De los Mozos ha hablado…
(«El proletario»; N° 36; Octubre de 2025 )
La clase burguesa española no tiene, ni ha tenido nunca, grandes técnicos, intelectuales o dirigentes. Al contrario que otras burguesías europeas, como la francesa, la británica o la italiana, que lucharon con las armas en la mano contra el mundo feudal en sus respectivas revoluciones y guerras de sistematización nacional y que, espoleadas por las necesidades que les creaba esa situación, forjaron en su seno al menos a elementos técnicos capaces de hacer valer la fuerza de la clase emergente, la burguesía española siempre ha estado tocada por esa indolencia característica de aquellos a quienes todo les ha caído en las manos sin apenas esfuerzo. Sólo con el desarrollo de un capitalismo nacional equiparable al del resto de naciones desarrolladas apareció, pero ya muy tardíamente y bajo formas aberrantes, una capa social de técnicos o intelectuales netamente burgueses que se hizo cargo, más mal que bien, de la dirección de las necesidades del capital. Por eso extraña, en un país como España, ver a cualquier tipo de personaje dedicado a esta dirección y que a la vez tenga unas miras siquiera medianamente amplias.
Este verano, en una reunión organizada por el Grupo Prisa y consagrada a valorar la situación internacional a la luz de los conflictos bélicos que han estallado recientemente (cínicamente llamada Foro World in Progress), uno de estos técnicos burgueses algo más espabilados, José Vicente de los Mozos (1), habló con una claridad poco acostumbrada:
«Europa tiene que seguir evolucionando en su soberanía estratégica. Y eso consiste en asegurar nuestra democracia y valores. Hay que evolucionar en las capacidades, independientemente de los porcentajes de gasto que se acuerden.» Para añadir después «soy optimista. El contexto es distinto que el de la II Guerra Mundial y si trabajamos juntos y queremos que Europa persevere en sus valores toca despertarse» (2)
¿Qué quiso decir De los Mozos con estas afirmaciones, en las que ha tenido la «osadía» de hablar sin el recato habitual y colocar la realidad presente referida al tétrico pasado de la Segunda Guerra Mundial? Como consejero delegado de INDRA, principal empresa del sector armamentístico español, De los Mozos conoce perfectamente tanto la realidad internacional como la situación española. Y en ambas, sin duda entrelazadas también en su perspectiva, el horizonte es el mismo: la guerra. Esta es la idea que en realidad está en todas las cabezas de la clase dominante burguesa, de la misma manera que lo está, al menos en las de sus técnicos y gestores más avezados, las exigencias históricas que plantea esta perspectiva: habrá guerra, luego hay que prepararse para ella.
El punto de partida en esta concepción está claro para todos. La situación creada por la guerra de Ucrania, el viraje realizado por Estados Unidos de una política de coalición con las grandes potencias europeas a una encaminada a supeditarlas a sus intereses inmediatos y a largo plazo y el nuevo panorama que se perfila en Oriente Medio, coloca a Europa en situación de forzar un desarrollo de su sector armamentístico, de sus ejércitos y de su industria tecnológica que le permita, en un plazo de cinco a diez años, incrementar el peso relativo que tiene en el tablero internacional. Es decir, salir de la situación de «protectorado militar» en que se encuentra ahora mismo, en palabras de Josep Borrell (3). Se trata, en pocas palabras, de dar los primeros pasos en el camino de la futura economía de guerra.
Precisamente ha sido con la participación directa de De los Mozos como líder de INDRA que España ha comenzado a hacer los primeros esfuerzos en ese sentido. Más allá del objetivo del 5% del PIB en inversión militar, que es imposible para el capital español a corto plazo y cuya rúbrica por parte del Gobierno es más una declaración de intenciones que una realidad factible en breve, los movimientos encaminados a crear un gran conglomerado de la industria militar ya han comenzado. Recientemente saltó la noticia de que el Ejército de Tierra, que como es sabido presenta desde hace años serios problemas en lo referido a los vehículos de combate que utiliza, busca proveedor de tanques Leopard, con un contrato estimado de 2.000 millones de euros. Lo normal durante las últimas décadas, desde que la Empresa Nacional Santa Bárbara, última gran fábrica de armamento española, fue vendida a la norteamericana General Dynamics, es que estos contratos caigan directamente en empresas americanas. Pero la fuerza que ha ido adquiriendo INDRA desde el comienzo de la carrera por el rearme europeo (4) ha cambiado esta situación y la pugna entre la empresa española y la propia General Dynamics marca el cambio de época.
No en vano INDRA ha comprado recientemente parte de las instalaciones en desuso de la empresa metalúrgica Duro Felguera con la intención de reconvertirlas para uso militar, evidenciando así el peso que la futura industria bélica española tendrá en el tejido industrial y entre la propia clase proletaria, que ve cómo por primera vez en décadas se crea empleo metalúrgico en una zona que lleva en constante desmantelamiento desde el primer gobierno socialista de los años ´80.
Además, INDRA participa junto con la empresa italiana Leonardo y la alemana Rheinmetall en la compra de la división de vehículos militares de IVECO, de nuevo un movimiento que tendrá una gran importancia para la industria española y que condicionará el curso de ésta en las próximas décadas.
Este tipo de movimientos, de los cuales habrá más en un futuro no muy lejano, podría resumirse con números ya que INDRA ha incrementado su resultado en un 88% respecto a los datos de 2024: fabrica más, vende más y lo hace a mayor precio. Pocas industrias pueden decir lo mismo hoy en día. Pero es mejor entenderlo en un contexto que vaya más allá de la cuenta de resultados, porque lo que hay detrás de los éxitos de este campeón de la industria militar es la creación de una gran estructura industrial nacional capaz de mantener una producción bélica independiente de otros países a la vez que espolea a la industria secundaria, la compuesta por empresas menores, a seguir el mismo camino. Y, de fondo, de nuevo, la misma idea: aunque aún lejana, la guerra es inevitable.
Más allá de los movimientos que estamos viendo en el sentido de lograr esa autonomía militar (en general, abarcando tanto los aspectos relacionados con la producción como los relacionados con las operaciones bélicas) la situación se decanta de manera tan evidente hacia una situación de preguerra que el propio De los Mozos se atreve a lanzar una comparación con la situación previa a la II Guerra Mundial (5). Con este panorama de fondo, la burguesía cuenta con dos hechos que se han vuelto bien palpables en los últimos años. El primero de ellos es que la política de bloques salida de la IIª Guerra Mundial y mantenida con algunas modificaciones tras el estallido de la antigua URSS, ya no puede considerarse definitiva porque resulta de un equilibrio cada vez más inestable, tanto por el lado de aquellas potencias emergentes que reconfiguran el tablero mundial como por el de la hasta ahora hegemónica potencia americana, que está completamente dispuesta a llevar a cabo una política basada en la fragmentación de las áreas de influencia imperialistas tradicionales con el fin de arrebatar cuotas de poder y de beneficio a sus aliados, ahora convertidos en rivales potenciales. La crisis capitalista que, desde 2008 hasta 2014, sumió a las principales potencias imperialistas mundiales en una situación que sus propios propagandistas consideraban imposible, implicó una aceleración de las tendencias a la desintegración de las alianzas preexistentes: a medida que el mercado mundial se secaba, cada actor implicado buscaba imponer su propio beneficio por delante de cualquier socio o rival. La fortísima sacudida que la crisis supuso en los cimientos sociales de las potencias imperialistas tuvo su reflejo en la cúspide de la política internacional y el resultado es la situación de desequilibrio permanente actual.
El segundo hecho que la clase burguesa ha podido constatar en estos años es que la clase proletaria ha sido incapaz de oponerse a la guerra. Tanto en Rusia como en Ucrania, en Israel o Palestina, los proletarios de los Estados involucrados directamente en los conflictos abiertos, para los cuales han sido y son aún carne de cañón, no han podido levantar la bandera del rechazo a cualquier guerra imperialista y a la alianza entre clases que la burguesía exige a los trabajadores. Y lo mismo se puede decir de los proletarios de los países capitalistas desarrollados, todos los cuales, cada uno en función de su peso internacional, se han visto involucrados en estas guerras. Especialmente en el caso de la guerra entre Rusia y Ucrania, las implicaciones de esto han sido muy importantes: en todas partes la clase burguesa, a través de sus portavoces más insolentes, ha declarado que existe una contradicción entre el llamado «bienestar europeo» y la guerra en curso y que, en nombre del mantenimiento de la democracia, el primero deberá sacrificarse a la segunda. Así, desde Alemania, que incluso ha modificado su Constitución para facilitar la financiación de la economía de guerra, hasta España, que se ha comprometido a un aumento sin precedentes del presupuesto militar, pasando por Francia, donde la propuesta única de la burguesía son millones de recortes presupuestarios, todas las potencias imperialistas han obligado a sus proletarios a aceptar que el sacrificio de guerra comienza por la austeridad.
La combinación de ambos factores, la certeza de un gran terremoto bélico cuyos primeros temblores ya casi pueden sentirse y un proletariado inerme e incapaz de levantar una política de clase propia, crea el terreno para que la clase burguesa no sólo prepare la guerra sino para que airee esta preparación sin ningún pudor. La realidad es que en los frentes de guerra de Ucrania y de Gaza no sólo se está ventilando la suerte de los proletarios de aquellos países, sino que se está reforzando la tendencia militarista generalizada en todos los países a la vez que se muestra al proletariado que cualquier respuesta es imposible, contribuyendo con ello a encuadrarlo al servicio de las exigencias de su burguesía. En este sentido, la importancia de las llamadas en solidaridad con la Ucrania invadida o el apoyo a las atrocidades israelíes en Gaza son elementos clave en el disciplinamiento social de los proletarios europeos y americanos: en la medida en que el imperialismo americano (y en menor medida el europeo) se refuerzan en estos frentes de guerra, se fortalece tanto su capacidad para explotarlos dentro de sus propias fronteras como su capacidad para exigirles todos los sacrificios necesarios en la guerra que sin duda vendrá. Evidentemente, lo mismo sucede en el bando contrario, donde la capacidad rusa para mantener una guerra de ya tres años muestra hasta qué punto la burguesía de ese país se ha recompuesto de la fortísima crisis que vivió durante los tiempos inmediatamente posteriores a la caída del anterior régimen.
La clase proletaria puede permanecer aparentemente indiferente ante esta situación. Puede, por ejemplo, tolerar la masacre diaria de miles de palestinos por parte de un Estado que colabora directamente con los Estados americano y europeo en el mantenimiento del orden imperialista en Oriente Medio. Al hacerlo, sin duda, forja la cadena que un día encontrará colocada alrededor de su cuello, permitiendo a sus respectivas burguesías intensificar el dominio que ejercen sobre ella. Pero tarde o temprano la guerra dejará de estar en un horizonte lejano y se volverá una amenaza inmediata. Entonces, lo que hoy es un empeoramiento odioso pero soportable de las condiciones de vida y de trabajo se convertirá en una amenaza sobre la propia vida y en una garantía de miseria y sometimiento absoluto a las necesidades de la clase explotadora. El único miedo que la burguesía tiene hoy en día es a que, llegado ese momento, el proletariado se convierta en una amenaza interna para ella. A que toda la fuerza conquistada en las últimas décadas y que sirve para mantener a los proletarios reducidos al nivel de mano de obra y carne de cañón a la que utilizar libremente, no sea suficiente para impedir que estos retomen la vía de la lucha de clase, oponiéndose tanto a la explotación cotidiana en los puestos de trabajo como a las exigencias que lanzará el militarismo nacional en todas partes. La clase burguesa teme mucho más a la amenaza proletaria que a cualquier desequilibrio internacional, que a cualquier rivalidad intercapitalista, porque la historia le ha mostrado que mientras que de estas siempre se sale con una situación respetuosa para con su dominio de clase, de aquella no se sabe qué puede surgir. Y la amenaza histórica de una nueva Comuna de 1871 o de una nueva revolución soviética de 1917 también permanece en su memoria de clase. Serán los próximos años, convulsos en la medida en que la situación se acelere, los que mostrarán si esa amenaza que el proletariado llegó a constituir vuelve a hacerse realidad.
(1) Se trata del ex director para España de Renault, donde se hizo algo así como el capitán de los intereses del sector automovilístico en España; también ex director de IFEMA, donde trabajó sin sueldo y con la única misión de sanear la situación de ese escaparate internacional del capital español.Y que es ahora director de INDRA, a donde ha llegado precisamente por sus méritos a la hora de tomar las riendas de sectores y situaciones críticas.
(2) El País, 25 de junio de 2025.
(3) Ibid.
(4) Recuérdese que INDRA pertenece en un 28% al Estado a través de la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales.
(5) Sin entrar en detalle y sólo en lo referente a los problemas del armamento y de la industria bélica, la II Guerra Mundial estalló en un momento en el que las principales potencias europeas tenían un notable déficit de producción, incluyendo esto a Alemania que, más que ninguna, se vio forzada a entrar en el conflicto en un momento en el que aún estaba muy lejos de haber desarrollado las capacidades y recursos necesarios para ello.
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