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El Partido Comunista de Italia frente a la ofensiva fascista
(1921-1924)
( Textos del partido N° 7, Julio de 2022, A4, 86 páginas )
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ÍNDICE
• Introducción
PRIMERA PARTE
• Naturaleza del fascismo
• Madura, la «contrarrevolución preventiva», a la sombra de la democracia
• Comienzo de la ofensiva fascista. Dos falsas tesis sobre el fascismo
• Curso real de la «escalada fascista»
• Fundación del Partido Comunista en Livorno. Necesidad histórica de la escisión
• Condiciones de la acción defensiva y ofensiva del proletariado
• El derrotismo socialista
• Hipocresía del maximalismo
• De las elecciones al cambio de gobierno
• Lucha del Partido Comunista por el encuadramiento militar de las masas
• Reanudación de la ofensiva fascista y pacto de pacificación
• Los «Arditi del Popolo»
• Problema práctico o lujo teórico
• El mes de la vergüenza
• Ninguna tregua
• Lucha en todos los frentes
• La segunda ola
• ¿Qué es pues el fascismo?
• Una vez más sobre el programa fascista
• ¡Viva el gobierno fuerte de la revolución!
SEGUNDA PARTE
• Del otoño de 1921 al verano de 1922
• Inconsistencia y traición socialistas
• Hacia la huelga de agosto
TERCERA PARTE
• Hacia el «poder»
• El año 1924
Introducción
El informe presentado en la reunión general de Florencia (30/4-1/5/1967) y que constituye el contenido de este opúsculo «no busca presentar ante los compañeros la interpretación que del fenómeno fascismo ha dado y da la Izquierda sobre el plano teórico», tal y como se afirma en él desde el principio. En lugar de ello se busca documentar cómo el Partido Comunista de Italia, bajo la dirección de la Izquierda, afrontó política y prácticamente la ofensiva fascista que se desarrolló en Italia desde 1921 hasta 1924.
A la interpretación del fenómeno «fascismo» por parte de la Izquierda - que hoy no podemos limitarnos a definir simplemente como «Izquierda» o como «Izquierda italiana» dado que esta terminología ha sido utilizada por varias corrientes oportunistas de las maneras más diversas y contradictorias, sino que llamamos Izquierda Comunista de Italia para remachar la misma visión internacionalista de la cual descendía la definición del Partido Comunista de Italia - es necesario referirse sobre todo a ella en este periodo en el cual, por parte de todas las corrientes oportunistas, se insiste en hacer pasar el fascismo como expresión de una visión y de una cultura política pre-democrática e incluso pre-capitalista.
Para nuestra corriente el fascismo ha sido y es la expresión más madura de la fase imperialista del desarrollo del capitalismo; es un método de gobierno del poder burgués del cual la clase dominante «se servirá cada vez que el otro, el democrático, a pesar de sus aparentes lisonjas, sus promesas igualitarias, su labor corruptora sobre los estratos superiores del proletariado, no logra su fin, en forma más dúctil y larvada, de asegurar su dominio de clase».
La fase del moderno imperialismo –tercera fase histórica del desarrollo del capitalismo en los principales países, después de la primera fase revolucionaria y la segunda fase progresiva y reformista- está caracterizada por la «concentración monopolística de la economía, por el surgimiento de los sindicatos y de los trust capitalistas, por las grandes planificaciones dirigidas por los centros estatales», como remachábamos en el «Tracciato di impostazione» de 1946 (1).
Siguiendo perfectamente la impostación dada por Lenin en su «Imperialismo, fase superior del capitalismo», en el «Tracciato» esta fase se sintetiza así: «La economía burguesa se transforma y pierde los caracteres del liberalismo clásico, por el cual cada patrón de cada empresa era autónomo en sus elecciones económicas y en sus relaciones de cambio. Interviene una disciplina cada vez más estricta de la producción y de la distribución; los índices económicos no resultan ya del libre juego de la competencia sino en primer lugar de la influencia de asociaciones entre capitalistas; después, de órganos de concentración bancaria y financiera, y, finalmente, del Estado de manera directa. El Estado político, que en la acepción marxista ha sido siempre el comité de intereses de la clase burguesa y que siempre los ha tutelado como órgano de gobierno y de policía, se convierte cada vez más en un órgano de control y además de gestión de la economía.
«Esta concentración de atribuciones económicas en las manos del estado burgués puede ser entendida por un avivamiento de la economía privada a escala colectiva sólo si se ignora voluntariamente que el estado contemporáneo manifiesta los intereses de una minoría y que cualquier estatización desarrollada en los límites de las formas mercantiles conduce a una concentración capitalista que refuerza y no debilita el carácter capitalista de la economía. El desarrollo político de los partidos de la clase burguesa en esta fase contemporánea, como fue establecido claramente por Lenin en la crítica del imperialismo moderno, conduce a formas de opresión más estrictas y sus manifestaciones tuvieron lugar con la llegada de los regímenes que se definen totalitarios y fascistas (2). Estos regímenes constituyen el tipo político más moderno de la sociedad burguesa y van difundiéndose a través de un proceso que se vuelve cada vez más claro en todo el mundo. Un aspecto concomitante a esta concentración política consiste en el absoluto predominio de pocos grandísimos estados en detrimento de la autonomía de los estados medios y menores».
El fascismo, esta tercera fase capitalista, ha sido interpretado por el estalinismo y por sus múltiples variantes como si fuese una vuelta atrás de la historia, un intento de restauración precapitalista contra el cual estaba más que justificada la lucha y la guerra para restaurar la modernidad y las formas políticas típicas de la democracia. Pero antes del estalinismo, ya Gramsci había teorizado el fascismo tanto como un movimiento de «regresión histórica» como un movimiento «independiente» de las clases medias empujadas a hacer «su revolución» (3).
En realidad el movimiento fascista, antes de transformarse en partido de gobierno y de llevar a cabo un método de gobierno que respondiese en lo inmediato al peligro para el poder burgués que representó el movimiento proletario revolucionario, se organizó y se desarrolló gracias al apoyo político y material de la Confederación General de la Industria.
El fascismo nació urbano, en Milán y comenzó a radicarse en las regiones más industrializadas de Italia, el famoso «triángulo industrial» Milán-Turín-Génova; pero, para extenderse como movimiento y para desarrollar su verdadero papel de movimiento pequeño burgués antiproletario, encontró más sencillo atacar en un primer momento a los proletarios del campo aprovechando su aislamiento y es por esta función antiproletaria contra los braceros y los obreros agrícolas que los fascistas fueron también apoyados por los capitalistas agrarios y los latifundistas.
En un segundo tiempo las escuadras fascistas llevaron el ataque a los proletarios de las ciudades industriales, a sus sedes y a las sedes de sus periódicos, es decir allí donde los proletarios, más organizados, podían oponer una fuerte resistencia como en efecto sucedió; y todo esto bajo la protección del Estado central y de las fuerzas del orden.
Desde el surgimiento del movimiento fascista en 1919, la Izquierda comunista siguió con mucha atención este movimiento, como hizo por otra parte con el movimiento dannunziano, que en seguida se fusionó con el fascismo, y tuvo muy claro que el fascismo conquistó una posición dominante en la política italiana gracias «a tres factores principales: el Estado, la gran burguesía y las clases medias», como afirmó Amadeo Bordiga en el «Informe del PCd´I sobre el fascismo al V° Congreso de la Internacional Comunista de noviembre de 1922» (4).
El primero de estos factores es, por lo tanto, el Estado.
En el «Informe» citado se puede leer: «En Italia el aparato estatal ha tenido un papel importante en la fundación del fascismo. Las noticias sobre las crisis sucesivas del gobierno burgués han hecho surgir la idea de que la burguesía tenía un aparato estatal tan inestable que, para abatirlo, bastaría un simple golpe de mano. Las cosas no han sucedido así. La burguesía ha podido construir su organización fascista precisamente en la medida en la cual su aparato estatal se reforzaba.
«Durante el periodo de la inmediata postguerra, el aparato estatal atravesaba una crisis, cuya causa manifiesta era la desmovilización; todos los elementos que hasta entonces participaban en la guerra fueron lanzados bruscamente al mercado de trabajo, y en este momento crítico la máquina estatal que, hasta entonces, se ocupaba de procurar cualquier suerte de medios auxiliares contra el enemigo externo, debía transformarse en un aparato de defensa del poder contra la revolución interna. Se trataba para la burguesía de un problema gigantesco. Esta no podía resolverlo ni desde el punto de vista técnico, ni desde el militar mediante una lucha abierta contra el proletariado: debía resolverlo desde el punto de vista político. En este periodo nacen los primeros gobiernos postbélicos de izquierda; en este periodo llega al poder la corriente política de Nitti y de Giolitti. Precisamente esta política ha permitido al fascismo asegurarse la sucesiva victoria. Hacía falta, antes que nada, hacer concesiones al proletariado; en el momento en el que el aparato estatal tenía necesidad de consolidarse, entra en escena el fascismo; es pura demagogia cuando este critica a los gobiernos de izquierda postbélicos y les acusa de cobardía ante los revolucionarios. En realidad los fascistas son deudores de la posibilidad de su victoria ante las concesiones de la política democrática de los primeros ministerios de la postguerra» (5).
Con las concesiones a la clase obrera, como la desmovilización, el régimen político, la amnistía para los desertores - ¡que eran reivindicaciones del Partido Socialista! - el Estado buscaba ganar tiempo para reconstruir su aparato sobre bases más sólidas; al mismo tiempo creaba la Guardia Real para la seguridad pública, dependiente del ministerio del Interior, prácticamente un segundo ejército, en la que confluyeron muchísimos elementos del ejército desmovilizados, y con autoridad superior a la de los Carabineros. Y los reformistas del Partido Socialista no comprendieron que la burguesía, con esta desmovilización, estaba poniendo a punto la organización de las fuerzas contrarrevolucionarias, legales e ilegales, con el fin de liquidar el movimiento obrero. También frente a las ocupaciones de las fábricas por parte de los grupos obreros armados, el gobierno burgués supo aplicar una política de espera, prometiendo al proletariado una ley sobre el control obrero de la producción (nunca aplicada, naturalmente) y atrayendo a la trampa a los jefes traidores de la Confederación General del Trabajo. Pero para comprender mejor en qué consistía el apoyo del Estado a las escuadras fascistas que atacaban a los proletarios, leamos otro párrafo del Informe de Bordiga sobre el fascismo:
«Después de los ministerios Nitti, Giolitti y Bonomi viene el gobierno Facta. Este sirvió para enmascarar la total libertad de acción del fascismo en su avance territorial» (6). Durante la huelga de agosto de 1922, estallaron serias luchas entre los fascistas y los obreros (los fascistas abiertamente apoyados por el gobierno). Podemos citar el ejemplo de Bari, donde una semana entera de enfrentamientos no bastó para vencer a los obreros que se habían atrincherado en sus casas de la ciudad vieja y se defendían con las armas en la mano pese a la toma de posiciones de las fuerzas fascistas. Los fascistas debieron retirarse, dejando sobre el terreno a muchos de ellos. ¿Y qué hizo el gobierno Facta? Por la noche hizo circundar con miles de soldados, centenares de carabineros y de Guardias reales la ciudad vieja, ordenando el asedio. Desde el puerto un torpedero bombardeó las casas; ametralladoras, carros armados y fusiles entraron en acción. Los obreros, sorprendidos mientras dormían, fueron derrotados; la Cámara del trabajo ocupada. Exactamente así actuó el Estado. Cuando se veía que el fascismo debía retirarse frente a los obreros, el poder estatal intervenía disparando sobre los obreros que se defendían, arrestando y condenando a los obreros cuyo único delito era defenderse, mientras los fascistas, que habían cometido sin lugar a dudas delitos comunes, eran absueltos sistemáticamente « (7).
El segundo factor es la gran burguesía. «Los capitalistas de la industria, de la banca, del comercio y los grandes propietarios de tierras, tienen interés natural en que se funda una organización de combate que apoye su ofensiva contra los trabajadores»; no hay mucho más que decir. Es obvio que la gran burguesía hace de todo, utiliza cualquier medio para destruir un movimiento obrero que está demostrando tener la voluntad y la capacidad de arrebatarle el poder.
En la industria la ofensiva capitalista explota directamente la situación económica. Con la crisis aumenta la desocupación; una parte de la clase obrera es despedida y, obviamente, los capitalistas echan de las fábricas a los obreros más empeñados en la actividad sindical y a los extremistas; pero la crisis económica sirve a los capitalistas también como pretexto para reducir los salarios y para inducir la disciplina de fábrica. Y para tener más fuerza a la hora de afrontar la fuerza obrera organizada, los industriales se asocian en una organización de clase que de hecho dirige la ofensiva capitalista contra el conjunto de la clase obrera, guiando la acción de cada ramo particular de la industria. No convenía a la burguesía industrial de las grandes ciudades en su lucha contra la clase obrera, usar de golpe el máximo de violencia; era fácil prever por parte de los obreros, dados todos los factores objetivos y subjetivos presentes en la situación, una dura y organizada resistencia y el paso de la lucha de defensa inmediata a la lucha política más general, por ello los industriales preferían que el espíritu de lucha y la fuerza de clase del proletariado fuesen dirigidos a luchas de carácter esencialmente sindical, ámbito este donde los capitalistas tenían fácil la victoria porque la crisis económica era muy profunda y la desocupación aumentaba continuamente. Las luchas económicas del proletariado habrían podido vencer, pero tendrían que haber roto los límites de la lucha sindical para dar lugar a la lucha política y revolucionaria. Este salto de calidad podía tener lugar pero sólo con la presencia de un partido de clase revolucionario sólidamente dirigido e influyente en amplios estratos del proletariado, cosa que el Partido Socialista Italiano no era de ninguna manera. Por lo tanto, «El periodo de los grandes éxitos de la organización sindical italiana en la lucha por la mejora de las condiciones de trabajo cedió el puesto a un nuevo periodo en el cual las huelgas fueron huelgas defensivas y los sindicatos sufrieron una derrota tras otra» (8).
El tercer factor, las clases medias, no es menos importante en la génesis del poder fascista. El Estado, debiéndose consolidar en el poder después del caos dejado por la guerra y debiendo afrontar un movimiento proletario sobre el terreno de la lucha revolucionaria, el terreno en el cual se organizaba para responder también con las armas en la mano a los golpes que sufría, tenía necesidad de crear en paralelo una organización reaccionaria ilegal. Pero ¿de dónde sacar los elementos para esta organización?
«Hacía falta atraer elementos diferentes de aquellos que la clase alta dominante podía proporcionar desde sus filas. Se obtuvieron dirigiéndose a los estratos de las clases medias que ya hemos citado, y atrayéndoles con la defensa de sus intereses. Esto es lo que el fascismo trató de hacer y que, hace falta reconocerlo, resultó exitoso. Obtuvo partisanos en los estratos más cercanos al proletariado, como entre los insatisfechos de la guerra, entre todos los pequeñoburgueses, semi-burgueses, tenderos y mercaderes y, sobre todo, entre los elementos intelectuales de la juventud burguesa que, adhiriéndose al fascismo, encontraron la energía para redimirse moralmente y vestirse con la toga de la lucha contra el movimiento proletario y acabar en el patriotismo y en el imperialismo más exaltado. Estos elementos aportaron al fascismo un número notable de adherentes que le permitieron organizarse militarmente» (9).
De hecho el Partido Socialista Italiano no llegó a comprender nunca el significado y la importancia del movimiento fascista; erró completamente en la valoración del fenómeno «fascismo», considerándolo marginal respecto a las fuerzas burguesas determinantes cuya aspereza y brutalidad podían ser vencidas a través del uso de la legalidad democrática y de las fuerzas del orden constituido. La larga tradición democrática y reformista –junto con las palabras clásicas y revolucionarias usadas en los periódicos y en el parlamento- había transformado la actitud antagonista característica del socialismo marxista en actitud conciliadora que intoxicaba no tanto a la derecha de Turati como a todo el grupo parlamentario y a toda la dirección de la CGL, desviando el movimiento proletario de su perspectiva histórica clasista y revolucionaria por los meandros de la actividad democrática y parlamentaria.
El partido socialista italiano no fue capaz de aprovechar la ocasión que la primera postguerra presentó al movimiento proletario y a su lucha de clase porque se había desviado desde hacía tiempo del camino marxista justo; y el intento que las corrientes maximalistas hicieron por dar de nuevo al partido proletario honor y prestigio incluso a nivel internacional (basándose en la actitud de oposición a la guerra, coronada con la adhesión formal a la Internacional Comunista), no tuvo otro resultado que el de impedir que el proletariado se preparase organizativa y militarmente para afrontar los ataques que la burguesía dominante, por la crisis y en la convulsión provocada por la guerra, actuaba contra las huelgas y las manifestaciones obreras. La inteligencia del poder burgués se demostró a la altura de la tarea de conservación social, haciéndose percibir como debilitada por la crisis postbélica y «esperando los acontecimientos», mientras los socialistas obtenían una tras otra victorias electorales conquistando muchísimos ayuntamientos.
A propósito de la adhesión del Partido Socialista Italiano a la Tercera Internacional, es particularmente significativo lo que escribió al respecto Trotsky en su «Terrorismo y Comunismo» (junio de 1920, a la vez del II° Congreso de la Internacional Comunista). Esto se lee sobre el PSI en relación a su oportunismo y a su posicionamiento frente a la guerra imperialista:
«El partido italiano, que se adhirió a la III° Internacional, no está en absoluto exento del kautskismo. Por lo que respecta a sus jefes, gran parte de ellos enarbolan la bandera de la Internacional sólo en razón de sus funciones y porque están constreñidos a ello por la base. En 1.945 fue incomparablemente más fácil para el Partido Socialista Italiano que para los otros partidos europeos conservar una posición de oposición sobre la cuestión de la guerra, porque Italia entró en guerra nueve meses después que los otros países, y también y sobre todo porque la situación internacional había creado en este país un potente reagrupamiento burgués (los gliottiani, en el sentido más extenso del término) que permaneció hasta el último momento hostil a la entrada de Italia en la guerra. Estas circunstancias permitieron al Partido Socialista Italiano refutar al gobierno sin una profunda crisis interna los créditos de guerra y, en general, permanecer fuera del bloque intervencionista. Pero por esto, incontestablemente, se retrasó la depuración interna del partido. Entrando en la Tercera Internacional, el Partido Socialista Italiano tolera en su seno aún hoy a Turati y sus secuaces. Esta reagrupación extremadamente larga […] representa un oportunismo sin duda menos pedante, menos dogmático, más declamatorio y lírico, pero no deja de ser un oportunismo de los más nefastos, un kautskismo romantizado. Para velar la actitud conciliadora adoptada hacia los grupos kautskistas, longuettistas, turatianos, se declara en general que en los países en cuestión no ha sonado aún la hora de la acción revolucionaria. Pero esta manera de exponer la cuestión es totalmente falsa. Nadie, en efecto, exige a los socialistas que aspiran al comunismo que fije la toma revolucionaria del poder para los próximos meses o semanas. Pero lo que la Tercera Internacional exige de sus miembros es que reconozcan no con palabras sino con los actos, que la humanidad civilizada ha entrado en una época revolucionaria, que todos los países capitalistas marchan hacia inmensos trastornos y hacia la abierta guerra de clase, y que la tarea de los representantes revolucionarios del proletariado consiste en preparar, para esta guerra inevitable que se aproxima, el armamento ideológico indispensable y los puntos de apoyo organizativos.» (10)
Las palabras de Trotsky son clarísimas y no podían sino subrayar las mismas consideraciones de la corriente de izquierda del Partido Socialista Italiano. Las tareas del partido de clase, reafirma Trotsky, consisten en preparar para la abierta e inevitable guerra de clase «el armamento ideológico indispensable y los puntos de apoyo organizativos». Y para poder desarrollar plenamente estas tareas la corriente de izquierda del PSI preparó la escisión y la contemporánea fundación del «Partido Comunista de Italia, sección de la Internacional Comunista» en Livorno en enero de 1921.
Lo que ni los reformistas ni los maximalistas comprendieron fue que la dinámica de la lucha de clase que la burguesía conduce contra la clase proletaria revela un hecho demostrado por la historia, que solo los marxistas auténticos podían y pueden comprender teniéndolo en cuenta en su propia actividad revolucionaria: el régimen democrático si bien funciona como formidable válvula de escape de la presión social ejercida por el proletariado durante los periodos de crisis no impide por ello a la misma clase burguesa dominante utilizar los medios de la represión y de la violencia (también «ilegal») para defender los intereses del capitalismo. Así se ve claramente la verdadera finalidad del Estado burgués: «defender los intereses del capitalismo con todos los medios: con la distracción enmascarada de la democracia con el suplemento de la represión armada cuando el primero no basta para frenar cualquier movimiento que quiera atentar contra el propio Estado» (11).
A partir de cuanto precede, es evidente que el partido de clase, para ser tal y responder plenamente a sus tareas en las situaciones dadas, no debe tener sólo un potente armamento ideológico –como el partido bolchevique demostró antes, durante y después de la revolución- sino también una organización homogénea disciplinada y capaz de llevar a cabo las diversas directivas en todos sus aspectos, en el terreno político como en el sindical, en el campo social como en el estrictamente organizativo y, tanto más, en el militar. Y también que está fuera de toda duda que, en el periodo revolucionario, abierto con la guerra imperialista y con la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia, en cada país, el partido comunista debe dotarse también de una estructura ilegal propia y proceder a un encuadramiento militar. Por otro lado, los proletarios y el partido proletario deben afrontar no sólo la represión de las múltiples fuerzas del Estado, sino también los ataques de las fuerzas reaccionarias armadas, como las Guardias Blancas en Rusia, las escuadras fascistas en Italia y los camisas pardas en Alemania, ataques siempre bien protegidos por las fuerzas armadas del Estado.
Contra las falsas acusaciones lanzadas por el estalinismo a la dirección de Izquierda del Partido de Italia relativas a no haber sabido afrontar y contratacar al fascismo en la fase inicial de su actividad política y militar, en el informe que sigue está ampliamente demostrado como, en lugar de esto, fue precisamente la Izquierda, que dirigía el PC de I en sus dos primeros años de vida, la que aseguró al partido no sólo bases teóricas, programáticas, de principio y políticas en perfecta línea con los dictados del marxismo y con la línea dada por la misma Internacional Comunista en su congreso de 1920, sino también bases organizativas adecuadas a las graves tareas a las cuales el partido estaba llamado, caracterizadas por la asunción de una disciplina política que no tenía, salvo en casos excepcionales, necesidad de ser socorrida por formalismos extremos como lo fue, después, el verdadero terrorismo ideológico puesto en práctica por el estalinismo.
El encuadramiento militar del partido, del cual era evidente su necesidad y su urgencia, no podría sino ser precedido por el encuadramiento político sin el cual las fuerzas del partido nunca hubieran sido homogéneas a la hora de poner en práctica las líneas tácticas definidas centralmente en sus acciones generales y locales. Por otro lado, como enseña el marxismo, los criterios de organización no son nunca neutros: si no responden a una orgánica y homogénea organización gracias a la cual se obtiene una disciplina política y, por lo tanto organizativa, responden a impostaciones formalistas y artificiosas a través de las cuales se hace descender la disciplina política de una disciplina organizativa vuelta prioritaria.
En el capítulo titulado: «Lucha del partido comunista por el encuadramiento militar de las masas», se lee:
«Sin embargo, no era suficiente con limpiar el terreno de las ideologías pacifistas, plañideras y capituladoras del reformismo y el maximalismo. No bastaba con inculcar a las masas y a los militantes comunistas el sentimiento de la necesidad de defenderse en el mismo terreno que propone el adversario e incluso, de que la situación se torne favorable, o cada vez que la ocasión se presentase en el curso de la misma lucha «defensiva», pasar a la contra-ofensiva. No bastaba con hacer penetrar en el espíritu de los jóvenes militantes de la clase obrera la convicción de que sólo el Partido Comunista podía dar a la defensa y al ataque el encuadramiento necesario, fuera de todas las combinaciones electorales equívocas y de la falsa «unidad» con el reformismo. Todo esto no era sino una premisa (indispensable, además) a la preparación de un enfrentamiento general y disciplinado de las fuerzas obreras y de la contrarrevolución burguesa».
Dicho en síntesis, estos eran los objetivos más urgentes que el PC de I se ponía en la preparación indispensable para la guerra de clase que la clase dominante burguesa ya conducía contra el proletariado desde hacía tiempo, pero contra la cual el proletariado se encontraba aún falto de preparación, dividido, aislado, aún ilusionado con que bastase un «empujón electoral» o una gran huelga para poder vencer a la reacción fascista.
Y un poco más adelante: «No se puede separar el problema militar de la defensa y del ataque del problema político: el primero depende del segundo, y es este último el que traza al otro su vía y le indica su objetivo. No se defiende, y mucho menos se ataca, de la misma manera si se tiene como fin la defensa de la democracia violada o si, por el contrario, se tiene como fin su aniquilación; no se opone a la formación del enemigo una formación eficaz y unitaria propia si no se sabe previamente a cuál de los dos objetivos se mira, y si, en la misma formación de batalla existen faltas de certeza y dudas, preconceptos y limitaciones acerca del desarrollo ulterior de la lucha. La claridad de la línea política, y si queremos usar un término más adaptado al problema específico, estratégica, es condición de la acción práctica, o si se prefiere, de la táctica, y esta es la premisa de la eficiencia y de la solidez de la organización».
«También aquí se debía ir contracorriente, y construir ex novo, liquidando el peso de las tradiciones más negativas - a efectos de la centralización, de la disciplina y de la organicidad del movimiento - del viejo partido socialista. No se podía ni se debía, sobre todo al inicio, desalentar las acciones individuales e incluso las iniciativas periféricas: eran una sana manifestación del espíritu de lucha de los militantes y de los proletarios comunes: pero hacía falta preparar el terreno para su absorción en el cuadro de una disciplina unitaria, y por lo tanto central»
El gran objetivo era «crear la propia red militar independiente para que fuese el alma, el cerebro y la espina dorsal, la guía política y material, de la revancha del proletariado», y para lograrlo se sabía que era necesario desembarazarse de las pesadas actitudes del vivir democrático y civil tanto en el interior como en el exterior de las organizaciones militantes, liberando las energías combativas que el proletariado había acumulado en el tiempo, durante largo tiempo desviadas sobre el terreno de la democracia, de la paz social y del mito de una unidad que en realidad le paralizaba; «era necesario construir metódicamente un aparato, un encuadramiento que obedeciese a una precisa disciplina de partido y estuviese inspirado en todos sus movimientos por una directiva única».
La insistencia en tal objetivo y en la política general del encuadramiento militar no se debía tanto a la cuestión, central para el Partido Comunista, de la preparación revolucionaria del Partido y del proletariado de la cual el encuadramiento militar era parte integrante, sino a la necesidad de distinguirse netamente tanto de la derecha y de los reformistas del PSI, de los cuales los comunistas se habían escindido verticalmente en enero de 1921, como de las iniciativas extra-partidos de formaciones militares que tenían la ambición de ser las únicas en contraponerse militarmente a la violencia de las escuadras fascistas. Es el caso en particular de los «Arditi del popolo», organización formada por ex combatientes de la Primera Guerra Mundial que como fin tenía el retorno a la «normalidad», es decir, a la legalidad, por lo tanto a la paz social, a través de la actividad y la acción de la organización, formada por ex soldados patriotas que ponían al servicio de dicha legalidad su propia experiencia militar, su propio heroísmo, su propia dedicación a la patria, ayer defendida sobre el terreno de la guerra mundial y hoy defendida de la violencia de las escuadras fascistas, pero también de los «rojos subversivos». Los «Arditi del popolo» intentaban monopolizar las acciones militares - consideradas necesarias dado el caos subsiguiente al fin de la guerra - con las cuales contrastar las agresiones violentas de los fascistas contra el «pueblo trabajador», contra las sedes de sus organizaciones (ligas, cámaras del trabajo, sedes de periódicos y de partidos) y por ello lograban las simpatías y captaban prosélitos también en las filas proletarias. El Partido Comunista que, como finalidad no tiene ciertamente el «retorno a la legalidad burguesa», sino la revolución proletaria, la conquista del poder político a través de la insurrección, la instauración de la dictadura del proletariado ejercida por el mismo Partido, en el cuadro de la revolución mundial como por otra parte está escrito con letras imborrables en las Tesis de la Internacional Comunista, no estaba dispuesto de ninguna manera a poner en discusión su propia independencia no sólo teórica y política sino organizativa: sus propios militantes y sus propios simpatizantes en cualquier actividad y situación no debían seguir sino la disciplina del partido, sus directivas y su encuadramiento: en el campo político como en el sindical y tanto más en el militar.
De hecho, la actividad de carácter militar que se refería a la organización de la respuesta a la violencia sobre el mismo terreno del ataque fascista, tenía necesariamente un encuadramiento técnico-organizativo que respondía a un encuadramiento político general vital: el de pasar de la defensa del poder burgués, sea legal o ilegal, al ataque al poder burgués. Formaba parte, de hecho, de la compleja preparación revolucionaria por parte tanto del partido y de sus militantes como del proletariado en general.
El experimento de los «Arditi del popolo», precisamente por el hecho de basarse sobre valores políticos y sentimentales del todo contradictorios pero en cualquier caso todos igualmente reconducibles a la conservación burguesa, fue una experiencia que se atomizó rápidamente quitando claridad y energías a las masas proletarias con el fin de desviarlas de los objetivos, de los métodos y de los medios de clase, los únicos que tenían y tendrán la posibilidad de desarrollar hasta el final el desarrollo de la lucha de clase y revolucionaria.
La acción intoxicadora llevada a cabo durante décadas por el reformismo, el pacifismo, el legalismo, logró dificultar y en parte paralizar el movimiento de clase del proletariado; las corrientes marxistas auténticas, en la época llamadas «de izquierda», no lograron constituir en el tiempo necesario los partidos de clase según las indicaciones de la Internacional Comunista, tiempos necesarios para una preparación revolucionaria «a la bolchevique», capaz de aprovechar las ocasiones favorables que la historia de la lucha de clase daba al proletariado europeo justo después del fin de la guerra. En Italia primero, en Alemania después, el reformismo cerró la calle a la revolución proletaria, preparando el terreno social a las clases burguesas para que encontrasen la solución a la quiebra económica y de la gestión gubernamental de la postguerra: el fascismo, y después el nazismo, fueron la «solución burguesa» por excelencia que llevó a la burguesía a obtener el mejor resultado desde el punto de vista de la defensa de los intereses capitalistas de clase generales: máxima centralización del poder político y máxima disciplina social fundada sobre la colaboración entre las clases integrando en el Estado también a las «organizaciones proletarias» - naturalmente después de haber destruido todas las organizaciones proletarias de clase y reprimido sistemáticamente a los estratos proletarios más organizados y combativos. Sin la obra «preventiva» del reformismo, de la socialdemocracia, de debilitar «desde dentro» al proletariado, el enfrentamiento de clase, también sobre el terreno militar, no habría dado fácilmente la victoria a las fuerzas de la conservación burguesa. La derrota del proletariado - y del partido de clase - legible en las cesiones cada vez más vistosas de la Internacional Comunista en el enfrentamiento con el oportunismo, de la nueva teoría del socialismo en un solo país a la participación en la segunda guerra imperialista en los ejércitos regulares y en las formaciones partisanas - es una derrota histórica que podrá ser superada y transformada en victoria solo sacando todas las lecciones programáticas, políticas, tácticas y organizativas que la historia de ayer obliga a sacar sobre todos los frentes de lucha, sobre todas las cuestiones centrales como la que se desarrolla en este opúsculo.
(1) Cfr. Elementos de orientación marxista, en italiano Tracciato di impostazione, publicado en la revista del partido comunista internacionalista Prometeo, año I, nº 1, julio 1946.
(2) Este régimen, este método de gobierno - como escribíamos al principio del mismo informe - se llame fascismo o nazismo, asuma las formas más provinciales y atrasadas del falangismo o paternalistas del corporativismo de Salazar, o aquella verdaderamente primitiva y basta del golpe de estado militar, como en Grecia, en Argentina.
(3) Ver, más adelante, el capítulo El inicio de la ofensiva y dos tesis fallidas sobre el fascismo.
(4) Cfr. el Informe del PCI sobre el Fascismo al IV° Congreso de la IC, 16 de nov. de 1922, en Correspondencia Internacional, nº 36 del 22 de diciembre de 1922, traducido al castellano en El programa comunista nº 52, octubre 2015, pp.15 y sigs.
(5) Del mismo Informe del PCI sobre el Fascismo.., citado.
(6) El verdadero plan de avance territorial tuvo su punto de partida en Bolonia, donde, en otoño de 1920, se había instalado una administración socialista, oportunidad que aprovecharon las fuerzas rojas de combate para una gran movilización. Hay incidentes durante el consejo municipal, hay provocaciones desde el exterior; en los bancos de la minoría burguesa, probablemente con ayuda del exterior, se producen disparos, y es la ocasión para el primer gran golpe fascista. La reacción fascista se desata con destrozos e incendios y los líderes proletarios son fusilados; con la ayuda del poder del Estado, los fascistas se apoderan de la ciudad y comienza el terror en toda Italia. El asalto fascista, protegido por el ejército, la policía, los carabinieri y la Guardia Regia, al ayuntamiento de Bolonia, puso de manifiesto el miedo y la ineptitud de los dirigentes socialistas que no tuvieron ni la voluntad ni la fuerza de prepararse militarmente, ni de preparar al partido, para el enfrentamiento armado con los fascistas. A partir de los sucesos del Palacio Accursio de Bolonia, escribe R. del Carria en su «Proletari senza rivoluzione» (Savelli editore, vol. III, p. 175), se extendió por toda Italia la percepción de que «el socialismo es un gran coloso con pies de barro que un puñado de personas armadas y decididas puede derribar». En realidad, los fascistas, y las fuerzas armadas del Estado, sólo encontrarían una efectiva resistencia armada proletaria por parte de los proletarios espontáneamente organizados y de los comunistas del jovencísimo Partido Comunista de Italia, una resistencia que no era suficiente para dar la vuelta a la situación general ya muy comprometida por el largo y capilar trabajo de conciliación entre las clases llevado a cabo por las fuerzas reformistas; La prueba de que el reformismo y el maximalismo mismo -revolucionarismo de palabra, reformismo de hecho- no sólo no condujeron al movimiento proletario a la emancipación de la explotación capitalista, sino que aprovecharon su fuerza poniéndolo a merced de la represión legal e ilegal de las fuerzas burguesas.
(7) Del mismo Informe del PCI sobre el Fascismo.., citado.
(8) id.
(9) Ibidem.
(10) Cfr. L. Trotsky, Terrorismo y comunismo, Textos del marximo revolucionario, abril 2015 (también disponible en el sitio del partido www.pcint.org).
(11) Vid. el artículo de A. Bordiga titulado Il Fascismo, publicado en «Il Comunista», de 17 de noviembre de 1921.
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