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¡Continúa la masacre de migrantes ahogados en el Mediterráneo!

Tremenda demostración de que los gobiernos burgueses de todos los países, democráticos o autoritarios, no resolverán nunca las causas de estas tragedias. ¡Es el capitalismo el que debe ser sepultado!

 

 

Guerras de ejércitos, conflictos entre milicias, represión armada, destrucción: países enteros del Sahel, del Próximo y Medio Oriente, del cuerno de África… se están disgregando provocando la fuga desesperada de millones de seres humanos en busca de un país, de una costa, de una isla distante de ese infierno y donde intentar sobrevivir.

Masas desesperadas atraviesan desiertos y montañas acercándose a las costas en las que embarcarse hacia un horizonte menos negro, pero en esos desiertos y en esas mismas playas encuentran bandas muy organizadas y armadas de traficantes de carne humana dispuestos a esclavizarlos y lanzarlos al mar con barcas deliberadamente sobrecargadas de hombres, mujeres y niños… para dejar su puesto a otras masas desesperadas por huir de un infierno y esperando no caer en un infierno aún peor o simplemente en la muerte. Los supervivientes testimonian continuamente acerca de gente asfixiada en las bodegas, de mujeres embarazadas lazadas al agua, de personas que protestaban y por ello eran golpeadas o asesinadas, de barcas dejadas a la deriva averiadas con su carga de desesperados que, en su mayoría, no saben nadar.

Al alba del domingo 19 de abril, un barco salido de las costas egipcias, junto a las costas de Libia, con más de 1000 migrantes, se vuelca y se hunde. Se salvan 28, los cadáveres recuperados son 24. Ni rastro de los restantes 950.

Por los supervivientes se sabe que un mercante se estaba acercando a la barcaza para ayudar y que, viéndolo, el comandante del pesquero, borracho, se acercó chocándose mientras los migrantes se colocaban en masa sobre un lado; en 5 minutos el pesquero volcó y se hundió. Esta barcaza tenía dos niveles bajo la cubierta,  llenos de inmigrantes hasta el casco y cerrados para impedir a estos salir a la cubierta: una barcaza que se transformó en un momento en una gran tumba.

Muertos que se unen a otros miles de muertos en un Mediterráneo que se ha convertido en un enorme cementerio.

Los medios de comunicación no hacen otra cosa que representar las grandes masacres de migrantes a través de “datos documentales” y, al mismo tiempo, admiten que estos datos no se corresponden en absoluto con la realidad porque muchas tragedias como estas no son “documentables”: en muchos casos, partidos de Túnez, de Libia o de Egipto, no llegan a ninguna parte. Son así recordados los naufragios de 1996 en el Canal de Sicilia, en la Nochebuena, cuando una barcaza llena de indios, paquistaníes y ceilaneses se hundió, pero de la cual no se supo nada durante seis años: calcularon que los muertos podían ser 283, primer naufragio a gran escala. Por no hablar de los “naufragios-fantasmas” que los medios tecnológicos de control de las marinas de todos los países podrían descubrir antes de que se conviertan en “fantasmas”, pero que permanecen como tales y de los cuales sólo hay estimaciones “no oficiales”, pero quizá más realistas, como los de 2011 cuando perdieron la vida entre 500 y 700 tunecinos, o aquellos menos “fantasmas” como en el caso de los 368 muertos del 3 de octubre de 2013 en la isla de los conejos, Lampedusa, y de los 250, casi todos eritreos, la semana después. Por no seguir con los del año pasado, cuando según ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) murieron más de 3000 migrantes, o con estos primeros meses del 2015 en los cuales se cuentan más de 1500 muertos.

Los gobiernos burgueses de los países ricos, comenzando por Italia, frente a estas “tragedias del mar” se golpean el pecho, lanzan gritos al cielo contra el “cinismo”, la “indiferencia”, la “especulación”, contra los “traficantes de seres humanos” y contra los “esclavistas del siglo XXI” lanzándose entre ellos llamamientos a “hacer algo”, a “intervenir” aun “con las armas” para impedir el tráfico de carne humana. Todos miran hacia Europa, la ONU, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, como si estas instituciones fueron otra cosa diferente de los gobiernos nacionales, como si los representantes de los gobiernos nacionales no se sentasen en esas poltronas y no decidiesen qué hacer o qué no hacer, qué sostener y qué no y, sobre todo, qué intereses privilegiar.

Es un hecho que los intereses que pueden poner de acuerdo, si bien sólo temporalmente, los más potentes países del mundo no son ciertamente los de los millones de brazos y de bocas reducidos al hambre y la desesperación; son, en vez de estos, los de los negocios, de la explotación de los recursos naturales a través de la explotación de la fuerza de trabajo humana, frente a los cuales, en le medida en la cual la crisis del modo de producción capitalista hace tambalearse la “prosperidad económica”, no hay guerra que no se pueda desencadenar, no hay abuso, vejación, represión que no encuentra su “justificación”, no hay tragedia que no pueda tener lugar. Y, entonces, los “esclavistas del siglo XXI” pueden ser utilizados por las potencias económicas que han sometido estos países y poblaciones enteras, en la medida en la cual estos esclavistas mantienen la desesperación y las tragedias dentro de los límites soportables de la famosa “comunidad internacional”. Si estos “límites” son superados y las tragedias de este género colocan en situación embarazosa a los gobernantes de las democracias europeas, entonces se pone el grito en el cielo… “Europa no puede mirar para otro lado” frente a una auténtica “invasión” de prófugos y clandestinos. Está claro que Italia, por su posición geográfica representa la costa hacia la cual estas masas de hombres y mujeres pueden dirigirse con la esperanza de, si sobreviven a las tremendas condiciones del viaje, recomenzar una vida menos miserable y menos peligrosa; y es Italia la que inevitablemente está involucrada con este pueblo de migrantes en el cual se mezclan las nacionalidades más diversas, Lampedusa y las costas sicilianas sobre todo, donde, sin embargo, la acogida en los Centros de Identificación y Expulsión se parece más a la de un campo de concentración.

Hoy, el gobierno italiano, frente a la enésima hecatombe en el mar, ha desvelado su estrategia: poner en práctica una operación de policía internacional para controlar las costas y los puertos de Libia. Dado que Libia es un estado fallido desde la caída y la muerte de Gadafi, el conflicto permanente entre las milicias ligadas al gobierno de Tobruk y las ligadas al gobierno de Trípoli, y la relevancia del Estado Islámico, los gobernantes italianos, asustados cada vez más por los peligros de invasión por parte de las masas desesperadas de migrantes, han pensado en acabar con ellas antes de que se hagan al mar en las barcazas desquiciadas compradas por los traficantes, haciendo en Libia la guerra “a los embarcadores y a los traficantes de seres humanos”. De hecho, la “solución” que la derecha sostiene desde siempre: evitar la inmigración ya en la orilla opuesta del Mediterráneo, es decir en el Norte de África, a través de un estrecho control policial, es la solución a la que se dedican tanto los gobiernos de centro derecha como de centro izquierda y que hoy es considerada imperiosamente urgente. Con el pretexto del “terrorismo” –ayer del laico Saddam Hussein, después del dictador Gadafi, hoy del Califato Islámico- los gobernantes italianos y sus cómplices europeos se están preparando para una intervención militar.

¿Cuál es, por tanto, la respuesta burguesa a esta tragedia? Las operaciones de la policía, disfrazada como acción humanitaria bajo el manto de la ONU y de su Alto Comisionado para los Refugiados; como se hizo en el Líbano en 2006, movilizando a la marina, al ejército de tierra y al de aire.

La burguesía capitalista europea no tiene otra respuesta para dar. Después de haber causado las condiciones económicas y sociales de miseria y de desesperación de enormes masas de seres humanos, después de haber saqueado tierras, mares y subsuelos, de haber puesto a tribus contra tribus y explotado a más no poder sus conflictos religiosos entre suníes y chiíes y entre musulmanes y cristianos, destruido países enteros y dejado en herencia en los países, en su momento colonias, condiciones de extrema miseria y de subdesarrollo en los cuales mandan bandas armadas y traficantes de droga, de armas y de seres humanos; después de haber vuelto inservible la vida de poblaciones enteras, la burguesía capitalista europea que ha aterrorizado el mundo con sus capitales, con sus guerras comerciales y con sus guerras sucias, sale a la palestra y, frente a la última masacre en el mar, no se avergüenza de decir “basta”, se golpea el pecho y declama: “nunca más una tragedia como esta”…hasta la próxima masacre.

Estos muertos, por lo tanto, no serán los últimos. La presión de las condiciones económicas y de vida insostenibles para millones de hombres y de mujeres no cesará gracias al casco de policía internacional de la ONU que irá a las playas y los puertos de Libia a “acabar con el tráfico de seres humanos”, como no ha cesado después de la “primavera árabe” y la “caída de los dictadores” en Túnez y en Egipto, como no ha cesado después de la guerra “americana” en Irak y en Afganistán o los bombardeos en Libia; como no ha cesado en los países del Sahel, del Cuerno de África y en Yemen. El capitalismo no es sólo desarrollo económico: es, al mismo tiempo, acumulador de contradicciones y de tensiones económicas y sociales traídas por las inevitables crisis generadas por el mismo desarrollo capitalista; y los medios que las clases dominantes burguesas adoptan para afrontar y superar las crisis no hacen otra cosa que volver a acumular factores de crisis aún más agudos. El capitalismo crea y recrea las condiciones para crisis cada vez más profundas hasta que “la solución” que adopten las burguesías más potentes del mundo sea la guerra generalizada, mundial, como ya en 1914 y en 1939.

Es en función de esta perspectiva que se leen las tragedias en las cuales los migrantes se ahogan por miles en el Mediterráneo. Contra este presente y este futuro de esclavitud, de miseria y de muerte, no hay solución burguesa, no hay plegaria que pueda acabar con ellas: habrá siempre una tragedia después de otra. El corazón del problema está en el modo de producción, está en el capitalismo, en la sociedad levantada sobre la propiedad privada y sobre la apropiación privada de los productos del trabajo humano, en la sociedad dividida en clases, en una palabra: en la sociedad burguesa.

Sólo una lucha que comprenda la lucha contra la miseria, contra la opresión, contra la explotación, pero que no se quede en los límites del cuadro social existente y que no se mantenga respetuosa con las reglas políticas y sociales que las clases dominantes burguesas se han dado para asegurarse la continuidad en el poder; sólo una lucha que reconozca el antagonismo entre la clase de los trabajadores asalariados, que representa a la gran mayoría de los hombres, y a la clase de los propietarios y de los capitalistas, es decir, la clase burguesa; sólo una lucha que se dirija no hacia las reformas, los cambios de gobierno y de personal político, sino hacia el gran objetivo de revolucionar completamente la sociedad y, por lo tanto, la lucha de clase llevada hasta el fin, hasta la conquista del poder político por parte de la clase proletaria, para la liquidación de la dictadura burguesa e imperialista y la instauración de la dictadura del proletariado; sólo esta lucha revolucionaria prevista por el marxismo en la mitad del siglo XIX cuando el capitalismo se estaba imponiendo en todo el mundo, llevará a la solución definitiva de todas las causas profundas, económicas, de la explotación del hombre por el hombre, de la miseria, de todo tipo de opresión y de guerra. En esta perspectiva luchan y combaten los comunistas revolucionarios, organizándose en el partido de clase que mañana tendrá la tarea de guiar la lucha de clase en todos los países hacia la revolución, la dictadura proletaria y la transformación de la sociedad dividida en clases en una sociedad sin clases, sin antagonismos de clase, sin opresión de algún tipo: en la sociedad comunista.

 

 

Partido Comunista Internacional

22 de Abril de 2015

www.pcint.org

 

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