Back

Prises de position - Prese di posizione - Toma de posición - Statements                        


 

La primavera árabe se ha acabado, las ilusiones de cambio se han liquidado y, para las masas proletarias y proletarizadas de los países árabes, queda la realidad del poder capitalista, del talón de hierro de los estados burgueses y del imperialismo.

¡La única salida es la lucha proletaria de clase!

 

 

El arco de la crisis en los países árabes ha tocado a Siria ¡y ha sido masacrado!

La revuelta de las masas contra el régimen de Assad, atravesada por las ilusiones de una democracia débil, continúa

encontrándose con la despiadada represión con la cual el régimen, defendiendo su poder y sus privilegios, ha defendido hasta ahora también los intereses del imperialismo mundial.

La rebelión de masas no es nueva en Siria. En 1982, la ciudad de Hama, en el Norte de Damasco, durante una auténtica sublevación de masas contra el régimen de Assad padre, fue arrasada por éste dejando decenas de miles de víctimas. Era la época de la invasión del Líbano por parte de Israel y de la resistencia palestina en Beirut, que terminó con la derrota definitiva de los palestinos. La sublevación de Hama y su despiadada represión elevó la ciudad de Hamma a ciudad-mártir, ciudad símbolo de la rebelión contra el régimen de los Assad, por antonomasia. Y hoy, asediada por carros armados del ejército sirio, ofrece nuevamente, a la represión estatal, un altísimo tributo de sangre.

No se trata, ahora, como tampoco se ha tratado en estos últimos meses, de revueltas de carácter religioso, sino de revueltas populares contra una crisis social profunda que ha violentado una paz social mantenida a lo largo de los años por un régimen que ha militarizado todo el país desde 1963 y que gobierna, desde 1970, de manera hereditaria, la familia Assad. La ley marcial, en vigor desde 1963, mantenida y reforzada por los Assad, se ha justificado con el peligro de guerra con Israel (que se anexionó el Golán sirio, después de haberlo ocupado en la Guerra de los Seis Días de 1967) y con el peligro del “terrorismo islámico”. Pero, en los países del Medio Oriente, el poder de las burguesías locales, si no se puede sostener sin el apoyo externo de uno o más países imperialistas, tampoco se puede sostener sin el de la autoridad religiosa; como existe competencia y enfrentamientos entre poderes capitalistas, existen también entre las diversas facciones religiosas. En Siria se encuentra en el poder, desde 1970, la minoría chií-alahuita, de la cual forman parte los Assad, mientras la mayoría de la población es de religión sunita. Las diferencias religiosas, como siempre, son usadas para el control social también entre los regímenes como el sirio (como se hacía bajo el régimen de Saddam Hussein en Irak) que, pese a haber escrito en su bandera “Dios te proteja, oh Siria” tienen una connotación laica. Esto no impide que  la Siria de los Assad sostuviese al Irán de los ayatollahs y, a la vez, a Hezbollah en el Líbano.

El papel de Siria en la región, desde que el partido Baaz  se encontró sólidamente instalado en el poder a mitad de los años sesenta del siglo pasado, se ha ligado, hasta la implosión de la URSS, a la influencia soviética en el área haciendo de contrapeso a la influencia europea y estadounidense, que podía contar desde 1948 en adelante con Israel y, hasta 1979, -momento de la caída del Sha Reza Palhevi- con Irán. Durante cuarenta años Siria ha sido gobernada con el puño de hierro con el cual la burguesía nacional guiada por los Assad ha tratado de asegurarse, por un lado, una cierta compactibilidad nacional en función anti israelí y, al mismo tiempo, en función de sus propias miras expansionistas hacia Líbano (en un tiempo provincia siria) y, por otro, un cierto desarrollo económico, también industrial, del país y, sobre todo, la explotación de los obreros y campesinos con el mínimo enfrentamiento social. Pero el conflicto social no se puede sofocar del todo durante décadas y, así, en 1982, coincidiendo con la invasión israelí y del esfuerzo bélico de Siria para contrarrestarla, en diversas zonas del país estallan rebeliones y revueltas, hasta que llegó la tragedia más grande, como recordábamos más arriba, de la ciudad de Hama. Y así, desde el inicio de este año, un auténtico terremoto social ha golpeado todo el área de los países árabes del Norte de África y del Medio Oriente trayendo a escena la cólera de gigantescas masas que se rebelan contra condiciones de existencia intolerables.

Es cierto que, también en Siria, por lo que dicen los periodistas (y por lo que no dicen) la dura situación social de las masas proletarias y proletarizadas, que se enfrentan con un alza insostenible de los precios de los productos de primera necesidad, se encuentra en la base de la presión con la cual intentan lograr un cambio de régimen. La represión, hasta ahora, parece que ha provocado más de mil muertos e incontables heridos, a la vez que ha hecho fugarse a miles de personas hacia Líbano y hacia Turquía.

En los últimos días el embajador francés Chevallier y el nuevo embajador americano, Robert Ford, han ido por separado a “rendir homenaje” precisamente a la ciudad-mártir de Hama, en la cual han realizado declaraciones críticas con Al Assad. En respuesta, una masa de activistas del partido Baaz  y de mercenarios del régimen (los “shabiha”), en Damasco,  atacaron las embajadas de Francia y de Estados Unidos sin que las fuerzas armadas o de la policía siria hiciesen nada para detener el asalto. La tensión entre Siria y estos dos países ha aumentado sensiblemente: Siria acusa a París y a Washington de apoyar la revuelta en el país, mientras que Siria es acusada de reprimir las manifestaciones populares con una brutalidad despiadada. En realidad, ambos bandos tienen razón.

El hecho es que París, Washington, pero también Roma, Londres y Berlín, con el régimen de Bashar Al Assad, si bien criticado por la violenta y continua represión de las rebeliones que están sucediendo en todas las ciudades del país, han retomado los negocios y las relaciones, si bien con altibajos; en cualquier caso, lo que no desean los ministerios de asuntos exteriores de las potencias imperialistas es que el terremoto social iniciado en Túnez y en Egipto en los últimos meses se extienda como una mancha de aceite por todo el Medio Oriente. A estos ministerios nunca les ha importado los muertos por la represión de un Assad en Siria o de un Saleh en Yemen, de un Mubarak en Egipto o de un Ben Alì en Túnez, de un Gadafi en Libia o de un Buteflika en Argelia; si agitan la bandera de los “derechos humanos” y de los “derechos democráticos” es exclusivamente con fines propagandísticos y para hacer olvidar de este modo el apoyo dado a los regímenes de estos países hasta ayer.  Como expertos en represión en sus propios países y en los países colonizados, saben perfectamente que para “mantener el orden” –su orden burgués- es necesario ser despiadados con todos aquellos que se rebelan contra el orden constituido, más si se rebelan en masa. A los ministerios imperialistas les importa que en cada país la “paz social” sea garantizada por sus gobernantes, aunque sea con carros blindados, porque las relaciones y los negocios van mejor y son más fructíferas en ausencia de conflictos sociales; pero si los gobernantes locales  no hacen lo propio con sus ejércitos y su policía, pueden siempre intervenir las fuerzas armadas de la “comunidad internacional”, es decir, de los países imperialistas que tienen en sus manos la suerte del mundo, como ha sucedido en Somalia, en Irak, en los Balcanes y en el Líbano, y como está sucediendo ahora en Afganistán y en Libia. ¿Cuándo la intervención militar de los países imperialistas ha “resuelto” las crisis, llevando paz y prosperidad a las masas? Al contrario, ha empeorado situaciones de crisis y de conflictos entre las diversas fracciones burguesas interesadas, algunas de las cuales, como chacales, quieren asegurarse una parte del poder local, contribuyendo así a hacer permanecer los factores de inestabilidad y de conflicto en los países que la intervención imperialista pretendía “pacificar”.

Está claro que las noticias que llegan no sólo de Siria sino de cualquiera de los países árabes golpeados por las revueltas, son cada vez más escueta e incompletas. Et pour cause!

A las potencias imperialistas de Europa y de América les interesa difundir la idea de que su democracia es el valor universal por el cual todos deben interesarse, reyes y súbditos, capitalistas y trabajadores asalariados, campesinos y estudiantes, intelectuales y hambrientos, prófugos de guerra y miserables de las periferias metropolitanas; y que el “derecho de vida y muerte” del cual, de hecho, se hacen portadores oficiales – a través del armamento  siempre más sofisticado y destructivo- se encuentra justificado por aquel valor universal que  el progreso capitalista, como en un soplo divino, ha traído para que sea difundido en todo el mundo…

La realidad es bien distinta y lo están demostrando, de hecho, las revueltas de las masas trabajadoras y hambrientas de los países árabes. Desde Túnez, donde ha tomado la vía de la revuelta social, a  Siria que en estas últimas semanas se encuentra en el centro de los conflictos sociales de la gran mayoría de la población, continúan levantándose las masas contra los viejos y los nuevos regímenes en el poder. No en todos los países se ha visto el mismo desarrollo social; en Túnez, en Egipto, en Yemen es cierto que las masas proletarias y proletarizadas han sido el fulcro y el corazón de las revueltas, deviniendo un auténtico detonador para todo el amplia área de países árabes, mientras en Libia, en los países del Golfo y ahora en Siria, es muy probable que las masas proletarias y proletarizadas, objetivamente sublevadas contra condiciones materiales intolerables, se hayan colocado sobre las vías prefijadas por las fuerzas políticas de oposición a los actuales gobernantes convirtiéndose inconscientemente en masa de maniobra y carne de cañón, para lograr intereses particulares de tal o cual facción burguesa a su vez ligada a intereses de tal o cual polo imperialista regional o mundial. ¿Cómo explicar si no el hecho de que la llamada “protección de civiles” en Libia ha justificado la expedición militar de la OTAN ahora en curso, mientras el devastador embargo israelí a Gaza que lleva al hambre a un millón y medio de habitantes no haga mover un dedo a ningún gran país, como no interesa ni a París, ni a Londres o a Washington que en Bahrein se continúe masacrando a los chiitas y en Yemen se persiga una represión sin límites? En realidad hay importantes intereses interimperialistas y privilegios de casta radicados durante muchos decenios, para los cuales cuenta, sobre todo, la salvaguardia del negocio financiero y de las posiciones estratégicas que los terremotos sociales en todo el área han puesto en discusión y por los cuales los imperialistas más agresivos están afilando sus propias armas, llevando a hacer lo mismo a las masas que han osado rebelarse contra el “orden constituido”

En Túnez, donde parecía que el “cambio” podría llevar finalmente nuevas perspectivas en el trabajo y en la vida social, los medias hablan ya de “contra revolución”. En Egipto, el ejército ha tomado el poder en sus manos de manera inapelable, ha retrasado las elecciones hasta diciembre, interviene reprimiendo las manifestaciones callejeras como antes hacía la policía, ha prohibido las huelgas pero ha debido, al mismo tiempo, para obtener algo de consenso por parte de la población, arrestar a otros setecientos policías acusados de “estar comprometidos con el viejo régimen de Mubarak”… como si el ejército no lo estuviese. En Argelia la protesta avanza poco a poco pero no explota, pese a manifestarse con las huelgas, como en el caso de la compañía nacional Air Algérie, sofocada con decenas de despidos. En Marruecos, el intento de reforma constitucional parece que había calmado por el momento el clima social pero no era cierto. Mientras en Libia la situación que la intervención militar de la OTAN debía resolver a favor de los insurgentes de Bengasi y de la rápida destitución de Gadafi, no ha llegado a ninguna de las metas que los imperialistas habían fijado; así la tenaz resistencia de Gadafi y de las tribus que aún le apoyan,  está presionando a las potencias imperialistas que bombardean Trípoli y les lleva a reconsiderar los objetivos de su “misión”, hasta el punto de activar relaciones más o menos secretas por parte de Washington o de París con los emisarios de Trípoli para evaluar una “salida” del impasse en el cual se encuentra la operación “no fly zone” que, desde el inicio, al margen de las declaraciones sobre los límites formales puestos por la ONU a la intervención militar, había asumido la función de acto de guerra contra Libia. En el Golfo Pérsico la ola de revueltas que en marzo y abril puso a prueba a los regímenes protegidos por Arabia Saudita, parece que ha acabado debido a la violentísima represión de los movimientos en Bahrein y en Kuwait; la misma cosa ha sucedido con Oman, que hasta ahora acababa con cualquier concesión por parte del Sultán y con los Emiratos Árabes que, dedicados desde siempre sólo al negocio financiero, han debido contentar a las exigencias de Riad de suspender las buenas relaciones con Irán, al cual le gestionaban el tráfico financiero a nivel global. En Yemen el presidente Saleh, herido en un atentado y curándose en Arabia Saudita, está por reentrar en San´a con el propósito de “acabar la partida” con los rebeldes: se espera un futuro baño de sangre, que será documentado, como en todos los casos precedentes, por la más libre y astuta televisión existente, Al-Jazeera, que de la documentación, de las entrevistas y de los reportajes sobre las revueltas hace una excelente beneficio a nivel internacional, mezclando los hechos realmente acontecidos con noticias inventadas completamente para lograr objetivos planetarios y grandes ganancias.

Las revueltas en los países árabes, y sus inmediatas consecuencias, han oscurecido lo que estaba sucediendo en el frente palestino: Fatah y Hamas se han reunido en El Cairo y han acordado dar vida a una “gobierno unitario” en vista del reconocimiento por parte de Naciones Unidas de un Estado palestino con las fronteras de 1967 y con Jerusalén Este como capital. Es obvia la postura completamente contraria de Israel tanto en lo que respecta al Estado palestino así concebido como a la pacificación entre los dos grandes rivales Hamas y Fatah, tanto que en todos estos años, no obstante las continuas “negociaciones de paz” Israel ha continuado impertérrito  en su política de anexión de territorios palestinos, de represión y de apartheid contra los palestinos y de robo con sus aliados-patrones, los americanos, que, a su vez, querrían que junto con la normalización de la situación de los países árabes después de las revueltas sociales se realizase también una pacificación entre israelíes y palestinos (naturalmente a costa de los palestinos, derrotados después de treinta años) Si en tierra palestina las cosas no son para nada favorables, aunque sólo sea un poco, para las masas martirizadas durante más  de cincuenta años, en Jordania parece que el

rey Abdallah II intenta enfrentarse a  la protesta que se manifiesta cada viernes, después de la oración, desde comienzos de año,

sobre todo en Amman, prometiendo tomar medidas contra la corrupción imperante en el país, una reforma electoral y una amnistía general para los presos políticos. Esto no ha impedido a una masa enfurecida, el pasado junio, en la ciudad meridional de Tafileh, asaltar un edificio público que el rey Abdallah II estaba visitando. Tafileh es una ciudad pequeña en el Norte de Jordania, vecina a la frontera con  Siria; Dera´a, en la Siria meridional, eje de la revuelta en Siria, dista pocos kilómetros de Tafileh que podría ser aquello que Sidi-Bouzid fue para Túnez.

La  atención de los mass media apunta ahora a Siria, y su Gadafi, porque la mayor preocupación imperialista parece concentrarse sobre estos dos países; en realidad, todo el área de los países árabes se encuentra sometida a una serie de continuas intervenciones diplomáticos, económicos, políticos, militares, con la intención de lograr una normalización que no será, ninguna manera, fácil de lograr. Esta normalización será difícil no sólo porque los contrastes entre las burguesías de los distintos países implicados y entre las facciones internas de todas las burguesías nacionales se están agudizando cada vez más. Y no sólo porque la presión directa e indirecta de las diversas potencias imperialistas aumentará inevitablemente –aumentando al mismo tiempo los enfrentamientos entre los diversos imperialismos- aumentando los factores de crisis ya existentes y no resueltos, sino porque el movimiento de las masas proletarias y proletarizadas que se manifiesta en las plazas y en las calles desde hace más de siete meses no mengua. Las condiciones que han provocado la rebelión en Túnez, el Egipto, en Yemen y en los otros países no han mejorado sino que han empeorado continuamente no obstante la caída de los tiranos y las promesas de reformas de elecciones, de lucha contra la corrupción, de mayores “ libertades políticas” ect.

Lo que en cualquier caso constituye un gran problema para los movimientos de las masas proletarias y proletarizadas son las ilusiones pequeño burguesas  acerca de “soluciones electorales”, cambios en términos de cosmética parlamentaria y reformista que tanto los gobernantes actuales como los partidos de la oposición, como las potencias imperialistas occidentales difunden a manos llenas. Estas revueltas han demostrado y están demostrando que los gobernantes de ayer y  los gobernantes de hoy – pese a mantener firmemente el poder y los privilegios que se han asegurado hasta ahora- están dispuestos a “ cambiar todo para no cambiar nada”.

Las acciones represivas van de la mano con las promesas de reformas, la destitución de algún gobernante con el recambio a gobernantes menos odiados por las masas  pero igualmente corruptos y corruptibles, las concesiones de libertades políticas y  prensa, de opinión o de reunión van de la mano con la represión de las manifestaciones y de las huelgas. A los capitalistas locales, como a los capitalistas extranjeros les interesa sedar las revueltas para recomenzar a explotar a manos llenas a los proletarios de cualquier país y reacumular; si para obtener este resultado  hace falta sacrificar a un Ben – Ali , un Mubarak o un Saleh se hará, igual que se llevaran a cabo todas las tentativas para neutralizar a un Gadafi o reducir a posiciones más diplomáticas y menos represivas aún Bashar al Assad.

Teniendo en cuenta  el hecho de que los proletarios en Siria, como en  Túnez, en Egipto como en Yemen, en Jordania como en Marruecos o en Argelia sino quieren continuar siendo explotados por el poder burgués  que lo defiende transformándoles en carne de cañón deberán usar su propia cólera y su propia fuerza de rebelión para separar sus propias aspiraciones y sus propios objetivos de aquellos de los reformistas y de los demócratas de cualquier color y orientarse hacia su verdadero interés de clase. Este interés no podrá nunca ser compartido con las otras clases sociales, especialmente con los burgueses que, en su lugar para convencer a los proletarios de defender los intereses del país, y quizá de la democracia les intentan reprimir, y les masacran en nombre de un orden constituido que es el orden burgués.

Invocar la vía de la revuelta callejera es la reacción natural a decenios de miseria, de restricciones, de represión, de explotación cada vez más bestiales; pero no es la definitiva. La revolución es lo opuesto a la democracia, a la protesta pacífica, al cambio de cualquier personal político en el gobierno. La revolución es el proceso social por el cual una clase, organizada en torno a un programa que manifiesta los intereses y los objetivos históricos de la clase revolucionaria, acepta el enfrentamiento armado contra el Estado existente para conquistar el poder político, lo combate para vencerlo, despedazarlo y sustituirlo con otra organización estatal que responda exclusivamente a los intereses de la clase revolucionaria. En la sociedad burguesa, en el capitalismo, la única clase revolucionaria es el proletariado. En la sociedad burguesa, en el capitalismo, la única clase revolucionaria es el proletariado, la clase de los trabajadores asalariados; lo es porque históricamente  ha demostrado ser la única clase que no tiene  nada que defender en esta sociedad, que habiéndole reducido a la esclavitud salarial ni explota la fuerza de trabajo con el único objetivo de extorsionar plusvalor, que para los burgueses significa beneficio capitalista. Es por el beneficio capitalista que la clase dominante burguesa, que es la minoría de la sociedad, tiene  bajo su talón de hierro a la gran mayoría de la sociedad, el proletariado y las masas de campesinos pobres: además de la explotación diaria de la fuerza de trabajo, el sistema económico y social burgués produce miseria, desocupación, hambre, degeneración social, devastación ambiental, guerra. Estas condiciones sociales no son prerrogativas únicamente de los países llamados pobres, sino que son condiciones del capitalismo en todos los países. Es por esto que los proletarios tunecinos, egipcios o sirios no son sólo hermanos de clase entre ellos sino que son hermanos de clase de los proletarios italianos, franceses, alemanes, americanos, rusos, chinos y de todo el mundo.

La vía de la emancipación de los proletarios de la explotación capitalista de su fuerza de trabajo y por tanto de la esclavitud salarial, no es para nada fácil y no se presenta automáticamente cuando las masas hartas del hambre y de las condiciones de existencia intolerables desfogan su rabia contra los símbolos del poder burgués. Es una vía que está preparada desde hace tiempo porque la historia enseña que se trata de una guerra, de la guerra de clase, de la guerra social que el proletariado conduce contra todas las clases que viven de su explotación y que, para mantener sus privilegios, usan contra ellos toda la fuerza que la clase dominante posee: la fuerza social, la fuerza política, la fuerza militar, la fuerza religiosa, la fuerza de la propaganda y por tanto de la mentira, del engaño. La dictadura económica del capital requiere correspondencia sobre el plano político y por ello la burguesía en todos los países tiende a militarizar la sociedad agravando el despotismo social y el despotismo de fábrica ya existente. El proletariado no podrá nunca oponerse a esta formidable presión ejercida presión ejercitada por la clase dominante si no es organizando su propia fuerza antes de todo para defenderse de los ataques de cualquier género por parte de la burguesía y, después, para atacar finalmente el poder político burgués con el fin de revolucionar de arriba abajo toda la sociedad. En todo este transcurso el proletariado podrá y deberá contar sólo con sus tres elementos fundamentales: su organización clasista de defensa inmediata, su internacionalismo y su partido de clase que representa la consciencia histórica del fin último y su guía revolucionaria.

Los proletarios de los países árabes que están viviendo en estos meses una situación de gran fermento social no han adquirido aún una madurez política clasista tal de poder indicar a los proletarios de Europa o de América la vía a recorrer para poder reconquistar el terreno de la lucha de clase revolucionaria. Pero el terremoto que ha sacudido los países árabes ha provocado un aumento enorme de la emigración de estos países de los que los proletarios huyen del hambre, la miseria, la represión y la guerra hacia los países europeos. Inevitablemente llevarán consigo la carga de rabia social que han acumulado en los países de origen y que contagiará, antes o después, al somnoliento y deprimido proletariado europeo. Los proletarios de Europa tienen una gran historia de lucha de clase y revolución a sus espaldas, una historia que, sin embargo, ha estado soterrada durante decenios de oportunismo y de colaboracionismo interclasista por la obra de las más diversas tendencias oportunistas que han atravesado el siglo XX. No sabemos si habrá en Europa, también, un periodo de gravísima crisis económica y social hasta el punto de que lleve a los proletarios sobre la misma vía de la revuelta social transitada estos meses por las masas sociales de los países árabes; no sabemos si deberá ser lacerada por completa la sarta de amortizaciones sociales que ha contribuido materialmente a lograr mantener el colaboracionismo sindical y político, para que los proletarios europeos recobren su memoria histórica de las batallas de clase de los primeros decenios del siglo XX. Es, sin embargo, cierto que en el subsuelo económico de los países capitalistas, también del de los más fuertes, se vienen acumulando tensiones y contradicciones que harán explotar inevitablemente las válvulas de escape que la democracia burguesa ha constituido para contener y controlar la tendencia a la lucha de los proletarios de una o de otra fábrica, de uno u otro sector, de uno u otro país. Ahora la alternativa será: morir de hambre o de guerra, o luchar contra el orden constituido, contra el auténtico enemigo de los proletarios de todos los países, la clase burguesa dominante y su Estado.

Sólo la lucha de clase podrá abrir al proletariado un futuro de emancipación que la clase burguesa no podrá darle nunca.

 

 

Partido Comunista Internacional

20 de julio de 2011

www.pcint.org

   

Top

Volver sumarios

Volver archivos