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Prises de position - Prese di posizione - Toma de posición - Statements                        


 

La militarización de los controladores aéreos muestra el destino que la burguesía española prepara al resto de los proletarios. El estado de alarma es el modo de imponer las reformas antiobreras si alguno se resiste a ellas.

 

En la madrugada del viernes tres de diciembre al sábado cuatro la Unidad Militar de Emergencia sacaba, por orden del gobierno español, a sus efectivos a la calle, tomaba los principales aeropuertos del país (Madrid, Canarias, Sevilla y Barcelona) y sometía por la fuerza militar la huelga salvaje de los controladores aéreos. Mientras, la policía rodeaba una reunión que los representantes de estos mantenían en un hotel de Madrid. La burguesía española, amenazada por la resistencia de estos trabajadores a sus medidas anti proletarias, recurre a la militarización y a la cárcel para doblegarlos, es una advertencia a todo el proletariado: o se acepta pacífica y democráticamente el empeoramiento de las condiciones de existencia o se acata por la fuerza.

Desde que, hace más de medio año, el gobierno socialista con la aquiescencia de todos los partidos políticos con representación parlamentaria comenzase a imponer una serie de reformas en el mercado de trabajo que afectan a los sueldos (rebaja del 5% del salario en la administración pública), a las prestaciones por desempleo (supresión de los 420 euros a los parados de larga duración), a las condiciones de los contratos y los convenios colectivos (abaratamiento del despido, ampliación de la cláusula de descuelgue en el convenio colectivo) etc. el bien común y el llamado esfuerzo colectivo para salir de la situación de crisis que atraviesa el país han sido el correlato publicitario con el que se pretendía hacer pasar toda la batería de medidas anti proletarias esterilizando cualquier conato de respuesta o de resistencia al agravio que suponían para las condiciones de existencia de la clase proletaria.

La crisis capitalista que se vive en todo el mundo presenta características especialmente graves en España donde el boom económico que se disfrutaba desde mediados de los años ´90 se había levantado sobre la construcción inmobiliaria y el desarrollo fulgurante del sistema financiero. La quiebra en el año 2008 de las ilusiones (periódicamente renovadas en el sistema capitalista con cada alza productiva) de un progreso ilimitado y sin trabas a la vista ha colocado a la burguesía nacional en una complicada situación de la que sólo puede salir haciendo recaer el peso de un esfuerzo tremendo sobre los hombros de la clase proletaria, es decir, aplicando una serie de medidas, reformas y leyes para favorecer el aumento de la explotación que los trabajadores sufren con el fin de alimentar continuamente las necesidades de ganancia de la clase burguesa.  En el sistema capitalista es la clase obrera, esa clase sin reservas, que no posee nada más que su fuerza de trabajo, la que produce toda la riqueza social. Esta riqueza, regida por las sacrosantas leyes de la propiedad privada, revierte únicamente en la ampliación del capital a lo que, cínicamente, el sistema contable de la clase explotadora llama crecimiento del producto nacional bruto. Cuando la crisis de beneficios ataca, cuando la tasa de ganancia obtenida por la burguesía ya no es suficiente para mantener la rentabilidad de sus empresas o de salvar un puesto determinado en el sistema de la competencia internacional, la única solución pasa por agravar las condiciones en las que esa riqueza es producida: pagar menos salario por jornada de trabajo, aumentar esta jornada sin retribuir el extra, hacer trabajar más y en peores condiciones, despedir, sancionar… Ése es el verdadero significado de las medidas económicas adoptadas por el gobierno socialista que, por el otro lado, han ido acompañadas de una progresiva rebaja de impuestos a las empresas, de un aumento de los impuestos indirectos que sufre especialmente la clase proletaria, etc.

Para los proletarios esta situación no pasa en balde. Un aumento continuado de la explotación y una rebaja progresiva de sus condiciones de existencia han conllevado necesariamente algunas respuestas más o menos organizadas para tratar de impedir estos agravios. Los encierros y enfrentamientos con la policía por parte de los mineros de León, la huelga sin servicios mínimos de Metro de Madrid o los disturbios en Barcelona, Sevilla o Madrid durante la huelga general del pasado 29 de septiembre han constituido conatos de rebelión de pequeños sectores del proletariado de este país frente a la imposición de las medidas anti obreras con las que el gobierno socialista responde a las necesidades de la burguesía nacional. Pero esta respuesta se ha visto limitada y coartada desde sus orígenes: la dirección y el control que sobre ella ha ejercido la política interclasista de los sindicatos amarillos desvía el camino de la lucha de clase llevándolo por derroteros ajenos a la necesidad de combatir intransigentemente en defensa de las condiciones de vida y trabajo de la clase proletaria. Estos sindicatos tricolores, verdaderos lugartenientes de la burguesía entre las filas proletarias, cumplen la función de dominar a los proletarios por un lado inoculándoles el virus democrático e interclasista que llama continuamente a contemporizar, a soportar y tolerar cualquier tipo de agravio en pos de un supuesto bien común a todas las clases sociales de la nación, de la defensa de la economía patria dejando de lado los llamados intereses particulares. Ésa ha sido la línea seguida por las grandes (y las no tan grandes) centrales sindicales que hasta hace pocos meses se habían negado en redondo a convocar tan siquiera un paro general, limitado en el tiempo y avisado con mucho tiempo de antelación, tras la excusa de que una huelga no soluciona los problemas del país ¡como si el problema fuese el mismo para todo el país! ¡como si en este país, como en cualquier otro donde rige el dominio del capital, no existiesen dos clases sociales con intereses, enfrentados y en guerra permanente, en su seno! Por otro lado estos agentes de la burguesía se encargan de preparar el sabotaje práctico y efectivo de las luchas proletarias cuando ya no pueden contenerlas más. Llevando las huelgas hacia la conciliación de intereses con las necesidades de la empresa y de la producción, intentando que no alteren demasiado el curso de la vida normal de la economía, dejándolas desprotegidas frente a la represión, negándose a utilizar medios y métodos que dañen realmente los intereses de los patrones.

El control ideológico y práctico que la burguesía ejerce sobre los proletarios se articula, fundamentalmente, en torno a la política derrotista de los sindicatos amarillos que dominan, pasiva o activamente según el momento, la fuerza de la clase obrera. Pero cuando incluso este resorte del poder de clase falla, cuando la respuesta directa y contundente de determinados sectores proletarios se hace inevitable porque lo terriblemente grave de la violencia ejercida contra ellos no admite contemporización ni espera en la respuesta la clase burguesa muestra su otra cara, la verdadera naturaleza del llamado bien común y del interés general: la represión abierta contra cualquier grupo de trabajadores  que se atreva a poner en entredicho las necesarias medidas económicas que se ponen en marcha. Así ha sucedido con los controladores aéreos. Tras la imposición de unas medidas que suponían la reducción de un 50% del salario que venían cobrando y después de meses aguantando una rebaja de sus condiciones laborales casi continua acompañada de la excusa de que eran trabajadores privilegiados, la respuesta por su parte ha venido en forma de huelga salvaje, sin preaviso legal, sin servicios mínimos, sin mediadores empresariales o institucionales: el viernes 3 de diciembre la mayoría de los controladores de los principales aeropuertos nacionales sencillamente no acudieron a su puesto de trabajo. Mientras el principal sindicato de este gremio, corporativo y con una larga tradición de esquirolaje activo y de claudicación ante las presiones patronales y estatales, pedía calma, el paro fue total en las torres de control. La respuesta por parte del Estado, ese consejo de administración de la clase burguesa, fue fulminante: toma militar de los aeropuertos, sometimiento de los huelguistas a la jurisdicción castrense, consejos de guerra a los irreductibles. La huelga fue vencida, se volvió al trabajo y se espera la consiguiente represión contra los trabajadores que han participado en la lucha. Pero para la clase proletaria las lecciones a extraer son claras.  En primer lugar resulta evidente cuál es la verdadera naturaleza de las reformas económicas que la burguesía impone a los proletarios: el interés general de la nación exige los mayores sacrificios por parte de los obreros y en caso de que estos no los acepten toda la fuerza de la nación, es decir, del Estado de clase constituido para imponer y mantener los intereses capitalistas se vuelca contra los proletarios rebeldes, la democracia se completa con los fusiles y la cárcel. Ciertamente un paro salvaje en los aeropuertos durante uno de los puentes más importantes del año daña duramente los intereses de las grandes empresas turísticas españolas, pero ésa no ha sido la principal causa de la militarización de los controladores aéreos, bien se podría haber aplicado exclusivamente el delito de sedición previsto en el código penal para estos casos, pero lo esencial en este caso era mostrar toda la fuerza disponible para utilizar contra los proletarios que no acepten doblegarse inmediatamente, máxime cuando España tiene que dar ejemplo de cara a una posible intervención económica de las potencias europeas de la solvencia y las garantías que ofrece.

En segundo lugar la acción combinada de la represión militar con la presión democrática de la prensa, la llamada opinión pública, los partidos políticos de la burguesía y de los sindicatos vendidos a ésta muestra que toda la potencia de la cohesión social y del Estado de Derecho se vuelve igualmente contra los proletarios para preparar su derrota calumniando, injuriando, acusando a los huelguistas de privilegiados… La división entre los proletarios, el mantenimiento de la competencia en el seno de la clase obrera imposibilitando la solidaridad de clase y el apoyo activo de los distintos sectores del proletariado contribuye a aislar y a desarmar a quienes marchan a la lucha en defensa de los intereses de la clase proletaria aunque sólo sea en el ámbito reducido y limitado de la reivindicación parcial.

Finalmente la huelga de los controladores aéreos muestra la necesidad vital que tiene el proletariado de retomar los medios y los métodos clasistas para su lucha contra la patronal y su estado. La huelga sin preaviso, sin servicios mínimos es el arma por excelencia para atacar los intereses de la burguesía. Pero igualmente necesario es preparar la huelga, anticipar la represión que se sufrirá, las dificultades que aparecerán en el duro terreno de la reanudación clasista. Para ello es imprescindible que el proletariado rompa con la política interclasista, amarilla, oportunista y claudicante que gobierna a las direcciones sindicales, que levante sus propias organizaciones para la lucha de clase, independientes de todo interés que no sea el de los proletarios, guiadas únicamente por la necesidad de luchar con fines proletarios y que no se presten a componendas en defensa del interés de la empresa o del país. Sólo así el proletariado logrará salir de la crisis organizativa y política en la que lleva décadas sumido y hacer frente a las consecuencias de la crisis capitalista que la burguesía quiere hacer cargar sobre sus hombros. Sólo sobre el terreno de la lucha de clase puede desarrollarse una solidaridad proletaria capaz de sostener las luchas parciales y sectoriales y de resistir a la inevitable represión burguesa incluso una vez terminada la huelga.

 

Partido Comunista Internacional

6 de diciembre de 2010

www.pcint.org

   

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