Pese a sus crisis,

¡ el capitalismo no se derrumbará sino bajo los golpes de la lucha proletaria !

(Supplemento N° 7 de «El programa comunista» N° 47 ; Octubre de 2008)

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La crisis financiera que, en realidad, había comenzado a mediados de 2007 con las primeras quiebras de los fondos especializados en las famosas subprimes, no ha cesado de aumentar hasta llegar a tomar en este verano su forma más aguda.

 Desde hace un año, los discursos de los más altos responsables financieros y políticos del mundo, difundidos extensamente por todos los medias internacionales, habían minimizado constantemente su alcance, felicitándose a grandes voces cuando, a cada aumento de la fiebre especulativa, las bancas centrales y los gobiernos administraban el remedio adecuado al sistema financiero, anunciando regularmente el fin de la crisis y la reanudación del crecimiento.

Pero, a partir de la mitad de septiembre, los discursos llamando a la calma están siendo reemplazados por declaraciones cada vez más alarmistas; y una de las razones es que la crisis ha comenzado a escapar de todo control. Ya no sólo es el sistema financiero norteamericano sino todo el sistema internacional, que no reaccionan a los remedios para caballo utilizados a un ritmo cada vez más acelerado: “salvamento” de bancos en dificultades, decisión por parte del tesoro norteamericano de tomar a su riesgo las creencias dudosas de los bancos, gigantescas inyecciones de liquidez, bajas históricas de las tazas de créditos decididas por los bancos centrales de todos los países, etc.

La segunda semana de octubre ha sido testigo del paroxismo de la crisis financiera, luego del fracaso de todas las tentativas cada vez más desesperadas para ponerle remedio; ni el famoso plan estadounidense de Paulson de 700.000 millones de dólares, ni las intervenciones de los bancos centrales, así como tampoco las decisiones británicas, ni siquiera los llamados del presidente de la BCE a “recuperar la calma”, han evitado que la crisis golpee duramente a Europa y a la segunda economía mundial, Japón, y sin poder impedir que las bolsas de todos los países sufrieran un verdadero crac.

Hasta el presente, no ha habido un hundimiento semejante en una sola sesión (a excepción de la bolsa de Moscú). Pero luego de bajones tan seguidos, la mayor parte de las bolsas han sufrido la peor semana desde que se produjo el crac de 1987, (como es el caso de París o Tokyo), y en algunos momentos ha sido peor que la de 1929 (como en New York). Haciendo la comparación de ambos desplomes, la Bolsa neoyorquina ha bajado así: a comienzos de octubre, de 19,8% en Wall Street contra 13,17% en 1987 y 9,12% en 1929; y, de 24% en Tokyo, 22,5% en Brasil, 21,6% en Francfort, 21,5% en París, 19,8% en Madrid, 19,3% en la India...  (1)

 

¿Crisis de las finanzas? ¡Crisis del capitalismo!

 

Según las “explicaciones” más comunes, la crisis actual se debería a un exceso de créditos otorgados por la “codicia” de banqueros sin escrúpulos y a la insuficiencia de mecanismos reguladores que reglamenten las actividades financieras. ¡Viejo lugar común que sale a relucir cada vez que estalla una crisis! En su época, Marx se burlaba de una comisión del parlamento inglés que atribuía las causas de la crisis económica de 1857-58 al “exceso de especulación y al abuso del crédito”, a lo que él respondía: “¿De qué naturaleza son, pues, las relaciones sociales que suscitan casi de manera regular estos períodos de automixtificación, de sobreespeculación y de crédito ficticio? Apenas se sepa, se llegará a una alternativa sencillísima: o bien la sociedad puede controlar las condiciones sociales de la sociedad, o bien estas son inmanentes al actual sistema de sociedad. En el primer caso, la sociedad puede evitar las crisis, en el segundo, mientras el sistema subsista, ella debe soportarlas tan naturalmente como el cambio de las estaciones en el tiempo” (2).

Han pasado 150 años desde que estas líneas fueron escritas; y, con ellas se demuestra que la sociedad capitalista es incapaz de controlarse e incapaz de impedir el retorno periódico de las crisis que siempre la toman por sorpresa. Los escritos marxistas dan el mecanismo de estas crisis periódicas del capitalismo; por ejemplo Engels, en el “Anti-Dühring”:

“Desde 1825 en efecto, fecha en la cual estalló la primera crisis general, todo el mundo industrial y comercial, la producción y el intercambio de todos los pueblos civilizados y de sus apéndices más o menos barbáricos, salen de quicio aproximadamente cada diez años. El comercio se paraliza, los mercados se saturan, los productos se almacenan tan masiva cuanto invendiblemente, el dinero líquido se hace invisible, desaparece el crédito, se paran las fábricas, las masas trabajadoras carecen hasta de alimentos por haber producido demasiado, una bancarrota sigue a otra, y lo mismo ocurre con las ejecuciones forzosas en los bienes.

Este atascamiento dura años, fuerzas productivas y productos se desperdician en masa, se destruyen, hasta que las acumuladas masas de mercancías, tras una desvalorización mayor o menor, van saliendo finalmente, y la producción y el intercambio vuelven paulatinamente a funcionar. La marcha se acelera entonces progresivamente y pasa a ser trote; el trote industrial se hace luego galope, y ésta vuelve a culminar en la carrera a rienda suelta de un completo steeple-chase industrial, comercial, crediticio y especulativo, para llegar finalmente, tras los más audaces saltos, a la fosa del nuevo crac”. (3)

Desde el siglo diecinueve hasta hoy, el capitalismo se ha desarrollado enormemente, ha ganado todo el planeta, pero sus leyes de funcionamiento no han cambiado. La crisis actual, aun cuando hasta hoy sólo se manifiesta como crisis financiera, esta vez provocada por la “especulación” y la desaparición del crédito (particularmente el crédito bancario que es vital para la circulación de capitales) es, como siempre, consecuencia de los mercados que se atascan, luego, es la superproducción lo que provoca la crisis.

Los burgueses, sus expertos y voceros políticos de derecha e izquierda, demuestran que no comprenden nada del funcionamiento de su propia economía, puesto que frente a la crisis no proponen otra solución que no sea de reformas para reglamentar y encuadrar la actividad bancaria y financiera; no pueden ver que es el mecanismo fundamental de la producción capitalista lo que provoca inevitablemente crisis cada vez más violentas hasta que no haya otra salida que una nueva guerra mundial que permita destruir las colosales fuerzas productivas tan numerosas  y arrancar con un nuevo ciclo de acumulación – a menos que la revolución proletaria derribe al capitalismo. Es muy posible que logren conjurar el crac financiero, salvar las instituciones bancarias, restablecer el crédito gracias a la intervenciones estatales, incluyendo la nacionalización del sector bancario, lo que significaría que el Estado se convierte en banca (¡dialécticamente es la banca quien se transforma en estado!); si todo marcha como ellos lo esperan, la crisis financiera podrá entonces ser “resuelta” (al precio de un endeudamiento superlativo de los estados), pero la crisis económica, que ha sido en verdad la causa, ¡seguirá viva!

 

El espectro de 1929

 

La amplitud de la crisis financiera actual, su profundidad y su extensión mundial son tales que todos los comentaristas, todos los medias hablan de una crisis financiera comparable a la de 1929, teniendo cuidado de agregar que no tendrá las mismas consecuencias ya que, habiendo sacado las lecciones de los años treinta, las autoridades capitalistas no cometerán los mismos errores. Tendríamos que hacerles notar que, desde hace unos quince años, los sucesivos gobiernos americanos, bajo la presión de los financistas, se han aplicado en desmantelar todas las medidas y cortafuegos que habían sido puestos en plaza y que, ahora, todo el mundo jura volver a instalar...

Pero, lo más importante es saber qué hay de cierto en esta comparación. Sin ninguna duda, la vastedad de la crisis financiera bastará por sí sola para aseverar que la recesión económica mundial será mucho más grave que las recesiones de estos últimos 25 años; pero la crisis de 1929 tiene que ver con una crisis de relevancia histórica que, a diferencia de las recesiones más o menos acentuadas que acompasan al movimiento económico del capitalismo, tuvo consecuencias brutales y duraderas, no sólo sobre el crecimiento económico, sino también sobre el equilibrio político y social de los países golpeados, así como sobre el equilibrio político internacional.

Nuestra corriente siempre ha sostenido que la expansión económica sin precedentes que ha conocido el capitalismo desde finales de la segunda guerra mundial desembocaría inevitablemente en una gran crisis general de superproducción – tipo 1929 para fijar las ideas – que volvería a traer sobre la escena la alternativa de guerra o revolución.

Mientras el capitalismo se encuentre en período de crecimiento, siempre será capaz de amortiguar las tensiones sociales, por lo tanto es pura vanidad o voluntarismo esperar la apertura de una período revolucionario (cosa que no podían asimilar los inmediatistas del Mayo francés – los sesentaiochistas que tenían como divisa “tomar sus deseos por realidades”). Pero, cuando se encuentra al borde de la asfixia, debido a la sobreproducción, es de vida o muerte atacar a los proletarios para obtener a cualquier precio las ganancias, al mismo tiempo que prepara la guerra que por medio de destrucciones masivas de bienes, mercancías, fuerzas productivas – incluyendo las fuerzas productivas humanas, los proletarios – le permitirá resolver la crisis y comenzar un nuevo ciclo de acumulación.

¿Nos encontramos ya en esta situación?

Para tratar de responder, veamos cuáles fueron las características de 1929, tomado como clásico ejemplo de gran crisis de superproducción, tal como las definen los trabajos del nuestro partido (4). Estas características van mucho más allá de la clásica caída bursátil del “lunes negro” (28 de octubre) en que la bolsa de Wall Street perdió 13% (caída récord que no será superada más que por el crac de octubre de 1987); porque si bien el hundimiento brutal de la bolsa anunciaba de manera espectacular el estallido de la crisis, la recesión económica había comenzado meses antes, y fue esta recesión lo que, en última instancia, provocó el estallido de la “burbuja” especulativa en la bolsa que, a su vez, tuvo consecuencias devastadoras sobre la economía.

La crisis, comenzada en 1929, terminó en 1932; ya en 1933 se logra superar y se reanuda el crecimiento económico, aunque un poco vacilante. Pero, pese a las grandes medidas de intervenciones estatales llamadas “New Deal”, de nuevo sufre una violenta recaída en 1937-38, la cual encontrará rápida solución en... el desencadenamiento de la guerra mundial, reactivando la producción a escala gigantesca.

Esta crisis que durará 3 años, al término de la cual la producción industrial, que es el índice más significativo, acusó un “crecimiento negativo” de 44%, lo que corresponde a una baja promedio de 17,5% por año. En 1929, el desempleo no era más que de 3,2%, pero, luego alcanzará la cifra enorme de 23,5% en 1932, es decir, un aumento anual de 8%. La cifra de los índices bursátiles muestra una baja promedio de 37,5%.

Además de esos elementos, una de las características más importantes de la crisis de 1929 fue la deflación, esa pesadilla que hoy todavía temen los capitalistas: los precios al por mayor (precio a puerta de fábrica) bajarán en 12% la media anual (el precio al detall, al consumidor, bajará también, pero, como siempre, en menor medida). En fin, la baja de los salarios es el último criterio importante de la crisis, constatando que estos en parte son compensados por la baja de los precios al consumo; los capitalistas sufrirán la crisis, quizás con más rigor que los mismos proletarios (al menos los que tendrían un empleo); de 1929 hasta su mínimo de marzo de 1933, el salario medio semanal en la industria bajó 56%, mientras que los precios – a lo largo de esos años – bajaban un 28% (5).

Total, una gran crisis catastrófica de superproducción en el sentido marxista del término como lo fue 1929, es marcada durante varios años por una caída general de los precios a la producción, una severa disminución de la producción, un fuerte aumento del desempleo, una baja de salarios, un desplome de las ganancias, y no sólo un crac bursátil.

La evolución del capitalismo desde hace 80 años debe necesariamente arrastrar consecuencias en el estallido y desarrollo de una gran crisis de superproducción. De un lado, el peso del Estado en la economía que hoy es mucho más importante, a pesar de la terapia del “liberalismo” en las recientes décadas, permite al capitalismo amortiguar las sacudidas y dotarse de armas de políticas “anticíclicas” imposibles de comparar con las que existían en 1929, tal como se puede ver a la vista; del otro, la hipertrofia del sector financiero y la generalización de la economía de deuda a una escala desconocida en el pasado aumentan la inestabilidad potencial del sistema y hacen mucho más problemáticas las intervenciones estatales (¡hasta llegar a amenazar de bancarrota a los mismos Estados!) (6); mientras que la “mundialización”, es decir, la creciente internacionalización de la economía y la aceleración de la circulación de los flujos financieros a escala del planeta, disminuyen paralelamente a las posibilidades de acción de los Estados nacionales. ¡Las fuerzas productivas se han vuelto más potentes y más importantes que las estructuras burguesas estatales que buscan controlarlas!

A primera vista, la actual crisis se presenta sobre todo como una crisis financiera y, a este nivel, por ahora, aparenta ser más grave que la de 1929; no sólo la caída de los índices bursátiles al año son mucho más importantes que en aquella época, sino que, desde hace un año, estamos asistiendo al desmoronamiento de las instituciones financieras y a una crisis del crédito a pesar de las intervenciones masivas y repetidas por los Bancos centrales y los Estados.

Pero, en lo que respecta a los otros criterios, la diferencia con la crisis de los años treinta es impresionante; en la producción industrial de los grandes países todavía no se manifiesta sino levemente; las últimas cifras disponibles (julio o agosto de 2008, según los países) indican una variación con respecto al año precedente, de -1,5% en los Estados Unidos, -1,7% para la zona del euro (-2%, Francia, -3%, España, -3,2% Italia, pero +1,7% Alemania), -2% Canadá, -2,3% Gran Bretaña, la palma para Japón con -6,9%. Entre tanto, la China anunciaba +12,8%!). El desempleo no ha comenzado a aumentar sino hace poco tiempo alcanzando hoy el 6,1% en los Estados Unidos, 7,5% en la zona euro y 4,2% en Japón – aquí las estadísticas son poco compatibles de un país a otro, y por lo general son las menos confiables (7). Las ganancias de las empresas americanas no han bajado más que de 3,8% (cadencia anual) en el segundo trimestre, esencialmente en el sector financiero, luego de un fuerte crecimiento durante 4 años hasta la mitad de 2007; las autoridades financieras luchaban no contra la deflación sino contra la vuelta de la inflación. En cuanto a los salarios, si una previsión estadounidense indica que el salario medio sufrirá en ese país una baja sin otro precedente que la de los años treinta, esta baja no superará más del 10% (8) etc.

En pocas palabras, el capitalismo ultramoderno del siglo veintiuno, gracias a los métodos de intervención estatal en la economía inaugurados hace 80 años por el fascismo y el imperialismo roosveltiano, ha logrado hasta hoy frenar la crisis, atenuarla, aplazar sus consecuencias.

¿Logrará impedir finalmente que ella estalle con toda su fuerza?

Es imposible descartar esta alternativa; pero si lo logra, esta victoria no será más que una victoria pírrica. En lugar de sufrir una crisis violenta pero relativamente breve, más adelante este capitalismo victorioso se encontrará con una crisis más larvada pero prolongada de la cual será mucho más difícil recuperarse, y al precio de una crisis recrudecida e insuperable para los medios con que se combate la actual...

 

¡El capitalismo no se autodestruirá!

 

A finales de septiembre el ministro de la economía alemana, el socialdemócrata Peer Steinbrück, en una entrevista concedida a “Spiegel” afirmaba que “ciertas partes  de la teoría de Marx no están tan equivocadas” y en particular aquella según la cual “el capitalismo terminará por autodestruirse a fuerza de codicia”; el 15 de octubre la ex-candidata del PS francés a las elecciones presidenciales, madame Ségolène Royal, se hacía eco del ministro alemán cuando proclamaba en un mitin “¡Marx dijo que el capitalismo va a autodestruirse, y a eso estamos llegando!”.  En realidad, Marx dijo que ante todo el capitalismo creaba a sus propios enterradores – cosa completamente diferente.

Cualquiera sea la evolución de la crisis actual, aun revelándose como el comienzo de la gran crisis catastrófica esperada por los marxistas, una cosa es segura: el capitalismo no se autodestruirá, como tampoco los modos de producción anteriores al capitalismo se “autodestruyeron”.

Sólo una revolución durante la cual las clases oprimidas derriban la dominación de la vieja clase dominante mediante la guerra civil, puede derribar el antiguo modo de producción cuyo representante es esta última, e instaurar uno nuevo que corresponda al nivel alcanzado por las fuerzas productivas.

“Al llegar a una fase determinada de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que su expresión jurídica, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se habían desenvuelto. Se abre así la época de la revolución social” (9).

Disertando sobre la “autodestrucción” del capitalismo, los lacayos del capitalismo quieren evitar ante todo que los proletarios comprendan que su rol es precisamente el de darle sepultura; lo que quiere decir que la destrucción del capitalismo no puede ser sino el resultado de su lucha revolucionaria.

Mientras que el proletariado no encuentre, bajo los golpes de los ataques capitalistas que van a redoblarse de ahora en adelante, la fuerza de lanzarse a esta lucha decisiva; mientras que no tenga la fuerza de organizarse para sí, tanto en el plano político (partido revolucionario comunista) como en el económico (sindicato de clase), el capitalismo logrará siempre salir de sus apuros y sus crisis, y prepararse para imponer su solución: una nueva carnicería mundial,  mucho más destructiva aún que las dos precedentes, debido a sus décadas de expansión en el curso de la cual se han creado cantidades colosales de fuerzas productoras en gran número.

He aquí la alternativa que históricamente plantea el curso del capitalismo; he aquí la alternativa que la crisis actual hará recordar a los proletarios.

 

 


 

 

(1) Es cierto que el lunes siguiente las bolsas del mundo, atraídas por los millones de dólares y euros prometidos por los gobiernos burgueses, han conocido alzas históricas; pero, el entusiasmo se disipó rápidamente y desde el miércoles las mismas sufrían nuevos derrumbamientos, ¡igualmente históricos!

Esta volatilidad de los cursos de la bolsa es típico de los períodos de crac; al día siguiente del descalabro del 29 de octubre de 1929, los índices de Wall Street se inflamaban espectacularmente acusando un 18% de subidas.

 La única diferencia es que hoy esta volatilidad es aún más grande y, sobre todo, más duradera.

(2) K. Marx, «New York Tribune», 4/10/1858. c.f. Marx Engels, «La crise», Ed “10/18”, 1978, p. 201-202.

(3) Engels «l’Anti-Dühring», Socialismo, § 2. Editions Sociales, 1973, p.312.

(4) c.f. «La récession américaine de 1957 annonce-t-elle un nouveau 1929?», Programme Communiste n°4.

(5) Cifras de las estadísticas USA citadas por E. Varga, en «La crise économique, sociale, politique», reprint Ed Sociales 1976.

(6) Además de la pequeña Islandia, los agentes de las finanzas estiman superior a 80% el riesgo de insolvencia, – es decir, bancarrota – de  Pakistán, Argentina, Ucrania, Hungría y Turquía que se encuentra igualmente amenazadas, al igual que Kazajstán y la Letonia. c.f. Financial Times, 14/10/08.

(7) c.f. The Economist, 11-17/10/2008

(8)  c.f. International Herald Tribune, 16/10/2008

(9) K. Marx, “Introducción a la crítica de la Economía política”. Ed. Sociales 1977, p.3.

 

 

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