Sobre la guerra ruso-ucraniana

(«El proletario»; N° 30; Septiembre de 2023 )

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A la espera de sacar un folleto dedicado a esta guerra, y mientras recopilamos los artículos que lo constituirán, queremos echar un vistazo a los llamados «planes de paz» de los que viene hablando la prensa mundial. Por el momento, hay dos nuevos planes de paz «oficializados»: el elaborado por Zelensky, acordado con los angloamericanos, y el elaborado por China. Un tercer «plan de paz» ha sido propuesto por Indonesia, pero ha sido archivado por todos los interesados.

Ya en 2014, y de nuevo en 2015, ante los conflictos en el Donbass entre prorrusos y proucranianos que se prolongaban desde hacía bastante tiempo, los Gobiernos ruso y ucraniano, con la mediación de Alemania (Merkel) y Francia (Hollande), habían elaborado acuerdos de paz en Minsk, la capital de Bielorrusia. Esos acuerdos preveían básicamente la autonomía de las dos regiones en disputa -la región de Donetsk y la de Lugansk-, incluida una «zona tampón» de 15 km entre ambas fronteras bajo el control de representantes de la OSCE. Pero esos acuerdos fueron incumplidos tanto por los ucranianos como por los prorrusos. De hecho, después de que Rusia se anexionara Crimea en 2014, se produjeron continuos enfrentamientos entre el ejército ucraniano, bandas nazis (como el batallón Azov) y prorrusos en el Donbass. Tras ocho años en los que el Gobierno ucraniano nunca se contuvo de oprimir y reprimir a los civiles prorrusos en las regiones del Donbass, las regiones (oblasts) de Donetsk y Lugansk se autoproclamaron Repúblicas Populares autónomas, apoyadas por supuesto por Rusia y sólo reconocidas por ella, como Crimea por otra parte.

En los diversos artículos que hemos publicado, también hemos recordado cómo en los acuerdos celebrados en 1991-92 entre Rusia y Estados Unidos, en el momento del colapso de la URSS y el establecimiento de nuevos estados «independientes», incluida Ucrania, Estados Unidos se comprometió a no desplegar bases y posiciones de la OTAN en las fronteras de Rusia. Y como ocurre con todos los acuerdos entre bandidos, el acuerdo fue roto; sus intereses estratégicos y sus relaciones de poder, al cambiar con el tiempo, también cambian la actitud de los estados respecto a los acuerdos que han firmado.

La invasión rusa de Ucrania era esperada por Estados Unidos. El diario británico The Guardian reveló -según el portal agi.it el 8 de mayo (1)- que Putin había dicho al expresidente estadounidense Clinton en 2011, tres años antes de la anexión de Crimea, que no se consideraba vinculado por el Memorando de Budapest (él no lo firmó, pero sí Boris Yeltsin) en el que, contra la entrega de todas las armas nucleares de Ucrania, Rusia garantizaría la integridad territorial de Ucrania. Fue el propio Clinton quien lo reveló unos días antes durante una conferencia en un centro judío de Nueva York.

Así pues, EEUU sabía que tarde o temprano Rusia atacaría Ucrania -como ya había hecho con Chechenia y Georgia-, a las que Putin siempre ha considerado parte integrante de Rusia, pero desde la altura de su fuerte posición en la OTAN controlando casi toda la frontera rusa con Europa Occidental, habiendo fusionado en ella a casi todos los antiguos países «socialistas», EEUU esperó a que Rusia diera el «primer paso», teniendo así a su favor el argumento propagandístico por excelencia: con la agresión militar de Ucrania, ¡Rusia rompe los acuerdos y amenaza a toda Europa!  

Desde la caída del presidente prorruso Yanukovich, los angloamericanos se han desvivido por apoyar cualquier tipo de movimiento político y provocación que sirviera para abrir las puertas de Ucrania a la influencia política «occidental». Ucrania era el último país europeo aún en equilibrio entre el Occidente euroamericano y el Oriente ruso; un bocado demasiado tentador para la OTAN y la UE como para dejarlo bajo la influencia rusa. Por otra parte, en la larga fase imperialista del capitalismo que atravesamos actualmente, ningún país queda libre para actuar en el mercado mundial según intereses exclusivamente nacionales; y mucho menos en el caso de países, como Ucrania, que representan un centro neurálgico y un punto estratégico -como Polonia- en el conflicto entre los imperialistas euroamericanos y el imperialismo ruso. Las potencias imperialistas más fuertes deciden el destino de la paz y de la guerra en función de sus propios intereses imperialistas y sobre la base de leyes económicas que, en realidad, son incapaces de controlar, como demuestran las constantes crisis que sacuden las economías y las bolsas. La «libertad» y la «democracia» que supuestamente constituyen los «valores de la civilización occidental» son engañifas, mitos útiles para confundir y engañar a las masas proletarias del mundo, para aplastarlas bajo las reivindicaciones de la dominación burguesa además de aplastarlas con las condiciones salariales. La política exterior de los países imperialistas más fuertes no siempre sigue sus intereses específicamente económicos; en los enfrentamientos interimperialistas, la economía, las finanzas y la política exterior están tan estrechamente entrelazadas que ciertas «políticas» anticipan en perspectiva los objetivos económicos y financieros. Si es cierto que la guerra es la continuación de la política exterior aplicada por medios militares, también lo es que las condiciones en las que los adversarios entran en guerra no están claramente predeterminadas, no responden a un diseño preciso en el que se hayan considerado todas las diferentes hipótesis en las que tendrá lugar y se desarrollará el enfrentamiento. Al igual que ante las grandes crisis económicas, ante las crisis bélicas, la política imperialista no precede sino que sigue a los acontecimientos; por lo tanto, el imperialismo no puede ni podrá nunca impedir que estalle una crisis económica o que estalle una guerra. Lo que sí puede hacer, y hace, sabiendo ya por experiencia que tarde o temprano estallará la crisis capitalista de sobreproducción, es prepararse, sobre todo militarmente, para hacer frente a la crisis y, por tanto, a las reacciones de los Estados competidores, para aprovechar cualquier punto débil de sus adversarios con el fin de obtener una ventaja a favor de sus propios intereses de dominación.

El gigante ruso no habría esperado, aun sabiendo que Kiev contaba con el apoyo político y militar de Occidente, una resistencia tan tenaz a la invasión militar; ni los estadounidenses habrían esperado una conducta tan orgullosa de un pueblo que, desde el comienzo mismo de la invasión, se sacrifica descaradamente no sólo a los intereses del capitalismo nacional, sino a los intereses de la dominación de potencias imperialistas que no tienen otro objetivo que proceder, de masacre en masacre, a sustraerlo a la dominación de una potencia imperialista contraria.

Mientras escribimos nos acercamos a los 500 días de guerra, de bombardeos, de destrucción, con decenas y decenas de miles de muertos, cientos de miles de heridos en ambos lados de los frentes, con vastas masas reducidas al hambre y huyendo de sus hogares. Y mientras se desarrolla esta horrenda tragedia, el imperialismo ruso culpa a Occidente de no respetar los acuerdos de seguridad mutua, los imperialistas estadounidenses y europeos trasladan la culpa de las masacres de la guerra a los rusos, a quienes culpan de querer invadir, después de Ucrania, toda Europa - los campeones de la «libertad» anuncian, al mismo tiempo, que esta guerra durará mucho tiempo, y que no hay necesidad de «negociar» ni un alto el fuego, ni una tregua, ni siquiera la «paz» .

Esto no quita que, para alimentar la propaganda bélica y «pacifista» al mismo tiempo, se incite a los medios de comunicación del mundo a informar de que «alguien» está pensando en la paz, y proponiendo «planes» que se presentarán en foros más o menos restringidos, más o menos amplios. Las mismas manos manchadas con la sangre de los soldados enviados al matadero y de los civiles alcanzados por misiles de todo tipo, que reiteran un NO al fin de la guerra salvo después de «ganar» -y en esto Zelensky y Putin son de la misma opinión- son las que escriben un «plan de paz» o las que responden «¡de ninguna manera!».    

 

  PLANES DE PAZ

 

El «plan de paz» de diez puntos de Zelensky se formalizó y presentó en la reunión del G20 en Bali, Indonesia, en noviembre de 2022, después, por supuesto, de discutirlo con Biden.

Este plan prevé, en resumen: la retirada de todas las tropas rusas de Ucrania; la indemnización por los daños de guerra; una garantía de seguridad nuclear, alimentaria y energética; la liberación de todos los prisioneros y deportados; el restablecimiento de la integridad del territorio nacional (incluida Crimea) y la prevención de una posible escalada. Por supuesto, no podía faltar la exigencia de la creación de un tribunal especial para el «crimen» de la agresión rusa contra Ucrania. Por último, prevé la firma del «documento de paz» una vez satisfechas todas estas exigencias.

El ministro de Asuntos Exteriores ruso, Lavrov, responde secamente, por supuesto: poco realista.

Como todos los planes de paz elaborados mientras la guerra continúa, éste también - suponiendo que se convierta en la base para negociar un alto el fuego y el «fin de la guerra» - sufrirá los cambios que determine la forma en que la guerra realmente se detenga, o cese. Por el momento, la posición de Zelensky, y por tanto la angloamericana, sigue siendo firme en el sentido de que la guerra continuará hasta que Rusia se haya debilitado lo suficiente -mediante una combinación de sanciones económicas cada vez más duras, un aislamiento internacional constante y más amplio, reveses militares provocados por una fuerte contraofensiva ucraniana respaldada por algunos de los armamentos occidentales más eficaces y modernos y una crisis político-militar en el gobierno de Putin, y quizás también por una cierta relajación de la amistad por parte de China o por otras razones aún - y se verá obligada a empezar a negociar una «paz» que, como todas las paces hasta la fecha, no será más que una tregua entre una guerra y la siguiente.

El «plan de paz» chino de 12 puntos, presentado por el Ministerio de Asuntos Exteriores con la aprobación de Xi Jinping, se hizo oficial el 24 de febrero de 2023, exactamente un año después de la invasión rusa de Ucrania. Este plan no contradice la posición que China ya había adoptado con respecto a esta guerra.   

Comienza reafirmando el respeto a la soberanía de todos los países (y esto, refiriéndose a la propia China, implica también la soberanía de Pekín sobre Taiwán), apelando al «derecho internacional» reconocido por la ONU. A continuación, subraya que la seguridad de cada país no puede garantizarse reforzando o ampliando los bloques militares (de ahí el no a Ucrania en la OTAN, pero también el no a la ampliación del bloqueo militar ordenado por Estados Unidos en Asia y el Pacífico). Obvio es entonces el llamamiento a las conversaciones de paz mediante un alto el fuego y una serie de reuniones para encontrar compromisos mutuamente aceptables; lo que implica el llamamiento a Estados Unidos, Reino Unido y la UE para que dejen de alimentar la guerra y utilicen su peso político presionando a favor de una «solución política» al conflicto. No faltan palabras sobre la «crisis humanitaria», la «seguridad de los civiles» y el papel de la ONU como «garante» en la ayuda humanitaria y el intercambio de prisioneros de guerra entre Rusia y Ucrania. Por supuesto, se quiere asegurar las centrales nucleares, prohibir el uso de armas nucleares y de armas biológicas y químicas en el conflicto «por parte de cualquier país y bajo cualquier circunstancia». Otro punto se refiere a la exportación de grano, tanto ucraniano como ruso, para que la crisis bélica no se vea agravada por una crisis alimentaria de proporciones mundiales. No a las sanciones unilaterales «no autorizadas por el Consejo de Seguridad de la ONU» (del que, por cierto, Rusia es miembro). Tratándose de un «plan de paz», no podía faltar el llamamiento a «salvaguardar el actual sistema económico mundial», a «oponerse a la politización, instrumentalización y uso de las armas en la economía mundial» y a «mitigar conjuntamente los efectos indirectos de la crisis y evitar que la energía, las finanzas, el comercio de cereales, el transporte y otras formas de cooperación internacional se vean perturbadas y perjudiquen la recuperación de la economía mundial». He aquí el grito de guerra del capitalismo con rostro humano ofrecido hoy en salsa china: ¡el sistema económico mundial no se toca!, ¡hay que luchar contra la crisis bélica que interrumpe el comercio, los negocios y mina las bolsas! Firmado... ¡¡¡Partido Comunista Chino!!!

La preocupación de China por una guerra que ponga en peligro no sólo a Rusia, sino también el comercio chino, es evidente. El llamamiento se dirige especialmente a Estados Unidos y la Unión Europea, dos mercados vitales para el capitalismo chino.

El Wall Street Journal del 26 de mayo (recoge Il fatto quotidiano del 27 de mayo) informa de una actualización: Li Hui, enviado especial del presidente chino, ha aterrizado rápidamente en varias capitales europeas (Varsovia, Berlín, París, Bruselas) para convencer a los aliados europeos de Kiev de que trabajen por un alto el fuego y procedan al reconocimiento de los territorios que Rusia ya ha ocupado en Ucrania, es decir, Crimea y las regiones de Donetsk y Lugansk. Naturalmente, Pekín intenta dividir a los europeos de Washington. No se excluye que hayan utilizado un argumento, pero ya lo hemos anticipado, a saber, que Estados Unidos, en realidad, quiere debilitar a Europa con esta guerra para dominarla mejor y enfrentarse al gigante asiático desde una posición mucho más fuerte que la actual. 

Otros países de segunda fila, como Brasil, Sudáfrica e Indonesia, han aparecido en el horizonte presentándose como «facilitadores de la paz» o «constructores de la paz». Brasil y Sudáfrica son miembros de los BRICS, junto con Rusia, China e India, y esta estrecha alianza económica sustenta una potencial alianza política de primer orden, hasta el punto de que en un futuro quizá no muy lejano podrían representar el tercer actor entre los bloques imperialistas que deciden el destino del mundo: Estados Unidos, la Unión Europea y los BRICS. China es, de hecho, el pivote económico y financiero en torno al cual gravitan los demás miembros, pero su estrecha alianza permitió crear en 2015 el Nuevo Banco de Desarrollo (NBD) para financiar infraestructuras y proyectos en materia de agua, energías limpias, eficiencia energética, transportes e infraestructuras sociales y digitales. Por supuesto, no les falta ambición para constituir un tercer gran polo capitalista mundial, y tienen un largo camino por recorrer para empezar a desafiar seriamente a Estados Unidos y la Unión Europea; pero son países «jóvenes» en términos capitalistas, con un inmenso proletariado al que explotar como nunca lo hicieron los viejos imperialistas europeos, y ya hoy, 20 años después de su formación, los BRICS representan el 40% de la población mundial, el 25% de la economía global y el 17% del comercio a escala planetaria. Todos los países de Asia, África y América Latina que se definen como «en vías de desarrollo» y que sufren la dominación blanca, históricamente pesada, de Estados Unidos y Europa, miran a los BRICS como una alternativa viable. Irán, Argelia y Argentina se encuentran entre los primeros países que han solicitado oficialmente su adhesión a los BRICS, y muchos otros están en lista de espera: desde Arabia Saudí a Egipto, de Indonesia a Pakistán, México, Siria, Venezuela, de Afganistán a Bielorrusia, Zimbabue o Túnez (2). Por esto, al formar parte de este grupo, Brasil y Sudáfrica se han sentido mucho menos avergonzados que antes para enfrentarse a los «grandes» de la tierra y dar su opinión. Lula, por ejemplo, en abril, antes de visitar China y los Emiratos Árabes Unidos, reunido con el presidente de Rumanía, Iohannis, tras «condenar la violación de la integridad territorial de Ucrania por parte de Rusia» y criticar el enorme suministro de armamento euroamericano a Ucrania, dijo que sería importante que un grupo de países neutrales se reuniera y presionara a Moscú y Kiev para persuadirles de que negociaran la paz. Huelga decir que Estados Unidos y la UE rechazaron las propuestas de Lula porque éste consideraba tanto a Rusia como a Ucrania culpables de la guerra, mientras que su postura, por el contrario, es culpar sólo a Rusia de la agresión contra un país «libre y soberano»...

En cuanto a Sudáfrica, las relaciones con Rusia son muy estrechas desde que Moscú apoyó las batallas del CNA contra el apartheid, con la URSS aún en pie. Las relaciones, salvo periodos de enfriamiento, son en general muy buenas, tanto en términos comerciales como de inversión en el aparato de seguridad sudafricano, hasta el punto de que en 2010 Sudáfrica entró a formar parte del grupo de naciones Bric, que gracias a esta entrada se convirtió en BRICS. Ya en la época de las operaciones armadas occidentales contra la Libia de Gadafi, Sudáfrica se había mantenido al margen de apoyar el ataque a Libia; reafirmó su «neutralidad» en la ONU al abstenerse en abril de 2022, junto con otros 35 países, en la votación que pedía formalmente la retirada de Rusia de Ucrania. El presidente sudafricano, Cyril Ramaphosa, tampoco quiso ser menos que Lula respecto al conflicto ruso-ucraniano. Se tomó la molestia de actuar como «portavoz de África» ante Putin y Zelensky, que recientemente aceptaron reunirse con él en Moscú y Kiev, junto con otros cinco líderes africanos (Senegal, Uganda, Egipto, Congo y Zambia). Una misión en la que dos países, Sudáfrica y Senegal, se abstuvieron en la votación de la ONU que reconocía la agresión militar rusa; otros dos países, Uganda y Congo, no participaron en la votación, y los otros dos, Egipto y Zambia, votaron a favor (3). Así pues, el juego democrático de los «mediadores» de tres líneas políticas diferentes está a salvo. 

Es interesante observar que hay prisa por actuar como mediadores de paz por parte de países que aspiran a hacerse un nombre en las relaciones internacionales, sabiendo perfectamente que no son ellos quienes convertirán en pacifistas las posiciones belicistas de Rusia, Ucrania, Estados Unidos y la Unión Europea. Es la clásica prisa por incorporarse a la mesa que se abrirá cuando cese la guerra, para obtener alguna ventaja política y económica que sólo los «grandes de la tierra» pueden asegurarse. Aparecen ahora, después de un buen año de masacres ruso-ucranianas ante las que se han quedado mirando, cuando parece abrirse un pequeño resquicio no tanto a la «paz», sino a las futuras relaciones políticas (y por tanto también económicas) en un orden mundial sacudido desde hace años por los imperialismos más fuertes y en el que empiezan a encontrar razones para reforzar o cambiar las alianzas existentes ante la perspectiva de una tercera guerra mundial. 

Por supuesto, en todas las cumbres que se celebran en el mundo, el tema de la guerra en Ucrania es obligatorio. También lo fue en la reciente cumbre celebrada a principios de junio en el Diálogo de Shangri-La en Singapur. En el Shangri-La de Singapur se celebra anualmente una cumbre sobre «Seguridad en Asia-Pacífico» en la que participan unos cincuenta países del mundo. Este año se reunieron hasta 600 delegados de 49 países; el tema dominante no podía ser otro que el contraste de las dos grandes potencias interesadas en todo lo que ocurre en el Pacífico: Estados Unidos y China. Tendremos que ocuparnos de este contraste en otro lugar, con todas las implicaciones relativas a Taiwán, la actitud de Filipinas, la alianza Estados Unidos-Japón-Corea del Sur, la implicación de Australia, etc. Aquí volvemos a la cuestión ucraniana que, por supuesto, en una cumbre de este nivel no podía dejar de mencionarse. Y fue Indonesia quien desempeñó el papel protagonista. 

Indonesia (capital Yakarta) es un país de más de 270 millones de habitantes, casi el 90% musulmanes, divididos en unos 300 grupos étnicos diferentes, formado por más de 17.500 islas, de las cuales más de 15.000 están deshabitadas. Ocupa el 7º lugar en la clasificación mundial de Estados por PIB (PPA), con los 6 primeros puestos ocupados por China, Estados Unidos, India, Japón, Alemania y Rusia; y, después de Indonesia, entre los 20 primeros figuran Brasil, Reino Unido, Francia, México, Italia, Turquía, Corea del Sur, España, Canadá, Arabia Saudí, Irán, Egipto y Tailandia. Como puede verse, muchos países definidos como economías «emergentes» se han hecho un hueco entre los 20 primeros del PIB mundial. Aunque el PIB (producto interior bruto) se considera una cifra bruta, en cualquier caso es indicativa de la evolución económica de los distintos países, sobre todo si se compara en los últimos diez o veinte años. Indonesia, por ejemplo, ocupaba el 16º lugar en 2011, China el 2º, India el 10º, Brasil el 6º, mientras que en 2021 Indonesia sube al 7º, China al 1º, India al 3º, Brasil al 8º; mientras que Japón y Alemania intercambian sus lugares: 3º y 4º en 2011, 4º y 5º en 2021. Esto confirma que en la fase imperialista del capitalismo, si las viejas potencias tienden a mantener posiciones económicas y financieras decisivas en el mundo, no pueden impedir que los capitalismos más jóvenes, y más agresivos, escalen posiciones y se impongan en las relaciones mundiales, no sólo económicamente, sino sobre todo política y, por tanto, militarmente.

Volviendo a Indonesia, en la cumbre de Singapur su ministro de Defensa, Prabowo Subianto, sorprendió en parte a todos con el tema de Ucrania. «Propongo», dijo en su discurso, «que firmemos un documento conjunto pidiendo el fin de las hostilidades», y esboza una propuesta de paz, «al estilo coreano», como en la época de la guerra de Corea en 1950, a saber: «Primero: alto el fuego. Segundo: establecimiento de una zona desmilitarizada de 15 km en ambos lados. Tercero: despliegue de fuerzas de paz de la ONU. Cuarto: referéndum en los territorios en disputa para que decidan de qué lado están» (4). El rechazo inmediato a tal idea por parte de Ucrania y la Unión Europea se daba por descontado, mientras que Estados Unidos no se pronunciaba claramente, al tener interés en mantener una posición «dialogante» en ese foro, especialmente con China, que, por supuesto, no podía sino animar a los demandados a considerar no sólo la suya, sino también la propuesta indonesia. El hecho es que está aumentando la presión de muchos países no occidentales pero influyentes, no sólo sobre Ucrania y Rusia para que se acerquen a una negociación, sino especialmente sobre Estados Unidos y la Unión Europea. ¿Por qué?

Hay muchas zonas de guerra en el mundo, en África, en Oriente Medio, ahora también en Europa, mientras aumentan las tensiones en el Pacífico debido a iniciativas tanto estadounidenses como chinas; y los presupuestos estatales dedicados al armamento aumentan con vistas a una implicación más directa en guerras locales o en futuras guerras mundiales. Por enésima vez, se vislumbra un enfrentamiento entre Occidente y Oriente, pero esta vez con la entrada de muchos más actores del llamado «tercer mundo». Los actores principales ya no son sólo Estados Unidos y Rusia, como en los cuarenta años que siguieron al final de la Segunda Guerra Imperialista Mundial; se ha añadido China, y en las alas del teatro mundial vemos a Brasil, India, Indonesia, Corea del Sur, Turquía, Arabia Saudí, Irán, y a los siempre presentes Reino Unido, Alemania y Francia, cada uno con sus propios intereses que negociar de cara a próximas alianzas bélicas decisivas.

 

 HABLAN DE PAZ, PERO SE PREPARAN PARA LA GUERRA.

 

Estados Unidos, el Reino Unido y la propia Unión Europea, que apoyan a ultranza la guerra de Ucrania contra Rusia -con miles de millones de dólares, y cantidades de armamento jamás reunidas en un solo año, para una guerra en la que no están directamente implicados- nunca han propuesto un «plan de paz» propio, mientras que vuelven a proponer continuamente planes de guerra cada mes. ¿Por qué esta guerra en particular entre dos Estados que están en conflicto por cuestiones esencialmente territoriales y que ya habían llegado dos veces a un compromiso formal -con los acuerdos de Minsk de 2014 y 2015- una vez desencadenada involucra inmediatamente a todas las grandes potencias del mundo? 

La secuencia de crisis económicas y financieras, que se ha desarrollado desde la década de 1990 y que tiende a exacerbar cada vez más los contrastes interimperialistas, es un hecho incontrovertible. Y los contrastes interimperialistas desarrollan inevitablemente factores de crisis aún más poderosos que los convierten en factores potenciales de guerra general.

La guerra en Ucrania, más que la guerra en Yugoslavia en 1992-99, tiene implicaciones globales. Yugoslavia se estaba desmoronando a principios de la década de 1990, y las potencias imperialistas de Europa, Estados Unidos y Rusia, aunque implicadas en la influencia política y militar, nunca llegaron a enfrentarse como lo hacen hoy en Ucrania. Para los euroamericanos se trataba de apoderarse de la mayor parte de la antigua Yugoslavia (Eslovenia, Croacia, Bosnia, Montenegro, Kosovo); para los rusos se trataba de mantener una sólida influencia y alianza con Serbia; y mientras Eslovenia y Croacia conseguían resolver sus intereses territoriales con la ayuda directa de Alemania, los mayores horrores de la guerra se concentraron en Bosnia-Herzegovina y Kosovo. La guerra tuvo aspectos globales porque los imperialismos occidentales (a través de la OTAN) se implicaron en la derrota de Serbia, que no pensaba renunciar a sus ambiciones territoriales, apoyada por Rusia, a pesar de un enemigo poderoso como la OTAN. El bombardeo de Belgrado, en el que participó activamente Italia (gobernada por el ex miembro del Partido Comunista Italiano D’Alema, mientras que el vicepresidente era el muy católico Mattarella), con el pretexto de detener la «limpieza étnica» en Kosovo, prácticamente puso fin a la guerra. Pero el resultado final de una guerra, que comenzó dentro de un país y rápidamente continuó como una guerra internacional dictada por los principales imperialismos existentes, no fue la paz: Bosnia y Kosovo continuaron y continúan siendo un hervidero de conflictos y enfrentamientos políticos y armados. Este es el legado de la guerra imperialista.

Y es un legado que también podría afectar a Ucrania, una vez alcanzado el autodenominado «fin de la guerra».

A diferencia de la antigua Yugoslavia, donde se mezclaban diferentes etnias y nacionalismos, en Ucrania sólo hay dos nacionalidades fuertes y presentes, la ucraniana y la rusa (aunque ambas derivan históricamente del mismo tronco), pero la población es toda «ucraniana». Un poco como la población coreana que, al final de una guerra nacional, en la que Estados Unidos y Rusia intervinieron en apoyo de los dos bandos enfrentados, y que en realidad no ganó ninguno de los dos, se encontró dividida en un Norte y un Sur que sólo existen en función de los intereses extracoreanos representados principalmente por Estados Unidos, Rusia en su momento, y China en la actualidad, potencias que intentan dividir el mundo.

La guerra ucraniana, cuanto más se prolongue, más podría desarrollarse en una situación similar a la coreana. Las dos grandes potencias imperialistas implicadas, EEUU y Rusia, son dos potencias nucleares. La guerra entre ellas podría ser, por primera vez en la historia, y dada la evolución de las llamadas armas nucleares «tácticas», una guerra atómica en la que las «razones de mercado» que suelen guiar los intereses de cualquier imperialismo, saltarían por los aires, descontrolando cada movimiento de un bloque y cada contramovimiento del bloque contrario. Ni el imperialismo ruso ni el estadounidense están realmente preparados para este «futuro», por lo que, en lo que respecta a cada uno de ellos -teniendo en cuenta también la entrada de una «tercera rueda», China-, esa guerra no está en el orden del día. De hecho, la Tercera Guerra Mundial ni siquiera está en la agenda, todavía, aunque se está acercando mucho más que en 1950 (Guerra de Corea), 1962 (crisis de los misiles rusos en Cuba), 1975 (crisis económica mundial) o 2008 (crisis financiera mundial).

En Ucrania, contra las tropas rusas, los imperialistas occidentales han encargado al gobierno de Zelensky que haga la guerra también en nombre de Estados Unidos y de la Unión Europea. Así, se ensaya todo tipo de armamento, manteniendo su suministro dentro de ciertos límites para no incitar a Rusia a elevar el nivel de la confrontación hasta la amenaza del uso de armas nucleares tácticas; se ensayan nuevos misiles, nuevos drones, nuevos cañones antiaéreos, nuevas operaciones militares en un terreno que ya no es el clásico campo de entrenamiento, sino de guerra real.

¿Quién sale perjudicado? Los proletarios rusos y los proletarios ucranianos y, por supuesto, la población civil ucraniana que está siendo bombardeada todo el tiempo.

¿A quién beneficia esto? El enfrentamiento militar ruso-ucraniano oculta intereses estratégicos de gran importancia tanto para el imperialismo ruso como para el euroamericano. Ucrania es un territorio económicamente importante, tanto desde el punto de vista industrial como agrícola; y representa una zona crucial en la bisagra que divide el Oeste europeo del Este europeo y asiático. Esta bisagra, en total, representa una frontera de 5.019 km, de ellos 959 pertenecen a Bielorrusia (hoy todavía un estrecho aliado de Moscú), mientras que 409 están representados por Crimea y las regiones de Donetsk y Lugansk, actualmente bajo ocupación rusa. En los 3.651 km de frontera restantes la OTAN ha posicionado sus baterías de misiles, o está a punto de hacerlo (Finlandia) y le gustaría hacerlo en Ucrania. Obviamente a Rusia no le gusta esta atención....

En 1962, cuando los rusos llevaron sus misiles balísticos a Cuba, los estadounidenses amenazaron con una guerra atómica. A ninguno de los dos les importaba ir a la guerra; la maniobra rusa parecía sobre todo una reacción a la instalación de bases de misiles estadounidenses en Italia y Turquía, es decir, muy cerca de las fronteras de la URSS, y al intento estadounidense en 1961 de invadir Cuba (asunto de Bahía de Cochinos); además, la advertencia era: podemos llegar a 90 millas de vuestra costa sur y desde allí golpearos en vuestro territorio hasta la Casa Blanca

El asunto terminó con un acuerdo alcanzado a los pocos días: la retirada de los misiles rusos de Cuba fue correspondida con la retirada de los misiles estadounidenses de Turquía e Italia, y los estadounidenses prometieron no volver a invadir la isla de Cuba. Cuba no ha sido invadida, así que... ¿promesa cumplida? Invadida no, pero sí sometida a un embargo asfixiante que ha matado de hambre a la población cubana durante décadas. ¿Se han retirado los misiles Júpiter con cabezas nucleares de Turquía e Italia? Sí, para ser sustituidos por bases aéreas y aviones equipados para transportar bombas atómicas y, con el tiempo, reemplazados por misiles más modernos como el Polaris y toda una serie de misiles de crucero, intercontinentales y con múltiples cabezas nucleares. La evolución del armamento es mucho más rápida que cualquier otra innovación técnica «civil» e instiga al incumplimiento de los acuerdos de «paz».

 

 ¡LOS PROLETARIOS NO TIENEN PATRIA!

 

Siempre lo hemos repetido y siempre lo gritaremos cada vez que se plantee la guerra burguesa de competencia y la guerra librada con el único fin de la dominación capitalista del mundo para doblegar a los proletarios de todos los países a los intereses de los capitalismos nacionales.

Los proletarios, precisamente porque nacen, viven y mueren en la misma condición de asalariados, representan una clase internacional. Es el propio capitalismo el que les impulsa a ser «internacionalistas», precisamente porque su condición de trabajadores explotados para el beneficio capitalista les une bajo todos los cielos, dentro de todas las fronteras, sin importar su edad, su sexo, su nacionalidad.

Pero los proletarios, precisamente porque son explotados de esta manera y organizados para ser explotados cada vez más eficazmente, deben descubrir por sí mismos que pertenecen a una clase potencialmente internacional, pero guiada, influenciada, organizada por cada burguesía en beneficio exclusivo del capitalismo nacional. Los proletarios sólo descubren su vocación internacionalista y clasista a través de la lucha que se ven obligados a librar contra los capitalistas, contra la burguesía que se revela siempre, en cada contraste social, como una clase que domina, que oprime, que reprime para mantener su dominación gracias a la cual puede seguir -generación burguesa tras generación burguesa- explotando el trabajo asalariado, por tanto a los trabajadores, para aumentar sus beneficios extorsionando una cantidad cada vez mayor de plusvalía del trabajo asalariado.

La burguesía de todos los países, principalmente a través de la democracia, pero sin desdeñar hacerlo a través del autoritarismo y la dictadura abierta, para impedir que la lucha proletaria -inevitable bajo el capitalismo- se desborde del campo estrictamente económico, empresarial y nacional al político general, ha adoptado un sistema muy simple, pero muy eficaz: poner a los proletarios a competir entre sí, como hace con las mercancías que lleva al mercado. Por otra parte, el trabajo asalariado es en realidad una mercancía, una mercancía particular, pero una mercancía que se puede comprar y vender y, si ya no se necesita, tirar o destruir.

Los periodos de crisis, que desembocan en enfrentamientos bélicos -sociales, en el caso de las duras luchas obreras, armados en el caso de las guerras libradas contra naciones enemigas- demuestran claramente que la burguesía no puede evitar sus crisis, sino que aprovecha las crisis para explotar aún más al proletariado, ya sea haciendo recaer el mayor peso de las crisis sobre sus condiciones de existencia, ya sea convirtiéndolo -si es necesario- en carne de cañón.

Este drama, en los doscientos años de historia burguesa, se ha producido siempre, en todas las situaciones de crisis, pero la burguesía hace todo lo posible por hacerlo pasar por un acontecimiento excepcional, que puede detenerse o evitarse a condición de una colaboración de clases cada vez más estrecha, es decir, a condición de que el proletariado renuncie a sus intereses de clase específicos y asuma la defensa de los intereses generales, nacionales, colectivos, que conciernen a todas las clases, a todas las capas sociales, en definitiva, al famoso pueblo, a la siempre cacareada nación.

El teatro de guerra ucraniano no se diferencia en nada de todos los teatros de guerra a los que las burguesías lanzan a sus proletarios a masacrarse mutuamente, para defender el llamado interés nacional, la soberanía nacional, la independencia nacional, la economía nacional. Un teatro en el que la crisis capitalista y burguesa se escenifica en varios actos: la preparación para el choque bélico, la guerra y la obligación de participar en ella, la masacre y la enorme destrucción de las fuerzas productivas, la negociación para el fin de la guerra o la rendición, la reconstrucción de posguerra. En todos los actos de este drama, la burguesía debe contar con la participación, convencida o no, de las masas proletarias en el esfuerzo bélico, tanto en la retaguardia como en los frentes; y confía -utilizando la represión sin escrúpulos- en la resistencia de su ejército mientras dure la guerra, prometiendo que la «victoria» beneficiará a todos, por tanto también a las masas proletarias. 

Nunca ha ocurrido ni ocurrirá, ni siquiera en los países que salgan victoriosos de la guerra, que los proletarios sean menos explotados, que trabajen menos y ganen más, que puedan construirse un futuro en paz para ellos y sus familias, y que la prosperidad y no la miseria sea el resultado de la colaboración de clases, del esfuerzo bélico, de las masacres y privaciones que ha provocado.

Los proletarios, si miran hacia atrás, y si dejan que las generaciones mayores les cuenten cómo fueron las cosas, no dejarán de ver que sus vidas penden constantemente de un hilo que puede cortarse en cualquier momento. Es muy posible que no sea el patrón o el gobierno quien corte ese hilo, sumiendo al proletariado en el paro y la desesperación, sino que sea la consecuencia de una crisis económica por la que las empresas cierran, el mercado ya no absorbe la producción hiperexpansiva impulsada por el anterior periodo de expansión, los salarios se reducen drásticamente y los asalariados ya no pueden vender la única mercancía que poseen, la fuerza de trabajo.

Pero la crisis económica está determinada por el modo de producción capitalista, por el hecho de que toda producción es producción de mercancías, y que cada producto debe venderse a un precio que contenga la tasa media de ganancia, de lo contrario el capital no cierra su ciclo de valorización, y por el hecho de que el objetivo de la producción capitalista no es la satisfacción de las necesidades de la vida social humana, sino de las necesidades del mercado, por tanto del capital, y que esta producción responde a las leyes de la competencia capitalista y del sistema económico organizado por empresas que a su vez compiten entre sí en el mercado, teniendo en cuenta la búsqueda de su propio beneficio y no las necesidades de la vida humana. Todo esto ocurre en el ambiente distorsionado del beneficio capitalista. Para él no existen los seres humanos que viven socialmente, comen, se visten, se dediquen a conocer el mundo y la vida, sabiendo que unas horas al día de trabajo organizado y planificado, en el que todos participan, sería suficiente para que todo el género humano viviese bien; para él sólo existen consumidores, compradores y vendedores. Pero la mercancía fuerza de trabajo los trabajadores sólo pueden venderla a los capitalistas; si la venden consiguen un salario que es el único medio en esta sociedad para que el proletario, el que no tiene nada, sobreviva, sea vendedor y consumidor. Pero si no pueden venderlo, porque los capitalistas no lo compran por todo tipo de razones, los proletarios se mueren de hambre.

Esta es la sociedad burguesa, la sociedad que promete prosperidad para todos, pero sólo mantiene la prosperidad para una minoría, la minoría burguesa que acumula toda la riqueza producida por el trabajo humano y se apodera de toda la riqueza de la naturaleza, explotándola como explota la fuerza de trabajo humano: hasta la extenuación.

¿Es por esta sociedad por la que los proletarios quieren luchar? ¿Es por esta sociedad por la que son masacrados tanto en el trabajo como en la guerra?

¿Qué están llamados a defender los proletarios ucranianos contra los proletarios rusos? ¿Y qué son los proletarios rusos contra los proletarios ucranianos?

¿Soberanía nacional? ¿La patria? ¿Los valores de la burguesía que los oprime, los explota, los lleva a masacrarse en guerras con el único fin de reforzar su propio poder y dominación sobre el territorio y el proletariado que lo habita?

Los proletarios, si no quieren verse reducidos a instrumentos de su propia opresión, de su propia explotación, y si no quieren ser masacrados en la paz y en la guerra, deben recuperar la confianza en sus propias fuerzas de clase, deben dirigir su lucha individual por la supervivencia hacia objetivos que la burguesía, incluso la burguesía más rica, democrática y religiosa, nunca podrá satisfacer: el objetivo de acabar con toda opresión, con toda explotación, con toda guerra. ¿Una meta lejana? Sí, ciertamente, muy lejana, pero la única por la que la lucha del proletariado tiene sentido, tiene una finalidad histórica; la única que el proletariado puede realmente alcanzar a condición de cortar los cordones y las ataduras que lo sujetan al destino del capital y de la burguesía.

El hilo del que pende la vida proletaria está en manos de la burguesía capitalista, que no tiene escrúpulos en cortarlo para proteger y salvar su dominación económica y política. En cambio, el hilo que debe unir y volverá a unir al proletariado de hoy y de mañana es el hilo histórico que lo une a las luchas del pasado, a sus revoluciones y a su doctrina de clase: es el hilo del tiempo, que nosotros, pequeño y compacto grupo, tenazmente ligado a esas luchas, a esas revoluciones y a esa doctrina, seguimos dando vida en nuestra actividad cotidiana, en la perspectiva confiada de un proletariado que volverá a pisar el terreno de la lucha de clases, de una lucha que hará del antagonismo de clase entre la burguesía y el proletariado el eje en torno al cual se decidirá la suerte de la lucha histórica e internacional, que conducirá a la emancipación del proletariado y a la sociedad sin clases, a la sociedad de especies, en una palabra, al comunismo.

La guerra que se libra en Ucrania debe enseñarnos que las clases burguesas -como afirma el Manifiesto Comunista de Marx-Engels- siempre están en guerra entre sí, porque son adversarias en la lucha de la competencia en los mercados y en el choque de Estados; y siempre están en guerra contra el proletariado, su propio proletariado nacional y el proletariado de otros países, tanto para mantener y fortalecer su propia dominación de clase dentro de su propia nación, como para someter, y explotar, al proletariado de otras naciones.

Hoy en día, nadie es capaz de predecir cómo acabará esta guerra, quién será el vencedor, o si habrá un «vencedor».

Es probable que, arrastrándose en el tiempo, esta guerra conduzca inicialmente a una «solución coreana», que no es una solución porque las dos partes seguirán enfrentadas en todos los sentidos, tanto económica, política como militarmente, y siempre será una mecha a punto de prender. En efecto, es muy difícil que Rusia renuncie a Crimea y a la franja del Donbass que la une a su territorio. Por otra parte, no es probable que Estados Unidos y la Unión Europea envíen tropas propias para librar la guerra contra Rusia junto con las tropas ucranianas, aunque, según un reciente informe del New York Times, hay algunas docenas de tropas estadounidenses, británicas y francesas en el teatro de guerra ucraniano, y hay combatientes polacos, naturalmente «voluntarios». Ucrania está destinada a ser la esquirla entre las dos naves de acero; y el proletariado ucraniano seguirá siendo carne de cañón para las potencias occidentales, del mismo modo que el proletariado ruso seguirá siendo carne de cañón para la clase dominante rusa. Por otra parte, también interesa a China, al igual que a Estados Unidos, mantener bajo control la escalada de la guerra ruso-ucraniana para que no se desborde hacia el choque entre las superpotencias. 

La cuestión de las alianzas actuales y futuras no está en absoluto resuelta. Actualmente, Estados Unidos está consiguiendo doblegar una vez más a Europa a sus intereses estratégicos (a través de la OTAN y los miles de millones de dólares invertidos en la «defensa» de Europa frente a posibles ataques del Este). China, por su parte, no ha doblegado a Rusia a sus intereses estratégicos, cada vez más centrados en el Pacífico. Es de gran importancia que Rusia y China estén unidas por un cierto tipo de amistad basada en el interés mutuo de no mantener un frente descubierto -Asia Oriental para Rusia, Asia Occidental para China- cuando otros frentes están abiertos y absorben la mayor parte de las preocupaciones de ambas potencias. El hecho, pues, de que las tres, Estados Unidos, Rusia y China, sean Estados unidos y potencias nucleares no es poca cosa; les impide, al menos aún hoy, pasar de las amenazas «nucleares» a los hechos. Aunque Estados Unidos se encuentra geográficamente entre el Atlántico y el Pacífico, por tanto entre Europa Occidental y China (ayer el adversario era Japón), también está más expuesto en el frente del Pacífico que en el Atlántico. Por ello, al igual que China, le resulta vital posicionarse de forma importante en ese frente. En cuanto a Europa Occidental, Estados Unidos ha tenido mucho tiempo para extender su red de relaciones políticas, económicas y financieras, y su participación en las dos guerras imperialistas mundiales en el frente antialemán les ha facilitado, utilizando su extraordinario poder económico y haciendo la guerra en un continente que no es el suyo, «conquistar Europa Occidental» y dominar posteriormente a los países estratégicamente más importantes, Alemania, Francia, Italia, compartiendo el control de toda Europa con Rusia en el Este durante unos buenos cuarenta años.  

Pero, en un futuro quizá no muy lejano, no puede descartarse que Alemania vuelva, en algún momento, a reclamar un papel en Europa y en el mundo no sólo económico, sino también político y militar (y éste es el principal temor de los angloamericanos) y, por tanto, ponga en cuestión el actual papel hegemónico de Estados Unidos en Europa, lo que objetivamente reforzaría la posición de Rusia y, en consecuencia, también la de China.

En las décadas que siguieron al final de la Segunda Guerra Imperialista, Estados Unidos había arrebatado el control del mundo al Reino Unido; su flota y su aviación podían llegar a cualquier parte del globo en un abrir y cerrar de ojos. Pero en las décadas siguientes, especialmente tras la gran crisis mundial de 1975, otras potencias crecieron y, si por un lado constituían mercados cada vez más importantes para las mercancías y capitales estadounidenses, al mismo tiempo eran competidores cada vez más agresivos y ambiciosos. Al declive del Reino Unido siguió el de Rusia, que, con el colapso de la URSS a principios de la década de 1990, puso en entredicho todo el orden mundial surgido de la Segunda Guerra Mundial. Y generó al mismo tiempo los factores que pondrían en tela de juicio la propia hegemonía estadounidense sobre el mundo.

En cierto sentido, la invasión militar rusa de Ucrania, aunque sin duda respondía a una necesidad estratégica de Rusia, que históricamente busca no tener cerradas todas las puertas del Mediterráneo, obligó a Estados Unidos a expresar su disposición a aceptar la operación rusa como una guerra local o a considerarla un ataque del orden que Estados Unidos también estaba completando en Europa del Este a través de la OTAN. En Irak, Siria, Libia, Yugoslavia, Estados Unidos intervino directamente para contrarrestar la red de influencia que Rusia estaba extendiendo. En Ucrania no, prefirieron que los ucranianos dirigidos por Zelensky se «defendieran» con sus propias fuerzas y con las armas que los países de la OTAN les proporcionarían en abundancia. La matanza ucraniana no debería haber aparecido como una matanza llevada a cabo explícitamente bajo el mando estadounidense; debería haber sido y haber aparecido como una matanza sufrida por los ucranianos que, en este caso, proporcionaron al orden euroamericano un ejército a gran escala, salvando la cara de los europeos y estadounidenses democráticos, y culpando de toda esa sangre al único y exclusivo ‘criminal’, Putin. 

Esta guerra ha afectado objetivamente a los proletarios europeos mucho más de lo que parece, aunque no haya implicado el envío de soldados. El suministro de armas de todo tipo, que continúa este año, es una implicación real de la UE y EEUU en la guerra de Ucrania. La implicación proletaria tiene lugar no en el envío «colonial» como era el caso, sino en el apoyo -solicitado e impuesto- a la empresa bélica de los gobiernos; apoyo que se implementa a través de la aceptación de la guerra de «defensa» por parte de Ucrania y la «ofensa» contra Rusia (ofensa implementada hasta ahora con una interminable serie de sanciones económicas que también han tenido repercusiones negativas en los países europeos, en términos de un aumento instantáneo de los precios de la energía que ha provocado un aumento de los precios de los alimentos, los productos farmacéuticos, etc.), pero también en términos de la pérdida de exportaciones y, por tanto, de dificultades reales para las empresas exportadoras con consecuencias para sus empleados, etc., y de aumento de la inflación; de ahí el apoyo a una política belicista por parte de sus propios gobiernos, en la perspectiva de una política bélica que afectará directamente a todos los países europeos.

Como todo el mundo sabe, cada semana, desde la ventana de San Pedro, el Papa no deja de hacer un llamamiento a rezar por Ucrania y por el fin de la guerra, sabiendo perfectamente que la guerra no es un acto de voluntad de un Putin, de un Zelensky o de un Biden. Dirige su sentido llamamiento a los grandes de la tierra y a todos los hombres de «buena voluntad», sabiendo que desempeña un papel muy importante en la función tanto de esperanza como de consuelo hacia, sobre todo, esa parte del «pueblo amado» -que es la mayoría- que solo vive de salarios y en la miseria y que, en determinadas circunstancias, podría protagonizar una violenta reacción social contra las condiciones de existencia y de muerte en las que se ha visto sumido. ¿Esperanza, en qué? En el hecho de que los grandes de la tierra (entre los que el Papa habla de igual a igual) comprendan que la violencia de la guerra, a partir de cierto nivel, ya no es controlable y podría incitar a las masas a rebelarse con la misma violencia contra el orden establecido; un orden del que la Iglesia es un pilar de preservación. Consolación, ¿con qué fin? Con el fin de frenar las reacciones violentas a la violencia de la guerra, para hacer que las masas renuncien a la única lucha que puede detener la guerra burguesa, la lucha de clases, la lucha del proletariado contra el sistema social existente y, por tanto, contra la clase burguesa dominante de la que la propia organización de la Iglesia de Roma forma parte. Como toda iglesia, la Iglesia de Roma moviliza sus «tropas», sus «propagandistas», sus «mensajeros», sus «generales» con el objetivo de defender aquellos «valores de la civilización occidental» en los que se reconoce plenamente: los valores del capitalismo, de la propiedad privada y del trabajo asalariado, por tanto de la explotación y de la opresión, con la particularidad de funcionar como mitigadora del sufrimiento humano que esa explotación y esa opresión generan. La Iglesia de Roma ya no tiene ejércitos propios como en la época de los Estados Pontificios, pero con el desarrollo del capitalismo ha conseguido labrarse un papel no sólo como multinacional de servicios religiosos y sociales, sino como pilar de la preservación social como fuerza reaccionaria de primera magnitud con capacidad, sin embargo, para cambiar de rostro según la situación: de la propaganda de la «paz» y el «desarme» a la bendición de las tropas que parten a la guerra

Aparte de las quejas de los pacifistas de siempre o del Papa de siempre que nos invita todos los días a rezar por la «amada Ucrania» -como si ésa fuera la única guerra por la que merece la pena rezar-, están los «anti armamentistas» que exigen que los miles de millones que se gastan en armas que se enviarán a Ucrania se destinen en cambio a reforzar las medidas sociales para combatir la pobreza, el desempleo, etc. En realidad, la industria armamentística forma parte de la economía nacional como cualquier otra industria y, en estos momentos, es la que más tira. Por otra parte, los miles de millones invertidos en estos suministros son miles de millones que, a su vez, exigen que se les dé un buen uso, tarde o temprano, tanto en términos de limitaciones políticas, como en términos de reconstrucción de posguerra para la que todos los gobiernos occidentales han hecho todo lo posible elaborando diversos planes, preparando los inevitables pagarés con los que doblegarán a Ucrania, y a sus proletarios, a pagar.

El interés común que tienen los proletarios ucranianos y rusos es no ser masacrados por una guerra que no es ni será nunca suya. Y es el interés de todos los proletarios del mundo. La burguesía hace la guerra porque las leyes económicas capitalistas le ofrecen esta «salida» a las crisis económicas y políticas que surgen en el desarrollo de cada país. La sed de poder y dominación viene después y depende de las relaciones de fuerza reales entre los distintos países. Pero hay una relación de fuerzas que afecta a cualquier país, incluso al más débil económicamente, y es la relación entre la burguesía y el proletariado de cada nación.

En el capitalismo es inevitable que el poder dominante sea el de la burguesía. Para derrocar este poder dominante, hay que derrocar a la clase burguesa dominante; no hay alternativa. Y sólo hay una clase social que tiene la fuerza potencial para derrotar al poder burgués, y es el proletariado. Pero las condiciones para que el proletariado sea realmente una clase, para que se reconozca como clase antagónica a la burguesía -del mismo modo que la burguesía se reconoce perfectamente como clase antagónica al proletariado y lo demuestra cada día- se refieren a dos niveles de confrontación, uno inmediato y económico, otro político más general. Como nos enseña la historia, la lucha entre las clases continúa aunque el proletariado no luche físicamente contra la burguesía; simplemente porque es la burguesía la que lucha constantemente contra el proletariado, contra sus intereses y contra su impulso a responder con su lucha. Y lo hace de mil maneras diferentes, gracias en parte al trabajo capilar de las fuerzas oportunistas de conservación que dirigen a los proletarios al terreno de la conciliación, la colaboración y la paz social en lugar del enfrentamiento.

La ruptura de la paz social como ocurrió en 1953 en Alemania del Este y en Berlín, cuando los proletarios se sublevaron contra las condiciones intolerables en las que los poderes burgueses de la época -vestidos, además, de «socialistas»- los habían sumido, es la señal inequívoca de que la lucha de clases resurge cada vez que la crisis social empuja a las masas proletarias a luchar no por la «libertad», no por la «soberanía nacional», no por la «patria», sino contra el régimen salarial, por lo tanto contra el capitalismo presente y dominante en todos los países, ya sean democráticos, autoritarios, dictatoriales o falsamente «comunistas» como lo fue la URSS en su tiempo y como lo sigue siendo China en la actualidad.

 La lucha proletaria no se organiza sentados en una mesa, ni en las salas de conspiración. Surge de las condiciones materiales en las que los proletarios se ven obligados a vivir y morir. Y encontrará sus propias formas de organizarse, diferentes de las actuales porque tendrá que deshacerse de los criterios organizativos del oportunismo colaboracionista.

 


 

(1) Cf. https://www.agi.it/estero/news/2023-05-08/ucraina_clinton_usa_sabia_atacar_putin-21283446/

(2) Véase https://borsafinanza.it/BRICS-cos-e-gruppo-chi-sono-paesi-aderenti/, 25.04.2023.

(3) Véase https://www.nigrizia.it/notizia/il-sudafrica-annuncia-una-missione-di-pace-africana-in-russia-e-ucraina

(4) Véasehttps://eastwest.eu/it/singapore-intenso-e-frontale-lo-shangri-la-dialogue/

 

 

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