Lo que distingue a nuestro Partido :  La línea que va de Marx-Engels a Lenin, a la fundación de la Internacional Comunista y del Partido Comunista de Italia; la lucha de clase de la Izquierda Comunista contra la degeneración de la Internacional, contra la teoría del “socialismo en un solo país” y la contrarrevolución estaliniana; el rechazo de los Frentes Populares y de los frentes nacionales de la Resistencia; la lucha contra el principio y la praxis democráticas, contra el interclasismo y el colaboracionismo políticos y sindicales, contra toda forma de oportunismo y nacionalismo; la dura obra de restauración de la doctrina marxista y del órgano revolucionario por excelencia – el partido de clase– , en contacto con la clase obrera y su lucha cotidiana de resistencia al capitalismo y a la opresión burguesa, fuera del politiqueo personal y electoralesco, contra toda forma de indiferentismo, seguidismo, movimentismo o aventurerismo “lucharmadismo”; el apoyo a toda lucha proletaria que rompa con la paz social y la disciplina del colaboracionismo interclasista, el apoyo a todos los esfuerzos de reorganización clasista del proletariado sobre el terreno del asociacionismo económico, en la perspectiva de la reanudación a gran escala de la lucha de clase, del internacionalismo proletario y de la lucha revolucionaria anticapitalista .

 

Lo que distingue a nuestro partido

(«El programa comunista»; N° 46; Diciembre de 2005)

 

El pequeño texto presente en todas las publicaciones del partido para indicar brevemente lo que nos distingue es modificado, de ahora en adelante este se presenta así:

Lo que distingue a nuestro Partido: la línea que va de Marx-Engels a Lenin, a la fundación de la Internacional Comunista y del Partido Comunista de Italia; la lucha de clase de la Izquierda Comunista contra la degeneración de la Internacional, contra la teoría del “socialismo en un solo país” y la contrarrevolución estaliniana; el rechazo de los Frentes Populares y de los frentes nacionales de la Resistencia; la lucha contra el principio y la praxis democráticas, contra el interclasismo y el colaboracionismo políticos y sindicales, contra toda forma de oportunismo y nacionalismo; la dura obra de restauración de la doctrina marxista y del órgano revolucionario por excelencia – el partido de clase– , en contacto con la clase obrera y su lucha cotidiana de resistencia al capitalismo y a la opresión burguesa, fuera del politiqueo personal y electoralesco, contra toda forma de indiferentismo, seguidismo, movimentismo o aventurerismo “lucharmatista”; el apoyo a toda lucha proletaria que rompa con la paz social y la disciplina del colaboracionismo interclasista, el apoyo a todos los esfuerzos de reorganización clasista del proletariado sobre el terreno del asociacionismo económico, en la perspectiva de la reanudación a gran escala de la lucha de clase, del internacionalismo proletario y de la lucha revolucionaria anticapitalista.

 

PRECISAR  MEJOR LO  QUE  NOS  DISTINGUE

 

La finalidad de esta modificación no es rectificar posiciones que nosotros juzgaríamos falsas, sino de precisar mejor lo que nos distingue verdaderamente, sobre todo hoy en que a nivel internacional existe una cantidad nada despreciable de grupos que parecieran tener posiciones “cercanas” si no idénticas, a las nuestras, o que, en todo caso, se reclaman de nuestros propios orígenes.

Nuestra corriente, la Izquierda Comunista (que llaman "italiana" porque fue en Italia en que ella apareció y se desarrolló en el meollo de una encarnizada lucha de clases), ha sido renegada, ignorada, calumniada, falsificada durante decenios y decenios no sólo por los burgueses sino por todos aquellos que pretendían hablar en nombre de la clase obrera –incluyendo aquellos que se afirmaban revolucionarios y anti-estalinianos.  No podían, sin embargo, triunfar en esta tarea que buscaba borrar de la historia la única corriente que se colocó desde el principio, resistiendo a través de todas las vicisitudes sobre bases integralmente marxistas rechazando todos los revisionismos, concesiones y renegamientos.  Las tesis, el programa, las luchas políticas y prácticas de la Izquierda Comunista documentan la continuidad intransigente y la coherencia teórica que expliquen la fuerza política con la cual ella prueba entre tantas dificultades que se encuentran en la base de sus esfuerzos por mantener viva  –incluso durante períodos como el actual donde esta se reduce a un puñado de militantes– la continuidad organizativa necesaria para transmitir a la futura reanudación de la lucha de clase proletaria el «órgano revolucionario» fundado sobre sólidas bases teóricas y programáticas.

El primer rótulo «lo que distingue a nuestro partido», fue redactado y publicado luego de la crisis de 1951-52 del Partido Comunista Internacionalista entre la corriente de «Bataglia Comunista» (Batalla Comunista, NdT) y la que nosotros reivindicamos, la de «Il Programma Comunista».  Allí se trataba de indicar en forma sintética la línea política, continua e invariante, sobre la cual la nueva organización esperaba afirmarse, fuera de todo prurito innovador, activista y contingentista: en poquísimas palabras, ésta remontaba a Marx, Lenin, a la fundación de la Tercera Internacional y a Liorna, año 21’; a la lucha contra la degeneración de Moscú, al rechazo de los Frentes Populares y los bloques de resistencia, para definir, en implícita oposición a la corriente battaglista, las tareas tanto presentes como futuras: «la dura obra de restauración de la doctrina y el órgano revolucionario, fuera de todo politiqueo personal y electoralesco».

Este texto desde entonces fue impreso en diferentes lenguas y en todos los órganos de prensa del Partido.  Sin embargo, al filo de los años, con la aparición de nuevas generaciones políticas apareció la necesidad de hacer más explícitas las formulaciones, no para cambiar su sustancia, sino simplemente para hacerlas más comprensibles: «Liorna 21’», por ejemplo, no significa hoy nada para los jóvenes que ignoran que ¡ese era el lugar y la fecha de la fundación del P.C. de Italia! Luego, en 1976, fue introducida una nueva redacción, que es la que ha sido utilizada hasta recientemente.

Nada tenemos que decir de esta redacción pero, en los años posteriores, las discusiones y crisis en el partido se centrarán sobre cuestiones de gran importancia, tanto de táctica como de organización, y durante un período marcado por la clausura del ciclo de revoluciones burguesas, por el ataque a las conquistas sindicales y sociales anteriores, la aparición y evolución de grupos políticos de extrema-izquierda y extra-parlamentarios, el nacimiento de grupos lucharmatistas (tipo Brigadas Rojas), la represión legal (a lo que hemos denominado como el blindaje de la democracia) o extra-legal (atentados neo-fascistas), mientras que la ideología y la praxis de la democracia seguían reinando. Las discusiones sobre las reivindicaciones transitorias se cruzaban con la cuestión de las movilizaciones antifascistas; el análisis de los grupos extra-parlamentarios tocaba la cuestión de la pérdida de influencia de las organizaciones sindicales, la cuestión del terrorismo se mezclaba con la cuestión de la auto-defensa proletaria y, en el plano organizativo, a la necesidad de protegerse de eventuales represiones policiales.

Siempre será necesario hacer un balance de las crisis del partido, cualquiera sea su naturaleza, como la Izquierda lo ha mostrado luego de su batalla en el seno de la Internacional Comunista y en los años que vendrán. Esto fue indispensable para reconstituir una organización sobre bases sólidas después de la guerra, como fue el caso después de la crisis explosiva a comienzos de los años 80’.

Por esta necesidad de establecer un balance de las crisis del partido, hemos chocado no sólo con los liquidacionistas propiamente, puesto que tenían una orientación diferente que impugnaba abiertamente nuestras orientaciones generales, sino también con un grupo de camaradas que pretenden defender la continuidad por medio de expedientes formales y personalistas, ¡llegando inclusive a pedir a la justicia burguesa de defender su «título de propiedad» sobre el rotativo (Il Programma Comunista)! Liquidacionistas del partido igualmente, puesto que teorizarán dos hechos muy graves para quien pretenda ser un continuador de la Izquierda Comunista:

1) Inutilidad de hacer un balance de la crisis del partido debida sólo a la intromisión de una «camarilla» extranjera: basta con desembarazarse de ella y «proseguir el camino».

2) Reconstitución de la organización sólo en Italia, abandonando a su suerte a los militantes de los otros países, esperando ser lo bastante fuertes para retomar los contactos internacionales.

La crisis fue reducida en los hechos a una banal cuestión personal, no política; y el internacionalismo reivindicado en palabras era renegado en la práctica, en beneficio de la constitución del partido en un sólo país...

En el fondo, el partido jamás se encuentra delante de situaciones «nuevas», «desconocidas», salvo tal vez en situaciones históricas de grandes sacudimientos sociales y políticos.  La situación social y política puede cambiar, la correlación de fuerzas entre las clases puede modificarse, los puntos centrales del programa comunista si que no cambian.  Es por esto que el programa jamás debe ser modificado, discutido y adaptado a la actualidad del día.  Luego de la crisis de los 80’ en que algunos militantes llegaron incluso  cuestionar ese programa, atacando puntos nada marginales ni secundarios, sino de puntos centrales; era necesario hacer un trabajo de balance, afrontando particularmente los problemas tácticos y organizacionales que habían servido de detonantes para la crisis.  Las crisis del partido están siempre ligadas a su actividad, es decir a su táctica y a su organización.

Dos decenios han transcurrido y ello no ha disminuido la importancia y el valor del balance.  La situación actual del proletariado, en particular en los países más desarrollados, sus masas permanecen todavía bajo una situación de parálisis, y todavía bajo el control del reformismo y del colaboracionismo interclasista.

Esta situación no nos da la posibilidad de demostrar en práctica a los proletarios que estamos en la vía justa, de demostrar sobre la base de hechos importantes que hemos llevado y llevamos una lucha política correcta contra los diversos renegamientos o las diversas capitulaciones de los grupos que se reclaman de una forma u otra de la Izquierda Comunista.  Los hechos sobre los cuales podemos apoyarnos son tan raros y de alcance tan limitado ante la ausencia de reanudación de la lucha de clase, que debemos forzosamente referirnos a luchas del pasado, desgraciadamente percibidas por las masas proletarias como algo que no le concierne. Puede ocurrirle al partido deber atravesar un largo período en el curso del cual los proletarios no perciban la justeza de sus análisis, indicaciones, y de su actividad.

Ello no es evidentemente una razón para encerrarse en una torre de marfil, para abandonar la actividad en contacto con la clase obrera, ya que vendrá el día en que esta actividad se revelará vital para el proletariado.  El trabajo «gris» y «obscuro» que realizamos hoy en día, haciendo todos los esfuerzos para permanecer ligados al hilo del tiempo marxista es indispensable para mañana.

La historia nos enseña que las situaciones «objetivamente revolucionarias» pueden presentarse de manera brusca y acelerada, como si estas llegaran de improviso, y en la medida en que el proletariado pueda ser precipitado rápidamente a un enfrentamiento a muerte con la clase dominante.

Pero la historia nos enseña también que la victoria de la revolución es imposible sin el partido, de un partido sólidamente organizado y políticamente afirmado, capaz de dirigir al movimiento proletario revolucionario. Este partido no se improvisa, él debe ser preparado mucho tiempo de antemano, sobre todo en el plano del programa y la teoría, por lo tanto, en los períodos contrarrevolucionarios como hoy.

Trabajar por la formación del partido como órgano dirigente de la revolución comunista futura necesita de la continuidad teórica, programática y política con el movimiento comunista internacional; pero esta continuidad no es posible más que sobre la base de las lecciones sacadas de las contrarrevoluciones y de la historia de los partidos obreros, a saber que, para dirigir mañana al proletariado, el partido habrá comprendido lo que pasó ayer.  El esfuerzo para llegar a asimilar el marxismo, para actuar conforme a este en diferentes situaciones, no puede dar resultados automáticamente, es inevitablemente difícil y laborioso, sobre todo en tiempos contrarrevolucionarios en que los revolucionarios se encuentran a contracorriente, sin el apoyo de una potente lucha proletaria. Este toma necesariamente el aspecto de una lucha contra posiciones o teorizaciones erróneas, contra desviaciones o degeneraciones, y el resultado de estas luchas mismas constituyen una lección y adquisición que defender.

¿Cuál es la mejor manera para el partido de prepararse contra las posibles desviaciones y degeneraciones, o resistir a las que surjan?

El banal error consiste en pensar que contra este peligro existen garantías de tipo formal, constitucional u organizacional. Según nuestro movimiento: «Los partidos comunistas deben realizar un centralismo orgánico que, con el máximo posible de consultas a la base, asegure la eliminación espontánea de toda agrupación que tienda a diferenciarse. Esto no se obtiene con prescripciones jerárquicas formales y mecánicas; sino, tal como lo dice Lenin, con la justa política revolucionaria. (...) Un aspecto fundamental de la evolución del partido no es la represión del fraccionalismo, sino la prevención del mismo. (...) Es absurdo y estéril, y además muy peligroso, pretender que el partido y la Internacional estén asegurados misteriosamente contra toda recaída o tendencia a la recaída en el oportunismo. Estos efectos pueden depender tanto de cambios de la situación como del juego de los restos de las tradiciones socialdemócratas. En la resolución de nuestros problemas, se debe admitir, entonces, que toda diferencia de opinión que no pueda reducirse a casos de conciencia o derrotismo personal puede desarrollarse útilmente para preservar de graves peligros al partido y al proletariado en general. (...) Si estos peligros se acentuasen, la diferenciación asumiría inevitablemente, pero útilmente, la forma del fraccionalismo; esto podría conducir a escisiones, no por el infantil motivo de una falta de energía represiva por parte de los dirigentes, sino sólo en el caso que se verificase la maldita hipótesis del fracaso del partido y de su sometimiento a influencias contrarrevolucionarias» (1).

Las «garantías» contra las crisis internas, contra los errores y desviaciones, no pueden ser sino políticas; ellas no se resuelven sino con la rememoración constante del programa y los principios, de las enseñanzas que el marxismo ha sacado de las experiencias pasadas, y sobre una política justa, fundada en la más grande coherencia posible entre el programa, los principios organizacionales y la táctica.

Las condiciones políticas que mejor garantizan la solidez del partido pueden ser resumidas en los siguientes puntos:

 

1) El partido debe defender y afirmar la máxima claridad y continuidad en la doctrina comunista tal como lo hemos hecho en las sucesivas aplicaciones a los desarrollos de la historia, y no debe consentir proclamaciones de principio en contraste incluso parcial con sus bisagras teoréticas. Por ello el partido prohibe la libertad personal de elaboraciones y elucubraciones de nuevos esquemas y explicaciones del mundo social contemporáneo, prohibe la libertad individual de análisis, crítica y perspectiva, incluyendo al más preparado intelectualmente de nuestros adherentes y defiende la solidez de una teoría que no es la consecuencia de una fe ciega, sino del contenido de la ciencia de clase proletaria, construido con materiales de siglos, no del pensamiento de los hombres, sino con la fuerza de los hechos materiales, reflejos en la consciencia histórica de una clase revolucionaria y cristalizados en su partido.

2) En cada situación histórica el partido debe proclamar abiertamente el contenido integral de su programa con respecto a la ejecución de planos económicos, social y política, y sobre todo con respecto a la cuestión del poder, de su conquista mediante la fuerza armada, de su ejercicio mediante la dictadura.

3) El partido debe establecer un rigor de organización estricto en el sentido de no agrandarse a través de compromisos con grupos o grupillos o peor todavía de mercar con las adhesiones en la base, además de las concesiones a pretendidos jefes o dirigentes.

4) El partido debe luchar por establecer una clara comprensión histórica del sentido antagonista de la lucha.  Los comunistas reivindican la iniciativa del asalto a todo un mundo de ordenamientos y tradiciones, saben que son un peligro para todos los privilegiados, y llaman a las masas a la lucha por la ofensiva y no por la defensiva contra pretendidos peligros de perder militantes, ventajas y progresos conquistados en el mundo capitalista.  Los comunistas no alquilan o prestan su partido para servir de abrigo a causas no propias y objetivos no proletarios como la libertad, la patria, la democracia u otras similares mentiras.

5) Los comunistas renuncian a toda aquella rosa de expedientes tácticos que fueron invocados con la pretensión de acelerar la adhesión de amplios estratos de las masas cristalizándolo en torno al programa revolucionario.  Estos expedientes son el compromiso histórico, la alianza con otros partidos, el frente único, las diversas fórmulas usadas alrededor del Estado como reemplazo a la dictadura del proletariado –gobierno obrero y campesino, gobierno popular, democracia progresista.  Reconociendo históricamente que una de las principales condiciones de cómo se disolvió el movimiento proletario y el régimen comunista soviético fueron estos medios tácticos, los comunistas consideran como enemigos más peligrosos que el mismo estalinismo a aquellos que deploran la peste oportunista de este movimiento pero que, al mismo tiempo, propugnan todo su andamiaje táctico,

6) La base organizativa del partido comunista es la de la circunscripción territorial y no la célula, los núcleos de empresas o cualquier otro organismo sectorial similar.  En el grupo territorial están ubicados sobre el mismo nivel de partida los trabajadores de cada oficio dependientes de muchísimos patronos y, con ellos, todos los demás militantes pertenecientes a categorías sociales no estrictamente proletarias, los cuales el partido acepta como gregarios, y deben en todo caso ser recibidos como tales y si es preciso mantenerlos en cuarentena antes de llamarlos, si el caso lo amerita, a cargos de organización.

7) La concepción de la Izquierda Comunista sobre la organización de partido sustituye el estúpido criterio mayoritario copiado de la democracia burguesa por un criterio mucho más alto dialécticamente, el cual hace depender todo del solo vínculo entre militantes y dirigentes a través de la seria y severa continuidad de teoría, programa y táctica.

8) El partido considera al sindicato, o mejor, la asociación económica del proletariado, el órgano indispensable para la movilización de la clase en el plano político revolucionario, ejecutada bajo la presencia y penetración del partido comunista en las organizaciones económicas de clase.  En las difíciles fases de formación de las asociaciones económicas, se consideran como las que mejor se prestan a la tarea del partido a aquellas asociaciones que comprenden solo proletarios que adhieren a ella espontáneamente pero libres de tener o no una determinada opinión política, social o religiosa.  Tal carácter se pierde en las organizaciones confesionales y forzadas o que se han convertido en parte integrante del aparato del Estado (como lo son sustancialmente los actuales sindicatos tricolor).

9) El partido no adopta jamás el método de formar organizaciones económicas parciales comprendiendo sólo a los trabajadores que acepten los principios y la dirección del partido comunista.  Sin embargo, el partido reconoce sin reservas que no sólo la situación que precede la lucha insurreccional, sino también cada fase de decisivo incremento de la influencia del partido entre las masas, no puede delinearse sin que entre el partido y la clase se extienda un concentrado de organizaciones económicas inmediatas y con alta participación numérica, sin que en el seno de las cuales no exista una red que emane del partido (núcleos, grupos y fracción comunista sindical).

10) Es una tarea del partido, en los períodos desfavorables y de pasividad de la clase proletaria, la de prever las formas y estimular la aparición de organizaciones con fines económicos, de lucha inmediata, que en un futuro podrán asumir también aspectos totalmente nuevos, fuera de los tipos bien conocidos de ligas profesionales, sindicatos de industria, concejos de empresa, etc.  El partido estimula siempre las formas de organización que faciliten el contacto y la acción común entre trabajadores de diversas localidades y de diferentes especialidades, rechazando las formas cerradas.

11) Dado que el carácter de degeneración del complejo social se ha concentrado, y se concentra aún, en la falsificación y destrucción de la teoría y la sana doctrina, está claro que el pequeño partido de hoy posee todavía un carácter preeminentemente de restauración y defensa de los principios doctrinales, al cual le falta desgraciadamente el telón de fondo favorable con el que contó Lenin para realizarlo, luego del desastre de la I Guerra Mundial. Sin embargo, no por esto vamos a alzar una barrera entre teoría y acción práctica, ya que hasta cierto punto estaríamos destruyendo las bases de nuestros propios principios.  Por lo tanto, reivindicamos todas las formas de actividad relativas a los momentos favorables en la medida en que la correlación de fuerzas lo permite, y donde el partido no pierde ocasión para entrar en cada fractura, en cada espiral, sabiendo bien que no habrá reanudación sino después que este sector se haya incrementado considerablemente hasta volverse dominante.

12) Paralelo al desarrollo del Estado capitalista, el parlamentarismo ha perdido progresivamente su importancia, asumiendo claramente la forma dictatorial que el marxismo ha descubierto en él desde el inicio. Incluso, las aparentes supervivencias de los institutos electivos parlamentarios de las burguesías tradicionales se han venido vaciando, permaneciendo como una fraseología, mientras que en coyunturas de crisis sociales aparece la forma dictatorial del Estado, como última instancia del capitalismo y contra la cual el proletariado revolucionario debe ejercer su violencia.  El partido, dado el estado de cosas y de la correlación de fuerzas, se desinteresa de las elecciones de todo género y no desperdicia su actividad en tal campo.  Por ello, frente a las elecciones democráticas el partido expresa esta no actividad en el campo electoral y parlamentario como abstencionismo revolucionario; es decir, dedica más bien sus energías a la actividad general de orientación clasista del proletariado, en el estudio, propaganda, agitación y proselitismo en el cuadro de la lucha anticapitalista, por tanto, contra la democracia y sus mecanismos de engaño y embotamiento de los cráneos proletarios.

13) Para acelerar la reanudación de clase no existen recetas expresas.  Para hacer escuchar a los proletarios la voz de clase no existen maniobras ni expedientes que como tales jamás harán aparecer al partido tal cual es verdaderamente, más que la desnaturalización de su función en perjuicio y deterioro de la efectiva reanudación del movimiento revolucionario, la cual se basa en la real maduración de los hechos y de la correspondiente adecuación del partido, el único habilitado a ello por su inflexibilidad política y doctrinaria.

 


 

1) c.f. «Tesis de Lyon», punto V  «En defensa de la continuidad del programa comunista», Textos del P.C.Int. n° 7, p. 122.

 

 

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