"El Comunista" nueva edición nos habla sobre Palestina

(«El proletario»; N° 31; Enero-febrero de 2024 )

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El grupo que publica el periódico El Comunista (nueva edición) pretende ser una especie de heredero de la Izquierda Comunista de Italia y tener algún tipo de relación con Partido Comunista Internacional (de cuyo nombre aún se reclaman) y su trabajo de desarrollo sistemático de la crítica teórica y política a las corrientes estalinista y sus herederos de cualquier nombre. Decimos pretende porque más allá de una reivindicación formal de estos orígenes, nadie puede encontrar nada que recuerde siquiera a nuestra corriente.

Es cierto que en su prensa se puede leer habitualmente un batiburrillo de citas (por lo general mal traídas porque son mal entendidas por la redacción) de algunos de nuestros textos fundamentales, porque con ello buscan hacer pasar de tapadillo sus propias posiciones, alejadas siempre de las tesis de la Izquierda Comunista y del propio marxismo revolucionario, como engarzadas a una escuela de lucha como la que ha sido y continuará siéndolo el Partido Comunista Internacional. Pero es suficiente con echar un vistazo, siquiera superficial, a los textos en los que, por decirlo de alguna manera, caminan sin sujeción, a los artículos en los que no pueden jugar la baza de inundar las páginas con citas que confundan respecto al verdadero contenido, para darse cuenta de los pocos vínculos que existen entre sus posiciones y las de nuestra corriente.

Es el caso de la hoja que publicaron el otoño pasado a tenor de los ataques de Hamás sobre Israel y de la reacción del país hebreo. Se trata de un texto de intervención en el que, siguiendo los acontecimientos, buscan dar una visión general sobre la situación del conflicto palestino-israelí y acaban por mostrar su profunda incomprensión tanto de los puntos fundamentales del marxismo acerca de la guerra imperialista y la reacción a esta por parte del proletariado como del enfoque materialista (alejado de cualquier sensacionalismo y contrario a las valoraciones superficiales de los periodistas al uso) necesario a la hora de evaluar la tendencia hacia el enfrentamiento y la crisis que se desarrolla en algunas áreas del globo de manera más aguda que en otras.

La región del Próximo Oriente es, sin duda, una de las más convulsas del planeta. Nuestro partido, desde su formación en la década de los años ´50, ha dado cuenta de la situación que ha atravesado esa área, partiendo de la descolonización británica, pasando por la incapacidad de las nacientes burguesías árabes para consolidar un único Estado capaz de garantizar su independencia política y económica respecto a las grandes potencias imperialistas (Francia y Gran Bretaña en un primer momento, Estados Unidos y la Unión Soviética poco después) hasta llegar a la consolidación del Estado-gendarme israelí a través del cual la principal potencia mundial impone su orden  sus intereses en la región. Pero la importancia de esta área no estriba únicamente en su relevancia estratégica, en al función que históricamente ha tenido como puerta para controlar las vías de comunicación hacia Asia y África o en la abundancia de recursos naturales cuyo control facilita, sino que es imprescindible tener en cuenta la fuerza histórica con que han contado las masas plebeyas de la región, arrancadas de sus tierras por la ocupación israelí y sometidas al control y la represión continua por parte de las naciones árabes vecinas, y un joven proletariado que se ha ido aglutinando tanto en los campos de refugiados de Líbano y Jordania como en Gaza y Cisjordania. El problema de la guerra entre Israel y Palestina (o entre Israel y Líbano, o entre Israel y cualquiera de los actores árabes involucrados en los conflictos regionales) ha tenido, durante largas décadas, el trasfondo de la lucha por la nacional-revolucionaria palestina. Las masas palestinas han sido el principal factor de desestabilización de la región en numerosos casos y aún hoy el «problema» que bloquea una salida al conflicto en forma de los dos Estados que la ANPe incluso Hamás, pero no Israel, estarían dispuestos a aceptar. La liquidación al menos temporal de esta lucha nacional-revolucionaria y el hecho de que la independencia nacional palestina en el momento actual sea algo prácticamente irrealizable a menos que un brusco cambio en los lineamientos imperialistas de la región la impongan dentro de su lucha por el reparto del poder, no permite en ningún caso obviar ni la historia ya sucedida ni los fortísimos condicionantes que esta ha dejado y que atraviesan la situación actual.

Por ello no es admisible para ningún marxista liquidar la difícil madeja en que se embrollan cuestiones de nación, raza y, por supuesto, clase social con una afirmación del tipo

 

«Habrá solución a la situación en Palestina cuando la clase obrera árabe e israelí se levante como un solo hombre para abatir a sus respectivas burguesías que hoy les enfrentan unos con otros. Pero esta tarea no la pueden asumir solos el proletariado palestino o el proletariado israelí, como tampoco el proletariado de ningún Estado aisladamente: «la emancipación de los trabajadores no es una tarea local ni nacional sino una tarea social e internacional.» (Estatutos de la Internacional Comunista, II Congreso, 1920).»

 

¿Qué quiere decir esto? Evidentemente todos los problemas nacionales que subsisten en el mundo (que, por cierto, no son pocos ni despreciables), todas las situaciones en las que la discriminación racial ejerce como muro de contención que impide que el proletariado de una u otra zona rompa con la colaboración de clase que impone tanto el beneficiarse como el padecer esta discriminación… todo ello se solucionaría si mágicamente el proletariado se levantase, no en un país, sino en todo el mundo, «como un solo hombre». Pero eso, dicho sin más, ¿es la perspectiva que asumen los marxistas revolucionarios?

En el caso de Palestina, por ejemplo, el vínculo que relaciona al proletariado israelí con su burguesía, se alimenta precisamente del beneficio que este proletariado obtiene de apoyar la colonización de las tierras palestinas y la opresión de las masas y los proletarios árabes tanto dentro como fuera del Estado de Israel. La militarización social (bien que contestada en algunos ámbitos, pero sin una perspectiva de clase) es el ejemplo más claro de una clase proletaria, formada sobre todo por los inmigrantes judíos tardíos, que es usada diariamente en la lucha contra los palestinos pero que obtiene ciertas ventajas sociales y, que por tanto, mantiene esa unión sagrada con su burguesía.

Por la parte árabe persiste la opresión nacional (si bien, como decimos, las posibilidades de una salida nacional-revolucionaria a esta están prácticamente liquidadas) y con ella un lazo que vincula objetivamente a diversos estratos sociales, entre los cuales el proletariado. La clase burguesa palestina y la pequeña burguesía del campo y la ciudad, han capitaneado la lucha nacional palestina desde sus orígenes sin que la clase proletaria haya sido capaz de abandonar el papel subordinado que le fue impuesto. Las diferentes estructuras milicianas que han proliferado tanto en los territorios ocupados como en los campos de refugiados han sido el ejemplo más claro de esta subordinación que se daba también sobre el terreno de la lucha armada. Cuando la OLP primero y Hamás después, cada uno en su momento y jugando un papel de cara al Estado israelí sensiblemente diferente, han alcanzado una situación de relativa estabilidad con el Estado opresor, esta subordinación del proletariado palestino, muy numeroso y capaz en su momento de dar verdaderos ejemplos de lucha clasista, se ha vuelto especialmente pesada, pero no ha desaparecido sino que incluso se ha vuelto más fuerte.

¿Tiene sentido, entonces, clamar por un levantamiento «como un solo hombre» de proletarios israelíes y palestinos? No, se trata sencillamente un brindis al sol, de una frase dicha bien porque se ignora lo más elemental del marxismo bien porque se ignora la historia de la región o, probablemente, por ambos motivos. No cabe duda que únicamente la lucha revolucionaria del proletariado pondrá fin a la opresión nacional de las masas palestinas–como de cualquier otra opresión nacional-y de que sólo mediante la revolución social se suprimirá la explotación económica del proletariado internacional… Pero el camino no ya hacia el inicio de una situación de lucha proletaria que representará un momento histórico completamente diferente al presente (si bien ligados ambos dialécticamente entre otros vectores por el partido comunista), sino ni siquiera a la mínima expresión de solidaridad de clase más allá de las barreras raciales y nacionales debe transitar forzosamente por terrenos que no se pueden atravesar sólo con frases altisonantes.

¿Qué papel atribuye El Comunista a la unión sagrada del proletariado israelí con su burguesía? ¿Qué importancia le da a la cuestión nacional en el terreno palestino?... De estas cuestiones vitales que deben concretarse en un balance mucho más detallado que se remita a la cuestión palestina como punto de confluencia de la opresión nacional y de la lucha proletaria a ambos lados de todas las fronteras, El Comunista no dice nada. Es más, después de evitarse ir más allá de lo más superficial en su valoración de la situación actual y de las perspectivas que esta implica para la clase proletaria internacional, salta directamente a otra gran consigna: la organización del Partido.

 

«Para poder llevar a cabo su misión histórica, la clase obrera necesita el Partido Comunista Internacional que debe reunir la parte más avanzada y decidida del proletariado, unificando los esfuerzos de las masas obreras dirigiéndolas desde la lucha por intereses y resultados contingentes a la lucha general por la revolución mundial, por la instauración transitoria de la dictadura revolucionaria del proletariado hacia una sociedad sin clases, sin propiedad privada, sin trabajo asalariado, sin estado, sin régimen mercantil y de empresa. La responsabilidad de todo comunista es trabajar por la organización, consolidación, desarrollo y extensión de este Partido.»

 

Pero, ¿en qué consiste esta «organización del Partido? ¿Qué experiencia, para ella, se obtiene del largo camino recorrido por la situación en la zona del Próximo Oriente, en general, y de Palestina en particular? Porque, sin poner en ningún momento en duda la corrección de una afirmación como la anteriormente citada, el trabajo de organización y desarrollo del Partido, tal y como lo entiende la Izquierda Comunista de Italia y tal y como se ha defendido siempre en nuestro Partido Comunista Internacional, no es una consigna que se lance al vacío, sino que se fundamenta en la necesaria intervención del Partido (por pequeño que sea, por limitadas que sean sus fuerzas físicas) en cualquier grieta de las que se abren en la sociedad capitalista como consecuencia de las contradicciones que atraviesan esta, en la contribución política y teórica que debe dar en cada oportunidad que abre el curso de la historia, siempre en consonancia con una doctrina y un programa que permanecen inmutables para la larga fase histórica que cubre el periodo del fin del capitalismo.

¿Qué nos dice, entonces, El Comunista sobre esta «organización del Partido? En primer lugar que

 

«Sin renunciar en ningún momento a transformar la guerra imperialista en guerra civil revolucionaria durante su desarrollo o a desencadenarla a continuación de ésta, será posible reaccionar al propio estallido de la guerra imperialista declarando la huelga general revolucionaria sólo si previamente se ha desarrollado una extensa red de solidaridad y de lucha en el plano sindical, fuera de los tentáculos del Estado, en la cual haya ganado una influencia decisiva el Partido Comunista Internacional

 

De acuerdo con esta afirmación, la tarea del Partido Comunista es declarar la «huelga general revolucionaria», ese gran mito anarquista y sindicalista con el que estas corrientes han escamoteado históricamente la necesidad de la lucha política revolucionaria, para lo cual previamente debe desarrollarse una «extensa red de solidaridad y lucha en el plano sindical […] en la cual haya ganado una influencia decisiva el Partido Comunista Internacional».

Difícil reunir en una sola frase más afirmaciones ajenas al marxismo. La huelga general revolucionaria no es el fin por el que lucha el partido, no es ni siquiera el método de acción a través del cual se lelvará a cabo, llegado el momento, la movilización en una guerra imperialista. Y la tarea del Partido no puede estar, ni mucho menos, supeditada a este objetivo.

El Comunista representa, esencialmente, una desviación sindicalista del marxismo. Lo representaba cuando, en 1980, sus miembros se desgajaron del tronco del Partido, cuando negaban la necesidad de un partido estructurado más allá del terreno de intervención inmediata en las luchas proletarias, y lo representan hoy, cuando cifran la lucha contra la guerra imperialista en la existencia de esa «red de solidaridad y lucha» que debería estar influenciada por el Partido. La lucha contra la guerra imperialista es una lucha política y requiere no de una red sindical, sino de un partido que, en general, sea capaz de influenciar al proletariado en el sentido de una respuesta, insistimos política, tanto en el ámbito sindical como en cualquier otro. Y el objetivo de esta influencia no será una movilización laboral, como pretenden sacando a relucir el viejo mito libertario de la huelga revolucionaria, sino política, como lo fue la del Partido Bolchevique de Lenin y Trotsky contra la Iª Guerra Mundial. La transformación de la guerra imperialista en guerra civil obedece a unos requisitos históricos entre los cuales la presencia de un proletariado fuerte y organizado -no sólo sindicalmente, en Rusia los sindicatos no tuvieron nunca un peso decisivo- y de un partido compacto y potente capaz de organizar y centralizar los impulsos espontáneos y centrífugos de ese proletariado hacia el objetivo principal que es la toma del poder y que pasa por batir a la fuerza organizada de las clases reaccionarias a las que encabezará la burguesía.

Pero El Comunista continúa

 

«Esto no sucederá si no hemos combatido la influencia organizativa e ideológica que ejerce la burguesía a través del sindicalismo integrado en el Estado y a través del parlamentarismo, si no hemos arrancado la mala hierba - palmo a palmo si es necesario - para poder sembrar y echar raíces. Por lo tanto, es una responsabilidad para cualquiera que comprenda la necesidad del derrotismo revolucionario (no sólo como figura retórica) trabajar para preparar las premisas materiales para que esta consigna pueda ser puesta en acción.»

 

Es decir, que el derrotismo revolucionario parte de la lucha contra el sindicalismo integrado en el Estado y el parlamentarismo. De acuerdo con esta afirmación es sólo la influencia de los sindicatos «integrados» y la ideología parlamentaria la que impiden el renacer del Partido Comunista y de su influencia sobre el proletariado (de todas las naciones) en Palestina. La tarea a asumir, entonces, por los comunistas es la de extender el sindicalismo clasista en Oriente Próximo y todas las cuestiones políticas que constituyen el verdadero factor de retardo en la reaparición de la lucha de clase y del partido proletario, quedarían superadas. Para El Comunista no hay problema político, sino sindical. La clase burguesa no domina al proletariado y al resto de clases subalternas políticamente, sino privando a la clase obrera de organizaciones independientes. Esta ideología sindicalista, que como decimos siempre ha estado presente en El Comunista, se vuelve especialmente nociva cuando pretende remedar cualquier situación, como la Palestina, mediante recetas de tipo inmediatista y organizativista.

¿Se necesitan más pruebas? Van en los párrafos siguientes:

 

«Una tarea fundamental es reintroducir en el seno de la clase obrera el marxismo integral, el marxismo sin adulteraciones, revisiones ni actualizaciones, sin debates ociosos ni especulaciones dubitativas que sólo mellan su filo revolucionario: «sin teoría revolucionaria, no puede haber movimiento revolucionario» (Lenin, ¿Qué hacer?, 1902). El marxismo es para el proletariado un instrumento de trabajo y un arma de combate: «en el apogeo de la batalla no se abandona, para «repararlos», ni el instrumento ni el arma, sino que se vence en tiempos de paz y de guerra blandiendo desde el inicio utensilios y armas buenos.» (La invariancia histórica del marxismo, 1952).

Otra tarea fundamental es romper la camisa de fuerza del sindicalismo integrado, organizar el sindicato de clase. Hay una relación estrechísima entre la posibilidad revolucionaria y la lucha inmediata de la clase proletaria contra el capital: «Si en sus conflictos diarios con el capital [los proletarios] cediesen cobardemente, se descalificarían sin duda para emprender movimientos de mayor envergadura.» (Salario, precio y ganancia, 1865, K. Marx). «Esta organización del proletariado en clase y, por tanto, en partido político, vuelve sin cesar a ser socavada por la competencia entre los propios obreros.» (Manifiesto del Partido Comunista, 1848).

Ambas tareas tienen que realizarse simultáneamente, alimentando una a la otra, organizando la lucha inmediata tejiendo la red del sindicato de clase no integrado en el Estado e introduciendo en las experiencias de esas luchas el marxismo, haciendo que una parte de los trabajadores que han emprendido esas luchas se eleve al nivel de la teoría revolucionaria, pasando a ser militantes comunistas.»

 

Dos tareas, por lo tanto, para El Comunista. Una, la «teórica», que consiste en reintroducir entre el proletariado el «marxismo integral». Otra, la «práctica», construir el sindicato. Ambas al mismo nivel, ambas con la misma importancia. ¿Dónde queda aquí el papel del Partido? ¿Existe acaso en su visión más allá de ser un centro informe irradiador de ideología y organizador sindical? ¿Qué papel tiene la lucha política?

La lucha de clases es un fenómeno en esencia político. El marco económico que crea y desarrolla a las clases contrapuestas no da una respuesta al conflicto que se genera entre ambas, la acentuación de la tensión entre proletarios y burgueses (pero tampoco entre siervos y señores o entre propietarios y libertos) no se resuelve mediante la organización económica, sino mediante la organización política (el partido, conformado por proletarios pero también por desertores de las clases sociales dominantes) y mediante la lucha revolucionaria que excede, por supuesto, el cauce sindical. Por otro lado, esta lucha política no aparece ni como acumulación de fuerzas en el terreno sindical (por muy influenciado que se encuentre el proletariado en este por el partido) ni por el adoctrinamiento de tipo intelectual («introducir la teoría» en sus palabras) de la clase proletaria. El proletariado, vive, como clase, sometido tanto a la explotación laboral como a tantas formas de opresión como existen en el mundo capitalista. El objetivo histórico de su lucha es el abatimiento del poder burgués mediante la acción revolucionaria que debe organizar y dirigir el partido comunista. Pero esta lucha, este movimiento revolucionario, no es una suma de movimientos parciales o inmediatos, de tipo sindical o social, sino una consecuencia de la influencia que el partido de clase obtiene precisamente al ser capaz de concentrar las tensiones dispersas, los movimientos espontáneos que se dan sobre el terreno de la supervivencia inmediata, o de la lucha política más amplia, hacia el fin único de la toma del poder.

Desde la perspectiva de El Comunista, es indiferente Palestina que España, Francia o Italia. Únicamente son necesarias la doctrina marxista (¿cómo se introducirá en la clase? ¿cómo se extenderá? Quién sabe…) y sindicatos. Los términos reales en los que se lleva a cabo la lucha de clases en cada una de estas regiones, les son completamente indiferentes. Porque en el fondo, más allá de su activismo sindical y de su intelectualismo de frases repetidas de la doctrina marxista repetidas como loros, la indiferencia es lo único que pueden ofrecer a los proletarios.

 

 

Partido Comunista Internacional

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