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Italia

La inundación de las Marcas es sólo la última de las catástrofes italianas que los poderes burgueses, desde el Estado hasta las regiones, no han hecho nada por evitar

 

 

En la noche del 15 al 16 de septiembre, una tormenta de gran intensidad y duración, que descargó más de 420 milímetros de lluvia en pocas horas, provocó la crecida y el desbordamiento del río Misa y sus afluentes, arrastrando todo el valle del Misa hasta Senigallia.

Por supuesto, las autoridades responsables hablan de un acontecimiento extremo y, en este caso, de un acontecimiento tan repentino e imprevisible que no era posible prevenirlo.

Pero basta con retroceder ocho años, hasta mayo de 2014: ya había ocurrido un suceso similar, exactamente en la misma zona, con el mismo río; en aquella ocasión fue Senigallia, donde el Misa desemboca en el Adriático, la que quedó sumergida por el agua y el barro. Hubo tres muertes. La Misa, a pesar de su carácter torrencial, lleva tiempo demostrando de qué desastres es capaz.

Según el Plan de Emergencia de Protección Civil del municipio de Senigallia (véase Il Manifesto, 17.9.2022), se produjeron episodios de inundación en la ciudad cada 8 años desde 1892 hasta 2014. ¡En 2014, "en tres horas, el nivel del río Misa pasó de estar por debajo del nivel de alerta a estar por encima del nivel de alarma, alcanzando los 6,00 metros"! Así que el evento extremo era muy predecible. Sin embargo, "En la abigarrada mezcla del Ispra", prosigue Il Manifesto, "no prevé ninguna zona de la región de Las Marcas con escenarios P3, de alta peligrosidad”. Es evidente que los datos recogidos, por un lado, no sirven para quienes deben intervenir en la zona. Por otra parte, toda Italia es una zona de riesgo hidrogeológico: lo oímos continuamente en todos los programas que tratan del medio ambiente y cada vez que una catástrofe como ésta pone de manifiesto el problema. Sin embargo, la gente sigue sin intervenir; o mejor dicho, interviene embalsando los ríos, construyendo en las orillas, deforestando, consumiendo el suelo e ignorando las futuras catástrofes.

Pues bien, esta vez, la masa de agua y lodo barrió los municipios del interior de Ancona y Pesaro, en particular Ostra, Pianello di Ostra, Cantiano, Barbara, Trecastelli, Catellone di Suasa y Senigallia. Hasta la fecha, hay 11 muertos y 2 desaparecidos y más de 50 heridos, algunos arrastrados por la furia del agua, otros sumergidos en el coche en el que intentaban salvarse, otros en sus casas. Pero estas muertes no se deben a la fatalidad; ciertamente, si se hubiera dado la alerta a tiempo y se hubieran señalado los grados correctos de peligro, probablemente algunos de ellos se habría salvado, y si se hubieran hecho las obras de seguridad previstas desde la riada de 2014, probablemente otros se habrían salvado. Pero todo es un quizás, y siguen siendo muertes -como las del trabajo- debidas ciertamente a la falta de medidas de seguridad, pero fundamentalmente a un sistema social que desprecia la vida de los seres humanos. Y, como siempre ocurre en estos casos, el teatro de la catástrofe se convierte en el escenario de las autoridades (incluso el primer ministro dimisionario Draghi se tomó la molestia de ensuciarse los zapatos caminando por las calles embarradas de Pianello di Ostra, afirmando que, además de los 5 millones asignados por el gobierno para las primeras intervenciones. El riesgo hidrogeológico de Italia también tendrá que ser abordado a causa del cambio climático, pero él, al igual que los que le precedieron y que dijeron lo mismo, no menciona en absoluto cómo se abordará ese riesgo, con qué medidas y por dónde empezar).   

Lo que está en juego no es tanto la "voluntad" del consejo municipal, o del consejo regional, o del Estado, que ciertamente tienen su peso, para tratar de estar mejor preparados para eventos como éste. De hecho, si el ayuntamiento de abajo intenta asegurar, de alguna manera, el territorio bajo su jurisdicción, basta con que el ayuntamiento de arriba no lo haga para que la "seguridad" del valle salte por los aires. En realidad, haría falta una voluntad social que no existe en el capitalismo, y que sólo una sociedad que pone la vida social de los seres humanos en el centro de sus intereses tiene la determinación necesaria para dotarse de medios para hacer frente a cualquier fenómeno natural que ponga en peligro la vida humana; y esta sociedad no es, ciertamente, la sociedad del dinero, del beneficio y de las mercancías, sino la sociedad socialista, dirigida por la clase de los trabajadores que en esta sociedad no son dueños de nada, pero que, si luchan contra el capital, son dueños de su propio futuro.

La sociedad capitalista que nos deleita con investigaciones científicas de todo tipo, que se prepara para conquistar la Luna y tal vez Marte, no es capaz de afrontar con la necesaria prevención los fenómenos atmosféricos, que por su fuerza e intensidad pueden causar desastres aquí en la Tierra y que, en realidad, no son desconocidos, como afirman los diversos meteorólogos cada vez que son entrevistados. Pero, como hemos reiterado cada vez que ocurre una catástrofe, el verdadero problema radica en la estructura socioeconómica de esta sociedad. A la búsqueda espasmódica de beneficios y a la velocidad de circulación del capital no le gustan los largos plazos de entrega y las inversiones sin beneficio inmediato que requiere cualquier medida preventiva. Basta pensar en las ciudades que han crecido enormemente en los doscientos años de capitalismo, concentrando las masas humanas en hormigueros de hormigón y asfalto, destruyendo los ecosistemas y el medio ambiente, desviando y anegando los ríos, teniendo en cuenta sólo el beneficio que se puede obtener de las construcciones de todo tipo, en ese proceder anárquico propio de las contradicciones de la sociedad mercantil. Está claro que la intervención necesaria para reparar los daños que el capitalismo produce continuamente debe ser una intervención general, global como decimos hoy.

¿Y qué fuerza es capaz de intervenir así en la sociedad? Según los ecologistas, ya sean religiosos o laicos, es el propio poder burgués, que tanto habla del "bien común", la "seguridad" y el "bienestar", el que debe hacer todo lo posible para resolver los problemas que, por otra parte, genera el propio modo de producción capitalista. La historia ha demostrado demasiadas veces que la clase dominante burguesa no domina las crisis de su propia sociedad, ya sean económicas, financieras, sociales o políticas; o más bien, las afronta y supera en detrimento de las clases trabajadoras y sigue creando crisis aún más devastadoras que las anteriores. ¿Qué es el cambio climático sino una crisis causada en particular por la industrialización desenfrenada de la sociedad, con la que junto con el progreso técnico el capitalismo ha desarrollado todo tipo de contaminación, haciendo tóxicos el suelo, el agua, el aire? 

El aumento de fenómenos como las sequías, las tormentas de agua, las inundaciones, los corrimientos de tierra y los desprendimientos, el deshielo de los glaciares, los ciclones y los huracanes se debe en gran medida al aumento de los llamados gases de efecto invernadero en la atmósfera, y del CO en particular, que se produce en cantidades gigantescas por la propia producción industrial que utiliza combustibles fósiles. Para limpiar el aire hace falta algo más que detener la circulación de los coches una vez a la semana... o recoger los residuos de plástico de las playas y los bosques de vez en cuando...

El futuro que esta sociedad del capital tiene reservado para la humanidad es el de crisis cada vez más devastadoras, de catástrofes locales o generales que no tienen nada de "natural", salvo el hecho de que son los elementos de la naturaleza, cada vez más perturbados por el capitalismo, los que se desencadenan. El futuro al que podemos aspirar no está en el capitalismo, por mucho que queramos reformarlo; está en la lucha contra ese capitalismo que genera crisis sociales y guerras, además de catástrofes "naturales".

 

 

Partido Comunista Internacional (El Proletario)

18 de septiembre de 2022

www.pcint.org

 

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