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Irán : ¿Qué revolución?

Sobre la «Revolución islámica» de 1979

( Textos del partido N° 9, Octubre de 2022,  A5, 32 páginas )  - pdf

 

 


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Sumario

 

Introducción

Entre el peso aplastante del pasado y el impacto caótico del presente

(de il programa comunista nos 20 y 21 de 1978)

La herencia de Pahlevi: revolución capitalista a la cosaca

(de il programa comunista nos  20 y 21 de 1978)

Algunas lecciones sobre Irán

(de Il programa comunista no 4 de 1979)

Es el maldito árbol del Estado nacional, la economía nacional, el «socialismo nacional», el que debe ser arrancado y destruido por siempre, en Asia como en todas partes

(de Il programa comunista no 4 de 1979)

 

 


 

Introducción

 

 

En este folleto hemos reunido algunos de los artículos más significativos publicados, entre octubre de 1978 y febrero de 1979, en Il programma comunista, el periódico del partido en lengua italiana de la época.

Lo que, en enero de 1979, los periodistas de todo el mundo llamaron «revolución iraní» fue, en esencia, un cambio de guardia en el gobierno de Irán tras una serie de violentas luchas entre las distintas facciones burguesas, monárquicas y clericales que, entre la primera y la segunda guerra imperialista mundial y tras el final de ésta, se disputaron el poder. La rápida y caótica industrialización injertada desde el exterior en el país donde, a principios del siglo XX, se descubrieron importantes yacimientos de petróleo, trastocó inevitablemente la sociedad feudal-asiática tradicional y sus «equilibrios», creando masas de campesinos pobres expulsados de sus parcelas y masas obreras y proletarias que fueron expulsadas a las ciudades y pueblos donde los pozos de petróleo brotaron como setas.

Fueron precisamente estas masas de proletarios desposeídos y explotados las que se rebelaron contra un poder centralizado y vampírico que sólo fue capaz de reprimir, con extrema violencia, las convulsiones sociales provocadas por la crisis económica especialmente grave y sus consecuencias, que afectaron a un país con una economía frágil y en parte todavía atrasada. Los ecos de las lejanas luchas proletarias y campesinas suscitadas durante la primera guerra imperialista mundial  por el movimiento revolucionario ruso, que influyeron directamente en las regiones del Cáucaso y Oriente Medio, también contagiaron a Persia, pero, gracias a la labor contrarrevolucionaria del estalinismo, fueron sofocados y olvidados, dejando el campo abierto no sólo a las diversas facciones burguesas y pequeñoburguesas, sino también al clero chií fuertemente interesado en defender sus antiguos privilegios por los que estaban dispuestos a ponerse al servicio de la monarquía o la república, tal vez incluso democrática y capitalista, en función de la relación de fuerzas que se estaba formando en un momento en que las potencias imperialistas aceleraban inevitablemente, aunque en sus contrastes congénitos, los procesos de colonización financiera e industrial para arrancarse mutuamente territorios económicos importantes desde el punto de vista de las materias primas y desde el punto de vista estratégico político-militar.

El descubrimiento, a principios del siglo XX, de importantes yacimientos de petróleo dio a Irán (Persia, hasta 1935) una importancia estratégica aún mayor de la que ya tenía desde el punto de vista geopolítico como país decisivo -en términos de cultura e influencia religiosa milenaria- en las relaciones entre Europa Occidental y Asia Oriental. Persia, apretada entre el Imperio Británico que se expandía hacia el este, hacia la India, y el Imperio Ruso que se expandía hacia Asia Central, se convirtió en una especie de protectorado que los rusos y los británicos, en ese momento, dividieron en áreas de influencia. Pero con la segunda guerra imperialista mundial, además de Rusia y Gran Bretaña, en el horizonte de Persia -como en el de todo Oriente Medio- apareció la superpotencia estadounidense, hasta el punto de que en pocos años se convirtió en la verdadera potencia imperialista que impuso a enemigos y aliados la ley de sus propios beneficios. Así fue como los intentos, realizados por la facción republicano-democrática burguesa encabezada por Mossadeq, de montar los levantamientos antimonárquicos y seculares, e introducir una serie de reformas económicas y sociales (como la nacionalización de la industria de los hidrocarburos, siendo la compañía petrolera más importante la Anglo-Persian Oil Company) y poner fuera de juego a los mulás y a los bazares y su fuerte control sobre las masas plebeyas, fueron intentos a los que se opusieron no sólo el clero chií y las masas pequeñoburguesas, sino también los imperialistas, interesados en cambio en que la sociedad persa fuera pacificada por un Estado capaz de controlar a las grandes masas, no sólo campesinas, sino sobre todo proletarias. Estados Unidos no sólo ocupó prácticamente el lugar de Gran Bretaña en el control imperialista de Persia, sino que estaba interesado en evitar que la URSS estableciera su influencia allí de alguna manera; por lo tanto, desafiando la autodeterminación de los pueblos y la «voluntad» expresada democráticamente por el pueblo y de acuerdo con Gran Bretaña, acabaron con el gobierno del nacionalista y patriota Mossadeq y restauraron el poder del Shá Reza Pahlevi, que funcionaba como gendarme en nombre del imperialismo occidental, y de EEUU en particular, contra los intereses del imperialismo ruso. En los quince años que van de 1953 a 1978, junto con el frenético desarrollo industrial, sobre todo de la industria pesada y del petróleo, y el fortalecimiento del autoritarismo del gobierno de Teherán, se promulgaron una serie de reformas (alfabetización y escolarización de las masas rurales, el voto también para las mujeres, un sistema nacional de salud y una reforma agraria para sacar el latifundio del abandono) con las que el poder burgués pretendía conseguir un mayor apoyo popular. De este modo, la educación y las propiedades eclesiásticas sujetas a manumisión fueron arrebatadas al clero, lo que generó una oposición muy fuerte por parte de las jerarquías religiosas. Con la llamada «Revolución Blanca», el régimen del Shá había prometido distribuir tierras sin cultivar a los campesinos, pero en realidad lo que estos obtuvieron fue un pedazo de tierra en el que no podían sobrevivir.

La presión social especialmente intensa sobre el proletariado, explotado brutalmente para acelerar la economía industrial, y sobre las masas campesinas, generó huelgas y levantamientos populares a lo largo de 1978. Huelgas y levantamientos a los que el poder se enfrentó con una de las más brutales y sangrientas represiones con las que creyó poder apagar el fuego social que, en cambio, creció tanto que hizo tambalear el trono del Shá de Persia. El imperialismo anglo-estadounidense había puesto sus ojos en Reza Pahlevi, pero su régimen no tuvo la fuerza necesaria para apagar ese fuego social y, en febrero de 1978, el Shá huyó al extranjero, dejando el campo libre no a las llamadas fuerzas democráticas, sino al clero chií que había conseguido mantener una influencia decisiva sobre las grandes masas campesinas y pequeñoburguesas durante todos esos años. Esta influencia podría haber sido contrarrestada por una fuerza social presente y numerosa -el proletariado industrial-, pero a condición de que se hubiera organizado en asociaciones económicas independientes y hubiera recibido la influencia de su partido de clase, comunista y revolucionario. En realidad, nunca existió un verdadero partido comunista, pese a que un pequeño grupo de militantes había formado en junio de 1920 el «Partido Comunista de Irán» a partir del Partido Edalat («Partido de la Justicia»). En 1920-21, tras la revolución rusa, el Movimiento Constitucionalista de Gilan, nacionalista y antibritánico, apoyó la lucha del Ejército Rojo contra el general blanco Denikin, que se había refugiado en el puerto de Anzali, en el mar Caspio, guarnecido por fuerzas británicas. Este movimiento dio lugar, de mayo de 1920 a septiembre de 1921, a una «República Socialista Soviética de Irán» en la provincia de Gilan (con vistas al mar Caspio), pero cuyo gobierno estuvo sometido a un continuo conflicto entre probolcheviques y antibolcheviques; después de que la URSS firmara el Acuerdo Comercial Anglo-Soviético en marzo de 1921, la URSS retiró sus soldados de la provincia de Gilan, lo que facilitó el fin de la autodenominada «República Socialista Soviética» en septiembre siguiente. Otro partido autodenominado obrero y comunista, el Tudeh (Partido de las Masas de Irán), surgió en 1941, en plena Segunda Guerra imperialista mundial y basado en las tesis estalinistas del «socialismo en un solo país» y las «vías nacionales al socialismo».

El proletariado iraní, por lo tanto, en su turbulenta historia, expresó una gran combatividad, pero en ausencia de una dirección política sólidamente anclada en los principios y el programa revolucionarios del comunismo, no tuvo la oportunidad de transformar esa combatividad y ese coraje en una fuerza de clase, una fuerza revolucionaria, ni en los años 20 ni después.

La tragedia de Irán, escribíamos en noviembre de 1978 «está en el vacío que se ha cavado -y que no podía dejar de cavarse, al ritmo frenético de su historia muy reciente- entre el desarrollo productivo y la evolución social: para mantener unidos de algún modo los extremos opuestos de este dilema, sólo un poder dictatorial, fuerte en el control de las palancas económicas, de un gigantesco aparato militar y policial, del apoyo político y financiero, además de armado, del imperialismo, podía y puede sostenerlo. Contra este bonapartismo a la enésima potencia (que también podría adoptar formas exteriores diferentes a la actual, es decir, con un barniz democrático) se lanzan las olas de las viejas clases impotentes y de las jóvenes clases inmaduras, pero regularmente se hacen añicos: bajo sus alas, el poder anónimo del capital continúa su marcha inexorable, sobre los cadáveres -como siempre- de los campesinos pobres y de los proletarios explotados» (1)

Ciertamente, en ausencia de un movimiento revolucionario por parte del proletariado, capaz de atraer al vasto campesinado pobre a su redil, el poder dictatorial  necesario para el desarrollo del capitalismo en Irán sólo podía ser un poder burgués. Dada la propia historia del país y la fase imperialista desarrollada en la que el capitalismo atacó a la vieja y atrasada sociedad persa, la «revolución» económica capitalista sólo podía llevarse a cabo desde arriba -a la manera de los «cosacos», como se decía entonces-, es decir, por un poder centralizado y dictatorial que, respaldado por el imperialismo occidental, impusiera a su pueblo, y al proletariado industrial en particular, un régimen de dura explotación. Este poder, establecido en 1953 bajo la autocracia de los Pahlevi, a pesar de la mano de hierro y el apoyo directo de Estados Unidos, si bien facilitó la industrialización del país, no consiguió el consenso popular necesario para durar tanto como en Egipto, por ejemplo. Las grandes manifestaciones y la avalancha de huelgas a lo largo de 1978 pusieron en serios aprietos al régimen del Shá que, por otra parte, al tener que golpear los privilegios del clero chií para dar cabida a la nueva clase burguesa, se enemistó inevitablemente con las jerarquías religiosas que, a su vez, aprovecharon las duras condiciones de existencia y trabajo de las masas campesinas y proletarias para reforzar la influencia milenaria del islamismo. Al igual que el vacío no existe en la naturaleza, tampoco existe en la sociedad. El vacío mencionado en el artículo anterior debía ser llenado por el poder dictatorial burgués (incluso en su forma bonapartista) o por el poder dictatorial proletario, como ocurrió en Rusia en 1917. Y como el régimen del Shá, tras facilitar el frenético desarrollo capitalista del país, no pudo conservar durante mucho tiempo el consenso popular que había ganado inicialmente, fue el clero chií, aún firmemente arraigado en la sociedad, el que ocupó su lugar.

El regreso del exilio francés del ayatolá Jomeini, el 1 de febrero de 1979, marcó, según la prensa burguesa, la victoria de la «revolución iraní»; en realidad no fue más que una reforma política que «dejando intactas todas las «conquistas» económicas y sociales de la monarquía y su «revolución capitalista al estilo cosaco», las reforzaría con el indispensable «consenso popular» y con una adecuada participación en el poder de las viejas y nuevas clases dominantes. Para ello, la sangre derramada generosamente por proletarios y campesinos es un instrumento precioso siempre que quienes la derramen no rompan la unidad nacional constituida en torno a los sacerdotes chiíes y laicos: a su solución, más o menos negociada con el imperialismo, más o menos «populista», está ligada (incluso Washington empieza a entenderlo) la supervivencia del Estado, del «palo» que protege la acumulación capitalista y la explotación de la fuerza de trabajo» (2).

El régimen confesional del islamismo chií lleva más de cuarenta años en pie, a pesar de las crisis económicas mundiales y de una represión que, de vez en cuando, ha sido siempre muy dura, especialmente contra las oposiciones que podían ampliar su influencia entre las masas trabajadoras. Los recientes acontecimientos, relacionados con las manifestaciones callejeras del asesinato de mujeres jóvenes que expresan su impaciencia por las condiciones de vida opresivas a las que les obliga el régimen confesional, muestran que este régimen también está mostrando su desgaste. El recurso a la represión violenta con el pretexto de un comportamiento personal que no respeta las normas religiosas en cuanto al velo que las mujeres están obligadas a llevar en la cabeza, revela la acumulación de tensiones sociales generadas por una crisis social mucho más profunda de lo que ha aparecido hasta ahora. Pero, al igual que en 1978-79, si en un futuro próximo el proletariado no toma el camino de su organización de defensa económica independiente para desarrollar, con el tiempo, no sólo una lucha defensiva, sino una lucha de ataque contra el poder burgués dominante, estará de nuevo condenado a derramar sangre para un eventual «cambio de guardia», para otra eventual «reforma política», que no afectará en nada a la estructura social y económica del capitalismo nacional.

No lo hicimos entonces y tampoco lo hacemos ahora: sería demagógico agitar como perspectiva inmediata la consigna de la revolución y la dictadura proletaria ejercida por el partido comunista revolucionario en Irán. Las organizaciones de clase del proletariado y el partido de clase y su influencia en el proletariado iraní son totalmente inexistentes. Pero es nuestra tarea advertir al proletariado contra las ilusiones que las diversas oposiciones «democráticas», que no dejan de renacer en situaciones en las que la represión se convierte en la principal arma del poder establecido, propagan como «respuesta» a la autocracia, el autoritarismo, la dictadura militar y el fascismo. La democracia es un arma en manos del poder burgués tanto como el Estado y su fuerza represiva, y tiene una cualidad particular: engaña, desvía, paraliza a la clase obrera con respecto a sus intereses de clase no sólo históricos sino también inmediatos. Intereses de clase que son regularmente sofocados y borrados por esa unidad nacional a la que apela toda burguesía en todos los países, desde los más avanzados e imperialistas hasta los más atrasados.

Los artículos de este folleto contribuyen a una mejor comprensión de la realidad iraní, no sólo de ayer sino también de hoy.

 

Septiembre de 2022

 


 

(1) Cfr. Esploderà la polveriera iraniana?, «Il programma comunista» n. 22, 18 novembre 1978.

(2)  Cfr. Dalla Cambogia  all’Iran la grande mistificazione,  «il programma comunista»,  n. 1, 13  gennaio 1979.

 

 

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