Guerra y lucha de clase

(«El proletario»; N° 33; Diciembre de 2024 )

Volver sumarios

 

 

En los años 1982 – 1984, el Partido llevó a cabo un trabajo de valoración sobre cuestiones candentes que el auge del militarismo ponía sobre la mesa. Este trabajo, que se publicó en italiano en 1994 con el nombre de Antimilitarismo di classe e guerra y posteriormente en nuestra revista en español como La guerra imperialista en el ciclo burgués y en el análisis marxista, tenía como objetivo dar una posición clara sobre la actitud del partido frente a los llamados « movimientos antimilitaristas » que aparecían en el flanco izquierdo de la política burguesa, pero también en la llamada « autonomía », a la vez que se realizaba un balance de estos y se sistematizaban una vez más los puntos fundamentales del antimilitarismo de clase.

En este estudio se trazaba una línea para dividir aquellas posiciones mecanicistas y activistas que veían el estallido del tercer conflicto imperialista mundial en cualquier conflicto regional que enfrentase a alguna de las principales potencias imperialistas (piénsese en la guerra de las Malvinas, el conflicto Irán-Irak, etc.) de las posiciones correctas del marxismo revolucionario que estudia las posibilidades del estallido de un nuevo conflicto mundial en función de las condiciones históricas y sociales que lo facilitarían, ubicando esta posible (en el sentido temporal) guerra en el ciclo burgués para, a partir de ahí, mostrar las tareas que el partido revolucionario de clase debe cumplir tanto para dirigir la lucha revolucionaria como para influir en la reanudación de la lucha clasista del proletariado. Tal y como se dijo entonces : La gran alternativa histórica entre guerra o revolución se apoya sobre la efectiva reanudación de la lucha de clase y, por lo tanto, sobre la reorganización clasista efectiva del proletariado sobre el terreno de la defensa de las condiciones de vida, de trabajo y de lucha en el terreno inmediato. Sin esta escuela de guerra de clase, por retomar la afirmación de Lenin, el proletariado no tiene ninguna posibilidad de vencer sobre el terreno revolucionario.

Buena parte del trabajo realizado entonces se dirigió, por lo tanto, al estudio de las condiciones en las que era posible que, tomando como referencia el inevitable estallido de una tercera guerra mundial pero sin darla por hecho en el horizonte inmediato sino a condición de que se verificase una serie de puntos críticos, la lucha de clase proletaria reapareciese sobre el terreno bien a escala inmediata, bien referida a la defensa de las condiciones de existencia de los proletarios, bien a escala política, en la lucha por el derrocamiento del poder burgués, tal y como sucedió en 1917.

Ambos aspectos de la lucha de clase se entienden, como ha hecho siempre nuestra corriente, no como dos ámbitos separados que se relacionan a través de algún tipo de mecanismo que se activa en determinadas situaciones, sino como parte de una relación dialéctica en la que la clase aprende mediante su lucha cotidiana por el salario, las condiciones de trabajo, etc. a enfrentarse la clase burguesa y, con ello, se encuadra en un enfrentamiento más amplio por sus objetivos históricos. Se excluye cualquier mecanicismo y, por lo tanto, se descarta la idea de una lenta acumulación de fuerzas proletarias sobre el terreno sindical que luego dé paso a la lucha política, lo que sería un remedo de la antigua distinción socialdemócrata entre programa mínimo y programa máximo. Son las convulsiones características de la sociedad burguesa las que disponen a la clase proletaria a la lucha, las que inevitablemente tienden a erosionar la fuerza que el oportunismo político y sindical ejerce sobre ella y las que, por ello, abren la posibilidad de la intervención del partido de clase con el fin de ganar una influencia determinante sobre los estratos determinantes de la clase proletaria.

La guerra imperialista aparece, de esta manera, como inicio y fin de la parte del ciclo del dominio burgués en la que el partido existe. Tras el fin de la IIª Guerra Mundial, la destrucción de Europa Y parte de Asia, permitió el desarrollo de un proceso de acumulación de capital desconocido en el mundo, en términos relativos, desde el siglo XVII (y mucho mayor en términos absolutos). Sobre la base de esta exacerbación de la capacidad productiva del capital se desarrollan dos elementos íntimamente relacionados. Por un lado, la capacidad política de la burguesía, que cuenta desde entonces con un Estado directamente vinculado en formas y contenido a la herencia fascista pero infinitamente mayor y mucho más capaz de dirigir la defensa de sus intereses de clase. Es en este sentido que hay que entender tanto la destrucción política de la vanguardia de clase proletaria, realizada por la acción conjunta de la contrarrevolución estalinista y burguesa de los años ´20, como la integración de las grandes organizaciones económicas proletarias en el aparato del Estado. Por otro lado, el exceso de beneficio resultante de la reconstrucción de las áreas devastadas por la guerra permitió dedicar parte del excedente a levantar una tupida red de amortiguadores sociales capaz de mantener, aún mínimamente, las vidas de los proletarios. De esta manera, la socialdemocracia, el estalinismo y los agentes sindicales que trabajan codo con codo con el Estado burgués, gestionan en buena medida el reformismo económico y social de la postguerra y con ello extienden la base de su influencia y mantienen al proletariado dentro de los límites de la colaboración entre clases. Esta prolongada paz social en las mayores concentraciones proletarias de Europa y América es lo que caracterizó el mundo capitalista de la postguerra, aproximadamente hasta 1975.

 

En 1975 la gran crisis capitalista, predicha por nuestro partido dos décadas antes, marca el fin de este periodo de postguerra y da paso al periodo de preguerra, que aún se dura y cuyo fin no será inmediato. Esta época se caracteriza por un progresivo desmantelamiento de la red de amortiguadores sociales fruto de una brusca caída del beneficio capitalista. A esto le sigue el deterioro de la estructura socialista y estalinista, que varía de forma, se reagrupa o desaparece según el país. También se verifica la pérdida de control de los sindicatos sobre la fuerza de trabajo proletaria, pero no en el sentido de un renacimiento de la lucha de clase sobre el terreno del enfrentamiento directo con la burguesía, sino en el de la desaparición de su peso numérico sin que esto implique el fin de la influencia de sus políticas anti proletarias. Porque a excepción de algunas tentativas, de algunas luchas libradas con más o menos intensidad, como las de la década de 1970 en Italia, España y Francia, Polonia en 1980 o Inglaterra en 1984, la clase proletaria no ha remontado la situación de postración en la que se encuentra desde su derrota a manos de la contrarrevolución.

Los acontecimientos posteriores, que han tenido una gravedad igual o mayor a la de la crisis de 1975, como la crisis de 2008-2012 (mayor en intensidad y en consecuencias para el proletariado que las anteriores), el inicio desde 2017 de las tensiones bélicas entre algunas de las principales potencias mundiales o la crisis COVID de 2020, han mostrado a una clase proletaria que no resurge, evidenciando que los lazos que al vinculan a la política de colaboración entre clases, más allá de la influencia directa de las fuerzas oportunistas, son mayores de lo que algunas valoraciones optimistas pudieron suponer.

Pero esta situación no anula la validez de las previsiones marxistas sobre la necesidad de un enfrentamiento mortal entre proletarios y burguesía : simplemente muestra que la realidad social de la vida de las clases es más compleja que lo que un análisis de tipo mecanicista puede suponer y que los factores determinantes del triunfo de la contrarrevolución siguen presentes pese al desgaste de las formas con que se manifestaron en un primer momento.

De la misma manera que el largo periodo de preguerra abierto en 1975, pese a haber incluido fases de relativa prosperidad en algunas regiones del mundo y pese a que, en algún momento, creó el espejismo de un nuevo y definitivo equilibrio imperialista con Estados Unidos como su campeón imbatible, no quita para que la III Guerra Mundial sea una realidad inevitable en el futuro del mundo capitalista. Sin poder, como mostraba el estudio de 1982-1984, ponerle fecha o un evento claro e inevitable como punto de partida, constituye un jalón inevitable para el curso del dominio burgués y, en realidad, los últimos cuarenta años no han hecho otra cosa que afirmar esto.

Ahora bien, ¿en qué punto se entrelazarán el largo y tortuoso camino hacia la reanudación de la lucha de clase proletaria y el de la guerra imperialista? ¿Aparecerá primero esta y luego aquella? ¿Y en qué términos lo hará? ¿Es legítimo desde el punto de vista marxista cifrar algún tipo de esperanza en que la guerra despierte por fin la fuerza histórica del proletariado? Son preguntas que inevitablemente aparecen al evaluar la situación pasada, presente y futura y que nunca quedan respondidas de una vez para siempre : precisamente el método marxista consiste en verificar la realidad de sus postulados mediante su confirmación con los hechos históricos y contemporáneos a la vez que tales postulados permiten predecir los acontecimientos futuros.

 

Retomamos ahora el texto publicado en castellano para sacar los siguientes párrafos :

« […] Nosotros afirmamos que, bajo ciertas condiciones, el estallido de la guerra mundial y sus vicisitudes pueden allanar el camino de la revolución, que la perspec­tiva puede ser guerra y revolución, injertándose esta sobre el terreno sangrante y ardiente de aquella. Podemos precisar nuestras hipótesis :

 

1) Reanudación de la lucha de clase revolucionaria a gran escala en el período de inmediata preguerra con movimientos insurreccionales victoriosos al menos en uno de los principales países imperialistas. Sólo con esta condición es posible concebir que la revolución inter­nacional destruya el camino del tercer conflicto mundial, que la llamada a la movilización de los ejércitos se transforme para el movi­miento obrero internacional en una señal de movilización antiguerra y antipatriótica y, por tanto, en una señal de guerra civil.

Esta situación, que todavía no es posible excluir, incluso si la juzgamos como la menos posible dada la amplitud y profundidad del ciclo contrarrevolucionario del que no hemos salido aún después de 15 años del inicio de la crisis económica mundial, nos da en términos reales las condiciones sine qua non de una situación favorable al dilema : guerra o revolución. Nosotros no negamos que haya una brizna de verdad en este dilema, a saber, que sólo la revolución proletaria puede impedir la guerra mundial (o que sin revolución el conflicto es inevitable). Sin embargo, negamos la inversión del dilema bajo la forma : si la guerra estalla, la revolución es imposible.

 

2) Reanudación general de la lucha de clase en el período de preguerra, reconquista por el movimiento obrero del nivel trade-unionista, es decir, renacimiento de organismos sindicales independientes, pero sin que la clase obrera intente reconquistar el nivel de la independencia política, es decir, el establecimiento de un sólido lazo entre el Partido Comunista y la clase.

La lucha de clase resurge en el corazón del imperialismo en ásperas batallas sobre el terreno económico, pero no es todavía bastante fuerte para lanzarse en un asalto revolucionario contra la burguesía, no es capaz todavía de luchar por el poder en ninguno de los grandes países imperialistas. La guerra imperialista estalla a pesar de las protestas y las tentativas de oposición de la clase obrera, la movilización guerrera no puede dar la señal de la lucha revolucionaria. Pero las condiciones objetivas y subjetivas (costumbre de lucha independiente, lazo todavía débil pero real entre la clase y el Partido marxista), dejan abierta la posibilidad de la transformación de la guerra impe­rialista en guerra civil y, por tanto, del estallido de la revolución en el curso de la guerra entre los Estados. Esta posibilidad está a su vez condicionada por la capacidad del Partido de quedar sobre posiciones auténticamente marxistas, de no vacilar en la orgía de pacifismo en primer lugar, del patriotismo a continuación, y desde allí oponer, en la propaganda y en los hechos, las sanas tradiciones del derrotismo revolucionario.

Sólo en este caso los tormentos de la carnicería imperialista podrán alimentar el derrotismo revolucionario y el estallido de la guerra civil.

Esta segunda alternativa, de guerra y revolución, es tan poco fantástica que, de hecho, ha sido la única en ser plenamente realizada, en octubre del 17 en Rusia.

 

3) Paso de la crisis económica a la guerra sin revolución ni reanudación de la lucha de clase en la preguerra.

Es la repetición histórica de la fase que ha precedido a la segunda guerra mundial y que ha determinado el curso marcado por la ausencia casi total de reacciones proletarias. En tal situación no es posible prever los episodios, más o menos aislados, de derrotismo y de fraternización en el curso del conflicto sin posibilidades de desenlace revolucionario, como por ejemplo el caso de la Comuna de Varsovia en la última guerra.

La tarea principal del partido entonces es difundir por la propa­ganda la orientación antimilitarista de clase y el derrotismo revolu­cionario, llamando a los obreros al rechazo de los frentes nacionales y de la lucha de partisanos, incluso bajo la etiqueta pretendidamente « socialista ». La tarea del partido no consiste en absoluto en lanzarse a una actividad práctica « en contacto con las masas » a toda costa, con la ilusión voluntarista de forzar el curso revolucionario inten­tando, por ejemplo, transformar la lucha de los partisanos en lucha revolucionaria.

La actividad práctica de organización y la participación en la lucha armada no será posible más que en presencia de movimientos pro­letarios no encuadrados militarmente por ningún imperialismo, por ejemplo, las Comunas de Varsovia de mañana, incluso si no hay posibi­lidades de victoria inmediata. En efecto, incluso destinados a la derrota, como en su tiempo la Comuna de París, estas luchas son ines­timables adquisiciones para la lucha y la victoria futuras, y el Partido que se retirará de la batalla porque las posibilidades de éxito sean mínimas, abdicaría simplemente de su papel revolucionario.

En efecto, incluso si la guerra se desencadena sin una reanudación previa de la lucha de clase, lo que excluye una victoria de la revolu­ción en el curso del conflicto, la posibilidad de una movilización obrera en el curso de la guerra y de rupturas no episódicas de los frentes de guerra, no puede ser descartada. Ello depende de la capa­cidad de las diferentes burguesías para mantener el control social, de sus capacidades para resistir los choques militares y para imponer sacrificios a los proletarios.

Esta tercera hipótesis admite una variante que forma una cuarta hipótesis :

 

4) Reanudación de la lucha de clase en el curso de la guerra, con huelgas y sabotajes de la industria militar y episodios no esporá­dicos de rebeliones de soldados.

Incluso en este caso la posibilidad de la transformación de la guerra imperialista en guerra civil queda cerrada, hace falta no hacerse ilusiones : sin reanudación clasista antes de la guerra, sin implantación real del Partido en la clase antes del conflicto, no puede haber posibilidad revolucionaria durante la guerra. Para afrontar victoriosamente al enemigo de clase en el momento del despliegue máximo de su potencia represiva y de sus recursos de movilización ideológica para cimentar la unidad nacional, el proletariado debe estar preparado, debe estar habituado a la lucha independiente de clase, debe estar dotado en el terreno ideológico de una autonomía real que sólo un sólido lazo con el Partido de clase puede garantizar, de igual modo la lucha de clase no puede obtener la victoria si emite sus primeros sonidos en la víspera de la batalla decisiva.

La hipótesis de la emergencia de un antagonismo de clase significativo durante la guerra imperialista no modifica las perspectivas gene­rales para el movimiento obrero, que quedan desfavorables para la revolución durante el conflicto. Pero lo que cambia son las perspec­tivas de postguerra.

Si en el curso del conflicto, capítulos no episódicos de lucha clasista se abren a la acción directa del Partido, y si este actúa en plena coherencia con las líneas tácticas y programáticas marxistas, uniéndose a los obreros y a los soldados que luchan por sus propios intereses con las armas en la mano, si sabe imprimir a estas reacciones inmediatas a los sufrimientos de la guerra una orientación abiertamente derrotista y antinacional, entonces es posible que estalle la lucha revolucionaria después del fin de la guerra.

Es por esta razón, y no por razones morales, o, peor todavía, de prestigio, por lo que el Partido debe estar al lado de los obreros incluso en la más modesta de sus luchas, incluso si la derrota es probable, incluso si se trata de una llamarada aislada. De otra parte, sería completamente erróneo jugar al éxito del movimiento revoluciona­rio sobre una o sobre algunas llamaradas aisladas de lucha, la victoria final no puede ser obtenida más que después de numerosas pruebas.

No es posible determinar con adelanto si nos encontraremos en la hipótesis 3 o en la hipótesis 4.

Si se tratara de la hipótesis 3, la acción del Partido se revelará estéril por lo que respecta a una reanudación clasista inmediata, pero será fecunda para el porvenir. Es verdad que no reforzará a la clase ni influirá en las luchas futuras, pero reforzará la perspectiva del Partido llamado a dirigirlas, el Partido que deberá ser reconstituido, reorganizado sobre bases teóricas y programáticas sólidas, en una situación a contracorriente y, por tanto, inevitablemente alrededor de un puñado de militantes.

Al contrario, si nos encontráramos en la cuarta hipótesis, la acción de orientación y de batalla revolucionaria llevada por el Partido en lo vivo de la lucha proletaria será fecunda para la reanu­dación revolucionaria de postguerra. En efecto, estas luchas sociales surgidas del infierno de la guerra dejaran un signo indeleble en la conciencia y en la memoria de millones de proletarios si han sido orientados verdaderamente en un sentido de clase y antinacional. Esta experiencia, la lección de estas luchas, se revelará preciosa después de la guerra, cuando la burguesía, en lugar de realizar las promesas hechas antes y durante el conflicto, demande a los proletarios nuevos sacrificios para la « reconstrucción de la Patria ». Entonces podrá responder la voz de la revolución, a la inversa de lo que pasó durante la segunda postguerra, donde las luchas sociales y las agita­ciones proletarias no faltaron, pero todas fueron encuadradas y orien­tadas en un sentido no revolucionario por las fuerzas de la colabora­ción de clases, por los partidos de Thorez y cia ».

 

Hemos incluido esta larga cita tanto para mostrar que la cuestión de la guerra imperialista y su relación directa con la reanudación de la lucha de clase siempre ha estado en el centro del trabajo del Partido (incluso en épocas en las que los tambores de guerra sonaban mucho más lejanos que ahora) como para evidenciar que el paso de cuarenta años valida en mayor medida unas hipótesis frente a otras, aún sin que todavía sea posible descartar ninguna.

Desde 1982 hasta hoy, tal y como hemos dicho más arriba, la clase proletaria ha sido incapaz de romper con los vínculos que le unen a la política colaboracionista del oportunismo. No lo ha hecho ni en el terreno político ni en el de la lucha económica inmediata. Es más, incluso cuando las fuerzas del oportunismo tradicional han perdido buena parte de su influencia sobre determinados estratos de la clase proletaria, la consigna democrática que estaba en la base de su política se mantiene relativamente incólume.

Desde 1982, decimos, han tenido lugar acontecimientos de primer orden que, pese a haber contribuido a agrietar el sistema político y social de la segunda postguerra, no han sido suficientes como para desmontar el andamiaje de la prolongada colaboración entre clases. Dejando a un lado la caída de la Unión Soviética cuyo impacto tanto político como económico fue importantísimo en el sentido de reforzar el dominio de las potencias imperialistas, el acontecimiento de mayor relevancia ha sido la crisis de 2008-2012, que trajo consigo diversos estallidos « populares » tanto en el Próximo Oriente como en algunos países de Europa y en, menor medida, en Estados Unidos. En estos estallidos la fuerza independiente de la clase proletaria no fue relevante en ningún momento y el contenido de los « movimientos sociales » que los capitanearon fue (no podía ser de otra manera) interclasista y llamado a apuntalar el Estado burgués con unos programas reformistas que por otro lado eran imposibles de realizar.

El resultado de una situación tal, con una clase burguesa claramente dispuesta a liquidar todo lo necesario del « pacto social » y reducir las condiciones de vida de los proletarios al nivel que permitía la reanudación económica con garantías de beneficio y con una pequeña burguesía que ejercía de agente paralizador del esperado movimiento de clase, ha sido un brutal deterioro de las condiciones de vida del proletariado. El nivel de los salarios reales ha caído en prácticamente todas las potencias imperialistas centrales (a excepción de China, por otro lado relativamente al margen de la crisis), los salarios y beneficios sociales indirectos se han reducido notablemente, etc. El proletariado ha pagado cara su incapacidad de romper con las contenciones sindicales y políticas, con la rediviva pasión democrática que significó el populismo de las nuevas corrientes parlamentarias, etc.

Otro gran hito de estos últimos cuarenta años ha sido la movilización típica de periodos bélicos que la burguesía realizó con motivo de la pandemia COVID-19. En aquella ocasión se unió tanto la amenaza sanitaria que en un primer momento pudo representar el virus SARS COV 2 con las repercusiones de las medidas de contención que la clase burguesa tomó, entre las cuales tanto el despido de millones de proletarios (cuyo salario pasó, mermado, directamente a las cuentas nacionales) como la represión en forma de suspensión de las libertades civiles básicas (reunión, prensa, circulación, etc.) Nada más parecido a una guerra en tiempos de paz que esta demostración de que el potencial represivo de la burguesía no ha hecho sino incrementarse mientras que el proletariado ha permanecido inerme. Cierto que durante aquellas semanas hubo brotes de lucha en determinadas empresas, movimientos de trabajadores contrarios al control absoluto impuesto por la patronal, etc. pero la realidad final es el mantenimiento de la parálisis y, de nuevo, un brusco deterioro de las condiciones de vida de la clase trabajadora con el que se financia la recuperación económica.

Dada esta situación y siguiendo el esquema recuperado de nuestro estudio de 1982, no es difícil constatar que tanto la primera como la segunda hipótesis (reanudación de la lucha de clase revolucionaria y reanudación de la lucha de clase al nivel trade unionista), sin ser descartables del todo, se encuentran hoy, más lejos de lo que podíamos pensar entonces. Las sacudidas sociales que hemos vivido en estas cuatro décadas han sido incapaces de potenciar ninguno de los dos tipos de reanudación aunque han mermado considerablemente las bases sobre las que se asentaba la paz social de la postguerra. Como decíamos más arriba, el peso de la mistificación democrática, el « hábito » oportunista y conciliador, etc. son tan importantes entre la clase proletaria que cualquier corriente política puede utilizarlos y potenciarlos incluso cuando sus acciones se dirigen abiertamente contra los intereses inmediatos de los proletarios. Así lo vimos, por ejemplo, durante los confinamientos de la pandemia, en 2020 y 2021, cuando ante paro y al hambre que ofrecía la burguesía a los proletarios, las viejas y las nuevas corrientes oportunistas fueron capaces de imponer la solidaridad nacional y la defensa de los intereses económicos del país por encima de cualquier respuesta de clase.

Como decimos, esto no significa que ambas hipótesis, primera y segunda, queden completamente descartadas porque el periodo de movilización prebélica de recursos hacia el ámbito militar puede conllevar fuertes desequilibrios sociales en algunos países y en ningún caso se puede garantizar que estos no vayan a desembocar en cualquier tipo de lucha proletaria a gran escala. Los futuros alineamientos imperialistas de cara a una tercera guerra mundial (que todavía no se han realizado ni sobre el terreno económico ni sobre el terreno militar) pueden implicar exigencias de sacrificios inmensos para el proletariado y sólo el tiempo dirá si tales acontecimientos supondrán un repunte de las luchas obreras.

Respecto a la tercera y cuarta opción, que implicarían ambas la ausencia de lucha de clase en el periodo de preguerra pero la posibilidad de una reaparición de esta durante la guerra imperialista, sus respectivas probabilidades resultan imposible de calcular y precisamente por ello hay que evitar caer en falsas soluciones al problema. Las dos hipótesis se refieren no tanto a la posibilidad de la transformación de la guerra imperialista en guerra civil, que en ambos casos estaría prácticamente excluida toda vez que el proletariado sería incapaz de otra cosa que dar los primeros pasos en el terreno del enfrentamiento con la burguesía, como a la apertura mediante la movilización obrera de un periodo de influencia efectiva del Partido sobre estratos considerables de la clase. Esto estaría excluido en la tercera hipótesis, en la que la clase proletaria no logra luchar sino de manera episódica y aislada, pero sería una perspectiva realista en la cuarta. Pero, en cualquier caso, ambas perspectivas implican que el Partido de clase sólo debe colocar las esperanzas revolucionarias en el periodo de postguerra.

Frente a la posibilidad de una guerra imperialista, el Partido debe prever con toda la rigurosidad posible, los diferentes escenarios que se presentarán, sobre todo de cara a la capacidad de la clase proletaria de romper con la política burguesa tanto en el terreno inmediato como en el general. Para ello debe desarrollar un trabajo de registro y evaluación de todos los « síntomas » que puedan indicar en un sentido u otro, luchando siempre para intervenir en cualquier grieta, por pequeña que sea, que se abra en el edificio de la sociedad burguesa y que implique un mínimo resquicio para la lucha proletaria y su intervención en esta.

Los años por venir hasta la guerra imperialista (que, de seguir a los analistas militares, no son muchos y quizá sumen menos de dos décadas) verán aparecer multitud de grupos, grupúsculos, colectivos, tanto de la vieja « izquierda » como de la que está por surgir. Todos ellos traerán consigo (¡ya lo hacen!) perspectivas sobre la guerra más basadas en la repetición automática de consignas pasadas que en una valoración realista de los hechos que ya presenciamos. Y, con ello, veremos el uso fraudulento, impreciso y estéril de las clásicas consignas marxistas, tales como el derrotismo revolucionario, la transformación de la guerra imperialista en guerra civil, etc. Estas corrientes conforman, aún cuando hoy sean minoritarias, el sustrato político para el resurgir mañana de las corrientes democráticas, partisanas, etc. que pondrán el foco en el « movimiento real » y no en las necesidades de la preparación revolucionaria. Toda la intransigencia verbal que hoy muestran mañana se transformará en seguidismo respecto al curso de los acontecimientos (que siempre justificarán con la « necesidad de intervenir ») y en indiferencia hacia el potencial clasista real de determinados sucesos que sin duda tendrán lugar. Lo hemos visto con el « Congreso contra la Guerra » de Praga, la Primavera pasada (ver nuestro artículo Contro la guerra imperialista russo-ucraina, la risposta la può dare solo il proletariato in Russia, in Ucraina e in Europa con la sua lotta di classe, sia contro il veleno bellicista delle borghesie e dei loro interessi nazionali, sia contro l’oppio pacifista, de Il Comunista nº 181, marzo-abril de este año) y lo veremos en futuras ocasiones.

Frente a esas ilusiones, el Partido continúa con su labor, trabajando con unas fuerzas que numéricamente hoy pueden parecer ridículas en comparación con la hercúlea tarea que impone el antimilitarismo de clase, pero sobre la base sólida y firme de la continuidad teórica con las posiciones fundamentales del marxismo, que son las únicas que hoy permiten anticipar los futuros desgarros sociales y, mañana, convertir la fuerza de la clase proletaria que aparecerán en ellos en el vehículo de la revolución comunista mundial.

 

 

Partido Comunista Internacional

Il comunista - le prolétaire - el proletario - proletarian - programme communiste - el programa comunista - Communist Program

www.pcint.org

 

Top - Volver sumarios