Desde el mundo del trabajo…
Sobre la huelga del metal de Cádiz
(«El proletario»; N° 36; Octubre de 2025 )
En el último número de El Proletario, aparecido pocos días después de que terminase la huelga del metal de Cádiz, publicamos un artículo (Cádiz: la vía de la lucha de clase) con el que buscábamos contribuir con algunos puntos, por limitados que fuesen, a la valoración de esta lucha, algo que necesariamente debe realizarse por parte de los proletarios que han visto en ella una referencia importante en un momento de abrumadora paz social. Lo que sigue debe entenderse como una continuación de aquel artículo y, por lo tanto, como un intento de ahondar en las partes de aquel que no pudieron ser tratadas con el detenimiento necesario.
La huelga en la Bahía de Cádiz ha tenido unos ecos en apariencia contradictorios. Por un lado, las grandes organizaciones sindicales, con CC.OO. y UGT a la cabeza, han hecho como si no hubiera tenido lugar. No sólo se han encargado, dentro de Cádiz, de intentar romperla y enviar a los trabajadores de vuelta al trabajo sin tan siquiera luchar, sino que, fuera de la bahía, se han negado a mover un dedo para mostrar al resto de trabajadores, especialmente a los del metal, que en el conjunto del país arrastran varios años de movilizaciones salteadas pero continuas, la fuerza real de unas movilizaciones que por primera vez en mucho tiempo han puesto la cuestión de las condiciones de vida reales de los proletarios en el centro de las reivindicaciones exigidas. En esto no hay nada de lo que extrañarse: este tipo de organizaciones, que actúan en buena medida como gestores paraestatales de la fuerza de trabajo proletaria, tienen como una de sus tareas principales ahogar cualquier conato de lucha obrera, desactivar aquellos que se dan y contribuir a la represión de los que llegan a desarrollarse por encima de unos límites mínimos. Nadie podía esperar que en este caso sucediese algo diferente y, efectivamente, a su labor de revientahuelgas en Cádiz han superpuesto su esfuerzo por desvincular la lucha de estos trabajadores de cualquier otro sector que esté en condiciones similares, empezando por el propio sector del metal de Cartagena, que también protagonizó una huelga larga y enconada contra la patronal en condiciones muy similares.
La otra cara de la recepción que esta huelga ha tenido fuera de Cádiz ha sido completamente diferente. Desde la huelga anterior, en 2021, cuando aquella tanqueta del Gobierno socialista entró en la barriada obrera de Río San Pedro para reprimir a los huelguistas, las movilizaciones del metal en aquella ciudad tienen un carácter hasta cierto punto emblemático: toda la política social del Gobierno del PSOE (aliado primero con Podemos, precisamente en el momento de la tanqueta, y con Sumar después) y todas las medidas laborales pregonadas por la ministra del Partido Comunista de España, Yolanda Díaz, quedaron retratadas cuando la Policía Nacional disparó botes de humo a los colegios de Río San Pedro para obligar a los manifestantes a retirarse (1). La actuación represora de la policía enviada por el PSOE y Podemos, la defensa abierta por parte del Gobierno de la patronal gaditana frente a los trabajadores y el posicionamiento de toda la morralla intelectual que secunda a aquel justificando la situación, fue algo que sobrepasó el mero carácter simbólico y pretendió mostrar a todos los proletarios, que salían entonces de un largo año de medidas de ajuste económico causadas por la política anticovid, que no podían hacerse ninguna ilusión acerca de la dureza con la que el «gobierno más progresista de la historia» iba a responder a cualquier tentativa de romper la paz social. De la misma manera que hoy, cuando los proletarios aún padecen las consecuencias de una política propatronal que ha permitido mantener los sueldos en niveles bajísimos para compensar la escalada inflacionaria de los últimos tres años, tanto PSOE-Sumar como CC.OO., UGT y quienes les apoyan (PCE, Bildu, ERC, etc.) lanzan un mensaje claro a toda la clase trabajadora: si la salida de la crisis de 2008-2014 ya se realizó sobre sus espaldas, cualquier exigencia que plantee la clase burguesa volverá a imponérsele a los proletarios con toda la fuerza y energía necesaria.
Pero esta claridad con la que la burguesía española y su Gobierno de izquierdas han mostrado su disposición a impedir que los proletarios se salgan siquiera un poco del guión que les han escrito se queda en nada si las verdaderas lecciones de la huelga del metal en Cádiz y de la combatividad y el arrojo de los miles de proletarios que la han llevado a cabo no se llegan a entender y todo se limita al aplauso y la «admiración» inanes que transforman una -limitada pero importantísima- experiencia de lucha reciente en un producto exótico tan inofensivo como quienes lo publicitan así.
De alguna manera la huelga de Cádiz puede entenderse como una prefiguración de muchos conflictos que vendrán y se desarrollarán en condiciones similares. Basta con echar una ojeada a la realidad social de la huelga para comprobarlo. El sector del metal suele tener, en casi todas las regiones del país, unas condiciones laborales mejores que las que existen en otros ámbitos. Sin ser lo que fue hace décadas, un empleo en la industria metalúrgica (incluyendo en ella la automoción) suele ser considerablemente mejor que cualquiera de la multitud de empleos en la pequeña industria, la logística o el llamado sector servicios, donde se ocupa hoy la mayor parte del proletariado. Contrariamente a las visiones abiertamente pro burguesas que ven en esta realidad un motivo para defender la política interclasista de los sindicatos de concertación y argumentan que estas mejores condiciones laborales son debidas a la presencia en el sector del metal de unos sindicatos con mayor número de afiliados, etc., que en otros sectores, la realidad es que esta situación debe interpretarse en un sentido dialécticamente opuesto: las mejores condiciones son en gran medida el precio que la burguesía paga por la paz social en un sector históricamente más combativo y los sindicatos presentes en él son los encargados de negociar los términos de esta parálisis de la combatividad. No es casualidad que en la literatura económica burguesa que trata sobre la realidad laboral se trate a este sector como una de las llamadas «islas de empleo» que, junto al sector público y otros, garantiza a los trabajadores cierta estabilidad a cambio de su renuncia a la tradición de lucha que históricamente les caracterizó. Un proletariado antaño capaz de arrastrar tras de sí, gracias a su fuerza y su posición central en el aparato productivo, a otros sectores más dispersos y débiles de la clase, juega hoy un papel estabilizador para la burguesía por el mismo motivo. Esto no significa que los proletarios del metal se hayan convertido en ningún tipo de aristocracia obrera «vendida» a la patronal, pero la guerra de competencia que la burguesía fuerza entre los proletarios le ha llevado a tratar de neutralizar a este sector y tratar de imponer condiciones cada vez peores a los trabajadores de otros ámbitos.
Pero el sector del metal gaditano presenta diferencias considerables respecto al de otras partes del país. Por un lado, la relativa decadencia de la industria metalúrgica en toda la zona de la bahía, sobre todo de la dedicada a la construcción naval (que desde la década de los 90 entró en los planes de «reconversión» auspiciados por la burguesía europea en el largo proceso de centralización capitalista abierto tras la crisis de 1978) ha rebajado las condiciones laborales en este sector exacerbando las tendencias que en otras zonas aún se encuentran en fase relativamente embrionaria. Así, la fragmentación de la cadena productiva ha llevado a mantener una matriz (Navantia) que recibe la contratación de los pedidos y que mantiene a su alrededor a centenares de empresas a las que subcontrata. El capital variable, los proletarios en nómina, se reduce a su mínima expresión y se crea una masa de proletarios empleados temporalmente, con condiciones de contratación pésimas, que se requiere, o no, en función del volumen de trabajo. Precisamente es esto lo que la reforma laboral de 2022 vino a sancionar legalmente con la consolidación y extensión del contrato conocido como «fijo discontinuo», con el que se trató de facilitar este sistema de contratación para mayor gloria de la patronal. Por otro lado, la situación general de la clase trabajadora en la bahía de Cádiz es penosa. Se trata de la región del país con mayor tasa de desempleo, con uno de los niveles de temporalidad más elevados… hasta el punto de que en algunas zonas los jóvenes desempleados ya encuentran más beneficio en trabajar para el narcotráfico que en seguir esperando empleos que nunca llegan. Ambos vectores contribuyen a crear en Cádiz una clase proletaria ultramoderna en la que incluso el empleo industrial es precario, en la que los sueldos se pagan en función exclusiva de la previsión de carga de trabajo y en la que la gran burguesía, vinculada por supuesto a la industria pública que es el centro dinamizador de esta tendencia, rechaza cualquier tipo de responsabilidad sobre la clase proletaria a la que explota.
Es esta clase proletaria la que ha hecho huelga en Cádiz. La que está empleada en una miríada de pequeñas y minúsculas empresas, la que trabaja dispersa y aislada de las grandes factorías, la que padece unas condiciones que parecen atrasadas pero que responden a las dinámicas más modernas del capitalismo desarrollado, la que ha visto su miseria crecer a la sombra de la economía estatalmente dirigida, para regocijo de los defensores del sector público como salvaguarda de los «derechos» de la clase trabajadora. Y es este hecho el que le confiere su verdadera fuerza a la huelga: se trata de un aviso no sólo de las condiciones que los proletarios deberán soportar en el sector industrial en no mucho tiempo, sino de la posibilidad de luchar contra la situación que estas imponen y de arrastrar, de nuevo, a miles de proletarios tras la consigna de huelga a ultranza y salvaje.
Hay otro sentido en el que la huelga de Cádiz supone una prefiguración del futuro. Puede parecer sorprendente la negativa tajante de la patronal gaditana y de sus sindicatos a ceder ni tan siquiera un poco ante las exigencias de los trabajadores. O el esfuerzo que se tomaron por preparar una coreografía tan elaborada en la que permitían unos días de rabia, en la que los trabajadores, jaleados incluso por la prensa, eran presentados como dignos huelguistas, antes de volver contra ellos toda la fuerza de la represión. Se trataba, tanto para la patronal como para el Estado, de bloquear cualquier posibilidad de lucha tanto actual como futura, de empeñarse a fondo para que no quedase ningún resquicio en el que apoyar una posterior reanudación de las movilizaciones y las reivindicaciones. Y es en este sentido que se negaron, ambos, a ceder siquiera sobre cuestiones salariales mínimas cuando hubiera sido mucho más sencillo hacerlo, ganar tiempo y en unos meses pasar a la ofensiva, como ha sucedido ya en otras ocasiones.
La realidad detrás de esta situación es que en Cádiz se juega una parte importante de la reconfiguración bélica de la industria española. Allí se está dando uno de los primeros pasos hacia esa economía de guerra de la que tanto se habla. Según el diario El País, «El negocio de Navantia -1.528 millones de facturación en 2024, con una cartera de pedidos de 8.100 millones- depende en más de tres cuartas partes del sector de la Defensa y de la exportación» (2). A esto se suma el que «El Plan Industrial y Tecnológico para la Seguridad y la Defensa anunciado por el Gobierno, contempla una inversión inicial de 10.471 millones en 2025, pero se cuentan hasta 31 Programas Especiales de Modernización (PEM) para la Defensa, con estimaciones de inversión de más de 34.000 millones en los próximos ejercicios» (3). Esto significa que Navantia (con plantas en Cádiz, Ferrol y Cartagena) es un puntal central de la inversión bélica española dado que es la principal empresa en gestión de inversión militar y que será, por lo tanto, la que captará buena parte del presupuesto dedicado a ésta en los próximos años. La importancia del sector del metal de Cádiz, con Navantia a la cabeza en el ámbito naval, tiene un alcance, por lo tanto, europeo dado que esta inversión que el Estado español va a realizar en los próximos años se encuentra enmarcado en el plan Readiness 2030 (inicialmente llamado ReArmEurope, mucho más explícito) con el que se pretende sentar las bases de una industria militar europea que garantice la participación de las principales potencias imperialistas del continente en el futuro reparto del tablero mundial con garantías de éxito.
No se trata, por lo tanto, de un mero conflicto laboral. Según los datos proporcionados por Navantia, la huelga implicó demandas por retrasos en entregas de 4,5 millones de euros y el riesgo de revocación de 11 contratos. Este ha sido su alcance real: más allá de tocar el bolsillo de la patronal, afecta a los planes de desarrollo industrial militar en la zona y, por extensión, en toda España. Por eso para la burguesía era imprescindible que la lucha no tuviese éxito y por eso utilizó todos los recursos que tenía disponibles.
La huelga de los proletarios del metal puede entenderse, en este sentido, como un aviso a navegantes: la tendencia militarista del capital español, en consonancia con el resto del mundo, la necesidad por parte de la burguesía de disciplinar a los trabajadores tanto dentro de la fábrica como fuera de ella y la unidad sin fisuras entre patronal y sindicatos son diferentes caras de una misma figura. La dificilísima situación en la que se encuentra el capital europeo, con unos márgenes de ganancia más que ajustados, con una dificultad casi insalvable a redirigir los proyectos de inversión hacia ámbitos rentables, incluso cuando se cuenta con el apoyo del conjunto de los Estados, va a marcar en los próximos años las características de esa tendencia al capitalismo de guerra que hoy comienzan a observarse. A la clase proletaria se le va a exigir obediencia y disciplina, tanto en el ámbito laboral como en cualquier aspecto de la vida social. Sometimiento a las exigencias de la economía nacional, que cada vez se identificará más con la producción bélica; aceptar las exigencias que planteará la economía de guerra será uno de tantos sacrificios que veremos imponerse por todas partes.
Sólo si se entiende la huelga de Cádiz como un episodio de rechazo a esta situación que pasa lentamente de amenaza a realidad se comprenderá su alcance real, que va más allá de una derrota puntual porque puede convertirse, con el tiempo y si sirve para mostrar un camino que deberá seguir toda la clase proletaria, en una victoria. Los proletarios del metal, que han sido capaces de luchar durante más de diez días seguidos con la patronal, los sindicatos y el Estado en su contra y atacándoles sin tapujos, que han sido capaces de revivir las formas válidas de la lucha proletaria, la huelga salvaje, los piquetes, la solidaridad entre sectores, etc. y que han logrado incluso levantar cajas de resistencia frente a la represión, muestran que el capitalismo será siempre constante al menos en una cosa: en la posibilidad de que la clase proletaria se levante contra él y luche por romper sus cadenas.
(1) Tomar a los niños como rehenes es una táctica policial clásica: durante los años de auge del terrorismo de ETA cada nueva comisaría construida se levantó en las inmediaciones de un colegio, para «disuadir» a ETA de utilizar coches bomba o para, al menos, lograr réditos políticos si lo hacía. ¿Alguien duda de que, en caso de necesitarlo, cualquier gobierno burgués, criminal por definición, actuaría contra los niños como lo hace Israel con los palestinos?
(2) El País, domingo 10 de julio de 2025.
(3) Ibid.
Partido Comunista Internacional
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