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Protestas contra las deportaciones en Los Ángeles : una advertencia sobre el futuro que la burguesía prepara a toda la clase proletaria
Desde hace varios días en la ciudad estadounidense de Los Ángeles están teniendo lugar protestas multitudinarias, a menudo violentas y con fuertes enfrentamientos con la policía, contra las redadas y las deportaciones que el Gobierno del país ejecuta a través del ICE (siglas en inglés del Servicio de Inmigración y Control de aduanas), encargado habitualmente de aplicar la política migratoria y de parte del control fronterizo. Según reporta la prensa, desde hace dos o tres días las manifestaciones se han extendido a otras ciudades, como San Diego (también en California) o Seattle (en el Estado de Washington, al norte del país) mientras que en Los Ángeles el tono de la protesta iría aumentando una vez que la Guardia Nacional y el cuerpo de marines del Ejército han sido habilitados para intervenir en la represión e incluso para contribuir a la labor del ICE en lo que a redadas anti inmigrantes se refiere.
Aunque la misma prensa se centra exclusivamente en la parte más espectacular de las protestas, buscando el morbo de las fotos y vídeos de los coches de policía quemados o de los manifestantes encapuchados, la realidad es que estas protestas no sólo están teniendo lugar en la calle y en forma de manifestaciones. La propia CNN daba noticia de paros y piquetes en algunas fábricas de Los Ángeles cuando los agentes del ICE pretendían detener a obreros en condición irregular en su interior, llegando, los trabajadores solidarios con sus compañeros, a bloquear los camiones con los que pretendían llevárselos a los centros de detención (1).
Las medidas que aplica el Gobierno norteamericano, las deportaciones masivas, el internamiento en centros de detención, la represión contra los inmigrantes que buscan pasar la frontera, el secuestro de los hijos de aquellos que vienen con su familia, etc. son instrumentos de presión que, sobre la clase proletaria inmigrante lleva aplicando la burguesía norteamericana desde hace varios años. La prensa europea, que defiende los intereses de las clases dominantes locales, ahora enfrentados a los de unos Estados Unidos beligerantes en lo que se refiere a la defensa de sus intereses nacionales contra sus “socios” europeos, quiere culpar de esta situación al gobierno Trump. Pero lo cierto es que la política represiva, las agresiones contra los inmigrantes irregulares, etc. comenzaron mucho antes del primer gobierno de Donald Trump: fue Obama quien, en plena escalada de medidas anti proletarias encaminadas a sacar al capital norteamericano de la crisis de 2008-2013, puso en el punto de mira a los inmigrantes, tanto a los que vivían de manera irregular dentro del país como a los que pretendían entrar sin visado. Fue su gobierno el que reforzó los centros de internamiento fronterizos, quien dio potestad represiva inédita hasta el momento a la policía de fronteras, etc. Trump únicamente ha continuado, publicitándola y haciéndose fuerte en ella de acuerdo con el particular estilo de gobierno que le exige su burguesía, una política que esa burguesía norteamericana considera indispensable para el control social del país.
Por supuesto, el problema de la inmigración, tomado en general, no puede entenderse exclusivamente como un problema de burgueses contra proletarios, especialmente en un país como Estados Unidos en el que la mayor parte de la burguesía y la pequeña burguesía han sido inmigrantes (evidentemente en otras circunstancias) hace aún pocas generaciones. Existe, claro, una pequeña burguesía inmigrante que vive en la ilegalidad, que está vinculada a negocios más o menos clandestinos y que también es perseguida por la política anti inmigratoria, sobre todo desde el momento en que se incentiva a los cuerpos locales del ICE para obtener un cupo mínimo de detenciones diarias. Pero esto no es lo esencial: es evidente que la represión, las detenciones, las deportaciones, etc. van dirigidas a intimidar al grueso de la inmigración que se ve obligada a vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario, que mantiene, con sus condiciones de explotación extremas, tanto la economía sumergida como la legal (una hipócrita distinción que a la burguesía sólo le importa con fines propagandísticos). La inmigración es, fundamentalmente, importación de mano de obra por parte del país receptor. Precisamente porque el mercado laboral del país de origen no es lo suficientemente amplio como para acoger a una parte de su población proletaria, que por lo tanto se convierte en «excedente», en el país de destino esta mano de obra se ve obligada a trabajar a un precio (salario) inferior al que se paga en el mercado laboral legal y regulado. La importación de mano de obra responde, por lo tanto, a una necesidad del sistema productivo del país de acogida, y su clasificación en mano de obra «legal» e «ilegal» sirve a la clase burguesa para dividir a los proletarios entre autóctonos e inmigrantes aceptados y regularizados, y exacerbar la competencia entre los propios proletarios inmigrantes, entre aquellos a los que se les permite acceder a la regulación prevista por las leyes vigentes y aquellos que son explotados aún más, pero de forma oculta a través del trabajo negro y precario; de esta manera, la competencia entre proletarios aumenta cada vez más, dando la posibilidad a los pequeños y medianos empresarios y a los grandes capitalistas de aumentar sistemáticamente la presión sobre toda la mano de obra, por lo tanto, también sobre la legal y regular.
En el capitalismo ningún fenómeno social es equilibrado y pacífico y allí donde domina la ley del valor y la extracción de plusvalía aparecen todo tipo de variantes sociales sustentadas en la explotación del trabajo asalariado, sean legales o ilegales. Esto la burguesía norteamericana, cuya misma policía es poco más que una extensión de las bandas irlandesas de principios del siglo XX, lo sabe perfectamente sino que se apoya en esos sustratos sociales intermedios para mantener controlados a los proletarios inmigrantes de cuya súper-explotación viven ambos. La burguesía norteamericana necesita la inmigración irregular porque necesita la mano de obra a bajo coste que ésta proporciona. Ciertamente no tiene ningún interés en quedarse sin trabajadores, pero también necesita mantenerlos a raya. En un momento de crisis social como el que vive Norteamérica, derivado de una delicada situación internacional y de una situación interna que no hace más que empeorar desde 2008, los ataques contra el proletariado inmigrante tienen una doble función: por un lado, aterrorizan, disciplinan y encuadran a los proletarios que viven continuamente bajo la amenaza de la expulsión, de la separación de sus familias e incluso del secuestro legal de sus hijos menores de edad. Por otro lado, proporciona al conjunto de la sociedad, especialmente a las clases medias pero también a la aristocracia obrera, a la parte más rica, entre los que cala el discurso nacionalista, un chivo expiatorio del malestar social, una especie de causa común que permite dirigir el odio que debería apuntar hacia la clase dominante.
La burguesía, la clase que prometió la libertad individual por encima de todo, que decía levantarse (en su época revolucionaria) contra toda opresión en nombre de la igualdad y la fraternidad universales, sobrevive desde hace siglos gracias a la exacerbación de los odios raciales y nacionales y mediante la represión racista. Y si durante los periodos de expansión económica importa mano de obra sin parar, pero es incapaz de garantizarle ningún tipo de garantía legal a cambio de su explotación diaria, en las fases de contracción vuelve todo su arsenal político y policial contra los trabajadores irregulares, golpea selectivamente para infundir miedo y sumisión, a la vez que trata de crear un frente nacional contra ellos. Es el caso también de Estados Unidos, donde el propio gobierno que sabe perfectamente que tanto el campo como la industria del país requieren de proletarios super explotados como lo son los trabajadores irregulares para ser competitivos, pero que lanza campañas “contra la invasión” con el fin de crear un caldo de cultivo propicio para imponer condiciones laborales y sociales aún más penosas para los trabajadores sin papeles.
El gran logro de esta política de deportaciones masivas, que hoy vemos en Estados Unidos pero que mañana llegará de nuevo a Europa, con la misma crudeza, será hacer creer a los proletarios “legales”, a los que para poder ser explotados no han tenido que saltar ningún muro o jugarse la vida en una embarcación, que las leyes excepcionales, la represión y la explotación desmedida son algo que sólo padecerán los inmigrantes. Los proletarios inmigrantes viven hoy el futuro de toda la clase proletaria. La burguesía siempre necesita, para poder existir como clase, la explotación de la fuerza de trabajo. Mantener en pie el sistema capitalista de explotación de la fuerza de trabajo asalariada y preservarlo a lo largo del tiempo depende y a ha dependido siempre de lograr que los proletarios luchen unos contra otros, que entren en una competencia cada vez más intensa entre ellos, aceptando salarios cada vez más bajos, tolerando condiciones peores de trabajo, etc. en lugar de unirse y enfrentarse contra la propia burguesía. En tiempos de crisis, cuando la explotación del trabajo asalariado debe ser particularmente intensa, la burguesía trata de imponerla en primer lugar a los sectores más débiles de la clase obrera, pero el objetivo final es exigir condiciones idénticas a todos los proletarios. Al degradar las condiciones de vida y de trabajo de los sectores más explotados y evitando cualquier reacción inmediata por parte de los trabajadores mejor tratados, la burguesía prepara todas las medidas sociales y legales con las que extenderá también a las demás capas proletarias un futuro similar, con condiciones de vida y de trabajo peores que las actuales, lo que será posible gracias a la competencia entre los proletarios.
En un futuro no muy lejano, los vientos de la guerra volverán a soplar sobre las grandes naciones capitalistas. Entonces, la clase proletaria, ya sea autóctona o extranjera, tendrá que afrontar con toda su dureza la realidad de un mundo en el que su perspectiva es ser carne de cañón, explotada brutalmente en tiempos de paz y masacrada en tiempos de guerra. Entonces, la burguesía exigirá sacrificios impensables y, para imponerlos, utilizará esta competencia, esta rivalidad entre proletarios, esta costumbre de los proletarios que disfrutan de una mejor situación social de colaborar con la burguesía.
Para evitarlo, la clase proletaria solo tiene un camino: la lucha de clases, la defensa intransigente de sus intereses, contra toda forma de «unidad nacional», contra toda forma de frente unido con su propia burguesía en nombre de orígenes, etnias o religiones comunes...
Esta lucha de clases implica la ruptura con la política de colaboración con las clases dominantes, la ruptura de la solidaridad con sus políticas nacionalistas basadas en la represión de los sectores más débiles del proletariado. Sin duda, los acontecimientos de Los Ángeles no pondrán fin, por sí solos, a décadas de aceptación de la política de colaboración interclasista, pero muestran que la única alternativa existente para el proletariado de todos los países es luchar en defensa de los intereses exclusivos del proletariado, rompiendo drásticamente con la costumbre de mendigar un salario de miseria a la pequeña o gran burguesía.
(1) https://cnnespanol.cnn.com/2025/06/12/eeuu/video/ice-redadas-coches-sector-carnico-ush-trax
14 de junio de 2025
Partido Comunista Internacional
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