Amadeo Bordiga convertido en  mercancía como «personaje histórico», es decir, como icono inofensivo

(«El proletario»; N° 36; Octubre de 2025 )

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No es la primera vez que en el mercado de los iconos inofensivos se pelean intelectuales y editores que buscan conquistar un pequeño rincón de notoriedad «celebrando» a personajes que la clase burguesa dominante y su brazo «cultural», por diversas razones, persiguieron cuando estaban vivos y arrojaron al olvido o enterraron a propósito porque les convenía que se olvidara de ellos.

Es conocida la frase con la que Lenin comienza su El estado y la revolución, escrito en agosto de 1917, pocos meses antes de la mayor revolución proletaria y comunista que ha conocido la historia hasta ahora:

«Lo que hoy le ocurre a la doctrina de Marx es lo que a menudo le ha ocurrido en la historia a las doctrinas de los pensadores revolucionarios y de los líderes de las clases oprimidas en lucha por su liberación. Las clases dominantes siempre han recompensado a los grandes revolucionarios, durante su vida, con implacables persecuciones; su doctrina siempre ha sido acogida con la más salvaje furia, con el odio más encarnizado y con las más descaradas campañas de mentiras y difamaciones. Pero, tras su muerte, se intenta convertirlos en iconos inofensivos, canonizarlos, por así decirlo, rodear su nombre de una cierta aureola de gloria, como «consuelo» y mistificación de las clases oprimidas, mientras se vacía de contenido su doctrina revolucionaria, se le quita el filo, se la degrada».

Esta labor de transformación de los líderes revolucionarios en iconos inofensivos, de degradación de la doctrina marxista, forma parte de la lucha que la burguesía dominante libra sistemáticamente en todos los planos: económico, político, social, cultural e ideológico. Para llevar a cabo esta lucha con mayor eficacia, la burguesía se sirve naturalmente de los profesionales de la cultura y la ideología burguesa y democrática, pero también de los oportunistas, es decir, de aquellos que se hacen pasar por defensores de los intereses de los trabajadores y las masas desposeídas vistiéndose de «revolucionarios», si no de «marxistas».

Nada diferente le sucedió al propio Lenin, que tuvo la desgracia de morir durante el período revolucionario en el que la Rusia proletaria aún era victoriosa y la Internacional Comunista aún no había degenerado; y le sucedió a todos los líderes revolucionarios menos coherentes e inflexibles que Lenin, como Trotsky, Bujarin, Zinóviev, Kámenev y otros cien, cuyas incoherencias y debilidades teóricas fueron exaltadas para convertirlas en casos personales con los que demostrar la invencibilidad de la ideología y la política burguesas.

Es bien sabido que Stalin se convirtió en uno de los mayores falsificadores de la doctrina marxista, superando en falsificación del marxismo a Bernstein, Plejanov y Kautsky, añadiendo algo que estos revisionistas del marxismo aún no habían hecho suyo, a saber, la práctica sistemática de la calumnia y el asesinato. Así, los socialchovinistas de 1914 fueron superados por los socialchovinistas y nacionalcomunistas de 1939, que añadieron a las prácticas reformistas y demoparlamentarias la lucha partisana en la guerra civil que sustituyó a la guerra de clases.

Para las dos guerras imperialistas mundiales, las burguesías dominantes necesitaban proletarios sometidos a la defensa de sus respectivas «patrias», al apoyo de los intereses imperialistas disfrazados de defensa contra la agresión de los países enemigos; necesitaban proletarios que se dejaran explotar brutalmente en las fábricas y en los campos para sostener el «necesario» esfuerzo bélico y que se dejaran exterminar en los campos de batalla para impedir que los «agresores» ganaran.

Nada nuevo bajo el sol, tanto en lo que se refiere a la mistificación de la doctrina marxista y la transformación de los líderes revolucionarios en iconos inofensivos, como en lo que se refiere a la preparación de los proletarios para lo que ya es una guerra imperialista, aunque hasta ahora no haya alcanzado el nivel de enfrentamiento general entre todas las grandes potencias imperialistas.

¿Podía Amadeo Bordiga escapar a ser convertido en un icono inofensivo? Por desgracia, no. En esta operación política e ideológica, los primeros en votar a favor fueron los propios estalinistas o, mejor dicho, los exestalinistas acérrimos —léase la banda de historiadores e ideólogos del PC togliattiano— que «descubrieron» a finales de los años sesenta del siglo pasado, pero sobre todo después de su muerte (julio de 1970), la figura de Bordiga, que estuvo al frente de la corriente de la Izquierda marxista en Italia desde 1912, corriente que se reveló perfectamente alineada con las posiciones teóricas y políticas de Lenin, aunque sin conocer sus obras (demostrando así que la doctrina marxista nunca pertenece a un personaje histórico, sino a ese continuo histórico formado por «grupos, escuelas, movimientos, textos, tesis», que no es otra cosa que «el partido, impersonal, orgánico, único», que posee el «conocimiento preexistente del desarrollo revolucionario» (1).

El partido, impersonal, orgánico, único, y no el gran líder, el personaje, el hombre excepcional. No excluimos, por supuesto, que en el transcurso del tiempo, en el que grupos, escuelas, movimientos, textos y tesis van formando el partido de clase, surjan líderes y hombres que mejor que otros expresen y representen con mayor coherencia e inflexibilidad al partido de clase, como fue el caso de Lenin, de quien Zinóviev dirá que hombres como él nacen una vez cada quinientos años, y como fue el caso de Amadeo Bordiga, pero nunca los comunistas revolucionarios auténticos han rodeado de gloria el nombre de los líderes revolucionarios.

Estos últimos están llamados a desempeñar mejor que otros militantes revolucionarios el papel de guía del partido de clase, en todas sus expresiones, desde la teórica y programática hasta la política, táctica y organizativa, manteniendo firme el rumbo histórico ya establecido por el marxismo auténtico, de manera orgánica e impersonal, convirtiéndose en el arma mejor y más eficaz de la lucha de clases proletaria y de la revolución comunista.

Amadeo Bordiga pasó su vida, hasta el final, luchando contra el personalismo, el individualismo y la propiedad privada, la más destructiva de las cuales, para los revolucionarios, es la propiedad intelectual. Y nosotros siempre hemos tratado de seguir su ejemplo, luchando dentro y fuera del partido contra cualquier concesión en ese sentido.

Esta batalla, que es una batalla de clase y no personal, la hemos librado desde la reconstitución del partido en la posguerra, en perfecta concordancia con las batallas de clase libradas por la corriente de la Izquierda Comunista Italiana desde su nacimiento. Entonces hubo que luchar contra las posiciones que una parte nada desdeñable de compañeros vinculados a la experiencia de la Izquierda Comunista de antes de la guerra adoptó con respecto a la organización del partido, posiciones que, desde el planteamiento democrático heredado de la experiencia de los años veinte, les llevaron incluso a utilizar la «propiedad comercial» del periódico del partido para sustraerlo a la dirección política del partido con la que no estaban de acuerdo.

Lamentablemente, a pesar de que la lucha política contra toda expresión de la democracia burguesa, incluso en el plano organizativo, había caracterizado la actitud del grupo de compañeros que en 1952 no siguió a Damen, sino que se mantuvo en defensa de la enorme labor de restauración de la doctrina marxista en torno a Bordiga, esta enfermedad no fue erradicada por completo. Treinta años después, en 1982, el partido se encontró de nuevo en crisis; más aún, en una crisis que no se caracterizó como una crisis de crecimiento, como la de 1952, sino como una crisis purulenta que lo hizo pedazos. Por enésima vez, el virus del personalismo, transmitido por el democratismo que se había infiltrado de nuevo en el partido, lo diezmó.

A diferencia de 1926, la degeneración del partido que en 1982 lo llevó a la ruina no borró por completo la huella política y teórica que treinta años de vida habían dejado.

Como grupo reducido, formado por muy pocos compañeros, no tiramos la toalla; éramos conscientes de que no bastaba con registrar el fracaso y retirarse de la actividad política, y mucho menos «retomar el camino» como si nada hubiera pasado, como hizo el grupo que siguió a Bruno Maffi y que le quitó el periódico al partido, como hizo Damen en 1952. Para nosotros tampoco era una opción la que siguió el grupo que se identificó con el periódico «Combat», que, en realidad, intentó transformar el partido «de ayer» en una organización que se dedicaría no a la teoría y la defensa del marxismo, sino a la «política», liberándose de lo que condenaba como «vicio original de la izquierda italiana», liberándose de hecho de la intransigencia teórica que impedía al partido experimentar cualquier táctica que contingentemente pareciera la más adecuada para acercarlo al éxito. Inútil decir que «Combat» desapareció en pocos años.

Nosotros, un pequeño grupo de compañeros que permanecimos fieles al planteamiento original del partido, nos dedicamos desde el principio a hacer un balance dinámico de la crisis degenerativa del partido, pudiendo mantener vivo un hilo organizativo gracias al pequeño grupo de compañeros franceses de «le prolétaire» que resistió la debacle y continuó la actividad política del partido por la misma línea que nos hizo reencontrarnos en 1984-85, es decir, la necesidad prioritaria de dedicarnos al balance de la crisis y a la reconquista de las bases teóricas y programáticas fundamentales del partido.

Que el camino emprendido por el grupo de Maffi y el nuevo «programma comunista» era totalmente erróneo y que, una vez emprendido, ese grupo seguiría hundiéndose en el fango del personalismo, quedó demostrado con la constitución de la Fundación Amadeo Bordiga, una especie de santuario dedicado al icono inofensivo, en el que Maffi y otros exponentes de su grupo participaron durante años.

Como decíamos, Amadeo Bordiga y la corriente de la Izquierda Comunista Italiana son «descubiertos» de vez en cuando incluso fuera de los países en los que han estado presentes durante más tiempo, como Italia y Francia. Desde hace varios años, España es el país en el que se han activado las nuevas generaciones de la operación «iconos inofensivos», y es a su actividad más reciente a la que hemos dedicado nuestra crítica; una crítica que no hemos ahorrado al nuevo «programa comunista», como no la ahorramos en su momento a Livorsi, a Giorgio Galli y a los diversos «historiadores» que competían entre sí por descubrir anécdotas en escritos enterrados en algún archivo, o a la Fundación Amadeo Bordiga.

Es posible que alguno de estos «historiadores», o algún grupo, se sienta ofendido por nuestras críticas. No nos afecta, entre otras cosas porque nuestra lucha es política y no personal. Nuestros escritos no están protegidos por derechos de autor y si nuestra publicación incluye en ocasiones el nombre de un responsable o un redactor y resulta ser «propiedad» de fulano o mengano, es solo porque la ley burguesa impone tales requisitos para poder publicar legalmente un periódico o una revista. El problema grave se plantearía si esta «propiedad» se utilizara como palanca para quitar a los adversarios políticos el periódico con el que el partido es conocido por los lectores, por muy limitada que sea su difusión, como inevitablemente ocurre en tiempos de contrarrevolución.

 

 

Partido Comunista Internacional

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