Ucrania, ¿Corea del siglo XXI?

(«El proletario»; N° 29; Mayo de 2023 )

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En julio de 1950, cuando estalló la Guerra de Corea, escribimos:

«En la historia de esta posguerra, que la demagogia pirática de las potencias vencedoras había anunciado como portadora de paz, prosperidad e igualdad, el conflicto que estalló en Corea no es nada nuevo. En Alemania, en Grecia, en China, en Indonesia, en Vietnam, en Malasia, la paz democrática no fue en realidad más que la prolongación de una guerra en la que los protagonistas apenas cambiaban de vez en cuando. Tampoco podría haber sido de otro modo. En abrumadora confirmación del marxismo, los hechos están ahí para demostrar que la guerra no está ligada a la existencia de determinados regímenes políticos o a los supuestos instintos belicosos de los pueblos o razas, sino a las inexorables leyes de desarrollo del capitalismo.

«Ante el nuevo episodio de la ofensiva internacional del imperialismo y la propaganda falsificadora y envenenadora que ambos bandos llevan a cabo entre las masas trabajadoras, la posición del marxismo revolucionario debe reafirmarse con absoluta firmeza.

«El conflicto actual, por muy localizado que esté geográficamente, es de naturaleza puramente internacional. Como en los episodios bélicos anteriores de la ‘paz democrática’, el choque no es entre fuerzas nacionales opuestas, sino entre los dos centros mundiales del imperialismo, América y Rusia, frente a los cuales las naciones más pequeñas no son más que peones miserables e impotentes. Falsa es, pues, la palabra guerra de independencia, de liberación, de unidad nacional» (1).

El actual conflicto en Ucrania, más de setenta años después, tiene las mismas características fundamentales que la Guerra de Corea de 1950: es de naturaleza puramente internacional y enfrenta por enésima vez a dos centros mundiales del imperialismo, Estados Unidos y Rusia (entonces llamada URSS). Pero los setenta y tres años que nos separan de la Guerra de Corea y los setenta y ocho que nos separan del final de la Segunda Guerra Imperialista Mundial -cuando la demagogia pirata de las potencias vencedoras había anunciado que traería la paz, la prosperidad y la igualdad- fueron, en realidad, años de tensiones y guerras internacionales, años en los que se demostró que las posiciones del auténtico marxismo sobre el imperialismo y el desarrollo de sus contradicciones y contrastes eran correctas. 

Durante décadas, los enfrentamientos interimperialistas han provocado guerras, aumentando las masacres y la destrucción mediante el desarrollo de la tecnología armamentística, en todos los continentes excepto en Europa y Norteamérica. En Europa, el condominio ruso-estadounidense posterior a la Segunda Guerra Mundial «resolvió» el reparto de Alemania, dividiéndola en dos bajo la ocupación militar de una y otra parte, y una vez superados los desacuerdos sobre la bisagra constituida por los países de Europa Oriental -Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania, Bulgaria-, transformándolos en satélites de Moscú, mientras que los países de Europa Occidental, ávidos de inversiones por el dólar, se transformaron en satélites de Washington; en Europa, decíamos, durante décadas estuvo «garantizada» la transición de la guerra imperialista a la paz imperialista, es decir, a ese período de tiempo en el que las fuerzas imperialistas más importantes, además de reforzar su dominio sobre los mayores territorios económicos posibles (y no sólo territorios agrarios, como afirmaba Kautsky, sino también territorios y países altamente industriales, como afirmaba Lenin), se preparaban para los conflictos posteriores. Lo mismo para Japón, potencia líder en la oposición a EEUU en el Pacífico, pero que acabó estrellándose bajo las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki y convertido también en satélite de Washington. La Segunda Guerra Imperialista Mundial decretó el declive ya irreversible de Gran Bretaña como «señora del mundo» en beneficio de los Estados Unidos de América, reduciendo a los propios países capitalistas avanzados a «colonias» de Washington o Moscú. ¿Cuánto puede durar esta situación? ¿Y cómo podría cambiarse esta situación? La respuesta para los marxistas es siempre la que dio Lenin: en primer lugar, el reparto del mundo entre las potencias mundiales merodeadoras y superejércitos (en la época de la primera guerra imperialista mundial fueron Inglaterra, Estados Unidos, Japón; en la época de la segunda guerra imperialista mundial fueron estos mismos más Alemania y Rusia), implica en la guerra, por el reparto del botín, a los países de todo el mundo (2); pero, ante el hecho de que la tierra ya está repartida, los más fuertes merodeadores imperialistas se ven objetivamente obligados «a extender sus manos sobre países de todo tipo», incluso «sobre países altamente industrializados», no sólo y no tanto en beneficio propio, sino para «debilitar al adversario» y «socavar su hegemonía» (3). Imperialismo significa capitalismo desarrollado en un sentido monopolista, en el que no es el capital industrial, comercial o agrario el que predomina, sino el capital financiero, y es el capital financiero (estadounidense, británico, alemán, japonés, francés y, hoy, chino) el que se reparte el mundo según las relaciones de fuerza en el período dado, relaciones de fuerza que se modifican mediante enfrentamientos y guerras, por tanto no pacíficas, porque los enfrentamientos entre los trusts, los cárteles internacionales y los polos imperialistas no atenúan, al contrario, «agudizan cada vez más las diferencias en la velocidad de desarrollo de los diversos elementos de la economía mundial». Pero en cuanto se altera la relación de fuerzas, ¿cómo resolver los enfrentamientos en un régimen capitalista si no es por la fuerza?» (4). 

Las masas trabajadoras de Europa y América, reducidas por los esfuerzos combinados de la contrarrevolución burguesa y estalinista a carne de cañón para fines imperialistas, totalmente subyugadas a los intereses chovinistas de cada potencia burguesa e imperialista, no podían representar la alternativa revolucionaria a las guerras burguesas, la única alternativa histórica que tenía y tiene algún significado. Enterrada bajo la gigantesca falsificación estalinista estaba la consigna leninista: transformación de la guerra imperialista en guerra civil, en revolución proletaria, pero es falsificada con las consignas apoyo y guerra de todos los nacionalismos contra los nacionalismos enemigos, apoyo y guerra en defensa de la democracia contra el fascismo, apoyo y guerra en defensa de la patria, en defensa de la soberanía nacional, sabiendo perfectamente que, más allá de las formas externas de una democracia que ya no tenía nada de liberal, el fascismo y la democracia postfascista no eran más que dos regímenes basados en el mismo totalitarismo capitalista.

Esto dio tiempo a que Europa, cuna histórica del capitalismo, renaciera a una nueva vida para volver a representar un polo económico importante en el mercado internacional, necesario tanto para Washington como para Moscú. Las decenas de millones de muertos en todos los frentes de guerra y bajo los bombardeos aéreos en todas las ciudades europeas habían servido para insuflar nueva vida al capitalismo y, para la ocasión, los poderes políticos de los imperialismos occidentales vencedores, autodenominados demócratas, querían que fuera considerado como el non plus ultra de la paz en lo que se llamó el «mundo libre», propagandísticamente opuesto al competidor y autodenominado «mundo socialista». Mientras que en Europa, una vez terminadas las disputas sobre la partición de Alemania, callaban las armas, en el resto del mundo, los antiguos imperialismos aliados contra las potencias del Eje se enfrentaban armados hasta los dientes, directa e indirectamente, empezando, como mencionaba el artículo de 1950, por China, Indonesia, Vietnam y Malasia.

La guerra de Corea, escribimos en 1950, «no fue, por tanto, una guerra de pacificación, sino un paso hacia nuevas guerras». Y, de hecho, las guerras nunca terminaron. Estos hechos demuestran que el capitalismo no puede vivir, como modo de producción y, por tanto, como sociedad, y no puede superar sus inevitables crisis, sin que la clase burguesa dominante continúe su política exterior por otros medios, desde los de la diplomacia, la inversión, los acuerdos económicos y políticos, es decir, por medios militares; por tanto, haciendo la guerra.

«Para el viejo capitalismo, bajo el pleno dominio de la libre competencia (reitera Lenin en su ‘Imperialismo’), la exportación de mercancías era característica; para el capitalismo más reciente, bajo el dominio de los monopolios, la exportación de capital se ha convertido en característica. (...) Al filo del siglo XX encontramos la formación de nuevos tipos de monopolios; en primer lugar las uniones monopolistas de capitalistas en todos los países con capitalismo avanzado, en segundo lugar la posición monopolista de los pocos países más ricos, en los que la acumulación de capital ha alcanzado dimensiones gigantescas. Esto dio lugar a un enorme excedente de capital en los países más avanzados.

«Indudablemente, si el capitalismo fuera capaz de desarrollar la agricultura, que en la actualidad está en todas partes muy atrasada con respecto a la industria, y fuera capaz de elevar el nivel de vida de las masas populares que, a pesar de los vertiginosos progresos técnicos, viven en todas partes en la miseria y casi en el hambre, no se podría hablar de excedente de capital. (...) Pero entonces el capitalismo ya no sería capitalismo, porque tanto la desigualdad de desarrollo como el estado de semiinanición de las masas son condiciones y premisas esenciales e inevitables de este sistema de producción. Mientras el capitalismo siga siendo tal, el excedente de capital no se utilizará para elevar el nivel de vida de las masas en el país respectivo, porque ello implicaría una disminución de los beneficios de los capitalistas, sino para elevar estos beneficios mediante la exportación al extranjero, a los países menos desarrollados. En estos últimos el beneficio es normalmente muy alto, porque hay poco capital, la tierra es relativamente barata, los salarios bajos y las materias primas baratas. La posibilidad de la exportación de capital está garantizada por el hecho de que una serie de países atrasados ya se encuentran en la órbita del capitalismo mundial. (...) La exportación de capital influye en el desarrollo del capitalismo en los países hacia los que fluye, acelerando este desarrollo. Así, si esta exportación, hasta cierto punto, puede provocar un estancamiento del desarrollo en los países exportadores, no puede dejar de dar lugar a una evolución más elevada e intensa del capitalismo en todo el mundo» (5).

El capital financiero, por lo tanto, sólo ha conducido, a diferentes velocidades, a los países atrasados a vincularse cada vez más a los países más industrializados y a los países exportadores de capital, como escribió Lenin, a una partición continua del mundo propiamente dicho.

Pero la misma partición del mundo, que tuvo lugar en un período histórico dado, por ejemplo entre los vencedores en la Segunda Guerra Imperialista Mundial, «no excluye la posibilidad de una nueva partición, tan pronto como la relación de fuerzas haya cambiado como resultado de un desarrollo desigual a través de guerras, choques, etc.» y «un ejemplo instructivo de tal partición y de las luchas que provoca lo ofrece la industria del petróleo» (6). Ya en 1916 Lenin pudo reconocer en el mercado mundial del petróleo la lucha que los propios medios burgueses llamaban la lucha por el reparto del mundo. ¿Y qué era y qué es todavía hoy la lucha por el petróleo, y por todas las demás materias primas indispensables para la industria capitalista, desde la menos avanzada hasta la más avanzada -carbón, gas, cobre, hierro, litio, tierras raras, uranio, etc.- sino la lucha por el reparto del mundo? Una lucha que no puede dejar de lado la marina mercante, absolutamente vital para el transporte de materias primas, y el sector de las comunicaciones, a su vez vital para el comercio, la compra y venta, y el sector agrícola, sectores todos ellos en los que se dan las mayores concentraciones económicas y financieras. Para el capital financiero, nos recuerda Lenin, «no sólo son importantes las fuentes de materias primas ya descubiertas, sino también las que aún pueden estar por descubrir, ya que en nuestros días la tecnología avanza vertiginosamente y las tierras que hoy son inutilizables mañana pueden ser puestas en explotación, tan pronto como se hayan encontrado nuevos métodos y tan pronto como se haya empleado un capital más fuerte» (7). Y, de hecho, en las últimas décadas se han producido numerosos «descubrimientos» de nuevos yacimientos de gas, petróleo, tierras raras, etc., generando, cuando los descubrimientos se producen en zonas marítimas o terrestres disputadas entre distintas potencias (como, por ejemplo, los últimos descubrimientos en el Mediterráneo oriental, en torno a Chipre), disputas que serán la base de futuros enfrentamientos armados.

El reparto del mundo tiene lugar sobre la base de la fuerza económica y financiera de los países imperialistas más poderosos, y es el propio desarrollo del capitalismo, como recordaba Lenin, el que tiende a desarrollar la economía, incluida la financiera, en los países menos avanzados; hasta tal punto que en un momento dado surgen nuevas fuerzas, nuevas potencias, en el mercado internacional. Este fue el caso, en su momento, de América del Norte, gracias sobre todo a Inglaterra, Francia y también Alemania; lo fue posteriormente de Rusia y, más recientemente, de China, hasta el punto de que los contrastes interimperialistas que han desplazado periódicamente su teatro decisivo de África a América Latina, de Asia a Europa, han aumentado en progresión geométrica.

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EUROPA, DE DUEÑA DEL MUNDO A TIERRA DE CONQUISTA

 

A diferencia de Estados Unidos, Rusia y China, que son países basados en unidades estatales fuertes e históricas, Europa se compone de múltiples unidades estatales, todas ellas avanzadas en términos capitalistas, cada una con su propio pasado imperial y colonialista, y cada una expresando concentraciones económico-financieras de primera magnitud, como para representar hoy -en la estela de la competencia global y de las consecuencias de las dos guerras imperialistas mundiales con su descomunal destrucción de capital fijo y variable- un potencial tercer polo imperialista mundial comparado sobre todo con Estados Unidos y China, pero, al mismo tiempo, una concentración explosiva de contradicciones capitalistas y contrastes interimperialistas. Por esta razón, Europa no sólo fue la cuna del capitalismo mundial, sino también la cuna de la revolución proletaria mundial.

Por otra parte, es siempre la competencia mundial la que, al final de la Segunda Guerra Imperialista Mundial y frente a la agresión contra Europa llevada a cabo por la que la misma guerra decretó como primera potencia imperialista del mundo, los Estados Unidos de América, ha empujado a los países europeos más importantes a constituir a lo largo del tiempo, diversas asociaciones económicas para coordinar más eficazmente sus fuentes de energía y sus diferentes actividades económicas, empezando por la CECA (carbón y acero) y el EURATOM (energía atómica) para desarrollar después, con la adhesión de cada vez más países, la CAM, la CEE y, finalmente, la Unión Europea. Por supuesto, nunca han faltado contrastes y tensiones entre los propios países europeos, sobre todo en la medida en que había que abordar las cuestiones políticas y de política exterior de cada país; pero la marcha hacia un «mercado común», dentro de los contrastes siempre interimperialistas también en el frente monetario, condujo en 1999 a la adopción de la moneda única -el euro-, que entró en funcionamiento práctico en 2002, convirtiéndose en una de las monedas de referencia en el mercado internacional, pero sin la fuerza disruptiva que sería necesaria para sustituir a la moneda internacional por excelencia, el dólar estadounidense. Por muchas alianzas y acuerdos que puedan forjarse entre los Estados miembros de la UE, y por mucho que los europeístas apoyen idealmente la tendencia a crear los «Estados Unidos de Europa» para enfrentarlos como polo imperialista unitario a los Estados Unidos de América, China y la propia Rusia, la lucha entre los diferentes polos imperialistas por el reparto del mundo nunca borrará la oposición entre la libre competencia -que es el elemento esencial del capitalismo y de la producción mercantil en general (Lenin, El imperialismo)- y el monopolio -que es la contrapartida directa de la libre competencia. En el proceso de desarrollo del capitalismo, señala Lenin, es precisamente «la libre competencia la que comenzó, ante nuestros propios ojos, a transformarse en monopolio, creando la gran producción, eliminando la pequeña industria, sustituyendo las grandes fábricas por otras aún más grandes, y llevando la concentración de la producción y del capital tan lejos, que de ella surgió y sigue surgiendo el monopolio, es decir, cárteles, sindicatos, trusts, fusionados con el capital de un pequeño grupo, de una docena de bancos que maniobran miles de millones. Al mismo tiempo, los monopolios, surgidos de la libre competencia, no la eliminan, sino que coexisten, dando lugar así a una serie de duras y repentinas contradicciones, fricciones y conflictos» (8). La competencia, en el desarrollo del capitalismo, se ha elevado al nivel de monopolios, trust, cárteles y, por tanto, una vez más, entre Estados.

Del mismo modo que las grandes fábricas y la producción a gran escala cada vez más concentrada de mercancías y capital nunca eliminarán, mientras exista el capitalismo, la pequeña producción y el capital más pequeño, la tendencia a unir diferentes países de la misma zona geopolítica en entidades políticas más grandes nunca eliminará -mientras siga existiendo la sociedad burguesa- la competencia entre diferentes países y, por tanto, la fuente de las amargas y repentinas contradicciones, fricciones y conflictos que caracterizan la vida del capitalismo incluso en su fase imperialista. Por otra parte, ¿no demuestran las crisis económicas y financieras que jalonan el curso del desarrollo del capitalismo lo que el marxismo ha sostenido desde sus orígenes (Manifiesto del Partido Comunista, 1848), a saber, que en las crisis periódicas de sobreproducción (de mercancías y de capital) «no sólo se destruye regularmente una gran parte de los productos obtenidos, sino incluso una gran parte de las fuerzas productivas ya creadas»? (9), generando la situación en la que «la sociedad se encuentra de repente reducida a un estado de barbarie momentánea; una hambruna, una guerra general de exterminio parecen haber cortado sus medios de subsistencia; la industria, el comercio parecen haber sido destruidos». Otro ejemplo concreto lo tenemos hoy ante nuestros ojos: Ucrania, país europeo en el que, durante la última década, se han concentrado los contrastes interimperialistas que ya estaban en marcha desde su desvinculación de la URSS tras el derrumbe del imperio moscovita, y que ha sido el centro de una lucha entre los polos imperialistas de Moscú y Washington encaminada, el primero, a someterlo de nuevo a su dominio y, el segundo, a conquistar un país altamente industrializado para reforzar su poder en Europa y, por ende, en el mundo; una lucha económica y política que, en un momento dado, sólo podía desembocar inevitablemente en una guerra. Una vez más, los imperialismos europeo y estadounidense tienden a someter a un país industrializado a su influencia y dominación directas y, al mismo tiempo, a debilitar al imperialismo ruso contra el que luchan y hacen luchar -por delegación- a los ucranianos.

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UCRANIA, PUNTO DE INFLEXIÓN EN LAS RELACIONES DE FUERZA ENTRE LOS POLOS IMPERIALISTAS

 

A diferencia de Corea en 1950, Ucrania 1991 y mucho más Ucrania 2022, es un país industrializado, rico en materias primas (carbón, hierro, manganeso, magnesita, rutilo, uranio, etc.) y entre los principales productores mundiales de trigo, maíz, avena, cebada, centeno, mijo, etc.; un país con más de 40 millones de habitantes y una población activa de más de 20 millones, por tanto con una mano de obra instruida y preparada para ser utilizada en las ramas industriales más importantes (siderurgia, química, nuclear, ingeniería, infraestructuras, informática, etc.). Un país con estas características, y con su posición estratégica en la bisagra que separa Europa Occidental de la Rusia euroasiática y, en cierta medida, de Oriente Medio, es un objetivo estratégico de primera importancia; y es la propia historia de esta tierra la que lo confirma, dado que fue disputada a lo largo de los siglos por el Reino de Polonia al Imperio Otomano, por los cosacos al Imperio Zarista, hasta que, tras la revolución rusa de 1917, se constituyó en República Socialista Soviética en 1922, flanqueando a la República Socialista Soviética Rusa en esa trayectoria revolucionaria proyectada para luchar contra el capitalismo bajo todos los auspicios; luego siguió siendo, bajo los regímenes estalinista y post-estalinista, hasta 1991, una de las 15 repúblicas que constituían la URSS.

El enfrentamiento entre Washington y Moscú en Corea en 1950 tuvo lugar no a través de una confrontación directa entre los ejércitos de Rusia y Estados Unidos, sino a través del pueblo de Corea del Norte, apoyado por los rusos, y el de Corea del Sur, apoyado por los estadounidenses; de hecho, la principal carne de cañón que libró la guerra por poderes y sufrió todos los horrores y las peores consecuencias de la guerra moderna no era ni rusa ni estadounidense, aunque los estadounidenses estaban presentes en Corea del Sur, sino coreana. Esto preparó la ocupación militar de las dos Coreas, una vez terminada la guerra y dividida la península coreana en dos, la parte estadounidense en el sur, la parte rusa en el norte. En Corea, como en todos los demás países, el proletariado estaba bajo la gran influencia, por una parte, del falso socialismo ruso de marca estalinista y, por otra, de la falsa democracia liberal de marca norteamericana; ni el proletariado coreano, ni el proletariado ruso o norteamericano, tenían fuerzas para oponer su lucha de clase a esta enésima masacre imperialista. Aunque han pasado más de siete décadas desde 1950, hoy en Ucrania asistimos a otra masacre imperialista más, con características similares, pero al revés, ya que los norteamericanos, y sus aliados europeos, no están presentes con sus ejércitos, pero sí con considerables cantidades de capital y armamento, y esta vez es el imperialismo ruso el que ha movilizado directamente a sus fuerzas armadas -y no podía ser de otra manera, ya que los prorrusos del Donbass, tras ocho años de lucha contra el ejército de Kiev, no tenían ninguna posibilidad de victoria. La propia posición geográfica de Ucrania y de las zonas ucranianas con fuerte presencia étnica rusa (Crimea y Donbass, precisamente), y el riesgo más que concreto de que los misiles de la OTAN se situaran en sus fronteras, empujaron al imperialismo ruso a arriesgarse a la invasión. Una invasión que no ha hecho más que sorprender a los preclaros periodistas que alardean continuamente de los «valores» de la democracia occidental, cuando no «universales», de la «paz» y de la «civilización», justificando sistemáticamente las guerras y los horrores que la democracia occidental siempre ha repartido y sigue repartiendo en el mundo desde las guerras de conquista colonial en adelante.

Corea también tiene una gran importancia en Extremo Oriente desde un punto de vista estratégico general. Situada frente a Japón, a poco más de 200 km, es una importante base tanto ofensiva como defensiva. Tras la guerra de 1905 entre Rusia y Japón, ganada por Japón, Corea sufrió la más despiadada dominación y opresión japonesas hasta el final de la Segunda Guerra Imperialista Mundial. Una vez ganado Japón, los dos mayores imperialismos directamente interesados en esa zona, Estados Unidos y Rusia, no pudieron evitar enfrentarse, el uno para extender su control desde Japón al continente -la península coreana en primer lugar- (y luego vendría Indochina), y el otro para impedir -gracias también a la alianza con la China de Mao- que Estados Unidos extendiera su dominio cerca de sus propias fronteras terrestres. Lo que Rusia lleva más de dos décadas tratando de impedir es que Estados Unidos y sus vasallos europeos añadan Ucrania a sus conquistas a lo largo de su frontera occidental, los Estados bálticos y Finlandia.

Se dijo, ante la guerra de Corea, que el mundo estaba al borde de una tercera guerra mundial que enfrentaría a Rusia-China contra EEUU-Inglaterra-Francia, el llamado «campo socialista» contra el «capitalismo». No eran «campos» diferentes, uno revolucionario y el otro conservador y reaccionario: eran dos campos, dos bloques imperialistas armados el uno contra el otro. En realidad, como siempre hemos sostenido y demostrado ampliamente, Rusia y China representaban un capitalismo en pleno impulso progresista y, desde el punto de vista económico, ciertamente revolucionario en comparación con el atraso del que salieron gracias a dos revoluciones: la revolución proletaria de octubre de 1917 en Rusia, que abrió el curso revolucionario comunista en todo el mundo a pesar de que Rusia se enfrentaba económicamente al desarrollo más acelerado posible en un sentido capitalista (es bien conocido el objetivo de Lenin de un capitalismo de Estado que la dictadura proletaria controlaría y dirigiría a la espera de la revolución proletaria victoriosa en los países capitalistas avanzados, como Alemania, gracias a la cual se aceleraría el propio desarrollo económico de Rusia), un curso revolucionario que, sin embargo, fue detenido y derrotado por la contrarrevolución estalinista; y la revolución democrático-burguesa china de 1949, dirigida por los maoístas, que no tuvo nada en común con el Octubre Rojo, pero que llevó a China del atraso económico milenario y la subyugación colonial a la independencia política y el capitalismo moderno sin pasar por una experiencia revolucionaria similar a la rusa de 1917, dada la derrota del movimiento proletario chino de 1925-1927 debida también, sobre todo, a la labor contrarrevolucionaria del estalinismo.

Después de la Segunda Guerra Mundial, el imperialismo de Washington había aplicado una política exterior hacia los países asiáticos evidentemente muy miope; estos países estaban históricamente impulsados a librarse de la opresión colonialista de Inglaterra, Francia, Holanda y no estaban dispuestos a someterse a un nuevo colonialismo a la americana: el apoyo a las facciones más retrógradas, latifundistas y agrarias de Corea, Indochina, Indonesia, Malasia, etc., había enemistado a las clases industriales burguesas, pequeñoburguesas y proletarias que, en cambio, eran apoyadas por la Rusia estalinista en pleno progreso económico industrial. Y este hecho jugó a favor del imperialismo ruso en Extremo Oriente durante tres décadas, al menos hasta los años 70, hasta la victoria vietnamita sobre EEUU. La Rusia estalinista y post-estalinista, en su función imperialista en Europa, compartía con Estados Unidos el interés primordial de mantener a raya al proletariado europeo y, sobre todo, a Alemania, siempre peligrosa aunque derrotada, mientras que sus intervenciones, sobre todo político-militares, en las diversas zonas del mundo sometidas al terremoto social de las luchas anticoloniales tenían como objetivo impedir que Estados Unidos extendiera su dominación imperialista incluso en Asia y África.

Como escribimos en 1957: «Ciertamente existe una amarga rivalidad entre los dos gigantes [Estados Unidos y la URSS, ed.]. (...) Además, toda la política rusa en Europa se basa permanentemente en el chantaje que Moscú intenta hacer a Estados Unidos, que para llevar a cabo sus planes de hegemonía mundial necesita la ayuda rusa. Y precisamente necesitan el poder terrestre ruso, que mantiene a las viejas potencias europeas occidentales en un estado de inferioridad irreparable y las obliga a refugiarse en el Pacto Atlántico, lo mismo que a someterse al superestado norteamericano» (10). Aparte del hecho de que la URSS ya no existe y de que su implosión entre 1989 y 1991 redujo inevitablemente las ambiciones imperialistas de Rusia a zonas mucho más pequeñas que aquellas en las que retozaba durante los treinta años anteriores, el poder terrestre ruso sigue desempeñando hoy el mismo papel que entonces: obliga a las viejas potencias de Europa Occidental a buscar refugio en la OTAN, es decir, bajo las alas de Estados Unidos.

Pero, por muy reducidas que sean sus ambiciones, el imperialismo ruso no puede sino responder a las mismas leyes que el imperialismo, como fase de máxima concentración capitalista totalitaria y monopolista, sigue objetivamente a escala mundial: utilizar cualquier medio económico, político, ideológico, social y militar con el fin de reforzar y ampliar su poder para alterar las relaciones de fuerza existentes entre las distintas potencias imperialistas; tanto más cuando se trata de zonas geopolíticas estratégicas.

La guerra ruso-ucraniana, por tanto, llevaba años en el aire; tanto el aspecto económico como el político estaban entrelazados, implicando directamente a las clases burguesas dominantes no sólo de Rusia y Ucrania, sino también de las potencias europeas y, sobre todo, de Estados Unidos. El aspecto económico, para ambos, no sólo se refiere a las exportaciones de sus materias primas -petróleo, gas, hierro y acero, carbón, trigo, etc., por parte rusa,  hierro, acero, grano, mineral de hierro, etc., por parte ucraniana-, sino también a combatir las crisis económicas y recesiones que periódicamente azotan a todos los países capitalistas avanzados, por tanto también a Rusia y Ucrania, centrándose en la economía de guerra y, por tanto, utilizando el medio que ha estado en primera línea desde el final de la Segunda Guerra Mundial Imperialista: la guerra. Y en esto, Estados Unidos es un maestro sin rival: de los 124 años que separan 1898 (año en el que muchos historiadores fijan el inicio del imperialismo estadounidense) de 2022, es decir, desde la guerra de Estados Unidos contra España por el control de Cuba y Filipinas hasta hoy, ha habido 13 años en los que Estados Unidos no ha hecho la guerra (11), pero sin embargo se ha preparado para ella. No es que Rusia haya sido campeona de la paz; aparte de los años correspondientes a la revolución bolchevique (1917-1926) -en los que la guerra revolucionaria contra las potencias imperialistas anticomunistas tenía como objetivo acabar con el sistema capitalista que basa su desarrollo y perdurabilidad histórica en las guerras de rapiña-, desde la guerra ruso-japonesa de 1904-1905 en adelante Rusia, al participar en la Primera Guerra Imperialista Mundial, se alineó, a pesar de su atraso económico, con las potencias imperialistas euroamericanas, reafirmando su papel antiproletario por excelencia, que del régimen zarista pasaría, tras la derrota de la revolución proletaria en Rusia y en el mundo, al régimen estalinista; y de la potencia imperialista en que se había convertido no podía sino participar en la segunda guerra imperialista mundial por un reparto diferente del mundo, y en una serie interminable de guerras, directas o llevadas a cabo «por delegación» en todas las décadas siguientes (12).

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HACIA LA TERCERA GUERRA MUNDIAL

 

¿Representa la guerra de Ucrania la espoleta de una tercera guerra mundial? Esta perspectiva ha sido planteada en varias ocasiones, especialmente por los grandes medios de comunicación políticos occidentales, y los argumentos que la apoyan han sido diversos, pero esencialmente todos dirigidos a encontrar «el culpable», el país o bloque de naciones que desencadenaría la fatídica «primera agresión», en definitiva, el nuevo «Sarajevo». El casus belli en esta situación sería la invasión militar rusa de Ucrania, vista como un «primer paso» para la temida «agresión contra Europa». El viejo «Imperio del Mal», nombre con el que Ronald Reagan había etiquetado a la URSS en 1983 (13), cerrando la era de la llamada «gran distensión» entre los dos imperialismos y caracterizada por la congelación recíproca del arsenal nuclear, vuelve a estar de moda, mostrando cómo en los contrastes interimperialistas la implicación de las iglesias y las consignas de motivación religiosa están siempre en el candelero. Ayer Stalin, el «dictador comunista», hoy Putin, el «nuevo zar», son los símbolos recordados de ese Imperio del Mal tan a mano para la propaganda de los imperialismos euroamericanos que intentan así no sólo justificar la actual guerra por poderes de la OTAN contra Rusia en suelo ucraniano, sino también movilizar a las masas euroamericanas en apoyo de este enfrentamiento por el que es el pueblo ucraniano en particular, y su proletariado, quienes pagan el precio más alto en términos de masacres y devastación de su país. Una guerra, como decíamos, que por ambas partes se venía gestando desde los no muy lejanos años 90 del pasado siglo, cuando Rusia, debilitada por la profunda crisis que llevó al colapso de la URSS, no tenía fuerzas para frenar la rápida expansión de la OTAN hacia los antiguos satélites de Moscú en Europa del Este, pero tampoco había quedado reducida a un territorio fácilmente colonizable por el dólar, la libra, el marco alemán o el posterior euro. Su territorio extendido entre Europa y Asia, su riqueza en materias primas, su poderío militar y su historia de siglos como potencia dominante en suelo europeo y asiático, son elementos que constituyeron la base del imperio zarista ayer, del imperio estalinista ayer, y todavía hoy de un imperialismo ciertamente no a la altura del de Estados Unidos, pero de magnitud suficiente para mantener en vilo a las cancillerías de todo el mundo.

La tendencia a resolver los contrastes interimperialistas con la guerra, como decía Lenin, nunca desaparece; del período en que el llamado equilibrio mundial (ausencia de guerra mundial) se basaba en el «equilibrio del terror», hemos pasado al período del «terror del equilibrio», es decir, al período en que el reparto del mundo tras la Segunda Guerra Mundial se ha visto cada vez más alterado debido al cambio real en el equilibrio de poder entre las grandes potencias imperialistas. La guerra imperialista mundial fue la respuesta, tanto en 1914 como en 1939, a las profundas crisis en las que se sumió el capitalismo internacional; crisis económicas, financieras, sociales, políticas que, combinando los factores negativos pertinentes, condujeron inevitablemente a la crisis de la guerra. Fue la propia burguesía la que declaró que la guerra era buena para la economía. Los Estados Unidos de América se recuperaron de la gran crisis de los años 30, dijo Peter North, premio Nobel de economía, no por los méritos del keynesianismo: «No salimos de la depresión gracias a la teoría económica, salimos de ella gracias a la Segunda Guerra Mundial» (14). Y lo mismo ocurrió con la Guerra de Corea en 1950, la Guerra de Vietnam, las Guerras del Golfo, Afganistán y ahora Ucrania. Cada guerra conlleva un aumento de los gastos militares y de las exportaciones de armas; cuantas más guerras hay en el mundo, más armamento se necesita; cuantas más guerras hay, más armamento se destruye y, para continuar las guerras, hay que renovarlas. A estas alturas está claro que si la guerra es justificada por los dos bloques enfrentados, por un lado para contrarrestar la agresión, y por otro para justificarla en relación con las provocaciones recibidas o el peligro de nuevas agresiones, el aumento del gasto militar por parte de cada gobierno pasa sin ningún problema, sabiendo perfectamente que este aumento va en detrimento del gasto público en el frente social (sanidad, educación, transportes, redes de seguridad social, etc.). La economía capitalista, a través de todo el sector militar y sus extensas industrias aliadas, se beneficia en cualquier caso de este desplazamiento del capital público, independientemente de que la guerra emprendida termine con la victoria o la derrota de tal o cual Estado. El capitalismo, como sistema mundial, se beneficia y, gracias a la destrucción cada vez mayor, puede reanudar sus ciclos económicos con renovada energía. Y sólo el movimiento proletario revolucionario -como ocurrió en 1917-1926-, a pesar de sus altibajos, tiene la fuerza para frenar y contrarrestar el curso implacable del capitalismo hacia la renovación de las guerras y la devastación. Por eso, contra el movimiento proletario revolucionario, las potencias capitalistas, por encima de sus rencillas y guerras de rapiña, se unen para impedir que triunfe la revolución proletaria internacional y hacer desaparecer al capitalismo de cualquier futuro. No sólo tuvimos este ejemplo con la Comuna de París de 1871, también lo tuvimos con la revolución bolchevique de 1917, y de nuevo con la dominación ruso-estadounidense de Europa en 1946-48.

A las ambiciones de dominación imperialista de las grandes potencias se añade la necesidad de volver a poner en marcha la máquina productiva y de explotación del capital que periódicamente se atasca y entra en crisis. Hoy, más que ayer, nos acercamos a una crisis capitalista a nivel mundial no sólo y no tanto por «culpa» de las ambiciones imperialistas de Estados Unidos o Rusia, o de esa particular entidad imperialista llamada Unión Europea, sino porque han aparecido otros actores en el teatro mundial de la competencia interimperialista, China en primer lugar, y la India y el silencioso Japón a continuación.

En Ucrania, como ayer en Corea, Irak, Siria o Yemen, no se está produciendo una guerra local, aunque el territorio implicado sea limitado; esta guerra tiene un significado global desde el momento en que fue planeada y preparada, porque ninguna potencia imperialista puede permitir que las potencias contrarias, sin reaccionar ni siquiera por la fuerza, conquisten territorios económicos y mercados en su beneficio. Aunque el desarrollo del poder económico y militar de cada país imperialista ha sido excepcional, si lo comparamos con la situación incluso hace sólo 20-30 años, es inevitable que por muy fuerte y dominante que sea un país imperialista, por ejemplo los Estados Unidos de América, para contrarrestar a los competidores directos más fuertes necesita aliados, y los aliados más fuertes sólo pueden ser los países altamente industrializados, que a su vez se han convertido en imperialistas. Atrás quedaron los tiempos en que sólo existía una gran potencia mundial, como lo fue Inglaterra en siglos pasados, y como lo han intentado ser los Estados Unidos de América desde la Segunda Guerra Mundial. En cada alianza siempre hay una gran potencia que la «lidera». Pero lo que impulsa a cada «aliado» son las esferas de intereses e influencia que ya ha conquistado y que tiende a reforzar y ampliar. Este objetivo, sin embargo, no es plenamente alcanzable por ninguno de los aliados porque, como escribe Lenin, «en un régimen capitalista no se puede pensar en otra base para la división de las esferas de interés e influencia, de las colonias, etc., que la evaluación del poder de los participantes en la partición, de su poder general económico, financiero, militar, etc.» (15). Por lo tanto, en la guerra de Ucrania, lo que están evaluando las potencias imperialistas directamente implicadas es precisamente el poder económico, financiero y militar de cada una con respecto al objetivo que se han fijado. Que el objetivo de Rusia es anexionarse un trozo de Ucrania, concretamente Crimea y el Donbass, está ya fuera de toda duda; que lo consiga y que esta anexión dure no es seguro. Que el objetivo de Estados Unidos y Gran Bretaña es someter a Ucrania a su propia esfera de intereses e influencia está igualmente claro. En cuanto a la Unión Europea, que está directamente implicada porque todos sus países son miembros de la OTAN -y, por tanto, están bajo la dominación militar de Estados Unidos- es, como ya hemos dicho, una entidad totalmente desigual. Alemania e Italia, y por supuesto Hungría, debido a sus relaciones económicas y financieras con Rusia, habrían preferido permanecer interesadamente neutrales con respecto a la «operación militar especial» de Rusia en Ucrania; por lo tanto, siguieron a regañadientes a Estados Unidos y la OTAN que les obligaban a tomar partido contra Rusia, pero es evidente, dado el equilibrio de poder existente, que no podían hacer otra cosa. Con toda probabilidad, Francia habría preferido empezar a negociar ya en los primeros meses de la guerra, tanto para desempeñar un papel distinto al de EEUU como para mantener abierta la posibilidad de desarrollar el comercio con un país tan rico en materias primas como Rusia. Por otra parte, las buenas relaciones entre Francia y EEUU, por mucho que se declaren continuamente de gran cooperación y entendimiento -como en el último encuentro entre Macron y Biden en Washington (16)-, se ponen a menudo en entredicho precisamente por el acoso sistemático de EEUU no sólo contra sus enemigos, sino también contra sus aliados más antiguos, como Francia. Baste recordar la bofetada que Washington, junto con Londres y Camberra, dio a París en el «acuerdo del siglo» relativo al pedido australiano de 12 submarinos nucleares contratados por 56.000 millones de euros para los próximos 50 años; un acuerdo que Washington, con el pretexto de contrarrestar las ambiciones de China en el Pacífico, sopló literalmente delante de las narices de Francia; o la cuestión del suministro de gas licuado por parte estadounidense, en relación con las sanciones antirrusas debidas a la guerra de Ucrania, por la que el ministro francés de Economía, Le Maire, ha acusado públicamente a Estados Unidos de cuadruplicar el precio de exportación de su gas licuado (que, además, tiene que ser regasificado) con el que Europa intenta sustituir el gas ruso. En el primer semestre de 2022, Estados Unidos enviaría a Europa el 68% de sus exportaciones de GNL (gas natural licuado), un total de 39.000 millones de metros cúbicos de metano para regasificar, arrebatándoselo a Asia y América Latina; de hecho, según Reuters, el precio medio del GNL estadounidense en julio fue de 34 dólares por mmBtu frente a los 30 dólares de Asia y los 6,12 dólares de EEUU, prácticamente el doble que en 2021; pero en verano, para Europa, el precio aumentó enormemente hasta los 60 dólares por mmBtu, y en septiembre el precio seguía siendo de 57,8 dólares para la UE y de 8 dólares para EEUU. Adiós a los beneficios excesivos... El ministro francés tenía motivos para quejarse de su socio estadounidense cuando reiteró en la Asamblea Nacional de París, en octubre pasado, lo que pensaban todas las cancillerías europeas: «el conflicto de Ucrania no debe desembocar en una dominación económica estadounidense y en un debilitamiento de la Unión Europea» (17). Pero la ley del mercado pasa por encima de las quejas y, como siempre ocurre, cuando hay escasez de un producto, quienes lo poseen y pueden venderlo suben el precio todo lo posible. En la bolsa de Ámsterdam, que sirve de referencia europea para el comercio de gas, el precio del smc (metro cúbico estándar) en abril de 2021 era de 0,219 euros; en diciembre de 2021 (cuando los mercados ya temían un enfrentamiento armado entre Rusia y Ucrania) el precio había subido más de cinco veces, hasta 1,178 euros, y desde entonces, con las fluctuaciones normales, sólo ha subido en 2022: en marzo 1,343 euros, en julio 1,837 euros, en agosto 2,379 euros, en septiembre 2,019 euros, bajando en diciembre a 1,268 euros (18). No sólo Estados Unidos se ha beneficiado de esta situación, sino también Noruega (que no forma parte de la UE) y que, especialmente desde que se han cerrado los gasoductos Nord Stream 1 y Yamal, que transportaban gas ruso a Europa, se ha visto tan favorecida que ha cuadruplicado sus exportaciones de gas a Europa. Y, por supuesto, no han faltado las acusaciones de los bandoleros de Bruselas a los de Noruega de «avaricia desmedida».... 

Pero la presión de Estados Unidos, aprovechando que la guerra en Ucrania no se estaba librando como una guerra relámpago y que la Ucrania de Zelensky actuaba como peón de la OTAN aunque oficialmente no formara parte de ella, fue tal que la Unión Europea se vio inducida a promulgar una serie cada vez mayor de sanciones económicas contra Rusia y a apoyar financieramente y con continuos suministros militares al ejército ucraniano. La justificación propagandística de esta implicación europea, como sabemos, es que era necesario contrarrestar el peligro de que Rusia atacara militarmente a Europa con una fuerte respuesta financiera y armada, no enviando sus propias tropas como en Afganistán, sino haciendo que los ucranianos entraran en guerra para que se restaurara su «soberanía nacional». Esto sigue ocurriendo, aunque los suministros militares concedidos hasta ahora a Zelensky no han estado a la altura de las exigencias de responder y derrotar a las tropas rusas de ocupación. La blitzkrieg con la que soñaban los rusos se enfrentó a una resistencia ucraniana subestimada y a un frente antirruso del lado europeo bastante fuerte en conjunto, a pesar de la durísima penalización a la que se enfrentaban los países europeos, Alemania e Italia sobre todo, debido a la drástica disminución o el cese de los suministros de gas y petróleo rusos. La presión de Washington ha sido tal que hasta ahora ha conseguido doblegar a Alemania, Francia e Italia a sus directrices antirrusas, aunque en lo que respecta al suministro de armamento más moderno y sofisticado (tanques, misiles, etc.), unos más y otros menos, siguen oponiendo bastante resistencia. Ya es conocida la reticencia de Alemania a suministrar a Ucrania tanques Leopard 2, considerados internacionalmente los más modernos y adecuados para la guerra de campaña en un territorio como el ucraniano, a pesar de las constantes presiones de los aliados europeos y de EEUU; así como la continua petición del gobierno ucraniano de utilizar la fuerza aérea para responder a la artillería y misiles rusos con los que se ataca a las ciudades ucranianas, incluida Kiev, desde distancias considerables. Pero hasta ahora ninguna potencia occidental está dispuesta a asumir la responsabilidad de elevar demasiado el nivel de confrontación con Rusia, no sólo por el temor a una furibunda reacción de Moscú con las tan amenazadas armas nucleares tácticas, sino también porque ningún país, quizá ni siquiera EEUU, está dispuesto hoy a asumir los costes y compromisos de una tercera guerra mundial ante la que las propias alianzas interimperialistas actuales no son en absoluto estables y ni siquiera están armadas como requeriría una guerra mundial (19). Por otra parte, se comprende por qué Zelensky habla a los europeos según las indicaciones y los intereses estadounidenses: Washington tiene todo el interés en debilitar militar y financieramente a la UE, porque se convertiría en el único proveedor de armamento moderno de los ejércitos europeos -condicionándoles así su equipamiento, entrenamiento y piezas de recambio-, obligando a los países europeos, léase Alemania y Francia sobre todo, a realizar grandes inversiones que tardarían varios años en producir nuevos sistemas de armas en cantidades significativas. Con el pretexto de la guerra de Ucrania contra Rusia para defender su territorio nacional, Estados Unidos intenta una nueva agresión contra Europa debilitándola militar y económicamente, como hizo durante la Segunda Guerra Mundial; el objetivo de Washington es consolidar su posición de fuerza en Europa para tener más libertad de acción a la hora de contrarrestar el crecimiento de la fuerza imperialista por parte de China.  

Lenin escribió en 1916 que «las alianzas de paz preparan las guerras y a su vez surgen de ellas», que «no son más que un «respiro» entre una guerra y otra, cualquiera que sea la forma que adopten tales alianzas», es decir, «la de una coalición imperialista contra otra coalición imperialista» y, retomando la hipótesis avanzada en su momento por Kautsky sobre el ultraimperialismo, reitera también el concepto en la hipótesis «de una liga general entre todas las potencias imperialistas» (20); Esta última hipótesis es extremadamente improbable en el contexto de los contrastes interimperialistas que se han desarrollado históricamente desde principios del siglo XX, pero no debe excluirse a priori y es ciertamente concebible en el caso en que la revolución proletaria triunfe en un país imperialista importante y, sobre la base de esta victoria, proceda hacia la revolución mundial transformando la guerra imperialista en guerra de clases revolucionaria. Como escribió Marx en 1848, el terreno contrarrevolucionario es al mismo tiempo terreno revolucionario, no por una especie de germinación espontánea, sino por el hecho de que los factores económicos, políticos, sociales y militares que desencadenan el choque entre Estados capitalistas, tanto más en la época imperialista, también sacuden profundamente las relaciones sociales entre las clases de cada país, elevando el nivel de la lucha entre clases, una lucha que hierve permanentemente bajo la presión y la opresión burguesa, haciéndola, si es influida y guiada por el partido de clase, potencialmente revolucionaria.

Hoy todavía no hay signos de un renacimiento de la lucha de clases del proletariado, ni en los países imperialistas que luchan por repartirse el mundo, ni en los países dominados y oprimidos por las naciones más fuertes; una lucha que haría más clara la perspectiva revolucionaria de la lucha de clases. Por el contrario, asistimos a una crisis prolongada del movimiento obrero bajo todos los cielos, una crisis que ha borrado por completo en las generaciones proletarias más recientes todo recuerdo, toda tradición de las luchas de clase del pasado, haciéndolas retroceder a las formas más duras de sometimiento y esclavitud inimaginables hace cien años. De este abismo en el que se ha precipitado, el proletariado sólo podrá resurgir mediante la lucha primordial por la vida o la muerte, negándose a dejarse matar para garantizar la vida de sus esclavistas, de sus opresores, de sus explotadores, y borrando de su horizonte toda ilusión de paz, de democracia, de civilización, que los poderes burgueses alimentan con toda su fuerza con el único fin de mantenerlo sometido y esclavizado para explotar permanentemente su fuerza de trabajo y poder convertirlo en carne de cañón cada vez que las crisis económicas y sociales sacudan la sociedad de arriba abajo.

Los proletarios rusos y ucranianos que trataron de eludir la llamada a la guerra, escondiéndose o huyendo a otros países, o que mostraron su oposición a la guerra en algunas ocasiones, si por un lado mostraron su oposición personal a la guerra, por otro lado mostraron inevitablemente la total desorientación y aislamiento en que se encontraban. Desorientación y aislamiento causados, precisamente, por décadas de colaboracionismo interclasista implementado por las organizaciones económicas y políticas que se refieren al proletariado, a través de las cuales pasa siempre toda ilusión sobre la posibilidad de mejorar las propias condiciones de existencia si se actúa y piensa como quiere, u obliga, la clase burguesa dominante. Hacer que el proletariado pierda su característica reconocida de clase distinta de todas las demás, con intereses propios antagónicos a los de las demás clases, es exactamente el objetivo que toda clase dominante quiere alcanzar; y para lograrlo utiliza no sólo «políticas sociales» que de alguna manera silencian las necesidades más básicas de la clase obrera, sino políticas que refuerzan el control social y atan al proletariado al carro burgués de por vida. En cierto modo, se trata de la vieja política del palo y la zanahoria, es decir, alternar buenos y malos modos para lograr un resultado que nunca se conseguiría sólo con la persuasión. En resumen, si bien los soldados tienen garantizada la comida, también tienen garantizadas las medidas represivas si no acatan las órdenes... La paz de estómago, por tanto, depende de que todo el cuerpo tienda a la guerra.... Por supuesto, también entra en juego la implicación ideológica con la que se justifican las buenas y, sobre todo, las malas maneras. Y, en el caso de esta guerra, los respectivos nacionalismos han vuelto a desempeñar un papel importante. El nacionalismo no está en contradicción con el imperialismo, como no lo está la libre competencia; sólo que se eleva el nivel de competencia entre el nacionalismo de los países imperialistas más fuertes y el nacionalismo de los países más débiles, de modo que el nacionalismo de los países más débiles es absorbido por el nacionalismo del país más fuerte y, al mismo tiempo, lo alimenta. Un poco como el nacionalismo ucraniano hacia los países de la Unión Europea en esa especie de multinacionalismo que los diferentes países europeos utilizan para justificar su alianza económica, financiera y política con respecto a los problemas políticos internos de cada país y las relaciones con su aliado más fuerte e intrusivo, los Estados Unidos de América. Incluso en los prolegómenos de una tercera guerra mundial, el nacionalismo desempeñará un papel importante; como en este caso, e incluso más, en el caso de la segunda y la primera guerras imperialistas mundiales, cada país de una y otra coalición imperialista hará la guerra, y el nacionalismo de los países menos decisivos -como su economía- estará al servicio del nacionalismo del país o países más fuertes; la dependencia económica y militar en la conducción de la guerra decide qué papel va a desempeñar cada país de la respectiva coalición, y qué papel podrá desempeñar al final de la guerra, cuando la partición del mundo sufra los cambios que establecerán las nuevas relaciones de poder.

Hoy, el panorama mundial se presenta con un progresivo desarrollo de los contrastes entre la OTAN y Rusia, sin olvidar que en el seno de la OTAN, mientras el Reino Unido se comporta ahora como un apéndice de los Estados Unidos, el interrogante más fuerte es siempre  Alemania, pero también Hungría, que, desde el comienzo de la guerra ruso-ucraniana, ha «remado contra» las sanciones europeas y, últimamente, se ha opuesto claramente al nuevo préstamo de la UE a Ucrania de 18.000 millones de euros para 2023. El compromiso que la Unión Europea -dirigida de facto por Alemania- está apoyando en la guerra de Ucrania contra Rusia, financiera, militar y humanitariamente, según los informes de los medios de comunicación, habría superado, a partir del 7 de diciembre de 2022, al de Estados Unidos: 52.000 millones de euros (incluidos los 18.000 millones de euros previstos para 2023, a los que Hungría, sin embargo, se opone) frente a los 48.000 millones de euros de Estados Unidos. Entre los 27 Estados miembros de la UE, Alemania es el que más ha invertido hasta ahora, 12.600 millones de euros (principalmente en términos financieros); incluso en términos militares, con 2.300 millones de euros, es el país europeo que más ha invertido hasta ahora, frente a Polonia, con 1.800 millones, Noruega, con 600 millones, Suecia, con 600 millones, e Italia, con 300 millones (21). Desde que se hacen las promesas hasta que se ponen en práctica, como siempre, pasa mucho tiempo; por eso es lógico que Zelensky siga insistiendo en que los europeos y Estados Unidos aceleren el envío de armas cada vez más sofisticadas y de financiación para hacer frente a la destrucción de las infraestructuras energéticas e hidráulicas causada por los bombardeos rusos. En cuanto a Francia, que ha sido uno de los principales inversores europeos en Ucrania, recientemente, en la conferencia internacional de solidaridad con Ucrania celebrada en París en diciembre de 2022, presidida por Macron junto a (por videoconferencia) Zelensky, y que hasta ahora no se ha destacado por su ayuda militar, reunió a más de 700 empresas francesas comprometiéndose a aportar 1.000 millones de euros para la reconstrucción de Ucrania: obvio, mirando, como todo el mundo, al negocio de la posguerra... No es casualidad, de hecho, que el ministro francés de Defensa, Lecornu, volara a Lituania tras su visita a Kiev a finales de diciembre para cerrar la venta de morteros «César Mark II» por valor de entre 110 y 150 millones de dólares (22). 

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MIENTRAS DURE LA GUERRA

 

Mientras tanto, las sanciones estadounidenses, europeas y de otros aliados, según los mismos medios de comunicación dominantes, parecen haber fracasado en su objetivo; se suponía que debían doblegar severamente la economía rusa golpeándola en sus comercios vitales (exportación de gas, petróleo y otras materias primas) y bloqueando el capital ruso depositado en bancos extranjeros; se suponía que esto privaría a Moscú del capital que necesitaba para apoyar la guerra en Ucrania, obligándola a negociar la «paz» en las condiciones más desfavorables para ella. Según el Washington Post, citado en el Corriere della sera del 18 de enero de 2023, Rusia, basándose en las afirmaciones de Putin, sufrió una caída del PIB de sólo el 2,1%, mucho pero mucho menos que el 10% o el 15% (o incluso el 20%) que pronosticaban los expertos habituales (23). Evidentemente, esto no sólo dependió de cómo Rusia sorteó las sanciones euroamericanas (haz la ley, encuentra el resquicio, es un lema burgués siempre válido) y de cómo absorbió el golpe de la falta de ventas de gas y petróleo a Europa en comparación con antes, recurriendo a los mercados orientales, especialmente China e India, que, por supuesto, lo compraron a precios de no mercado. El caso es que las propias sanciones, sobre todo por parte europea, aunque «fuertes» en las declaraciones oficiales, en la práctica nunca han sido tan firmes y absolutas; y esto denota, por enésima vez, la dificultad objetiva de la Unión Europea para actuar como un «estado unido», que no lo es, ni podrá serlo nunca, mientras viva el capitalismo. E incluso si algún día, por alguna combinación astral favorable, se formaran realmente los fabulados Estados Unidos de Europa, no serían más que una entidad unitaria imperialista opuesta frontalmente a las demás unidades imperialistas ya existentes: Estados Unidos de América, China, Rusia, India. No garantizarían en absoluto la «paz» en el mundo, sino que aumentarían exponencialmente los contrastes imperialistas entre estas unidades imperialistas. Por lo tanto, aumentarían aún más los factores objetivos para una tercera guerra mundial.  

Todas las cancillerías esperan que la guerra ruso-ucraniana dure mucho tiempo, quizás incluso más allá de 2023. Y es un tiempo en el que todas las potencias imperialistas, incluida Rusia, pretenden sacar lecciones, probar la eficacia de cierto armamento, de ciertos planes estratégicos, evaluar hasta qué punto las tecnologías por satélite y el uso de drones contribuyen a los golpes contundentes contra el enemigo y facilitan los ataques a través de las líneas enemigas en una «guerra partisana» que, dado el marco en el que se desarrolla esta guerra, se convierte en una parte nada desdeñable de la misma.

En esta guerra, todas las cancillerías occidentales se preguntan qué papel juega y jugará realmente China. Es bien sabido que entre Rusia y China existen entendimientos de diversa índole, tanto económicos como políticos, marcados por un contraste con el imperialismo estadounidense de naturaleza tanto política como militar; un contraste que en la actualidad se ha manifestado descaradamente en la guerra ruso-ucraniana y con bastante fuerza, aunque sin llegar a convertirse en un enfrentamiento militar, en el teatro indo-pacífico y, más concretamente, en Taiwán. China está muy interesada en mantener buenas relaciones comerciales, y por tanto también políticas, con Estados Unidos y Europa porque son, en general, los principales mercados de exportación tanto de bienes como de capitales. Por otra parte, lo mismo ocurre con Estados Unidos y Europa, especialmente Alemania, que es el primer país europeo en términos de importación-exportación con China. Esto no quita que las miras chinas sobre Taiwán y, en general, sobre todo Extremo Oriente, sigan preocupando seriamente a Washington, Londres, Nueva Delhi, Tokio y Camberra. Pero como imperialista que es, la clase burguesa dominante de Pekín -aunque lleve más de setenta años disfrazándose de «comunista»- no puede dejar de tener un horizonte planetario. Las buenas relaciones con Rusia, sobre todo en términos de contraste con EEUU, representan una vez más un punto de ventaja en los contrastes interimperialistas del mundo; astutamente, Xi Jinping ha criticado la invasión rusa de Ucrania, defendiendo el principio de «soberanía nacional» (que viene muy bien para justificar la reivindicación de Taiwán como parte de la gran nación china), pero no la ha apoyado militarmente (Corea del Norte, que es un satélite chino, se está encargando de ello); Sin embargo, se ha aprovechado de las dificultades económicas de Rusia en las exportaciones de gas y petróleo debido a los continuos paquetes de sanciones euroamericanas, comprando a precio de ganga lo que Rusia ya no podía vender a Europa. Y así, China, gracias a sus relaciones con la Rusia de Putin y a su implicación no militar en la guerra ruso-ucraniana, es ampliamente considerada como la potencia que podrá mediar, una vez finalizada la guerra, en las negociaciones de paz, quizás en una conferencia de paz que se celebrará en Bali, Davos o París. Mantenerse al margen, esperando a que los enemigos en guerra lleguen a su fin, parece ser una característica oriental. El hecho es que Pekín tampoco tiene interés en entrar en el campo de batalla completamente armado; se está preparando, sin embargo, para la eventualidad de una futura guerra mundial contra cualquier otra potencia imperialista que quiera imponer sus intereses en el Indo-Pacífico, Estados Unidos a la cabeza, aunque los estadounidenses, igual que no tienen intención de morir por Kiev hoy, no parecen tener intención de morir por Taipei mañana. Forrajearán a Taipei con dólares y armamento como hacen con Kiev, pero si estalla la guerra con Pekín, los taiwaneses tendrán que lidiar con ella, igual que, hoy, en la guerra contra los rusos tienen que lidiar con ella los ucranianos.

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EL ARDUO Y DIFÍCIL CAMINO HACIA LA RECUPERACIÓN CLASISTA DEL PROLETARIADO

 

El proletariado de Europa Occidental, al apoyar a sus gobiernos beligerantes contra Rusia, participando o soportando sin la menor oposición la campaña ideológica y práctica emprendida por el multinacionalismo euroamericano, demuestra que sigue vergonzosamente engañado sobre las posibilidades de que los gobiernos imperialistas de sus propios países gracias a la guerra de Ucrania (que es una guerra de robo tanto por parte rusa como euroamericana), pongan fin a las masacres que se están produciendo ‘en casa’ doblegando el Mal, que estaría representado por la agresiva Rusia, a las razones del Bien, de la convivencia pacífica entre los pueblos, que estarían representadas por estos gobiernos... los ‘mejores mensajeros de la paz’ en el mundo. Estos mismos gobiernos que apoyaron las guerras en Bosnia, en Kosovo, en Libia, en Afganistán, en Irak, en Siria (sólo por mencionar las más recientes), y que -por encima de las fuerzas políticas que los guiaron y guían- pretenden imponer las razones de su propio imperialismo autóctono a las naciones más débiles, ¿estos mismos gobiernos serían los ‘constructores de la paz’, los dispensadores de la ‘civilización’, los garantes del ‘bienestar’ y la ‘armonía’ entre los pueblos?

Con todas las décadas de masacres de poblaciones indefensas y robos perpetrados en todos los continentes por las potencias imperialistas -democráticas, sobre todo-, puede sorprender que la mayoría del proletariado de los países avanzados (el que, teóricamente, tendría la fuerza potencial para oponerse decisivamente a todo esto) se vea, en cambio, forzado a una vida miserable a la espera de ser conducido, como bueyes, al matadero. En Europa, en particular, cada día llegan, o intentan llegar, por mar y por tierra, miles de masas inmisericordes y desesperadas que huyen de guerras instigadas y dirigidas por los propios países democráticos de Europa, que huyen de la devastación de las guerras de ayer que se suman a la devastación de las guerras de hoy. Estas masas proletarias, sin reservas y sin patria, a merced de situaciones que nunca controlarán, pero que son cínicamente utilizadas por los empresarios civilizados y los Estados europeos para explotar su fuerza de trabajo y chantajear fuertemente a los proletarios nativos (mostrándoles en qué podrían acabar si no se plegaban a las exigencias de los patrones), demuestran objetivamente que el proletario, el asalariado, no tiene realmente patria, porque la patria, por la que se ve obligado a morir trabajando o bajo los bombardeos es la patria que le chupa la sangre y la vida en beneficio exclusivo de esa minoría ávida de beneficios y riquezas que se autodenomina clase burguesa dominante, y que tiene muy claro que su principal enemigo histórico no es la burguesía extranjera con la que se enfrenta en la lucha de la competencia internacional -y contra la que envía a sus proletarios a la guerra-, sino que es el proletariado, la clase de los trabajadores asalariados, la única clase que, explotada capitalistamente, produce la riqueza de cada país que la burguesía, mediante el modo de producción capitalista, transforma en valor para el capital y, por tanto, para la propia burguesía, que es la dueña de todos los medios de producción y que se apropia de toda la riqueza producida, obligando al proletariado y al conjunto de la sociedad a depender de su poder. Es precisamente el poder burgués, concentrado políticamente en el Estado, el que la lucha de clases del proletariado debe derrocar. Ningún burgués esperaba en 1917, en plena guerra imperialista mundial, que el proletariado ruso tuviera la fuerza suficiente para derrocar no sólo al viejo y podrido poder zarista, sino también al joven nuevo poder burgués; ningún burgués esperaba que este proletariado, aunque agotado y muerto de hambre por las consecuencias de la guerra, fuera capaz de organizarse en una dictadura de clase para dirigir el Estado, de organizar el Ejército Rojo desde cero, de resistir en una larga guerra civil contra las Guardias Blancas apoyadas en todos los sentidos por las potencias imperialistas que, de todos modos, seguían haciéndose la guerra entre sí, y organizar al mismo tiempo la nueva Internacional proletaria sobre las cenizas de la vieja II Internacional socialchovinista y traidora, aceptando el desafío internacional que las potencias imperialistas habían lanzado contra ella. No fueron las potencias anglo-francesa y norteamericana las que quebraron al proletariado ruso en la guerra civil rusa, ni tampoco el poderoso y temido ejército alemán; fueron los venenos oportunistas de la socialdemocracia europea y del nacionalismo gran ruso los que cortaron las piernas al proletariado ruso y, con él, al proletariado de toda Europa empezando por el proletariado alemán y húngaro. Esta lección de la historia y de la lucha del movimiento proletario y comunista contra toda potencia imperialista y contra todo oportunismo fue ciertamente extraída por Lenin y el partido bolchevique mientras éste logró resistir a las influencias deletéreas y venenosas del oportunismo; y fue ciertamente abordado por la corriente de la Izquierda Comunista Italiana a cuya intransigente continuidad teórica y política debemos la restauración de la doctrina marxista y los fundamentos teórico-políticos de la reconstitución del partido comunista revolucionario, el partido de clase que es el arma vencedora del proletariado internacional en la lucha por su emancipación definitiva del capitalismo, de una sociedad que sólo se sostiene oprimiendo a las clases trabajadoras y a los pueblos de todo el mundo. Por muy lejana en el tiempo que parezca la reanudación de la lucha de clases y revolucionaria del proletariado, por muy imposible que se considere la emancipación del proletariado fuera de la sociedad capitalista y burguesa, por mucho que se dé por muerta y difunta para la eternidad la revolución proletaria al estilo bolchevique, el proletariado aún será capaz de sorprender a las clases burguesas de todo el mundo, hará reaparecer en el horizonte el espectro del comunismo auténtico, del comunismo marxista, en una lucha sin cuartel entre los enterradores de la sociedad burguesa -los proletarios revolucionarios- y los conservadores burgueses de una sociedad en descomposición destinada a ser enterrada.

Durante décadas, las condiciones históricas nos han obligado a luchar sólo con las armas de la crítica, a la espera de que las relaciones de poder entre las clases cambien y abran el camino a la crítica de las armas. ¿En qué se basa esta certeza nuestra? Somos materialistas dialécticos y materialistas históricos; por eso sabemos que el desarrollo histórico de las fuerzas productivas provocado por el capitalismo llevará a la sociedad al punto en que las formas sociales con las que sigue limitándolas, obligándolas a autodestruirse para renovarse cíclicamente, ya no podrán contener su fuerza explosiva. Entonces será, internacionalmente, guerra o revolución, dictadura del imperialismo o dictadura del proletariado.

 


 

 (1) Véase Ne con Truman, ne con Stalin, en nuestro periódico de entonces «Bataglia Comunista» nº 14, 12-26 de julio de 1950.

(2) Véase Lenin, El imperialismo, fase suprema del capitalismo, 1916, «Obras», vol. 22, cap. IV. La exportación del capital, EditoriRiuniti, Roma 1966, p. 193.

(3) Ibid, p. 268.

(4) Ibid, p. 273.

(5) Ibid, pp. 241-42, 244.        

(6) Ibid, p. 249.

(7) Ibid, p. 261.

(8) Ibid, p. 265.

(9) Véase Marx-Engels, Manifiesto del Partido Comunista, Giulio Einaudi Editore, Turín 1962, p. 107.

(10) Véase EEUU y URSS: Amos-socialistas en Europa, adversarios imperialistas en Asia y África, «el programa comunista» nº 1, 1957, republicado en «il comunista» nº 123-124, nov. 2011-feb. 2012.

(11) Los años en los que EEUU no ha hecho la guerra son: 1935-1940, 1948-49, 1976-78, 1997, 2000; éstas son las guerras más cubiertas por los medios de comunicación internacionales en las que EEUU ha desempeñado un papel directo o indirecto, de alta o baja «intensidad», desde 1945-46 en adelante: China (1945-46, 1950-53), Corea (1950-53), Guatemala (1954, 1967-69), Indonesia (1958), Cuba (1959-60), Congo Belga (1964), Perú (1965), Laos (1964-73), Vietnam (1961-73), Camboya (1969-70), Granada (1983), Libia (1986), El Salvador (1980), Nicaragua (1980), Panamá (1989), Irak (1991-99), Bosnia (1995), Sudán (1998), Yugoslavia-Kosovo (1999), Afganistán (2001-2021), Yemen (2004-sigue en curso), Irak (2003-sigue en curso), Somalia (2007-2011), Siria (2010-sigue en curso), Libia (2011-sigue en curso).http:// www.proteo. rdbcub.it article.php3?id_article=159&artsuite=1

(12) Rusia, tras la Revolución de Octubre de 1917 y el establecimiento de la dictadura del proletariado, adoptó oficialmente el nombre de Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en diciembre de 1922, uniendo 15 repúblicas en un solo Estado. El nombre de URSS se mantuvo incluso después de que el estalinismo echara por tierra el curso revolucionario proletario y socialista, volviendo a presentar ante el mundo un Estado heredero de la historia que había caracterizado al zarismo, pero bajo la forma ya irreversible de un Estado burgués, entregado al capitalismo y a su desarrollo y, por tanto, con todas las ambiciones del antiguo Imperio ruso. Las guerras, con sus ocupaciones militares asociadas, que le vieron desempeñar un papel protagonista, directa o indirectamente, a baja o alta intensidad, después de la Primera Guerra Imperialista Mundial, fueron: Manchuria Interior (1929), Mongolia (1929), Manchuria de nuevo (1939), Polonia (1939-1956), Finlandia (Guerra de Invierno, 1939-44), los Estados Bálticos (1940-1991), Rumania (Besarabia y Bucovina, 1940), Alemania (y territorios ocupados por ella durante la guerra: Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Rumanía, Bulgaria, Albania, 1941-1944), Alemania Oriental (1945), Austria (1945-55), Manchuria de nuevo (1945-46), Noruega del Norte (1945-46), Corea (1945-48 y 1950-53), Hungría (1956), Israel/Palestina (1967-70), Checoslovaquia (1968-1989), Somalia/Etiopía (Ogaden, 1977-78), Afganistán (1979-89), Georgia (1991-93), Osetia (1992), Tayikistán (1992-97), Chechenia (1994-96 y de nuevo 1999-2009), Cáucaso (2009-2017), Ucrania (2014 y 2022-sigue en curso), Siria (2015-sigue en curso).  https://it.frwiki.wiki/wiki/Liste _des_ guerres_ de_ la_ Russie

(13) Véase: Ronald Reagan, Remarks at the Annual Convention of the National Association of Evangelicals in Orlando, Florida, en reagan.utexas.edu, 1983. En este discurso, el presidente norteamericano, dirigiéndose a la Asociación Evangélica, dijo lo siguiente: «En vuestras discusiones sobre la congelación del arsenal nuclear, os insto a que os guardéis de la tentación del orgullo: la tentación de declararos serenamente por encima de todo y de etiquetar a ambos bandos como igualmente equivocados; la tentación de ignorar los hechos históricos, los impulsos agresivos de un imperio malvado, calificando la carrera armamentística de ‘enorme malentendido’, y de eludir así la lucha entre lo correcto y lo incorrecto, entre el bien y el mal.» Según John Lewis Gaddis, historiador de la «guerra fría»: «El discurso del «imperio del mal» completó una ofensiva retórica destinada a poner de relieve lo que Reagan consideraba el error central de la distensión: la idea de que la Unión Soviética se había ganado una legitimidad geopolítica, ideológica, económica y moral igual a la de Estados Unidos y otras democracias occidentales dentro del sistema internacional posterior a la Segunda Guerra Mundial». (Véase, Gaddis, The Cold War, traducido por Nicoletta Lamberti, Mondadori, Milán 2007).

(14) Véase Por qué la guerra es buena para la economía, diciembre de 2001, http://www. proteo.rdbcub.it/ article. php 3?id _article =159&artsuite=.      

(15) Véase Lenin, El imperialismo..., cit. p. 294.

(16) Véase https://it.ambafrance.org/Dichiarazione- conjunto -del -Presidente- de- la- República- Francesa- y -de , 1.12 2022.

(17) Véase https://tg24.sky.it/mondo/2022/10/12/gas-prezzo-francia-usa-accuse. El gas natural se mide en metros cúbicos (utilizando las medidas inglesas para su volumen en pies cúbicos). 1000 Btu equivalen a un pie cúbico de gas natural; un metro cúbico equivale a 35.315 pies cúbicos, es decir, 35.315 Btu por metro cúbico. Un mmBtu es 1 millón de Btu.

(18) Datos del European Gas Spot Index, https: // luce-gas.co.uk/guide/market/ ttf-gas, 9.1.2023.

(19) En cuanto a los tanques que Ucrania solicita insistentemente, la cuestión tiene muchos aspectos críticos «entre los cuales el más destacado es el hecho de que Europa apenas dispone de tanques suficientes para equipar a unas cuantas divisiones de sus propios ejércitos», se lee en https://www.analisidifesa.it/2023/01/leuropa-fornira-allucraina-carri-armati-e-missili-che-non-ha.

(20) Véase Lenin, El imperialismo..., cit. p. 295.

(21) Véase https:// euractiv.it/ section/capital/news/lopposition-of-hungary-to-the-EU-loan-for- lucrative- lucrative- reinforces-criticism-affirms-the-Minister-of-European-Affairs-of-the-Czech-Republic/, de 16 de noviembre de 2022; y https://www. startmag.co.uk/world/who-is-helping-more-Ukraine-with-arms-financial-and-humanitarian-support/, de 11 de enero de 2023.

(22) Véase https:// en.euronews.com/ 2022/12/29/ money-and-cannons-France-for. lucraine- lavrov-kiev-recognises-regions-annexed-to-russia

(23) Véase Corriere dellasera, 18 de enero de 2023, Federico Rampini: La economía rusa no se ha hundido: ¿es la venganza de Putin contra las sanciones?

 

 (Publicado en «Il Comunista»; nº 176 ;  enero-febrero 2022)

 

 

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