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Vivan los violentos de Linares

¡Contra el desempleo, la miseria y la represión policial, que estalle la rabia proletaria!

 

 

Linares, un pueblo de Jaén con aproximadamente 60.000 habitantes es un ejemplo perfecto de la realidad que se sufre en miles de barrios y pueblos obreros de todo el país. Según el Instituto Nacional de Estadística, casi un 45% de la población está en paro, lo que le coloca a la cabeza del listado de municipios por tasa de desempleo. Por otro lado, 1.200 familias tienen que recibir algún tipo de ayuda económica por la situación de pobreza extrema que padecen. Aunque históricamente la región de Linares-La Carolina ha sido una zona industrial importante, primero por los asentamientos mineros en los que hasta mediados del siglo XX se extraía plomo y, después, por el establecimiento en la zona de la empresa metalúrgica Santa Ana, antecedente de la automovilística Santana Motor y que llegó a emplear a casi 4.000 obreros en su momento de mayor producción, la zona se ha “reconvertido al sector terciario”, es decir, toda la industria ha desaparecido y, a parte de las pocas cooperativas agrarias que existen, el único empleo posible para la población es en el pequeño y gran comercio. Desde que en 2011 la empresa Santana Motor, que había sido puesta bajo propiedad pública de la Junta de Andalucía en 1995, después de que Suzuki, principal accionista de la empresa, optase por dejar de producir sus vehículos en ella, Linares se ha convertido en un exportador de inmigración: el número de habitantes, de nuevo según el INE, ha caído un 6% en la última década como consecuencia de la huida sobre todo de los jóvenes que están en edad de trabajar y que no encuentran empleo en la localidad.

La crisis económica que ha seguido a la pandemia de la Covid-19 ha agravado la situación: una de las pocas grandes empresas que todavía están instaladas en la localidad, El Corte Inglés, ha anunciado que cerrará su centro del pueblo en marzo ante la bajada drástica de las ventas desde hace un año. Hace tan sólo un mes, la prensa local daba la noticia de una nutrida manifestación de vecinos del pueblo a las puertas de estos grandes almacenes con el objetivo de apoyar a la plantilla y criticar la trágica situación por la que pasa el pueblo. Esta manifestación se sumaba a la manifestación en vehículos del pasado 7 de febrero, realizada con las mismas reivindicaciones, y, más lejanamente, a la gran manifestación de septiembre de 2017 contra la decadencia económica de la región.

¿Qué respuesta han recibido los proletarios de Linares después de sus protestas pacíficas y sus llamadas al diálogo con las instituciones nacionales y autonómicas? La represión más dura y contundente.

Como es sabido, el pasado viernes 12 de febrero, dos policías nacionales de paisano golpearon salvajemente a un vecino del pueblo y a su hija menor de edad. Rápidamente la mecha prendió. Miles de vecinos del pueblo, especialmente vecinos jóvenes, acudieron a los juzgados para protestar por lo sucedido y exigir castigo para los culpables. La respuesta de la policía no se hizo esperar: los agentes que estaban presentes cargaron contra los manifestantes, disparando salvas al aire, golpeando a cualquiera que pasase por la calle… mientras esperaban la llegada de antidisturbios de refuerzo de Granada y Jaén. Una vez estos hicieron acto de presencia, el pueblo se convirtió en un campo de batalla. Las imágenes que han salido a la luz, difundidas sobre todo por redes sociales, dan idea de lo sucedido: la Policía Nacional disparando con fuego real, coches de paisano de los que se bajan agentes de la policía secreta para dar una paliza y detener a algunos jóvenes, disparos con balas de goma a bocajarro… Una verdadera demostración de fuerza contra un pueblo básicamente proletario que vio en la violencia policial la gota que colmaba el vaso de décadas de frustración y pobreza. Por su parte, los manifestantes no se dejaron arredrar: en varias ocasiones los policías tuvieron que retroceder, uno de sus coches ardió, etc. Aunque a día de hoy todavía quedan dos jóvenes ingresados en el hospital por los disparos con arma de fuego que hizo la policía, la victoria ha sido de los proletarios que salieron a la calle: la fuerza y la determinación que mostraron su capacidad para combatir el enésimo de los agravios a los que la burguesía y su Estado les someten a diario, ha dado ejemplo. La rabia proletaria, la respuesta espontánea pero contundente que dieron a la policía, fuera de los estériles cauces democráticos y pacíficos mediante los cuales se desmoraliza y rinde a quienes se ven arrastrados a ellos para luchar, ha mostrado la fuerza que la clase proletaria puede llegar a tener.

 

Después de la crisis económica de 2007-2013, que disparó el desempleo, hizo descender los salarios, etc.; después de la crisis sanitaria y social causada por la pandemia, que ha supuesto más de lo mismo, reduciendo a la pobreza extrema a centenares de miles de proletarios por todo el país y frente a la más que segura crisis que las economías de todo el mundo ya empiezan a mostrar, estas escenas de la guerra de clases van a hacerse cada vez más comunes.

Se trata de estallidos espontáneos, de una tensión que sube rápidamente como la espuma para luego descender como si nada hubiera pasado, quedándose como mucho en imágenes de disturbios violentos que no parecen dejar nada tras su finalización. Pero se trata de pequeños jalones de una lucha de clase que hoy es subterránea pero que tarde o temprano emergerá a la superficie.

La clase proletaria lleva décadas habituada a las políticas de colaboración con la burguesía dirigidas por los partidos y sindicatos llamados obreros y justificadas por unas concesiones, cada vez menores, que la propia burguesía da a determinados sectores del proletariado como compensación por el agravamiento generalizado de las condiciones de existencia de la mayor parte de los proletarios. En Linares conocen la historia perfectamente: con la crisis capitalista de los años ´70, la industria de la automoción, que era el principal sostén del pueblo, dejó de ser rentable en términos económicos. La burguesía local, nacional e internacional era perfectamente consciente de los graves problemas sociales que el cierre de las empresas de la zona hubiera supuesto y adoptó una política de liquidación por etapas: periódicamente se despedía a una parte de los trabajadores, por lo general los más jóvenes, en forma de no renovación de contratos, limitación de la producción, etc. En estas ocasiones, el golpe se circunscribía a un pequeño sector de proletarios mientras se ponía en marcha una serie de amortiguadores que mantenían la tensión en niveles aceptables: subsidios de desempleo, prejubilaciones, etc. Llegado el punto en que incluso estas medidas fueron insuficientes, fue el propio Estado el que asumió el desmantelamiento de la industria, nacionalizando la empresa principal Santana Motor, y corriendo con los gastos de su cierre por fases: mientras que los proletarios de las industrias auxiliares iban al paro, la ilusión de un “plan de reindustrialización”, de una recuperación o cualquiera de estos cuentos, se mantenía porque el empleo no se liquidaba de golpe y las organizaciones oportunistas políticas y sindicales (PCE e Izquierda Unida, CC.OO. y UGT) gestionaban la lenta agonía de los trabajadores que aún quedaban con empleo. Finalmente, fueron los propios trabajadores de Santana Motor, a los que la Junta de Andalucía había hecho responsables de la empresa, los que acabaron votando por su cierre en 2005, poniendo fin a una muerte anunciada desde hacía 20 años.

Hoy, cuando todas estas medidas de conciliación y dilación del conflicto han mostrado sus resultados, la propia burguesía tiene poco margen de maniobra. Los recursos con los que antaño financiaba esos amortiguadores sociales con los que podía aspirar a mantener la paz social se han agotado o están a punto de hacerlo. No hay vías de negocio alternativas con las que hacer fantasear a los proletarios que aún conservan su empleo. La realidad de pueblos y barrios enteros degradados como consecuencia del paro y la pobreza en aumento es un hecho y, junto a ella, el incremento de la presión que se ejerce sobre los proletarios, en forma de violencia policial, delincuencia consentida por las autoridades para aterrorizar a la población, etc. es también innegable.

Situaciones como la vivida en Linares no van a acabar de golpe con décadas de colaboración entre clases, no van a liquidar sin más la influencia que todas las corrientes anti obreras políticas y sindicales tienen entre los proletarios. Pero, al mostrar de manera evidente el conflicto real que atraviesa a toda la sociedad burguesa, al ejemplificar en la violencia policial la situación real que padecen los proletarios y al obligar a estos a defenderse rompiendo con todos los corsés democráticos y pacifistas con los que durante décadas han sujetado su cuerpo social, suponen sacudidas que contribuirán a resquebrajar el andamiaje social y mostrar claramente la necesidad de una lucha de clase ya no espontánea, no limitada a la respuesta a un agravio particular, sino abierta, organizada y generalizada.

En Linares ha tenido lugar un verdadero estallido social. Los medios de comunicación, los portavoces de los gobiernos local, autonómico y nacional, los jueces, las organizaciones policiales… Todos aquellos que han pasado por alto que la policía entró a matar en el pueblo para restablecer el orden, llaman ahora a los jóvenes obreros de Linares a mantener la calma, a entender que todo ha sido un error, unas “manzanas podridas” en un cesto limpio por lo demás… Pero los proletarios, de Linares y del resto de pueblos y ciudades, pueden tener una cosa clara: a medida que la crisis económica y social crezca, a medida que la burguesía ponga sobre la mesa sus exigencias en forma de agresiones contra las condiciones de existencia de los proletarios y sobre todo si estos responden a estas luchando, la represión de todo tipo va a acrecentarse. Tanto sobre el plano mediático como sobre el político o el judicial, la clase burguesa tiene cada vez más necesidad de romper cualquier tipo de respuesta o resistencia que los proletarios puedan oponer, porque es la propia burguesía la que ya no tiene dudas acerca de si estos proletarios saldrán a la arena a luchar, sino que simplemente duda acerca de cuándo lo harán y si podrá contenerlos con las armas de que dispone.

Por su parte, la clase proletaria debe extraer de este tipo de estallidos las lecciones que le permitan ir más allá. La clase burguesa en su conjunto puede matar de hambre a un pueblo entero, puede, por las exigencias que le impone la economía capitalista de la que ella no es otra cosa que un agente, condenar al desempleo a decenas de miles de proletarios y puede, como respuesta a la rabia que se acumula, dar rienda suelta a su policía para que imponga el orden a base de fuego. Y por ello, es la clase proletaria la que debe asumir el envite. Debe plantear la lucha en los mismos términos en los que le viene dada: si la burguesía defiende sus intereses, el proletariado debe hacerlo también. Si la burguesía, llegado un punto, no tiene nada que ofrecer ni negociar, el proletariado tampoco. Si la burguesía emplea toda su fuerza contra quienes le presentan un mínimo de resistencia, el proletariado debe ser capaz de desarrollar su propia fuerza, que es la de la organización, la de la lucha por la defensa de sus intereses de clase por encima de cualquier división de sexo, raza, edad, etc. Si la burguesía dispone de la policía, los medios de comunicación, la Justicia, etc. como herramientas de lucha, el proletariado debe encontrar las suyas propias: la solidaridad de clase, la defensa de los sectores más débiles, la organización permanente. Si la burguesía, en fin, se presenta como una clase con unos intereses únicos y monolíticos que impone mediante su dictadura de clase, cualquiera que sea la forma que esta adopte la clase proletaria debe ser capaz de superar también la lucha inmediata y espontánea y salir al terreno de la lucha política, de la lucha por la conquista del poder, por la destrucción del Estado de clase burgués y la implantación de su propia dictadura de clase, ejercida a través del Partido Comunista, internacional e internacionalista, de acuerdo a una doctrina y un programa que son los del marxismo revolucionario.

 

 

Partido Comunista Internacional (El Proletario)

17 de febrero de 2020

www.pcint.org

 

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