¿Retornará la lucha proletaria?
(«El proletario»; N° 31; Enero-febrero de 2024 )
El largo periodo que va desde el triunfo de la contrarrevolución estalinista hasta el día de hoy se caracteriza por una marcada ausencia de la lucha proletaria del escenario social. Y esto no sólo sucede en el terreno político, aquel donde se desarrolla el enfrentamiento de la clase proletaria y la burguesa en el sentido estricto del término (un terreno que llega hasta la lucha por el poder y el ejercicio de la dictadura proletaria, pero que incluye cualquier lucha que interesa al proletariado como clase) sino también en el terreno de la lucha por la defensa de las condiciones de existencia, de vida y de lucha, de los proletarios. Nos referimos a la lucha económica (categoría más amplia, sin duda, que la meramente sindical) y a la posición independiente del proletariado respecto a las cuestiones que esta involucra: defensa del salario, de las condiciones laborales, de la salud en el puesto de trabajo… pero también de aquellas que van más allá del mundo estrictamente laboral y engloban la reproducción de la clase en cuanto tal: defensa de los trabajadores desempleados, de las condiciones de existencia en los barrios proletarios, etc. Porque también en lo que incumbe a esta lucha inmediata se puede decir que el proletariado no es capaz de mantener una posición de clase independiente, desvinculada de la burguesía en lo que se refiere a objetivos medios y métodos de la lucha.
Esta afirmación debe entenderse con todos los matices que implica. En primer lugar, la ausencia de la lucha de clase sobre el terreno inmediato es consecuencia de la derrota del proletariado sobre el terreno político. Concretamente, es consecuencia de la victoria de la contrarrevolución que, aliando en un frente único a la socialdemocracia, el estalinismo y las fuerzas explícitamente burguesas, aplastó la oleada revolucionaria abierta en 1917 con la toma bolchevique del poder, liquidó tanto las conquistas del Estado proletario ruso y, sobre todo, acabó con la organización de vanguardia de la clase proletaria internacional, con su fuerza política representada por la Internacional Comunista y los partidos adherentes a esta. Esta derrota no tuvo lugar únicamente en el terreno militar (si bien el esfuerzo bélico de las principales potencias imperialistas durante la guerra civil rusa logró debilitar de manera decisiva al proletariado ruso, abanderado entonces de la ofensiva revolucionaria) sino, sobre todo, en aquel, mucho más insidioso, de la desviación de los objetivos comunistas de la lucha revolucionaria, de la falsificación del programa marxista y de la represión selectiva contra los destacamentos que defendían intransigentemente la doctrina revolucionaria de Marx, Engels y Lenin dentro de los partidos comunistas ruso y europeos. Sus consecuencias fueron, en primer lugar, la desaparición del Estado proletario ruso y, con él, del contingente proletario más decidido y firme que ha existido hasta el momento. En segundo lugar, el triunfo de la contrarrevolución burguesa abierta que, bajo la fórmula del fascismo y el nazismo, liquidó el potencial revolucionario de los proletarios alemanes e italianos. Y fue una vez logrado esto, una vez aniquilado políticamente el proletariado, que el terreno de la lucha económica quedó expedito para la burguesía. De la misma forma que la lucha de clase va de arriba hacia abajo, que aparece en su forma exquisitamente política y no como una lenta acumulación de fuerzas que colmen el plano sindical antes de pasar a la lucha «de partido», la represión, la contrarrevolución, liquida primero el nervio central de la clase, que es su partido, la fuerza que garantiza la continuidad en el tiempo y en el espacio del programa comunista, para luego atacar a la clase en el terreno de la mera supervivencia económica. De hecho, mientras que al partido comunista la burguesía le ataca con toda la fuerza de la que es capaz, buscando su aniquilación no sólo política sino también física, a las organizaciones inmediatas del proletariado tiende más bien a anularlas cooptándolas o integrándolas en una alianza interclasista que si bien niega su independencia no esconde que existe un margen donde el conflicto entre proletarios y patronos es inevitable e incluso permisible hasta cierto punto. (1)
Tomando la contrarrevolución, en los términos en que acabamos de resumirla, como algo dado nuestro partido ha explicado la persistente ausencia de la lucha de clase sobre el terreno económico partiendo de dos hechos básicos.
El primero es que tras la Segunda Guerra Mundial, concretamente tras el aluvión de dólares norteamericanos que permitió comenzar la reconstrucción de una Europa completamente destruida, el beneficio obtenido por las burguesías nacionales se mantuvo durante mucho tiempo tan elevado que fueron capaces de desarrollar amplios sistemas de «amortiguación social» con los que mejorar las condiciones de vida del proletariado. Comenzando con unos salarios notablemente mayores que aquellos que fueron comunes antes de la guerra y continuando con todos los planes de cobertura del desempleo, pensiones, inversión en educación y sanidad, etc. la clase burguesa demostró que había aprendido la lección que le dio el periodo de entre guerras y fue capaz de poner en pie un complejo sistema de garantías que elevaron al proletariado por encima de la miseria vital que había sido moneda común. Esto no quiere decir que, tras la Segunda Guerra Mundial, la burguesía se volviese educada e inteligente, que encontrase la verdad revelada para suprimir la lucha de clases y que la aplicase… No, simplemente significa que el largo ciclo alcista de los negocios le permitió poner en marcha unos planes que no eran nuevos en su cabeza pero que encontraron financiación gracias a los inmensos beneficios que la reconstrucción postbélica dejaba. Tampoco quiere decir que la miseria proletaria desapareciese súbitamente: las diferentes reconstrucciones nacionales, el desarrollo de una nueva industria a gran escala y toda esa próspera sociedad que hoy se idealiza, se realizó a costa de un inmenso sacrificio por parte de la clase proletaria que, si bien vio mejorar sus condiciones de vida (aún si muchos estratos obreros no lograron alcanzar nunca el tenor que hoy se dice que fue normal), continuó padeciendo la explotación en el puesto de trabajo, condiciones laborales insalubres, un gran desarraigo como consecuencia de los desplazamientos masivos del campo a la ciudad, etc. El capitalismo nunca podrá ser un sistema armónico ni equilibrado, incluso en los (excepcionales) periodos de relativa prosperidad su norma es el conflicto y nunca logrará suprimir las tensiones que aparecen como consecuencia de que toda la riqueza y todo el bienestar que se alcanza en su seno se levanta sobre la explotación del proletariado, que conforma la gran mayoría de la población.
El segundo hecho fundamental que explica la ausencia de la lucha de clase del proletariado sobre el terreno inmediato es la existencia de la socialdemocracia y el estalinismo, representados por las corrientes socialistas y los partidos comunistas respectivamente, que tanto sobre el terreno político con una defensa cerrada de la democracia y la solidaridad nacional con la burguesía como sobre el terreno sindical con la integración de las organizaciones sindicales bajo su mando en el Estado burgués, garantizaron la paz social. Concretamente, estas organizaciones fueron las encargadas de mantener a la clase proletaria dentro de los límites que impone la política de colaboración entre clases a cambio del desarrollo de este «estado social» que emanaba de los inmensos beneficios empresariales. Toda la legislación social pasó por manos de socialdemócratas y estalinistas gracias a un pacto entre estos partidos y las organizaciones burguesas (partidos, plataformas patronales, etc.) encaminado a garantizar la paz social. Esta política integradora, colaboracionista, se financió también con el excedente de beneficios que permitía el auge económico. Y, de nuevo, no se trata de que la burguesía se volviese súbitamente una clase capaz de sortear las contradicciones que genera su modo de producción, sino de que tuvo los medios para atenuarlas. Su experiencia política, obtenida en la aniquilación del proletariado revolucionario de los años ´20 y de las dictaduras fascistas del periodo posterior, le permitió orientar la colaboración con las organizaciones oportunistas, pero esto no hubiera servido de nada si la situación económica general no lo hubiese facilitado.
A esta explicación que nuestro partido ha dado y sobre la cual hemos desarrollado tanto nuestro trabajo político como el esfuerzo por intervenir en cualquiera de las grietas que se abren continuamente en la sociedad burguesa, muy especialmente en el mundo del trabajo, y a través de las cuales siempre hemos tratado de vincular nuestra labor (teórica, política y organizativa) a la clase proletaria, se le opone en muchas ocasiones una objeción que aparentemente es muy simple y que vendría a poner en cuestión todo el desarrollo planteado hasta aquí. Aceptando que aproximadamente durante treinta años, desde el final de la Segunda Guerra Mundial y por lo tanto hasta la crisis económica de 1975, el periodo de bonanza económica descrito y la colusión de las clases burguesas con las corrientes socialdemócrata y estalinista hayan tenido el efecto paralizante sobre la clase proletaria del que hablamos, ¿por qué razón una vez acabó este ciclo de postguerra y de nuevo las crisis económicas jalonan con dureza la vida de todos los países no ha retornado la lucha de clase? Es más, se añade, hoy día, cuando se vive una situación mucho peor para los proletarios incluso en los países capitalistas más desarrollados que la que había durante las décadas de 1950, ´60 o ´70, probablemente la lucha de clase parece atravesar uno de sus momentos más bajos.
Es cierto que el fin de los llamados treinta gloriosos, que en España pueden reducirse a, como mucho, el periodo que va del ´62 al ´75, trajo una serie de movilizaciones obreras tanto en las fábricas y empresas como en los barrios proletarios, que parecían marcar el fin de la tónica abiertamente reaccionaria de las décadas anteriores. Pero no fue así. Estas luchas, sin negar la fuerza que llegaron a alcanzar, no lograron romper el bloque conformado por burgueses y oportunistas, no consiguieron hacer mella en esa coalición que sustentaba la política de colaboración entre clases y de paz social extendida por todos los países. De nuevo la trampa democrática articulada mediante la gran capacidad de los partidos estalinistas y socialdemócratas para hacer creer a la clase proletaria que sus exigencias podían plantearse atendiendo a la legalidad, a la participación electoral, etc. fue decisiva. El peso de la tradición contrarrevolucionaria, el prestigio que todavía mantenía el oportunismo político y sindical entre los proletarios, logró contenerlos dentro de los límites de la solidaridad entre clases.
La crisis económica que siguió al periodo de reconstrucción postbélica golpeó con fuerza al proletariado. El desempleo, los bajos salarios, además de otros fenómenos sociales asociados a una miseria renacida y cada vez más extendida, se volvieron corrientes especialmente entre los sectores más vulnerables de la clase obrera. Pero la respuesta que tuvo lugar por parte de esta se frenó antes de convertirse en una ofensiva de clase, en una ruptura de los marcos de la colaboración con la burguesía. Como decimos, ese fue el gran logro del oportunismo. Pero no fue mérito exclusivo suyo: de la misma manera que los treinta gloriosos estuvieron marcados por el frente unido de burgueses y oportunistas que se financiaba con el excedente de beneficio que daba la buena marcha económica, la disciplina impuesta a los proletarios por parte de socialdemócratas y estalinistas durante las crisis que se han sucedido desde la mitad de los años ´70 también ha tenido un reverso económico. Si bien la situación general, como es visible para cualquiera, ya no permite que la clase burguesa mantenga en pie el inmenso aparato estatal dedicado a mantener los amortiguadores sociales desplegados con anterioridad, el desmantelamiento de este no se ha producido bruscamente, no se han liquidado de golpe todos los recursos del llamado «Estado del bienestar». Desde los años ´80 la burguesía y las corrientes oportunistas que la apoyan vienen desarrollando una política de concesiones a determinados estratos proletarios mientras se permite que otros sufran en sus carnes las consecuencias de una caída sin paracaídas. Un ejemplo: en los sectores industriales desmantelados durante la llamada reconversión industrial, los proletarios con más antigüedad en el puesto de trabajo mantuvieron durante más tiempo su empleo y en muchas ocasiones accedieron a prejubilaciones o despidos en condiciones muy ventajosas. Mientras, los proletarios más jóvenes o recién llegados, sufrieron los cierres con todas sus consecuencias y sin apenas ninguna compensación. La burguesía, aliada aquí a unos sindicatos y partidos «obreros» completamente dispuestos a ayudarla a imponer sus políticas, prefirió incluso aumentar el volumen de gasto en esas prejubilaciones o en mantener puestos de trabajo que no le resultaban rentables con tal de dividir a los proletarios, manteniendo a determinados grupos con ciertas ventajas mientras a otros les hacía sufrir todo el rigor de sus exigencias. Así lograba, por un lado, amortiguar económicamente el golpe al conjunto de la clase proletaria porque esos sectores que conservaron algunas ventajas ejercían de salvavidas para parte del resto, evitando que toda una familia fuese al paro, restringir drásticamente el consumo, etc. El gasto realizado en estas medidas resultó ser un ahorro para el futuro. Por otro lado, logró potenciar las divisiones entre proletarios, fragmentando todo lo posible en términos generacionales, de categoría, de raza, de sexo, etc. y rompiendo con ello el punto de partida común que debía tener una reacción proletaria. Finalmente, el oportunismo político y sindical, jugó un papel que tenía bien aprendido gestionando las prebendas que la burguesía ofrecía mientras se presentaba ante los sectores más aventajados como el garante de su situación. Divide et impera. Las mismas lecciones que la clase burguesa había aplicado durante el periodo de auge económico, le sirvieron para librar la batalla contra los proletarios cuando la situación empeoró y durante los últimos cuarenta años ha logrado, lenta pero inexorablemente, imponer unas condiciones de vida al proletariado muy duras pero sin que este haya sido capaz de reaccionar. La acción combinada con sus aliados oportunistas continúa dando sus frutos.
Lo expuesto hasta este punto no significa que la clase proletaria haya desaparecido completamente, sino que todavía se encuentra bajo el dominio casi total de la burguesía y el oportunismo, incluso cuando este ha visto sus fuerzas y su influencia entre los proletarios muy reducidas en comparación con lo que fue hace décadas. Significa, esto sí, que el proceso de agotamiento de esas reservas políticas y económicas con que cuenta la burguesía para garantizar su control social es lento, que incluso las crisis económicas más duras (la de 1974 o la de 2008) no bastan para agotarlo y que serán necesarios sobresaltos sociales más intensos para lograrlo.
Hoy el panorama general puede considerarse, aún, de dominio total de la burguesía si bien es evidente que la situación ya no es tan apacible como pudo serlo hace décadas. En el horizonte, por ejemplo, ya no aparece la ilusión de un futuro armónico y sin sobresaltos y para las jóvenes generaciones de proletarios es complicado confiar en un retorno de los buenos tiempos… Una característica que será clave aún durante mucho tiempo es la presión que sobre el proletariado logran ejercer otras clases sociales. No sólo la burguesía que, evidentemente, detenta el poder y la mayor cuota de fuerza en el que es su mundo, sino también los estratos sociales intermedios, la pequeña burguesía y otras clases ni proletarias ni burguesas en un sentido estricto. Estas clases son portadoras de todas las ilusiones democráticas, legalistas o pacifistas posibles. Pero también de un gran descontento causado por el sufrimiento que les genera el propio sistema capitalista, que las presiona cada vez más cuanto peor es la situación económica. Es por eso que en muchas ocasiones aparecen junto al proletariado, como si mantuviesen unos intereses comunes con él, pero en realidad tratando de utilizarle como carne de cañón en defensa de sus propias exigencias. Sus partidos, organizaciones, etc. ocupan, en muchas ocasiones el lugar que la socialdemocracia y el estalinismo agotados han dejado vacío, pero lo hacen con una perspectiva idéntica a la que estos mantuvieron y que se basa en la defensa de la colaboración entre clases, la solidaridad nacional, etc.
Pero ni por sus objetivos históricos, ni por los medios ni por los métodos de lucha de que se valen podrán nunca asimilarse al proletariado. La reanudación de la lucha de clase, también sobre el terreno inmediato, tomará, inevitablemente, formas que implicarán la ruptura de los proletarios con estas clases sociales intermedias, que deslindarán el terreno que pertenece a cada clase. Es por eso que cuando hoy se trata de violentar una situación que todavía es sumamente desfavorable, incluso para las luchas por objetivos mínimos, haciendo pasar a estos estratos sociales no proletarios como portadores de una fuerza propia que puede sustituir a la del proletariado, se confunde tanto la naturaleza del enfrentamiento entre clases como los términos en los que este puede resurgir.
(1) Sin que esto suponga que, en muchos casos, la represión contra este tipo de organizaciones es igualmente salvaje.
Partido Comunista Internacional
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