Muerto contra el protocolo

 

(«El proletario»; N° 16; Enero - Mayo de 2018 )

 

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El pasado 23 de marzo un niño de cuatro años murió en el parque del Retiro, en Madrid, al caerle una rama de un pino sobre la cabeza mientras paseaba con su padre en un patinete. Después de varios días de tormentas con fuertes vientos, días durante los cuales gran cantidad de los árboles de los parques de la capital fueron arrancados de cuajo por el efecto conjunto del deslizamiento de tierras (que provoca la lluvia al caer sobre terrenos en pendiente), el viento y, especialmente, el mal estado de mantenimiento en que se encuentran estas «zonas verdes», una tragedia de este tipo era de esperar: era sólo cuestión de tiempo que un árbol, o una rama, arrancados por el temporal, acabase cayendo sobre alguien con un resultado fatal. El mismo parque del Retiro había sido puesto en alerta por el Ayuntamiento de Madrid y, en la misma zona donde el niño perdió la vida, se podían ver carteles anunciando el peligro que generaban las tormentas después de que el propio Ayuntamiento renunciase a cerrar el parque ese día conformándose con pegar esos letreros en zonas visibles.

A las pocas horas de la muerte del niño la concejal de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Madrid, Inés Sabanés, «histórica» derrotada de las elecciones municipales de la capital hasta que la coalición de Carmena la rescató del naufragio de Izquierda Unida y le dio un puesto municipal, afirmó que se había dado la orden de desalojar el Retiro poco antes de la muerte del niño, que el árbol cuya rama le mató había sido inspeccionado por los técnicos de medio ambiente pocos días antes y, en definitiva, que «Hay un protocolo que no es solo para los niveles de alerta, también para la evacuación del parque. No es la primera vez que se desaloja, El Retiro, según la gente que haya se puede tardar una hora o más». Es decir, que el Ayuntamiento actuó correctamente, siguiendo el protocolo estipulado para casos de riesgo por temporal y que, por lo tanto, poco menos que el niño murió contra este protocolo.

Durante los días siguientes, después de que la misma concejal se mostrase dispuesta a revisar su tan querido protocolo de seguridad, después también de que otros árboles cayesen en otros parques de Madrid hiriendo uno de ellos a una mujer en la pierna, los grupos políticos de la oposición municipal exigieron, a su vez, una revisión del protocolo dado que les parecía insuficientemente estricto como para que lograse evitar estos casos.

El protocolo, el santo protocolo, amado por todos los burócratas y leguleyos que han pensado, piensan y pensarán siempre que la naturaleza puede contenerse en los límites de los formularios, legalmente aprobados en sede parlamentaria, parece ser el centro del problema, tanto en el seno de la lucha partidista municipal como de cara a la población, a la que se le garantiza su seguridad siempre y cuando la naturaleza cumpla con los términos del contrato que en él se estipulan. Las cuatro muertes que han tenido lugar en Madrid desde 2014 por la caída de árboles ¿se ajustan al protocolo? ¿es una cifra contemplada en éste como aceptable? ¿O será necesario pedir la unidad de todos los demócratas de la Casa de la Villa para condenar firmemente al viento que se salta las leyes de convivencia legalmente estipuladas por la Concejalía de Medio Ambiente?

El parque del Retiro es uno de los lugares más característicos de la capital de España. Desde los últimos reinados de la dinastía de los Austrias, cuando sus límites coincidían con el final de la ciudad, fue una de esas zonas que los monarcas se reservaban para su uso privado en la temporada de verano, dado lo benigno del clima en esta zona de la ciudad, exactamente igual que se reservaban el uso del otro gran parque de la ciudad (la Casa de Campo) para la caza. El progreso, lento pero inexorable, de la sociedad burguesa, fue configurando poco a poco una ciudad a su imagen y semejanza, despojando a este tipo de lugares de cualquier uso privativo de la nobleza. Finalmente, en la ciudad híper desarrollada de hoy, levantada a base de un desarrollo urbanístico que sólo es posible en un mundo donde su función es facilitar la producción de capitales y mercancías a la vez que facilita el almacenaje y distribución de la mano de obra a los precios reducidos que exige esa producción, el parque del Retiro atrae a miles de personas que, diariamente, acuden a él para escapar, aunque sólo sea un poco, de las espantosas cárceles de hormigón y asfalto en las que viven, cumpliendo a su vez una función termorreguladora para el microclima metropolitano, que alivia ligeramente las inclemencias de la vida en la ciudad.

El desarrollo de la ciudad resume el desarrollo del mundo capitalista. Por increíble que les parezca a los sociólogos y urbanistas, que pretenden defender una posición crítica contra los cambios que en los últimos sesenta años han experimentado todas las ciudades de los países capitalistas desarrollados, disfrazando sus posiciones con el manto del «anticapitalismo», la ciudad es una forma de organización y distribución territorial exclusivamente capitalista. Y lo es porque sólo esta forma es la adecuada a la concentración de las inmensas fuerzas productivas que el capitalismo moviliza para generar su ciclo de valor, para producir mercan-cías, servicios y capitales a base de fuerza de trabajo proletaria de la que extraer la plusvalía. Mientras que las polis griegas o las urbes romanas de la Antigüedad, llegado cierto momento, se colapsaron porque el propio desarrollo del modo de producción esclavista las hizo inservibles, el capitalismo superó la fase de distribución «natural» de la población a lo largo del territorio, favoreciendo la aparición de unos grandes agregados urbanos que, lejos de debilitarse, se desarrollan más y más tanto con las crisis como con los periodos de auge económicos.

Por lo tanto, todas las características de la vida urbana son, en realidad, características del modo de producción capitalista en el terreno de la vida social más inmediata. Y las mismas leyes que rigen la existencia económica del capitalismo explican los parámetros básicos del desarrollo urbano (como mostró Engels en su célebre escrito El problema de la vivienda) y de las vicisitudes de la vida cotidiana en él.

En el balance que el marxismo ha venido realizando desde el Manifiesto de 1848, y después con los textos clásicos de Marx, Engels y Lenin sobre la sucesión de los modos de producción hasta la llegada al punto de desarrollo del capitalismo en su fase imperialista, última de las formas que adoptará la, a su vez, última de las sociedades divididas en clases, y, por lo tanto, antecesora histórica del futuro comunista de la humanidad, el ciclo burgués está caracterizado en tres etapas diferentes, determinadas directamente por el surgimiento, auge y decadencia del propio capitalismo:

 

-Inicios del modo de producción capitalista/fase revolucionaria de la burguesía: combate político contra el mundo feudal, surgimiento de los partidos revolucionarios burgueses, triunfo de estos a lo largo de los siglos y en diferentes naciones, en su perspectiva de toma del poder y destrucción de los obstáculos que la economía basada en la relación de la servidumbre con el señor ponía al desarrollo de la industria moderna.

-Fase de extensión del modo de producción capitalista y del poder burgués por buena parte del mapa mundial y de la acumulación contemporánea de las contradicciones económicas y sociales que el inevitable desarrollo desigual del capitalismo conlleva. Irrupción de las formas mercantiles avanzadas en los territorios más atrasados so-cialmente hablando, crecimiento sin parangón histórico del potencial productivo de la humanidad, que es puesta en su práctica totalidad al servicio de las exigencias del capital industrial y bancario a través de la explotación creciente de la fuerza de trabajo asalariada.

-Fase imperialista del capitalismo y del totalitarismo del poder burgués. Apertura de la era de las guerras y de las revoluciones, como declaró la III Internacional, que hoy aún no ha terminado. Las fuerzas productivas desarrolladas por el capitalismo han sido llevadas a tal punto que acaban por entrar en fortísima contradicción con las relaciones sociales basadas en la apropiación privada del fruto del trabajo asociado, que ha crecido exponencialmente con el desarrollo de dichas fuerzas productivas. Fase de decadencia contemporánea de las instituciones políticas y de las soluciones sociales dadas por la burguesía dominante con el fin de evitar el agudizarse de los factores de crisis de toda la sociedad capitalista.

A estas tres fases, como es natural, se corresponden tres expresiones diferentes en el terreno de la organización del territorio, que va a sufrir mutaciones similares a las del propio capitalismo:

-Durante la primera fase, la ciudad fue un núcleo, aparecido sobre las ruinas de las ruinas de las ciudades de la Antigüedad o sobre bases comple-tamente nuevas, de desarrollo del comercio y la pequeña industria artesanal. Dependientes del señor y de la Iglesia o libres, bajo la protección militar del monarca o armadas con su propia milicia, las ciudades fueron un reducto de libertad contra el régimen de opresión servil que predominaba en el campo, pero se trató, siempre, de una libertad condicionada por los límites del desarrollo mercantil y, por lo tanto, de ninguna manera fueron un paraíso terrenal exento de contradicciones sociales.  Simplemen-te, en ellas estas contradicciones se simplificaron.

-Durante la segunda fase, el gran desarrollo de las fuerzas productivas y el proceso de concentración y centralización de las mismas, rompió con los límites físicos de la ciudad gremial y mercantil para dar lugar a la ciudad industrial en la cual, junto a la gran industria, aparecen habitando las legiones de proletarios que darán lugar a la necesidad del desarrollo de la ciencia urbanística como medida de profilaxis anti revolucionaria. El París de los Comunnards, la Rosa de Foc, el conflicto entre estamento nobiliario y burguesía, resumido en la forma de enfrentamiento campo-ciudad, se traslada tras la victoria de la segunda sobre el primero a las calles de la ciudad.

-Finalmente, la época del imperialismo, es la época de las grandes metrópolis que concentran a la mayor parte de la población mundial (lo que equivale a decir que esta población ya es en su mayor parte proletaria) en condiciones de habitabilidad dificilísimas, con una presión permanente de las fuerzas políticas y militares de la burguesía y, también, unas condiciones de salubridad que empeoran conti-nuamente como consecuencia de las propias características físicas de la aglomeración urbana.

 

En la base de la correlación desarrollo del modo de producción capitalista – desarrollo urbano puede observarse una constante: el capitalismo como su ciudad se corresponden respecti-vamente al último modo de producción y a la última forma de organización del territorio irracionales, en el sentido de que ambos han surgido en el arco histórico de la lucha de la humanidad contra las penurias de la naturaleza, por lo tanto directamente deter-minadas por esta y trasladando al terreno de la lucha entre las clases las tensiones derivadas de dicha lucha. Son ambos, capitalismo y ciudad, formas espontáneas y caóticas de organización social en el sentido de no dirigidas de acuerdo a un plan, ya que han surgido de la perpetuación de la irracionalidad de la producción social de todas las economías previas. Por lo tanto, los fenómenos «naturales» que golpean a las ciudades modernas de manera periódica no pueden ser imputados al azar, en la medida en que son consecuencia de la incapacidad del capitalismo y de su forma urbana de distribución de la población a la hora de domeñar los fenómenos naturales y garantizar la propia seguridad de dicha población.

En la ciudad capitalista moderna observamos, concentrados, todos los fenómenos de la lucha de clase que antes aparecían dispersos. Y, sobre todo, observamos la fuerza concentrada del oportunismo político y sindical, que se extiende en forma de malla por cada rincón de la ciudad en forma de mecanismos de integración, gestión y represión de los conflictos que la vida cotidiana en la sociedad burguesa genera para el proletariado. No es por casualidad, entonces, que las nuevas formas de este oportunismo, una vez que las anteriores cayesen por su propio peso, se desarrollen principalmente en este tipo de grandes ciudades. El populismo a lo Podemos-Unidad Popular surge del malestar que el desgaste de los mecanismos de amortiguación social en las grandes ciudades genera en amplios sectores de la pequeña burguesía empobrecida y del proletariado. Con él reaparecen todas las corrientes municipalistas, autoges-tionarias, localistas…  características del socialismo pequeño burgués y anti marxistas, pero no desaparecen, bajo la capa de utopismo que pretenden recrear, las exigencias más firmes de las leyes del capitalismo ni las enseñanzas políticas que la burguesía ha extraído después de noventa años de contrarrevolución permanente.

Si cae un árbol y mata a un niño, fenómeno en absoluto fortuito ni «natural» sino determinado por unos insuficientes niveles de inversión pública en el mantenimiento de parques y jardines, es decir, por la incapacidad de la burguesía para garantizar niveles de seguridad y salubridad mínimos a la fuerza de trabajo que almacena en sus ciudades, entra en escena toda la fuerza social de los agentes encargados de la conservación del orden: burócratas protocolarios que cifran la desgracia en una insuficiente adecuación de los formularios a redactar por los técnicos a la hora de gestionar un parque público, místicos que hablan de lo imprevisible de la naturaleza, etc. Finalmente, las esperanzas de los «Ayuntamientos del cambio» acaban estrelladas contra el simple hecho de que, en las ciudades que gestionan, la naturaleza sigue siendo lo que será siempre bajo el régimen burgués, un enemigo externo indomable; las catástrofes, inevitables; y la muerte mientras se disfruta del día de descanso, un riesgo incontrolable.

El marxismo no sólo es una doctrina capaz de explicar las miserias del modo de producción capitalista. Es, sobre todo, una teoría acerca del curso de la humanidad desde las cavernas pre-paleolíticas del ayer remoto hasta la sociedad que viva armoniosa con el medio del mañana. Es una doctrina, por lo tanto, que explica la sucesión de los modos de producción que dan lugar a todos los fenómenos sociales y que señala en todo momento que dicha sucesión, que implicará un día la destrucción del mundo capitalista, sólo tiene lugar mediante cruentas guerras que enfrentan a clases sociales contra puestas. Para la sociedad capitalista moderna será el proletariado, clase que resumen en su naturaleza todos los agravios que padece la humanidad, el encargado de liquidar un modo de producción irracional tanto en su relación con la humanidad como con la naturaleza. Es por esto que absolutamente ninguno de los hechos que, como la triste muerte del niño de cuatro años, tiene lugar en el marco de una sociedad que se levanta sobre la explotación de la inmensa mayoría de la población, es ajeno a la crítica marxista. Pero no a una crítica teorética, basada sobre deseos e ilusiones de un desarrollo armónico entre humanidad y capitalismo, sino a una crítica que busca preparar las condiciones en las que pueda desarrollarse, en un mañana esperamos no muy lejano, un potente movimiento de clase que abarcará con su crítica de las armas todos los fenómenos de esta sociedad putrefacta. Y sólo un partido que tenga en cuenta la complejidad de este movimiento, que abarque tanto en sus concepciones últimas como en su trabajo inmediato, la lucha contra todas las manifestaciones de la miseria social del capitalismo –el partido político revolucionario del proletariado- podrá dirigir el movimiento de clase que tiene la tarea histórica de destruir el modo de producción capitalista sustituyéndolo, en un primer lugar, con el modo de producción socialista y, después, comunista, sepultando de esta manera la prehistoria humana

 

 

Partido comunista internacional

www.pcint.org

 

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