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Primero de Mayo

¡Una jornada de lucha proletaria que sólo podrá revivir volviendo a batirse sobre el terreno del antagonismo de clase en defensa exclusivamente de los intereses de clase proletarios!

 

 

¡Proletarios!

 

El Primero de Mayo, gracias a la obra llevada a cabo durante varias décadas por el oportunismo pequeño burgués ha perdido completamente el significado proletario y de batalla que el proletariado revolucionario de comienzos del siglo XX le había impreso sobre la onda de las gloriosas y tenaces luchas contra el capitalismo y contra cualquier burguesía dominante.

El Primero de Mayo se ha transformado, ya desde hace mucho tiempo, en un día de fiesta como lo es cualquier domingo. La única pequeña ventaja, para los proletarios que no hacen su turno ese día y que no están obligados a trabajar en las empresas que les explotan por pura necesidad de sobrevivir, es que es un día en el que no se va a trabajar para el patrón. Desde hace años, las manifestaciones organizadas por los sindicatos colaboracionistas son únicamente inútiles e impotentes procesiones en las cuales se alzan himnos al derecho al trabajo – derecho sistemáticamente conculcado- y a la paz social – que es cómoda únicamente para los capitalistas porque significa explotar la fuerza de trabajo asalariada sin ninguna resistencia por su parte.

La clase burguesa dominante, con la colaboración activa de las asociaciones pequeño burguesas, de los partidos oportunistas y de los sindicatos colaboracionistas celebra así, cada año, no sólo la sumisión del proletariado a su dominio y a las exigencias del capitalismo, sino también a la participación de los esclavos asalariados en la fiesta del Capital. El Primero de Mayo, en realidad, de ser un día de lucha de todos los proletarios que se encontraban unidos en un único frente de clase se ha transformado en una jornada de fiesta para el Capital, precisamente porque los proletarios, en vez de rechazar el apoyo a la economía empresarial y nacional a través de las reformas y la colaboración para lograr una mayor productividad y competitividad, se han plegado a las exigencias de la economía capitalista y de la sociedad burguesa levantada sobre esta.

La burguesía ha propagado continuamente la idea de que el modo de producción capitalista es el único sistema económico en condiciones de satisfacer las necesidades de todos los habitantes de la tierra. Para la burguesía, de hecho, la sociedad actual representa la civilización, lo mejor a lo que el hombre puede aspirar, el progreso que se desarrolla cada vez más en todos los campos de la ciencia y de la técnica después de haber superado el oscurantismo, la violencia y el atraso de la Edad Media. Para los burgueses, con el capitalismo la historia de la humanidad ha alcanzado su objetivo final y la única cosa que queda por hacer es “mejorar” todos los aspectos que no funcionan bien, todas las desigualdades que se forman y todos los enfrentamientos, incluso los violentos, que explotan regularmente, como si estas desigualdades y estos enfrentamientos fuesen el resultado fatal de un funcionamiento social que aún no está en equilibrio.

La burguesía no tiene problema en admitir que existen muchos aspectos, tanto económicos como sociales, que “equilibrar”: las desigualdades, la disparidad, la distancia sideral entre ricos y pobres, la competencia desenfrenada a nivel global, las crisis con consecuencias durísimas para todos aquellos que son despedidos o que no son contratados, para los parados, para los jóvenes, para las masas empobrecidas de los países más pobres o más atrasados desde un punto de vista capitalista. Todas las cosas que, según la clase dominante, pueden ser arregladas, con el auxilio de la buena voluntad y de buenas reformas. Si, por un lado, existen capitalistas y jefes políticos  malvados y que se dan a la mala vida, que se aprovechan de la población para sembrar odio y violencia, por el otro existen capitalistas y jefes políticos más iluminados, democráticos y de buen ánimo que tratan de aliviar los sufrimientos de la pobre gente con leyes y reformas pensadas para dar soluciones, y que intentan vencer el odio y la violencia con llamamientos a la civilización y a la paz, al humanitarismo y a la fe religiosa. A los capitalistas y a los políticos corruptos y criminales se contraponen los capitalistas y los políticos correctos, respetuosos con las leyes y que se empeñan en que los pobres, los trabajadores asalariados, los desocupados, los inmigrantes, tengan al menos el mínimo indispensable para sobrevivir.

La colaboración de clase que los burgueses piden, y en un cierto sentido consiguen, de los proletarios, debería servirles precisamente para que los capitalistas y los políticos respetuosos de las leyes tuvieran éxito, logrando así acabar con la criminalidad, la corrupción, el mal hacer, el odio y cualquier tipo de violencia.

Pero la violencia económica, social, política y militar es congénita a la sociedad burguesa, porque esta es una sociedad nacida de la violencia con la cual ha combatido contra la sociedad feudal formando una nueva sociedad dividida en clases antagónicas. El antagonismo de clase no cae del cielo, no es el resultado de una “elección” individual, sino que funda sus raíces en el mismo modo de producción capitalista que se basa en la propiedad privada y en la apropiación privada del producto social, a partir de la expropiación violenta de las tierras y de las tiendas artesanales transformando a la gran masa de campesinos y de pequeños artesanos en proletarios, es decir, de fuerza de trabajo sin reservas, constreñida a venderse a los capitalistas para poder sobrevivir. Las relaciones de producción y de propiedad burguesas que dominan en la sociedad con el desarrollo del capitalismo no han cambiado en lo fundamental desde que el capitalismo se impuso a los modos de producción precedentes. Lo que ha cambiado, con el desarrollo del capitalismo, es la extensión a todo el mundo de sus leyes económicas desde que su sistema se impuso partiendo de Inglaterra y Francia.

La mayor parte de la población mundial no está formada por propietarios de tierras y por capitalistas industriales, comerciales o financieros, sino por proletarios y campesinos pobres. La minoría de los capitalistas domina, oprimiéndola, sobre la gran mayoría de los explotados de todo el mundo. El antagonismo de clase entre burgueses y proletarios es una realidad que las leyes del capitalismo no pueden y no podrán, jamás, superar. Los intereses de la burguesía coinciden con la explotación del trabajo asalariado y con el mantenimiento de los trabajadores asalariados en su condición de explotados perennes; los intereses del proletariado, la verdadera fuerza de trabajo que produce la riqueza social general, están en abierto enfrentamiento con los intereses burgueses porque implican la superación de las condiciones de explotación perennes y, por lo tanto, con su propia liberación de la esclavitud.

Y es precisamente reconociendo este antagonismo como el proletariado, en el curso de su desarrollo y de su movimiento de clase, ha lanzado su lucha, desde el terreno de la defensa inmediata de sus condiciones de vida y de trabajo, al terreno, más amplio, político, para la revolución en las condiciones de vida y de trabajo, con el fin de eliminar de la sociedad las condiciones de la explotación capitalista para sustituirlas con condiciones de vida y de trabajo liberadas de todo tipo de opresión y de constricción esclavista. Los motines, las revueltas, las luchas duras y violentas con las cuales los proletarios, en el curso de la historia han alcanzado cimas de gran importancia, como en el caso de la Comuna de París de 1871 y de la Revolución de Octubre de 1917, demuestran la corrección de la teoría marxista según la cual el capitalismo, y por lo tanto la sociedad burguesa, no es sólo una sociedad dividida en clases antagónicas –si bien mucho más desarrollada y avanzada técnicamente respecto a todas las sociedades precedentes- sino que es la última sociedad dividida en clases en cuyo seno está naciendo una nueva sociedad, la sociedad sin clases, la sociedad de especie.

 

¡Proletarios!

 

El nacimiento de la nueva sociedad, que el marxismo ha llamado comunismo, como sucede en cualquier parto, no será indoloro. Será el resultado de un proceso revolucionario que verá a los dos antagonistas principales de la sociedad burguesa, proletariado y burguesía, enfrentarse por la vida o por la muerte. De hecho, ¡fue en la perspectiva de la revolución proletaria y comunista que nació el Primero de Mayo rojo, el Primero de Mayo proletario!

La burguesía, con el gran poder que ahora posee, no tiene miedo de sus propias contradicciones, de sus propias crisis, de las desigualdades que genera continuamente. No tiene ningún miedo de desencadenar una lucha de competencia en el terreno mundial que provoque miseria y desastres en tantos países; no tiene miedo, cuando la lucha de competencia se hace tensísima y no encuentra salidas, de desencadenar guerras locales o mundiales. Ha sucedido continuamente y sucede aún hoy. No tiene miedo del movimiento obrero organizado o de sus luchas, como sucedió con los motines del Berlín en 1953, en 1956 en las luchas húngaras, con las huelgas de los mineros americanos o ingleses, en las grandes huelgas del ´68 en Francia, en las huelgas de los años a caballo de 1970 en Italia y Alemania, en el gran movimiento de las huelgas polacas de 1980; y tanto menos tiene miedo de los atentados de los grupos de lucha armada de la extrema izquierda en Italia, Francia, Alemania o España. La burguesía no tiene ningún miedo de los movimientos del fundamentalismo islámico que en los últimos treinta años han sometido a una dura prueba a las fuerzas del orden, a los servicios secretos y a los ejércitos, incluso, de los países más potentes como los Estados Unidos y Rusia. Estos movimientos o han sido desviados y vueltos impotentes por la obra capilar del oportunismo estalinista y socialdemócrata, que dicen poder favorecer a los intereses proletarios con las reformas burguesas, o son únicamente movimientos pequeño burgueses y burgueses que han tratado y tratan de insertarse violentamente en la lucha de competencia entre los ladrones más fuertes con el fin de hacerse con una parte de las fuentes de riqueza capitalista.

De lo que la burguesía tiene verdadero miedo es del despertar de clase del proletariado. Del hecho de que los proletarios vuelvan a las tradiciones revolucionarias de un tiempo, de que se organicen independientemente de las fuerzas de la conservación social tanto sobre el terreno económico inmediato como sobre el terreno político más general; el hecho de que los proletarios reencuentren en su lucha la única arma con la que oponerse verdadera y eficazmente a la competencia entre proletarios que la burguesía alimenta sistemáticamente: ¡la solidaridad de clase!

El Primero de Mayo proletario ha sido el símbolo de esta solidaridad de clase: en esta jornada los proletarios de cualquier edad, sexo, sector laboral, nacionalidad, ocupados, desocupados, se unían en manifestación reivindicando la misma lucha contra los capitalistas, sin importar si eran capitalistas privados o públicos, pequeños o grandes, respetuosos de las leyes o criminales. Hoy, gracias a la obra derrotista y corruptora de las fuerzas de la conservación social travestidas de “fuerzas trabajadoras”, sean estas sindicales o políticas, no sólo el Primero de Mayo, sino cualquier otra manifestación “obrera”, se han transformado en un himno a la unión nacional, a la colaboración de clase: ¡la fiesta del Trabajo se ha convertido en fiesta del Capital!

No es por casualidad que la clase burguesa dominante gasta tantos recursos y tantas energías para ilusionar, engañar, desviar a la clase del proletariado: es sólo de esta clase, de la clase de los sin reservas y de los sin patria de la que puede emerger el verdadero peligro histórico su poder. Basta imaginar qué sucedería si todos los proletarios, no sólo de un sector económico, sino de todos los sectores y de toda una nación hiciesen una huelga general, sin preaviso y sin límites de tiempo, determinados a obtener satisfacción a sus reivindicaciones incluso más elementales. El sistema económica general se detendría, la máquina de producción y reproducción del capital no funcionaría a pleno ritmo, los beneficios se hundirían, una buena parte de los capitalistas nacionales se arruinaría, la economía nacional entraría en una crisis profunda. La clase dominante burguesa usaría todas sus fuerzas de represión para someter de nuevo a los proletarios a la disciplina de la fábrica haciéndoles volver al trabajo, desencadenaría cualquier tipo de chantaje en sus enfrentamientos y llamaría en su ayuda a los burgueses de otros países; también los proletarios de otros países serían llamados, y empujados, a la solidaridad de clase, y el antagonismo de clase se transformaría en “guerra de clase”. Lo que estaría en juego no serían ya las reivindicaciones económicas inmediatas, sino el mismo poder político: o poder burgués o poder proletario. Todo esto puede ser tomado por una película, por un sueño, lejano, a miles de kilómetros de la realidad actual. Pero es una película que los burgueses han visto en 1871 en París, durante la guerra entre Francia y Prusia y, en 1917, en plena guerra mundial. No es, por lo tanto, algo inverosímil.... Entonces había un movimiento proletario en pie, organizado sobre el terreno de clase, había una experiencia de luchas pasadas y movimientos y partidos políticos obreros influyentes sobre la clase proletaria. Derrotado el movimiento revolucionario proletario de los años a caballo de 1920, la contrarrevolución burguesa y estalinista llevó al movimiento proletario, no sólo europeo sino mundial, al cauce de la colaboración de clase que ya el fascismo había experimentado eficazmente. Desde entonces, el movimiento ha estado plegado, a veces con facilidad, a veces mediante la violencia, a todas las exigencias de las propias burguesías nacionales, ya sea para la reconstrucción postbélica, como para las empresas coloniales y en la represión de los motines anticoloniales, o en las guerras sucias en Corea o Camboya, en Vietnam, Congo, Centro América, Angola, Mozambique, en todo el Medio Oriente, en el Centro de América, en Angola, en Mozambique, el Medio Oriente, el Cuerno de África, el África Subsahariana, en los Balcanes, en el Cáucaso, en Afganistán... en suma, en cualquier parte del mundo donde los países imperialistas decidían que era necesario defender sus propios intereses de ladrones.

No hay duda de que hoy, dadas las condiciones de sometimiento de todas las organizaciones sindicales obreras y de los partidos considerados “socialistas” o “comunistas” al poder burgués, el proletariado no está, en absoluto, en condiciones de ir a la lucha, ni siquiera para defender las propias condiciones elementales de vida y de trabajo. El trabajo del colaboracionismo político y sindical ha sido realmente muy, muy eficaz; los burgueses pueden estar satisfechos, y lo están, con poder contar con una amplia capa de lacayos que realizan su trabajo de confusión, ilusión y desviación de los proletarios con el fin de que no tomen la vía de la lucha de clase.

 

¡Proletarios!

 

El Primero de Mayo podrá volver a ser una fecha de lucha solidaria del proletariado de cualquier país sobre el terreno de la defensa inmediata y de las reivindicaciones políticas clasistas sólo cuando la lucha obrera parcial, de fábrica, de sector, sea conducida con métodos y medios clasistas, por lo tanto rompiendo claramente con las prácticas colaboracionistas y con las ilusiones inculcadas por la fuerza por el oportunismo político y sindical de que es posible defender eficazmente con los medios ofrecidos por la burguesía: el diálogo, los tratos, la negociación sobre la base de la colaboración entre clases.

La paz social es un objetivo importante para los oportunistas, porque en la paz social ellos, desplegando sus artes de negociación y de contratación, pueden justificar, a los proletarios, su función de “delegados obreros” ante los patrones y el Estado y, a los burgueses, su función de bomberos ante los proletarios. Desde el punto de vista de la lucha de clase, romper la paz social no quiere decir tanto manifestar la rabia acumulada en el tiempo por las consecuencias de las condiciones intolerables de vida y de trabajo, explotando en actos de fuerza y respondiendo con la propia violencia a la violencia de la represión (patronal o estatal, siempre con violencia represiva), sino adoptar sistemáticamente métodos y medios de lucha coherentes con la defensa intransigente de todas las clases sociales. Para llegar a este nivel de lucha obrera es evidente que son necesarias organizaciones clasistas independientes de las exigencias de la patronal y del Estado, que estén en condiciones de perdurar en el tiempo y de acumular las más diversas experiencias de lucha y sacar las lecciones de las derrotas de manera que no se parta, cada vez, de cero. Pero para organizarse de manera independiente de cualquier fuerza y práctica oportunista y conservadora, es necesario comenzar por rechazar las prácticas colaboracionistas, los métodos y medios de la lucha impotente indicados por los sindicatos colaboracionistas, unir desde abajo las exigencias proletarias inmediatas y organizarse sobre plataformas de lucha que las pongan como prioridad. La reorganización de clase no podrá nunca ver la luz si no se parte de las exigencias elementales de vida y de trabajo del proletariado, incluso en el medio parcial y local, y si no se resiente en el tiempo también frente a los fracasos y las derrotas, con la conciencia de que “la unión hace la fuerza”, sólo si esta unión se basa en el empuje material de aceptar una realidad que es ocultada sistemáticamente por burgueses y oportunistas: el antagonismo de clase, un antagonismo sobre el cual la burguesía funda su acción contra el proletariado, incluso cuando lo oculta bajo los vestidos de los intereses “comunes”.

La reorganización de clase del proletariado deberá contar únicamente con las fuerzas sanas del proletariado y podrá contar siempre, en cualquier circunstancia de altas o bajas de la lucha, con el partido de clase, el partido comunista revolucionario, que es el órgano consciente de la lucha de clase del proletariado internacional. La visión política general manifestada por el partido de clase vincula las luchas sobre el terreno inmediato y las luchas políticas inmediatas del proletariado tanto a las luchas proletarias y revolucionarias del pasado como a las luchas proletarias futuras: es el único vínculo histórico válido que el proletariado tiene a su disposición como clase, y como clase revolucionaria en particular, aun cuando durante largos periodos de tiempo no ha sido una clase revolucionaria.

Luchar por la disminución drástica de la jornada de trabajo; por el aumento del salario; por el salario completo para los despedidos, los desocupados y los pensionistas; por la paridad salarial, a igual trabajo, tanto para hombres y mujeres como para trabajadores autóctonos y trabajadores extranjeros; por una limitación consistente de los ritmos de trabajo y de la acumulación de tareas laborales; por la defensa de la salud en el trabajo; contra la falta de medidas de seguridad y contra la nocividad: son algunas de las reivindicaciones de carácter general que interesan a todos los proletarios, no importa si son hombres o mujeres, pertenezcan al sector laboral que sea o tengan una u otra nacionalidad.

Cualquier reivindicación, incluso mínima, que no pueda ser compartida por la burguesía y la pequeña burguesía, y que vaya contra la competencia entre proletarios, es en realidad un punto a favor de la unificación de clase del proletariado, es un punto fuerte de más para la lucha proletaria y un punto fuerte de menos para la patronal y la burguesía. Y entre los medios de lucha clasista no podrán faltar nunca las declaraciones de huelga sin preaviso y sin límites así como las varias acciones que se consideren oportunas en determinadas situaciones para la defensa de la huelga y de los huelguistas frente a las acciones de esquirolaje y represión policial. Naturalmente, la organización proletaria de clase no aceptará nunca que formen parte de ella quienes no sean proletarios, trabajadores asalariados puros, ocupados o desocupados, hombres o mujeres, autóctonos o extranjeros, porque que una organización de clase sea compacta se logra solo cuando es exclusivamente clasista. Además, la filiación y la participación en las organizaciones de clase, para ser legales, deben someterse al control económico y personal de la patronal o del Estado: independencia absoluta, por tanto, también desde este punto de vista.

Hacer pasar reivindicaciones de este tipo en los aparatos sindicales colaboracionistas es prácticamente imposible. Esto no quiere decir que los proletarios combativos, aún no siendo comunistas revolucionarios, no puedan presionar sobre los sindicatos en los que están inscritos para que la lucha de fábrica tome una dirección de clase y no oportunista. Queda en pie el problema de la formación de un asociacionismo económico de signo exclusivamente proletario y de clase; los pasos para llegar a este objetivo pueden partir tanto del exterior de los sindicatos colaboracionistas como de su interior, pero en este último caso sólo a través de una ruptura con las prácticas colaboracionistas.

La vía para la reanudación de la lucha de clase y para la reorganización clasista del proletariado es inevitablemente larga, difícil y llena de riesgos. Puede ser desviada tanto con los medios tradicionales del oportunismo colaboracionista, como a través de movimientos sociales que emergen del malestar general que golpea no sólo al proletariado sino, también, a los estratos pequeño burgueses. Sucedió con los movimientos del ´68, sucedió con los movimientos anti nucleares de los años ´70, sucedió con los movimientos feministas de los años ´70-´80 y puede suceder hoy con el recién nacido movimiento contra el cambio climático. Todos ellos son movimientos que, partiendo de un malestar real, económico, social, ambiental, tienden a representar no intereses de clase, sino intereses “comunes” a todas las clases sin poner en discusión la estructura misma de la sociedad capitalista. El mecanismo que opera en estos movimientos es el mismo mecanismo ideológico que pone la defensa de la democracia contra cualquier totalitarismo, la defensa de la paz contra cualquier guerra, la defensa de la civilización contra cualquier “incivismo”, mecanismo que acaba antes o después en la defensa de la patria contra cualquier “agresor” justificando así la guerra de la propia clase dominante burguesa.

La dirección que debe tomar la lucha proletaria y el movimiento proletario es una dirección de clase, si no quiere continuar dependiendo totalmente de la ideología burguesa dominante y de las exigencias económicas, sociales, políticas y militares de la burguesía de su propio país. El Manifiesto de Marx-Engels de 1848 termina con un grito de batalla en absoluto genérico o populista: Proletarios de todos los países, ¡uníos!

 

¡Por un futuro Primero de Mayo rojo!

¡Por la reanudación de la lucha de clase en cualquier país!

¡Por la reorganización de clase del proletariado de cualquier país!

¡Por el partido comunista revolucionario!

 

 

Partido Comunista Internacional (El Proletario)

26 de Abril de 2019

www.pcint.org

 

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