UP y la inmigración a través de Ceuta y de Melilla, fortalezca la posición militar de España en su frontera sur. Esta exigencia, verdadero fetiche histórico de la derecha desde el siglo pasado, más allá de que sea realizable o no, encubre la propuesta de movilizar a la población contra el «enemigo histórico», como manera de entrenarla en una situación internacional en la que la guerra comienza a ser una opción cada vez más viable.

Finalmente, la consolidación de las corrientes de extrema derecha capitaneadas por VOX, pero a las que se ha dado cobertura abiertamente desde el gobierno, pese a que ya no parece que constituyan una alternativa de gobierno real en un futuro inmediato, servirán para presentar de manera continuada y por todos los medios, una exigencia de mayor control social, mayor represión, más fortalecimiento del Estado… Y esto revertirá necesariamente en un incremento de la presión sobre los sectores más débiles del proletariado, sobre las capas de este formadas por inmigrantes (legales o ilegales), proletarios empobrecidos que recurren a cualquier medio disponible para sobrevivir, etc. de los cuales se hará un chivo expiatorio para mantener la tensión sobre el conjunto de la clase proletaria.

¿Representan hoy o representarán mañana esas tendencias un catalizador la tensión social? Sin duda la corriente principal del mundo capitalista aboca al enfrentamiento entre las clases sociales. Si durante varias décadas este ha podido soslayarse,  las fuerzas que operan en sentido contrario son las que finalmente acabarán por imponerse por la propia dinámica de la sociedad capitalista, de las fueras erráticas de su economía, por el enfrentamiento entre sus clases dominantes, en fin, por la incapacidad para mantener el orden en un mundo cuyas bases pueden sostenerse un tiempo, pero no eternamente.

Pero la función de los marxistas revolucionarios, la función del partido de clase, no es, no puede ser de ninguna manera, precipitar el paso de una situación desfavorable a una en la que las fuerzas de la clase proletaria vuelvan a salir a la superficie. Sin renunciar a ninguno de los ámbitos de actuación necesarios, sin dejar de intervenir en ninguna de las grietas, por pequeñas que sean, que se abren en el orden burgués, el partido todavía hoy debe asumir que la reanudación de la lucha de clase que favorecerá su influencia a gran escala sobre la clase proletaria y sus organismos inmediatos no está todo lo cercana que desearía. Y esto no es un motivo de desaliento, sino una constatación plenamente materialista que le lleva a continuar con su largo trabajo de registro de los fenómenos del mundo capitalista y de intervención, con todas las fuerzas de que dispone y allí donde la situación lo permita.

 

 

Partido Comunista Internacional

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