A la depresión prolongada de la lucha de clases del proletariado,  no se responde con nuevas formas de democracia, sino con la defensa tenaz de la perspectiva revolucionaria

(«El proletario»; N° 31; Enero-febrero de 2024 )

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La gran dificultad del proletariado para recuperar el terreno de la lucha de clases descansa en poderosos hechos materiales que han debilitado su fuerza y su voluntad de luchar por el futuro y no sólo por el presente.

Los que conocen un poco la historia de la Izquierda Comunista de Italia y la historia de nuestro partido saben que uno de los factores que contribuyeron a la derrota del movimiento revolucionario en los años veinte fue esa desastrosa oleada oportunista que en la historia del movimiento obrero internacional tomó el nombre de estalinismo. El estalinismo aglutinó las formas de oportunismo reformista y socialdemócrata de anteriores desviaciones teóricas y políticas añadiendo un ingrediente que hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial Imperialista no había sido utilizado por ninguna fuerza oportunista: la lucha armada o, mejor dicho, la lucha partisana para defender la democracia contra el fascismo y cualquier régimen abiertamente dictatorial. La victoria del estalinismo sobre el bolchevismo leninista original no fue fácil. Tuvo que hacer picadillo la teoría revolucionaria marxista -que veía en el bolchevismo de Lenin su máxima expresión teórica y práctica, demostrada ante la guerra imperialista, en la conducción de la revolución proletaria en Rusia y en la fundación de la Internacional Comunista- y a la vieja guardia bolchevique; su objetivo era enterrar todo eslabón, toda tradición, todo recuerdo de la magnífica lucha revolucionaria de alcance internacional, incluso antes que rusa, que tuvo como principal protagonista al proletariado ruso y a su partido de clase, para doblegar el movimiento revolucionario original ruso a las únicas exigencias históricas del desarrollo capitalista en Rusia y al movimiento proletario internacional para apoyar esas exigencias contra los objetivos internacionalistas que siempre habían caracterizado al movimiento comunista.

La lucha revolucionaria que el Partido Comunista que, bajo la dirección de Lenin, tenía como objetivo declarado la revolución proletaria internacional, a cuya preparación y victoria estaban subordinadas las fuerzas revolucionarias de Rusia, fue desviada por el estalinismo de sus objetivos no sólo económicos -cuya necesidad histórica ya había sido subrayada por Lenin con la NEP, sólo para poder esperar a la revolución en Europa-, sino sobre todo políticos. La revolución nacional, históricamente necesaria dado el atraso económico y social de la Rusia de entonces, tenía prioridad sobre la revolución internacional que tardaba en madurar. Hechos materiales, estos, totalmente explicables para los marxistas, pero el golpe de gracia al movimiento revolucionario internacional lo dio la política que mistificó las razones de Estado rusas como razones indispensables para la lucha proletaria en el mundo. La teoría de la «construcción del socialismo en un solo país» fue la coronación de la completa distorsión del marxismo como teoría de la revolución mundial del proletariado y de la degeneración irreparable del movimiento comunista internacional.

Del abismo en el que se había sumido el movimiento comunista y proletario a nivel mundial, sólo se podía resurgir retomando el trabajo de restauración teórica del marxismo -sobre la vía de lo que ya había hecho Lenin en los primeros veinte años del siglo pasado-, volviendo a conectar con la experiencia histórica del movimiento comunista internacional en el que emergió con gran fuerza la corriente de la Izquierda Comunista de Italia. Esta corriente, a la que estamos estrechamente vinculados -a diferencia del trotskismo, el bujarinismo, el luxemburguismo, el ordinovismo, el tribunismo holandés y todas las demás minicorrientes que se opusieron al estalinismo- había basado su actividad en los firmes cimientos de la lucha contra la democracia, el nacionalismo, el chovinismo, el anarquismo, el sindicalismo y el obrerismo de la misma manera que Lenin, pero con una diferencia: su lucha tenía como telón de fondo la sociedad burguesa avanzada, un régimen democrático establecido desde hacía mucho tiempo y un arraigado reformismo socialista y, en su caso, «maximalista», que en Rusia objetivamente no había tenido tiempo de arraigar como en Europa Occidental.

Es sobre esta tradición marxista sobre la que la corriente Izquierda Comunista de Italia fue capaz de dejar a los militantes comunistas revolucionarios que sobrevivieron al tsunami estalinista un surco profundo sobre el que volver a hacer crecer el movimiento revolucionario.

Hemos mencionado la lucha contra la democracia como una de las principales características de nuestra corriente. Los acontecimientos ligados a la victoria del fascismo en Italia y del nazismo en Alemania, el encuadramiento del proletariado mundial en la segunda guerra imperialista mundial en defensa de la democracia contra el nazi-fascismo, y la implicación del proletariado en la reconstrucción de posguerra y el crecimiento económico de cada capitalismo nacional, en nombre de una civilización que ha encontrado en la democracia su más alta representación, nos hacen darnos cuenta de la profundidad del abismo en el que se ha encontrado y se encuentra el proletariado mundial.

También hemos dicho que las potencias democráticas occidentales derrotaron efectivamente al fascismo en el terreno militar, pero el fascismo ganó en el plano político y económico. El fascismo representó mejor que nadie el desarrollo capitalista en su forma imperialista (concentración capitalista, supremacía del capital financiero, creciente opresión de las naciones débiles) y legó a los regímenes democráticos su mejor política para captar el apoyo del proletariado: institucionalizar la colaboración entre clases.

Porque, ¿qué es la democracia imperialista sino la máxima expresión de la concentración capitalista, de la supremacía del capital financiero y de la política de colaboración entre las clases? La Izquierda Comunista de Italia lo había visto bien, había utilizado consecuentemente el marxismo para una evaluación exacta de la situación histórica, antes y después del fascismo, antes y después de la revolución proletaria y comunista contra la burguesía dominante, que estaba en grave peligro, que veía en el fascismo el instrumento que podía dar el golpe de gracia al movimiento revolucionario del proletariado después de haber sido debilitado, desviado, saboteado, por las fuerzas oportunistas de la socialdemocracia reformista y por un maximalismo socialista «revolucionario» de palabra, pero que de hecho saboteaba la verdadera lucha revolucionaria.

Las lecciones que nuestro partido ha aprendido de las revoluciones y, sobre todo, de las contrarrevoluciones, nos han dicho y nos dicen que el camino para la reanudación de la lucha de clase del proletariado es mucho más impracticable que en los años veinte, pero que no se facilita abandonando los dictados teóricos y programáticos del marxismo, innovándolos, con la idea de que, a partir de la victoria burguesa, los comunistas deben retomar las armas políticas que la burguesía utilizó para ganar, sus programas sociales y económicos, ajustándolos en favor de las necesidades vitales de las masas trabajadoras con la expectativa de poder proponerles el salto cualitativo revolucionario del capitalismo al socialismo. En esencia, se trataría de utilizar la democracia, las instituciones democráticas para que las masas trabajadoras tomen conciencia no sólo de su fuerza potencial - «son las masas trabajadoras las que sostienen el país», como gritan los sindicalistas colaboracionistas-, sino también de su capacidad para «gestionar» el país, su economía, sus instituciones, su gobierno.

Esto no es nada nuevo: al reformismo socialista hay que darle lo que es del reformismo socialista, es decir, la política de los pequeños pasos, de la conquista gradual de objetivos parciales, locales, mínimos, con el fin de ‘entrenarse’ para gobernar, para dirigir empresas, para familiarizarse con el ‘poder político’. Pero el reformismo socialista ha traicionado la lucha proletaria, ha abrazado la causa de la burguesía dominante tanto en términos de «crecimiento económico» -es decir, de aumento de la explotación de la fuerza de trabajo de la clase obrera- como en términos de guerra comercial y de guerra a la que conducen inevitablemente los enfrentamientos interburgueses, como ha demostrado la historia de la sociedad burguesa desde hace doscientos años.

En la línea de la tradición proletaria y comunista, rechazamos cualquier programa, cualquier planteamiento, cualquier iniciativa, cualquier actividad que haga referencia a la democracia. Ésta es cada vez más un cadáver andante, un peso colosal sobre los hombros del proletariado; es una sustancia tóxica que debilita y envilece no sólo la lucha política del mañana, sino también la lucha proletaria de defensa inmediata. En realidad, la colaboración de clases es la política que prepara y acostumbra a los proletarios a pensar como la burguesía, a hacer lo necesario para defender los intereses burgueses, a desplegar su fuerza social para que la burguesía dominante siga dominando, siga explotando el trabajo asalariado, siga sumiendo a millones de seres humanos en la marginación y la pobreza absoluta, siga transformando al proletariado de carne para alimentar la maquinaria de la industria en carne de cañón para ser utilizada en guerras que nada pueden «resolver» a favor de las masas trabajadoras.

La propaganda burguesa sigue afirmando que el desarrollo progresivo y sin sobresaltos del capitalismo está garantizado por la cohesión nacional, por la colaboración de todas las capas sociales que participan en el bienestar económico y social de todos haciendo «cada uno lo que le corresponde», es decir, que el capitalista invierte su capital y dirige sus empresas de forma productiva y competitiva, que el proletario ponga a disposición su fuerza de trabajo a cambio de un salario que le permita vivir dignamente, que el parlamentario utilice su capacidad de diálogo con todos los demás parlamentarios para llegar a acuerdos útiles para «todos los ciudadanos», que el policía se ciña a la defensa del orden establecido y se oponga a todo lo ilegal, que el juez utilice las leyes con sentido común, etc., etc. etc. En definitiva, que las cosas avancen sobre la misma base sobre la que lo han hecho hasta ahora, sólo que con la voluntad de limar las aristas, de estar menos apegados al interés propio, de ser más colaborativos, más participativos, pensando también en los ‘desafortunados’, en los más desfavorecidos.... Hoy en día, incluso la Iglesia de Roma levanta la voz contra las desigualdades, las disparidades, la pobreza absoluta, la guerra.

Así, los proletarios de hoy viven en unas condiciones sociales y laborales que aceptan como algo que no puede cambiar salvo por la buena voluntad de los patrones, de los poderosos, o de un Estado que por una vez sirviera a los intereses de los trabajadores y no sólo de los empresarios. Los proletarios viven la desigualdad social como un hecho que ha sucedido y que sólo puede mitigarse si los gobernantes, los administradores del poder nacional y local, hacen algo al respecto. Viven con la ilusión de que se pueden utilizar los instrumentos políticos y partidistas de la democracia para cambiar este estado de cosas; pero también viven con las constantes decepciones en cada elección, en cada gobierno que se forma, en cada fábrica que cierra, en cada carta de despido que llega quizás por correo electrónico, en cada huelga que no termina en nada. Evidentemente aún no se ha tocado fondo. Los proletarios siguen confiando en la democracia.

Como partido marxista sabemos que no es la voluntad de individuos o grupos la que puede cambiar la situación; menos aún aplicada al sistema democrático donde se supone que el pensamiento de una mayoría es sagrado, pero sabemos por demostración histórica que la mayoría siempre piensa como quiere el poder burgués. El verdadero problema del «cambio» radica en las insostenibles condiciones materiales en las que están y estarán sumidos los proletarios, porque la fuerza de las contradicciones sociales del capitalismo es decisiva sobre la «voluntad» de cualquier gobierno.  Entonces los proletarios se verán empujados al terreno de la lucha sin cuartel por su propia supervivencia y podrán reconocer en este terreno quién está de su lado y quién en contra.

El partido de clase que no se desvía de la perspectiva y el programa de la revolución proletaria debe prepararse para esa situación, porque sabe que cuando surja el proletariado no podrá esperar a que el partido de clase se forme y lo dirija: deberá existir previamente y ser influyente.

 

 

Partido Comunista Internacional

Il comunista - le prolétaire - el proletario - proletarian - programme communiste - el programa comunista - Communist Program

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