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Consideraciones sobre la actividad orgánica del partido cuando la situación general es históricamente desfavorable (1965)

 

 

Introducción

 

Las Consideraciones fueron redactadas a comienzos del año 1965, bajo una forma lapidaria, con la precisa intención de esclarecer y reafirmar las tareas del Partido en una fase, no de grandes enfrentamientos de clase, sino de profunda estagnación del movimiento real del proletariado y del obscurecimiento de su conciencia política (el partido). Ellas representan lo que a justo título podemos llamar nuestro «¿Qué hacer?». No decimos esto para hacer retórica, o en razón de analogías exteriores, sino en un sentido más profundo y dialéctico, ya que las mismas se sitúan exáctamente sobre la misma línea y responden, con palabras diferentes, al mismo objetivo inscrito en la visión general del marxismo.

Tal como «¿Qué hacer?», estas consideraciones buscan dar una justa orientación al órgano-partido que, dentro de una «situación históricamente desfavorable», no puede sino ser ese «pequeño grupo compacto, que sigue una ruta escarpada y dificil tenidos fuertemente de la mano», del cual habla Lenin. En tal situación no se trata, no puede tratarse de ataque, sino que se trata y debe tratarse de preparación revolucionaria, lo que exige que veamos frente a nosotros la realidad objetiva, no para adaptarse, sino para no dejarse arrastrar por élla.

Así como el marxismo no contiene una pizca de utopismo, nuestro texto - al opuesto, incluso sobre el plan formal, de las innumerables plataformas de variantes sin nombres del trotskysmo - no hace concesiones ni a la edulcorada retórica de aquellos que buscan una vía rápida, corta y fácil para salir de la más terrible contrarrevolución de la historia, ni a la resignación pasiva de aquellos que, por no haberla encontrado (o porque han juzgado la vía demasiado larga y difícil), deponen las armas. El partido del cual emana este texto no esconde, sino al contrario declara abiertamente que la situación objetiva actual de la sociedad, y por lo tanto de la clase, «no podría ser peor». No rechaza solamente sino que acepta ser - en virtud de las determinaciones materiales, y no porque lo halla deseado o escogido - un pequeño núcleo, e incluso muy pequeño, de militantes; si se quiere, el embrión del partido de mañana, aquel que en fin merecerá «a la vez el nombre de partido histórico y partido formal», cuando «la acción y la historia reales (hallan) resuelto la contradicción aparente (…) entre partido histórico, es decir contenido (programa histórico invariante) y partido contingente, es decir forma, actuando como fuerza y práctica física de una partida decisiva del proletariado en lucha». Como Lenin en el primer capítulo de «¿Qué hacer?», pero con tanta más severidad en cuanto al retardo de la fase actual con respecto a la de 1902, y que importa que todos los militantes tengan claramente consciencia, lo sabe y no teme decir que la historia le ha confiado la tarea de «sobrevivir y transmitir la flama a lo largo del hilo del tiempo histórico», lo que es mil veces más difícil que atacar, y al menos tan difícil como vencer luego de haber podido y sabido atacar. Como el texto clásico de Lénin, no teme decir, a las barbas de todos los concretistas, que la «restauración de los principios doctrinales» del movimiento comunista, es decir de la teoría, es la condición primera, esencial, de esta transmisión, de la cual depende, no el retorno de situaciones revolucionarias - que son el producto de un concurso de circunstancias materiales exteriores en un 95% al partido de clase (y a todo partido, incluso el mejor armado) - sino de su resultado en la conquista y ejercicio del poder.

Como «¿Qué hacer?», rechaza, además, la idea de que la restauración y la defensa integrales de la doctrina marxista invariante pueda realizarse de otro modo sino mediante un órgano, una organización militante, de un núcleo compacto que ejerza en forma unitaria la totalidad de las funciones que caracterizarán al partido histórico y formal a la vez - aun cuando las condiciones objetivas restrinjan su campo global de acción (1), y más aún su intervención sector por sector; si no ejercieran estas funciones, y si no se preparara para su entrenamiento difícil, fastidioso y sin gloria, incluso esta lejana confluencia no será posible.

No seríamos marxistas si erigiéramos «una barrera entre teoría y acción práctica», ya que el materialismo nos enseña que, «más allá de cierto límite, eso sería destruirnos nosotros mismos así como nuestras bases de principio». Sin embargo, esta afirmación no basta: nuestro texto la completa afirmando que el partido, quien por principio y como ha declarado siempre abiertamente, se opone a toda concepción que querrá reducirla a una secta secreta o a una élite, una asociación «obrerista» compuesta unicamente de proletarios, o, en fin, un cenáculo cultural, intelectual y escolástico, «desarrolla en su propio seno (no desde mañana sino, de forma embrionaria, desde hoy) los órganos aptos a diferentes funciones que nosotros llamamos propaganda, proselitismo, trabajo sindical, etc., y, mañana, organización armada (un mañana que no vendrá jamás si no preparamos mucho tiempo antes las condiciones mínimas)»; es por eso que, en la medida en que las condiciones reales ofrezcan la posibilidad objetiva, consagramos a cada una de estas funciones el mismo cuidado atentivo, sin jamás considerarlo como sectores separados (ya que «tal distinción es mortal no sólo para el conjunto del partido sino también para cada militante»), proclamando al contrario «que, en principio, ningún camarada debe ser extraño a ninguna de ellas» (2) ya que todas son cualitativamente igual de vitales para el partido, y ninguna, por modesta que ella sea, debe ser abandonada bajo el pretexto que la misma no aporta en lo inmediato - esto no es una sorpresa para nosotros - sino resultados irrisorios.

Como «¿Qué hacer?», nuestro texto tiene como punto de partida la defensa vigorosa y apasionada del dogmatismo, es decir de la invariancia de la doctrina, y de la afirmación de que esta debe prevalecer para que la acción, cualquiera sea su importancia cuantitativa, sea conforme a los principios; prosigue reivindicando el carácter indisociable de estas tareas más modestas y menos exaltantes, pero necesarias también como oxígeno de la teoría, como son el proselitismo, la propaganda, el trabajo sindical, la agitación (3), etc., en suma la importación de la teoría a una capa aun mínima de la clase. Así las Consideraciones combaten para defender de manera inseparable y la pesada tarea - hoy casi sobrehumana - de reafirmación de los «principios doctrinales» precisándolos siempre más, y las tareas más humildes, pero igual de difíciles, de preparación del pequeño núcleo comunista superviviente - y bien decidido a sobrevivir - al conjunto de misiones que este no podrá desdeñar sin condenarse a muerte a sí mismo.

Estas lo hacen buscando menos la suerte - evidentemente infinitesimales - de influenciar a la clase o inclusive una minoría restringida de la misma, que la posibilidad de preparar y luego de formar el núcleo que será llamado a transformarse en el estado - mayor de la revolución - en situaciones que, sin duda, serán radicalmente diferentes a las de hoy, pero que estarán dialéctica e indisolublemente ligadas.

O bien admitimos, con humildad pero con firmeza, que dichas tareas, todas sin excepción - bien que a grados diferentes por razones de hecho - , se condicionan mutuamente, de tal manera que si una perece, si la misma es separada de la otra, o bien destruimos, al mismo tiempo que al partido, la teoría misma, es decir que destruimos el futuro de la clase, o bien reconocemos que el órgano-partido se forma precisamente dentro de situaciones contrarrevolucionarias desarrollando (bien que a grados diversos, como es el caso de todo organismo durante ciertas fases de su ciclo de vida) todas sus funciones específicas, preparando así a militantes que sean lo más completo posible (lo que no significa que estén ya aptos a ejercer tal función en lugar de tal otra integrándose a la vida colectiva del partido revolucionario - es este el sentido del unitarismo y del centralismo orgánico), o bien caemos en la metafísica de las sectas, élites y círculos intelectuales, culturales y escolásticos, es decir, nos suicidamos como partido.

Contra esta debacle final nacida de la impotencia en sacar las «lecciones de la contrarrevolución», nuestro texto es una severa y vigorosa advertencia. Tal es nuestra consigna, no de 1965, sino desde siempre.

 


 

(1) Para una interpretación correcta y más completa del punto 8 de Consideraciones, ver los § 4, 8, 9, de la parte IV° de las Tesis Características.

(2) Tal es igualmente el sentido - el único posible para los marxistas - de la superación tendencial en el seno del partido, no de la división social del trabajo, sino de sus innobles barreras: ni reducción de todas las funciones a una sola, sea simple o compleja, ni igualación de todos los dones personales e incluso de todas las «competencias y especializaciones» de los individuos, sino su integración en la colectividad-partido y en la actividad militante de cada uno de sus miembros.

(3) Hay que señalar que incluso hoy la agitación no puede ser excluida, en los momentos episódicos y fugitivos sin duda, pero fecundos para la preparación de los militantes.

 

 

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1. - La llamada cuestión de la organización interna del partido ha sido siempre objeto de las posiciones de los marxistas tradicionales y de la izquierda comunista actual, nacida como oposición a los errores de la Internacional de Moscú. Naturalmente esta cuestión no es un sector aislado en un compartimento cerrado, sino que es algo inseparable del cuadro general de nuestras posiciones.

 

2. - Todo cuanto forma parte de la doctrina, de la teoría general del partido, se encuentra en los textos clásicos y está profundamente resumido en manifiestos más recientes, en textos italianos como las Tesis de Roma y de Lyon y en otras muchas con las cuales la izquierda presagió la ruina de la III. Internacional por fenómenos no menos graves que los ofrecidos por la II. Todo este material en parte es utilizado ahora para el estudio sobre la organización (entendida en un sentido restringido como organización del Partido y no en el sentido amplio de organización del proletariado en sus diversas formas históricas y sociales) y no se pretende aquí resumirlo, remitiendo a dichos textos y al amplio trabajo en curso de la Historia de la Izquierda, cuyo segundo volumen se está preparando.

 

3. - Se deja a la teoría pura, común a todos nosotros y fuera de discusión, todo lo que respecta a la ideología del partido y a la naturaleza del mismo, y a las relaciones entre el partido y su propia clase proletaria, que se resumen en la conclusión obvia de que sólo con el partido y su acción, el proletariado se convierte en clase para sí y para la revolución.

 

4. - Indicamos normalmente como cuestiones de táctica (repetida la reserva de que no existen capítulos y secciones autónomas) las que surgen y se desarrollan históricamente en las relaciones entre el proletariado y las otras clases, el partido proletario y las otras organizaciones proletarias, y entre él y los partidos burgueses y no proletarios.

 

5. - La relación que fluye entre las soluciones tácticas, para no ser condenadas por los principios doctrinales y teóricos, y el desarrollo multiforme de las situaciones objetivas y, en cierto sentido, externas al partido, es en verdad bastante mutable; pero la Izquierda ha mantenido que el partido debe dominarla y preverla con antelación, como está escrito en las Tesis de Roma sobre la táctica, entendidas como proyecto de Tesis para la táctica internacional. Existen, para ser sintéticos hasta el extremo, períodos de situaciones objetivas favorables junto a condiciones desfavorables del partido como sujeto; puede darse también el caso opuesto, hay estados raros que son sugestivos ejemplos de un partido bien preparado y de una situación social que encuentra a las masas lanzadas hacia la revolución y hacia el partido que la ha previsto y descrito con antelación, como Lenin reivindicó para los bolcheviques en Rusia.

 

6. - Dejando a un lado «distinciones» pedantes, podemos preguntarnos en qué situación objetiva se encuentra la sociedad de hoy. Ciertamente la respuesta es que estamos en la peor situación posible y que gran parte del proletariado, más que ser golpeado por la burguesía, está controlado por los partidos que trabajan al servicio de ésta e impiden al proletariado todo movimiento clasista revolucionario, de modo que no se puede prever cuánto tiempo transcurrirá hasta que, en esta situación muerta y amorfa, llegue lo que otras veces definimos como «polarización» o «ionización» de las moléculas sociales que precederá a la explosión del gran antagonismo de clase.

 

7.- ¿Cuáles son, en este periodo desfavorable, las consecuencias sobre la dinámica orgánica interna del partido? Hemos dicho siempre, en todos los textos más arriba citados, que el partido se ve inexorablemente afectado por el carácter de la situación real que lo rodea. Por tanto, los grandes partidos proletarios que existen son necesaria y declaradamente oportunistas.

Es una tesis fundamental de la Izquierda que nuestro partido no debe por este motivo renunciar a resistir, sino que debe sobrevivir y transmitir la llama a lo largo del histórico «hilo del tiempo». Está claro que será un partido pequeño, no por nuestro deseo o elección, sino por ineluctable necesidad. Pensando en la estructura de este partido, incluso en la época de decadencia de la III. Internacional, y en innumerables polémicas, hemos rechazado varias acusaciones con argumentos que no es necesario repetir . No queremos un partido de secta secreta o de élite, que rechace todo contacto con el exterior por manías de pureza. Rechazamos toda fórmula de partido obrero o laborista que quiera excluir a todos los no proletarios, fórmula que pertenece a todos los partidos oportunistas históricos. No queremos reducir el partido a una organización de tipo cultural, intelectual y académica como la que dio lugar a las polémicas que se remontan a hace más de medio siglo; tampoco creemos, como ciertos anarquistas o blanquistas, que se pueda pensar en un partido de acción armada conspirativa y que se dedique a conjurar.

 

8. - Dado que el carácter de degeneración del complejo social se concentra en la falsificación y en la destrucción de la teoría y de la sana doctrina, está claro que el pequeño partido de hoy tiene un carácter preeminente de restaurador de los principios de valor doctrinal, estando privado desgraciadamente del ambiente favorable en el que Lenin realizó esta tarea tras el desastre de la primera guerra. Sin embargo, no por esto podemos trazar una barrera entre teoría y acción práctica; porque más allá de cierto limite nos destruiríamos a nosotros mismos y a todas nuestras bases de principio. Reivindicamos, por lo tanto, todas las formas de actividad propias de los momentos favorables en la medida en que las relaciones de fuerza reales lo permitan.

 

9. - Todo esto podría desarrollarse mucho más ampliamente, pero se puede llegar a una conclusión sobre la estructura organizativa del partido en un periodo tan difícil. Sería un error fatal verlo como divisible en dos grupos: uno dedicado al estudio y otro a la acción, porque esta distinción es mortal no sólo para el cuerpo del partido, sino también en relación a cada militante individual. El sentido del unitarismo y del centralismo orgánico es que el partido desarrolla en sí los órganos aptos para sus distintas funciones, que nosotros llamamos propaganda, proselitismo, organización proletaria, trabajo sindical, etc.; hasta llegar mañana, a la organización armada, pero nada se debe deducir del número de compañeros que se considera dedicado a tales funciones, porque en principio ningún compañero debe ser ajeno a ninguna de ellas.

Es un percance histórico que en esta fase puedan parecer demasiados los compañeros dedicados a la teoría y a la historia del movimiento y pocos los preparados para la acción. Sería sobre todo insensata la búsqueda del número de los dedicados a una y otra manifestación de energía. Todos sabemos que, cuando la situación se radicalice, innumerables elementos se alinearán con nosotros, en una vía inmediata, instintiva y sin el mínimo curso de estudios que pueda imitar a las cualificaciones académicas.

 

10. - Sabemos muy bien que el peligro oportunista, desde que Marx luchó contra Bakunin, Proudhon, Lasalle y en todas las fases ulteriores del morbo oportunista, ha estado ligado enteramente a la influencia de falsos aliados pequeño burgueses sobre el proletariado.

Toda nuestra desconfianza infinita hacia la aportación de estos estratos sociales no debe ni puede impedirnos utilizarles sobre la base de las potentes enseñanzas de la historia de los elementos de excepción, que el partido destinará al trabajo de reordenación de la teoría, fuera del cual no existe más que la muerte y que en el futuro, con su plan de difusión deberá identificarse con la inmensa extensión de las masas revolucionarias.

 

11. - Las violentas chispas que saltaron de entre los conductores de nuestra dialéctica nos han enseñado que es compañero militante comunista y revolucionario quien ha sabido olvidar, renegar, quitarse de la mente y del corazón la clasificación en que lo inscribe el padrón de esta sociedad en putrefacción, y se ve y confunde a sí mismo en todo el arco milenario que liga al ancestral hombre de la tribu que luchaba contra las bestias, con el miembro de la comunidad futura, fraterna en la alegre armonía del hombre social.

 

12. - Partido histórico y partido formal. Esta distinción está en Marx y Engels, y ellos tuvieron el derecho de deducir que, estando con su obra en línea con el partido histórico, despreciaban pertenecer a todo partido formal. De esto ningún militante actual puede inferir el derecho a una elección: tener las cartas en regla con el «partido histórico», y burlarse del partido formal. Esto no porque Marx y Engels fuesen superhombres de un tipo o raza distinta a los demás, sino precisamente por la sana inteligencia de su proposición que tiene sentido dialéctico e histórico.

Marx dice: partido en su acepción histórica, en el sentido histórico, y partido formal o efímero. En el primer concepto está la continuidad, y de él hemos derivado nuestra tesis característica de la invariabilidad de la doctrina desde que Marx la formuló, no como una invención de genio, sino como hallazgo de un resultado de la evolución humana. Pero los dos conceptos no están en oposición metafísica, y seria necio expresarlos con la doctrinilla: vuelvo la espalda al partido formal y voy hacia el histórico.

Cuando hacemos surgir de la doctrina invariante la conclusión de que la victoria revolucionaria de la clase trabajadora no puede obtenerse mas que con el partido de clase y la dictadura de éste, y con la guía de las palabras de Marx afirmamos que antes del partido revolucionario y comunista el proletariado es una clase, quizás para la ciencia burguesa, pero no para Marx y para nosotros; la conclusión a deducir es que para la victoria será necesario tener un partido que merezca al mismo tiempo la calificación de partido histórico y de partido formal, o sea, que se haya resuelto en la realidad de la acción y de la historia la contradicción aparente - que ha dominado un largo y difícil pasado - entre partido histórico, por tanto, en cuanto al contenido (programa histórico, invariable), y partido contingente, es decir, en cuanto a la forma, que actúa como fuerza y praxis física de una parte decisiva del proletariado en lucha.

Esta sintética puesta a punto de la cuestión doctrinal hace referencia también rápidamente a los procesos históricos que nos preceden.

 

13. - El primer paso, desde un conjunto de pequeños grupos y ligas, en los que se manifiesta la lucha obrera, hasta el partido Internacional previsto por la doctrina, se da con la fundación de la I. Internacional en 1864. No es este el momento de reconstruir el proceso de su crisis; Internacional que, bajo la dirección de Marx, fue defendida a ultranza de las infiltraciones de programas pequeño-burgueses como los de los libertarios.

En 1889, se reconstituye la II. Internacional tras la muerte de Marx, pero bajo el control de Engels, cuyas indicaciones no fueron aplicadas. Por algún tiempo se tendió a tener de nuevo en el partido formal la continuación del partido histórico, pero fue despedazado en los años siguientes por el tipo federalista y no centralista, por las influencias de la praxis parlamentaria y del culto a la democracia y por la visión nacionalista de las distintas secciones, no concebidas como ejércitos de guerra contra el propio estado, como habría querido el Manifiesto de 1848; surge el revisionismo abierto que desvaloriza el fin histórico y exalta el movimiento contingente y formal.

El surgimiento de la III. Internacional, tras la caída desastrosa en 1914 en el puro democratismo y nacionalismo de casi todas las secciones, fue para nosotros en los años que siguieron a 1919 la plena conjunción del partido histórico en el partido formal. La nueva Internacional surgió declaradamente centralista y antidemocrática, pero la praxis histórica de la incorporación de las secciones federadas en la Internacional fracasada fue particularmente difícil y apresurada ante la preocupación de que fuese inmediato el paso entre la conquista del poder en Rusia y la conquista en los países europeos.

Si la sección surgida en Italia de las ruinas del viejo partido de la II. Internacional fue particularmente conducida, no por virtud de las personas, sino por derivaciones históricas, a advertir de la exigencia de soldar el movimiento histórico y su forma actual, fue por haber librado luchas particulares contra las formas degeneradas y, por tanto, por haber rechazado las infiltraciones no sólo de las fuerzas dominadas por posiciones de tipo nacional, parlamentario y democrático, sino también de aquellas (itálicas, maximalismo) que se dejaron influenciar por el revolucionarismo pequeño-burgués, anarco-sindicalista. Esta corriente de izquierda luchó particularmente para que las condiciones de admisión fuesen rígidas (construcción de la nueva estructura formal), las aplicó de lleno en Italia, y cuanto éstas dieron resultados no perfectos en Francia, Alemania, etc., fue la primera en advertir de la existencia del peligro para toda la Internacional.

La situación histórica, por la cual el Estado proletario sólo se había constituido en un país, mientras que en los otros no se había conseguido conquistar el poder, hacía difícil a la sección rusa la clara solución orgánica de mantener el timón de la organización mundial.

La Izquierda fue la primera en advertir que el comportamiento del Estado ruso, tanto en su economía interna como en las relaciones internacionales, comenzaba a acusar desviaciones, y advirtió también de que se establecería una diferencia entre la política del partido histórico, es decir, de todos los comunistas revolucionarios del mundo, y la política de un partido formal que defendiese los intereses del Estado ruso contingente.

 

14. - Este abismo se excavó tan profundamente desde entonces que las «aparentes» secciones que dependían del partido-guía ruso, hicieron en un sentido efímero una política vulgar de colaboración con la burguesía, no mejor que la tradicional de los partidos corruptos de la II. Internacional.

Esto da la posibilidad, no diremos el derecho, a los grupos que surgieron de la lucha de la Izquierda italiana contra la degeneración de Moscú, de entender mejor que cualquier otro el camino que el partido verdadero, activo y formal, debe mantener para ser consecuente con las características del partido histórico revolucionario que en línea de praxis se ha afirmado en grandes fragmentos históricos a través de la serie trágica de las derrotas de la revolución.

La transmisión de esta tradición no deformada por los esfuerzos para hacer real una nueva organización del partido internacional sin pausas históricas, organizativamente no se puede basar en la elección de hombres muy cualificados o muy informados de la doctrina histórica, sino que orgánicamente tiene que utilizar del modo más fiel la línea entre la acción del grupo con el que ella se manifestaba hace 40 años y la línea actual. El nuevo movimiento no puede esperar superhombres ni Mesías, sino que se debe basar en un nuevo despertar de cuanto ha podido conservar a través de mucho tiempo, y la conservación no puede limitarse a la enseñanza de tesis y a la búsqueda de documentos, sino que se sirve también de utensilios vivos que forman una vieja guardia y que confían en dar una consigna incorrupta y potente a una joven guardia. Esta se lanza hacia nuevas revoluciones que tal vez no deban esperar más de un decenio desde ahora para la acción en un primer plano en la escena histórica; no interesan al partido y a la revolución el nombre de unos u otros hombres.

La correcta transmisión de la tradición por encima de las generaciones, y por esto por encima de nombres de hombres vivos o muertos, no puede reducirse a la de los textos críticos, y al método único de empleo de la doctrina del partido comunista de manera adherente y fiel a los clásicos, sino que debe referirse a la batalla de clase que la Izquierda marxista (no queremos limitar el reclamo a la región italiana) implantó y condujo en la lucha real más encendida en los años posteriores a 1919, y que fue despedazada más que por la relación de fuerzas con la clase enemiga, por el vinculo de dependencia de un centro que degeneraba de lo que había sido el partido Mundial histórico, para convertirse en un partido efímero destruido por la patología oportunista, hasta que históricamente se rompió de hecho.

La Izquierda intentó históricamente, sin romper con el principio de la disciplina mundial centralizada, dar la batalla revolucionaria y defensiva manteniendo al proletariado de vanguardia indemne para la colusión con los estratos intermedios, sus partidos y sus ideologías dirigidas para la derrota. Frustrada también esta contingencia histórica de salvar si no la revolución al menos el nervio de su partido histórico, hoy se ha reiniciado en una situación objetiva apática y hostil, en medio de un proletariado infectado de democratismo pequeño burgués hasta la médula; pero el organismo naciente, utilizando toda la tradición doctrinal y táctica reafirmada por la verificación histórica de previsiones tempestivas, la aplica también a su acción cotidiana persiguiendo la reanudación de un contacto cada vez más amplio con las masas explotadas, y elimina de su propia estructura uno de los errores de partida de la Internacional de Moscú, liquidando la tesis del centralismo democrático y la aplicación de toda máquina de voto, como ha eliminado de la ideología incluso del último miembro, toda concesión a las directrices democratoides, pacifistas, autonomistas y libertarias.

 

 

Partido comunista internacional

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