Revuelta de inmigrantes en Lampedusa:  huidos del hambre y de la miseria, montonados como bestias en campos de concentración camuflados como centros de primeros auxilios y puestos a pan y agua, no quieren ser repatriados y reclaman poder establecerse libremente en Italia y en los otros países de Europa, cuyos gobiernos propalan continuamente la libertad, la democracia, la vida civil.

( Suplemento  N° 15 de «El programa comunista» N° 49 ;Enero de 2012 )

 

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Martes 20 de septiembre de 2011, en el Centro de Primeros Auxilios de Lampedusa, donde se encuentran hacinados desde hace unas semanas cerca de 1300 inmigrantes, sobre todo tunecinos, que han sobrevivido al cruzar el Canal de Sicilia con medios más que precarios, hacia las 17:30 estalla un incendio que en poco tiempo se extiende a los tres edifico s del centro. Un  denso humo negro se extiende rápidamente desde el centro de Contrada Imbriacola hacia la zona habitada de la isla, alarmando a los habitantes, bomberos y fuerzas del orden. Del centro se fugan más de 800 inmigrantes tratando de alejarse de la isla; son seguidos, heridos, maltratados por la policía; algunos pasan la noche en una gasolinera amenazando con hacer estallar las bombonas de gas sustraídas de un restaurante vecino y, por primera vez, aparecen también grupos de isleños armados con palos que van a la caza de inmigrantes para desfogar su rabia por una situación que ha devenido insostenible también para ellos.

Lampedusa tiene como actividad económica principal el turismo pero, con las situaciones que se dan ligadas al flujo de miles de inmigrantes que se fugan desde las costas del Norte de África hacia Europa, éste ha disminuido drásticamente en estos años, llegando casi a cero. Su posición geográfica la convierte en uno de los lugares de mejor acceso por las carretas del mar que parten desde las costas tunecinas y libias, con las cuales miles de tunecinos y de somalíes, eritreos, nigerianos y de otros países llegan, si no mueren en el mar, a Lampedusa.

Hace tres años y medio, el 18 de febrero de 2009, el «Corriere della será» titulaba en primera página: «Lampedusa, enfrentamientos entre migrantes y policía. Un incendio devasta el CIE». ¿Qué ha cambiado en tres años y medio de tiempo? El gobierno Berlusconi-Bossi-Maroni ha transformado Lampedusa en un campo de concentración para inmigrantes, en un vertedero de desesperados que se fugan del hambre, de la miseria, de la guerra, de las persecuciones en busca de un asilo, de un trabajo, de sobrevivir. La política de inmigración de la civilizadísima y democrática república italiana consiste en tratar a los inmigrantes no como seres humanos sino como masa informe de indeseados clandestinos de los que no importan las razones de su llegada y de los cuales hay que «defenderse». Todos recuerdan el grito de alarma de nuestros gobernantes acerca del peligro de invasión de centenares de miles de clandestinos frente al cual el gobierno Berlusconi-Bossi-Maroni activaron acuerdos con los dictadores Ben Alí y Gadaffi para que acabaran con el flujo migratorio hacia Italia y para que aceptasen la repatriación inmediata el caso de que las barcas de clandestinos llegasen a las costas sicilianas. Bien, la ley sobre inmigración clandestina, muy queridas por el ministro del interior de la Lega Maroni, pasó en Parlamento con el enésimo voto de confianza y con la justificación jurídica de la transformación de las Centros de Permanencia Temporal para los inmigrantes que pedían asilo o permisos de residencia en Centros de Identificación y Expulsión, es decir, en centros de detención en los cuales los inmigrantes pueden ser recluidos durante 18 meses frente a los 6 de antes. Lampedusa, sobretodo, es una isla, está en el Sur de Italia y para la mentalidad de la Lega Norte es obvio que los «clandestinos» que provienen de África deben amontonarse en un vertedero lejano de la verde, lozana y racista Padania.

Los inmigrantes tunecinos, para no permanecer aislados y recluidos en la prisión-Lampedusa, donde son constreñidos a vivir en condiciones bestiales, piden no ser repatriados y ser transferidos a otros centros; su petición, en realidad, no es escuchada nunca y la desesperación ha llevado a algunos a pegar fuego a un edificio del centro aún a costa de resultar intoxicados o quemados, para forzar a «la autoridad» a llevarles fuera de la isla. Pero la desesperación de los inmigrantes se añade a la de los habitantes de Lampedusa a los cuales, después de los enfrentamientos de febrero de 2009, el gobierno Berlusconi  había prometido que resolvería el problema dando la oportunidad a la isla de reanudar la actividad turística. El verdadero plan del gobierno, sin embargo, era el de transformar Lampedusa en un puerto para las embarcaciones llenas de inmigrantes, en una aeropuerto de partida para los vuelos llenos de inmigrantes que se van a repatriar, contando con el hecho de que el actual gobierno tunecino y el libio de los insurgentes de Bengasí han confirmado los acuerdos acerca de la inmigración tomados anteriormente por el gobierno italiano con los gobiernos-amigos de Ben Alí y de Gadafi.

Se ha verificado que las revueltas en los países del Norte de África que han golpeado a los países árabes desde comienzos de este año y la guerra que las potencias imperialistas están llevando a cabo en Libia en apoyo de un recambio del poder con fuerzas más controlables y más disponibles que las de Gadafi, han llevado a las masas proletarias y proletarizadas de esta vasta área a tratar de no sucumbir frente a la crisis económica que la caída de los regímenes precedentes no han obviamente resuelto y de sobrevivir aunque sea buscando trabajo en otros países más ricos, en Europa. Italia y España son destinos conocidos, visibles y alcanzables a la vez que se consideran como una primera etapa para llegar a Francia, Alemania y a los países nórdicos. La presión de las necesidades materiales de las masas reducidas al hambre y a la miseria más negra es tan fuerte que no habrá ninguna ley contra la inmigración clandestina, ninguna operación de rechazo en el mar, ninguna represión contra el crimen organizado que dispone los «viajes de la esperanza», y muchas veces de la muerte segura, a través de los desiertos y de los mares que pueda acabar con el flujo migratorio de los países pobres a los ricos. El capitalismo, en su desarrollo desigual, habiendo transformado cualquier producto del trabajo humano en mercancía y reducido cualquier relación entre los hombres a relación entre dinero y mercancía, ha continuado acumulando riqueza en una minoría de países dominantes y atraso y miseria en la mayoría de los países del mundo, confirmando la tesis marxista de que la sociedad capitalista no logrará resolver sus propias contradicciones: ¡la mercancía jamás saciará al hombre!

La revuelta de los inmigrantes tunecinos en Lapedusa y en Manduria o en los otros campos de concentración, como la revuelta de los inmigrantes africanos en Rosarno o en Castel Volturno, ha desgarrado el velo de la falsa solidaridad burguesa que acoge en sus propias y voraces fauces a los inmigrantes con la única condición de que se auto esclavicen cometiéndose, sin levantar la cabeza, a las infinitas vejaciones que las leyes burguesas prevén por aceptar que un cierto número de brazos pueda ser explotado hasta el límite de la pura supervivencia y a las condiciones en que las empresas capitalistas, a través de la mediación del Estado central que mira por sus intereses, tienen efectivamente necesidad de fuerza de trabajo a bajo coste.

Con la fuerza de un torrente, el flujo de proletarios inmigrantes de los países económicamente más atrasados  inevitablemente  golpea las supuestas certezas de la vida social de los países europeos y ponen a los mismos proletarios europeos frente al problema más duro que la clase dominante burguesa pueda durante la crisis de su sistema económico. Esto es: continuar colaborando política y materialmente con los burgueses, aceptando todos los sacrificios que la clase dominante pide e impone para volver a acumular beneficios y por tanto aceptar la más despiadada competencia entre proletarios como una ley «natural» del mercado de trabajo, o quizá romper con la colaboración de clase, romper con la concertación política y material que lleva a los burgueses a hacer de todo para reavivar la máquina productiva (el famoso crecimiento económico) y realzar así los beneficios haciendo pagar el precio más alto a los proletarios dirigiéndoles, también gracias a las fuerzas del oportunismo sindical y político, a aceptar los despidos, los salarios recortados, las pensiones bajas, la reducción continua de los servicios sociales, romper, en definitiva, con la política y la práctica de los intereses comunes frente a los cuales dejar de lado cualquier reivindicación salarial, cualquier petición de un puesto de trabajo no precario, cualquier mejora en las condiciones de vida y de trabajo, dejar de lado todo lo que respecta a la defensa de las propias condiciones de existencia porque el objetivo más importante sería aquel de «salir de la crisis», aquel según el cual «cualquier miembro de la sociedad debe hacer su parte», aquél de «sacrificarse hoy para un futuro mejor»

Los proletarios ya han experimentado en su piel qué cosa significa para ellos la colaboración de clases, la paz social, el compartir los valores de la sociedad burguesa: significa volver permanente la vida de esclavos del capital, poner su vida en las manos de las empresas capitalistas y de las exigencias de un mercado que no se deja controlar por nadie –como las recientes crisis financieras demuestran ampliamente- pero al cual los burgueses sacrifican millones de vidas proletarias con el fin de salvar un sistema que ha puesto en el centro de la sociedad el beneficio capitalista y no las necesidades de vida de la especia humana. El trabajo bajo el capitalismo es un tormento, es una esclavitud porque todo depende de su productividad y del salario que los obreros logran sacarle a los capitalistas; y cuando el trabajo no existe, el tormento se transfiere a su búsqueda. Mientras el capitalismo dure, para los proletarios no habrá mejoras duraderas nunca porque aunque estas mejoras sean concedidas lo serán sólo debido a duras y vastas luchas obreras que ignoren las exigencias de la economía empresarial o nacional y piensen únicamente en las exigencias de vida obrera. Pero las mejoras de las cuales los proletarios europeos han podido disfrutar en los periodos de expansión capitalista han ido desapareciendo poco a poco y cada vez más en los periodos de la crisis económica ha dictado las leyes y ha llevado a los capitalistas, apoyados por el Estado, a luchar contra los proletarios para quitarles la mayor parte posible de «garantías» y de amortiguadores sociales concedidos previamente, facilitando lo máximo posible la reducción  de los salarios, el aumento de la productividad y los despidos. Así una parte de los proletarios de los países más ricos ha sido arrojada a condiciones de pobreza absoluta, condiciones similares a aquellas de las cuales tratan de fugarse los proletarios inmigrantes que llegan a los países más ricos.

La llegada de los proletarios inmigrantes si, por un lado, resulta útil a los capitalistas porque tienen a su disposición una masa de fuerza de trabajo a bajo precio y que colocan en competencia con los proletarios autóctonos de manera que baja todos los salarios, por otro lado, es también un formidable recurso para la lucha de clase futura, como lo fue en los años a caballo entre el siglo XIX y el XX, los años de las grandes migraciones de italianos e irlandeses hacia Norte América.

Los proletarios inmigrantes de los países más atrasados llevan consigo una carga de lucha que puede contagiar a los estratos más bajos del proletariado europeo; el incendio de la lucha proletaria puede así difundirse de la masa de los inmigrantes a la masa de los proletarios autóctonos. Y éste es el incendio que realmente temen los burgueses; los edificios incendiados en Lampedusa pueden ser reconstruidos como se hizo en el incendio del 2009. El incendio social, sobre todo el de la lucha de clase que ve a los proletarios unidos por encima de las categorías y de las nacionalidades, por encima de la legalidad o de la clandestinidad, es el que la burguesía tratará de evitar por todos los medios, adoptando las medidas preventivas más diversas para reprimirlo antes de que surja. Pero, como no se puede frenar el movimiento de las fuerzas productivas dentro de sus fronteras y de sus leyes, así los burgueses no pueden frenar la espontánea tendencia a la lucha por parte de las masas proletarias que sufren condiciones de existencia intolerables, y no lograrán sofocar el incendio de clase que las contradicciones, cada vez más agudas y explosivas que el modo de producción capitalista acumula en el subsuelo económico,  hará estallar.

Entonces los burgueses temblarán no frente a una masa de proletarios desesperados que se enfrentan a la travesía en mar con medios precarios, sino frente a una masa de proletarios que ha reencontrado la fuerza de reorganizarse sobre el terreno del antagonismo de clase, de luchar en defensa exclusiva de sus propios intereses inmediatos y de prepararse para la lucha más general y política contra toda la clase de los capitalistas y su Estado, para revolucionar toda la sociedad. Entonces, el proletariado, que habrá experimentado su propia fuerza social en las luchas parciales y generales contra la clase dominante burguesa y que tendrá a su lado al partido de clase, órgano indispensable para guiarlo hacia la revolución, se alzará frente a la burguesía aceptando el desafío histórico: o el combate o la muerte, o la revolución o la contra revolución.

Hoy, después de décadas de intoxicación democrática y colaboracionista, los proletarios se encuentran frente al dilema opuesto: o la muerte o el combate, o la contra revolución o la revolución.

El partido de clase, el partido comunista revolucionario, lucha hoy para que los proletarios se preparen para la reanudación de la lucha de clase, única vía de salida no sólo y no tanto de la crisis económica actual, cuanto del continuo caer en crisis del capitalismo y del continuo empeoramiento de las condiciones de existencia de las masas proletarias; esta preparación, que se da inevitablemente a partir de luchas parciales pero sobre el terreno del antagonismo de clase, no puede ser provechosa si los proletarios no rompen drásticamente con la colaboración de clase, si no rompen –como están haciendo los proletarios inmigrantes- con la paz social y la sumisión al orden constituido.

24 de septiembre de 2011

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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