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Terremoto de Miyagi: ¡es el capitalismo el que agrava los efectos de las catástrofes naturales!

 

 

A las 14:46 del viernes 10 de marzo (6:46 del sábado 11 en España) en el océano pacífico, a 130 kilómetros al noreste de la ciudad de Sendai, en la isla de Honsu, a poco más de 24 km de profundidad, la tierra se rompió. La sacudida más violenta, dura casi dos minutos y resulta fortísima: 8,9 grados en la escala Rirchter.

Las sacudidas más violentas van anunciadas por aquellas que les preceden, como recuerdan aún hoy los habitantes de L´aquila [ciudad del centro de la península italiana  arrasada, en abril de 2009, por un terremoto de 6,9 en la escala  Ritcher, ndt] que enlos días precedentes habían dado la alarma, inútilmente, a las autoridades y a Protección Civil. En los tres días precedentes al fatídico viernes diez de marzo se había verificado terremotos de entre 3 y 4 grados Ritcher: pero parecía una cosa normal” visto que no hay día en Japón en el que no existan sacudidas…

El temblor de las 14:46 del viernes pasado fue particularmente devastadora: el dique de Fujinuma se parte en dos y el agua llega a tierra y anega completamente la ciudad de Sukagawa; cuatro trenes con centenares de pasajeros desaparecen bajo el fango y sólo hoy se ha sabido que los pasajeros se han salvado, como los pasajeros de una nave que también se partió el mismo viernes. Las víctimas que en un primer momento parecían decenas, después centenares, ya el sábado por la mañana se contaban alrededor de las 2000. Pero, más que por el terremoto, los peligros venían del tsunami. Mientras escribimos llegan noticias de que los muertos debidos al terremoto y, sobre todo, al tsunami posterior, son ya 10000 y podrían llegar a más; decenas de miles evacuados, pueblos enteros tirados al suelo por la furia del tsunami; sólo en la ciudad costera de Minamisanriku desaparecieron diez mil personas; Sendai se encuentra casi completamente destruida. Un terremoto de esta potencia ha hecho temblar a la misma capital, Tokio, con sus rascacielos y sus palacios a prueba de seísmos, sí, pero sólo hasta el grado 6º de la escala Richter: la ciencia burguesa afirma que, para terremotos de potencia superior…. ¡se piense en Dios!

Que Japón sea la isla de los terremotos, la más sísmica que exista, lo saben incluso las piedras. Japón se encuentra en la intersección de cuatro grandes placas tectónicas: la del Pacífico, la de las Islas Filipinas, la Eurasiática y la Norte americana. Pero no acaba aquí, Japón se encuentra sobre el llamado cinturón del fuego del Pacífico que es una enorme grieta en la corteza terrestre de cuarenta mil kilómetros de la cual emerge continuamente material magmático que regenera la misma corteza terrestre: esta grieta va desde Nueva Zelanda hasta las Islas Filipinas, atraviesa todo Japón, llega a Corea y se dirige hacia Alaska desde donde desciende a lo largo de la costa americana hacia California y, después, Chile. A lo largo de esta interminable herida, según los estudios de los sismólogos y de los vulcanólogos, se produce el 90% de los terremotos del planeta y, naturalmente, de las erupciones volcánicas más catastróficas. Que los terremotos provocan, de hecho, los maremotos, es cosa de sobra sabida; el mismo término  Tsunami, que es japonés, dice bastante sobre la “normalidad” histórica de los terremotos y de los maremotos en la Isla del Sol Naciente donde se concentra no sólo por número sino también por magnitud de potencia una notable cantidad de seísmos que van desde los cuatro a los seis grados de la escala Richter.

Japón es también un país que se ha dotado de muchas centrales nucleares de las cuales obtiene el 30% de la energía que necesita, y en un país de altísima actividad sísmica como éste basta una pequeña grieta en los muros de contención de los reactores para provocar desastres incontrolables al estilo Chernobyl. El terremoto, de hecho, ha golpeado duramente la central nuclear de Fukushima, situada en el vecino Futaba, provocando una explosión a causa de la cual se ha esparcido material radiactivo por las inmediaciones hasta el punto de llevar al gobierno a evacuar rápidamente a más de cien mil habitantes de la zona donde se han existen otras once centrales que se han cerrado mediante dispositivos automáticos de seguridad. Que estos dispositivos sean, después, efectivamente seguros, ni las autoridades se encuentran en situación de garantizarlo, también porque una vez cerrado el reactor nuclear el problema no se ha resuelto de ninguna manera porque aún falta enfriarlo: aquí no existen ordenadoras y robots que sirvan, no es un problema de tecnología súper avanzada, porque es un problema de  tubos y de bombas, es decir, de “vieja” tecnología. Y cuando falta la electricidad, porque el terremoto fulmina las centrales que producen y distribuyen la corriente eléctrica, no se puede bombear agua fría para bajar la temperatura de los reactores: por tanto ¿cómo se van a enfriar los reactores para impedir que lancen material radiactivo a la tierra y al aire? ¿con cubos de playa? El homo capitalisticus, como un aprendiz de brujo, ha invocado las potentes energías del átomo pero no sabe controlarlas.

La ciencia burguesa conoce desde hace tiempo la situación, ha estudiado miles de fenómenos similares; pero sólo muy recientemente, después de muchos terremotos y muchos miles de víctimas, y sobre todo después del espantoso terremoto de Kobe (1) de 1995, el gobierno japonés ha obligado a las nuevas construcciones (para las viejas, sin embargo…) de edificios y de rascacielos, el uso de sistemas antisísmicos como por ejemplo tener bajo el baricentro de los edificios, usar material más ligero para los más altos, no adornarlos con salientes no cornisas, concentrar en los pilares verticales la armazón de cemento, dotar a la base de los edificios de cilindros de goma reforzados con resortes de acero, utilizar vigas de madera, que son más elásticas y deformables de manera que absorben mejor las sacudidas sísmicas… y muchas más. Y para las centrales nucleares ha pensado dotarlas de contenedores de acero y de dobles contenedores de cemento. Pero estas “soluciones” ¿se han adoptado para resistir a cualquier sacudida? La central de Fukushima se construyó a finales de los años sesenta del siglo pasado previendo que resistiría a terremotos de hasta seis grados; es una de las 25 centrales nucleares más grandes del mundo todavía en funcionamiento, con seis reactores de los cuales, rotando, tres funciona,  y tres se alimentan. Como es evidente, aparte de incidentes de diverso tipo en la misma implantación, o un repentino descenso del agua –fundamental para controlar la temperatura refrigerando el reactor- basta un seísmo más fuerte de cuantos ha 2previsto” la General Electric que ha construido la central (y en Japón no es raro) y el incidente está asegurado, con todas las consecuencias de contaminación. El gobierno, después de haber declarado que la emanación de material radiactivo era limitada, ha declarado la emergencia nuclear, demostrando que las consecuencias de la explosión interna en la central eran, en cualquier caso, graves.

La propaganda burguesa admite desde siempre que las fuerzas de la naturaleza son potentes e imprevisibles, pero sostiene que su ciencia, desafiándolas, logrará tomar posesión de muchos misterios que antes de su civilización mantenían  a la humanidad en el oscurantismo, en la ignorancia, en el miedo y en la superstición. La propaganda burguesa se apoya sobre un tejido económico que, por un lado, ha consentido al hombre progresar técnicamente en la producción de todo aquello que sirve para vivir, dar respuestas científicas y no supersticiosas a una considerable cantidad de fenómenos naturales y de mejorar la consciencia, pero, por otro lado, ha conducido, inevitablemente, a la sociedad a depender de la producción mercantil y de las relaciones de intercambio que permean a toda la sociedad, reconduciéndola a los viejos miedos y a las viejas supersticiones con el agravante de imponer una superior superstición, más insidiosa y brutal de aquellas del pasado medieval: el beneficio capitalista, nuevo dios absoluto del cual depende la vida y la muerte en todo el planeta.

Es en razón del beneficio capitalista, defendido hasta la extenuación por la clase burguesa dominante por lo que se deteriora el medio ambiente, se envenena y contamina de la manera más cínica, se emplean las mayores energías humanas para su producción y reproducción con el fin de garantiza la apropiación por parte una ínfima minoría de los capitalistas que dirigen la vida y la muerte de poblaciones enteras con la mayor frivolidad; es en nombre del beneficio capitalista que los gobiernos, la autoridad constituida, los grandes poderes económicos y políticos, las redes de intereses financieros mundiales, persisten en la ciega política de obtener ventajas económicas ahorrando en la prevencióncontribuyendo así al aumento vertiginoso de víctimas y de cosas no sólo causadas por la actividad desconsiderada de la producción y de la distribución capitalista, sino también por los fenómenos naturales- y se derrochan cantidades mastodónticas en la híper locura productiva. Los comentarios, reportados por los medios acerca del comportamiento de la población japonesa frente a esta catástrofe han querido resaltar la “dignidad y la compatibilidad” de un pueblo que, en una catástrofe como ésta, absorbe el golpe, entierra a sus muertos y se dispone a “volver al trabajo”:  unos, los empresarios y del mundo comercial y financiero, otros, los trabajadores asalariados dispuestos a ser explotados más que antes puesto que hará falta reconstruir y volver a poner en pie  una economía (que aún es capitalista) que el terremoto ha destruido en parte y que debe volver a niveles aceptables de beneficio en poco tiempo.

Japón es el país más evolucionado y sofisticado en las técnicas anti sísmicas y en la protección civil; es un dato reconocido por todos los grandes países. Pero esto no ha bastado para evitar la tragedia que ha sucedido ante los ojos de todo el mundo. Las sacudidas, junto  a Tokio, han provocado inundaciones e incendios y han  tirado la Tokio Tower, la antena de 332 metros que es el símbolo de la capital y de la reconstrucción post bélica. Es significativo que los habitantes de Tokio, con las sacudidas más intensas, se hayan marchado de los edificios y de los rascacielos yendo a las plazas y a los parques frente al palacio imperial porque es la única (¡la única!) zona de Tokio donde está prohibido construir rascacielos. El viejo teléfono de fichas, la vieja bicicleta, cobran relevancia dado que el apagón ha acabado con los celulares y los imanes han provocado inmensos atascos  bloqueando los coches, los trenes y el metro. Todo lo que tiene Japón de “avanzado” ha quedado colapsado desde el viernes diez de marzo; como es el caso de las centrales nucleares, especialmente la de Fukushima, que han tenido necesidad del líquido refrigerante traído por la aviación norteamericana.

Miyagioky, la gran sacudida: aún hoy, la gran sacudida será una ocasión para el capital, debido a la necesaria reconstrucción, de renovar sus ciclos de producción y de reproducción, renovando su dominio sobre la sociedad y sobre el hombre tratando de crear una especie de salida de la crisis económica que ataca a Japón, generada por el mismo capital en su inexorable curso hacia la sobreproducción y en la inevitable lucha de la competencia mundial. La gran sacudida de la que hablamos no toma en consideración el terremoto social, la lucha de clase del proletariado contra la clase burguesa no sólo por condiciones de vida y de trabajo mejores sino también por una sociedad del todo diferente, que no dependa más del mercado, del beneficio capitalista, de las leyes de competencia entre los capitales y entre los estados en la cual todas las energías y las capacidades del hombre se dirijan a satisfacer las necesidades de la vida social y no las del mercado. Pero el terremoto social puede llegar únicamente cuando las masas proletarias se rebelen, se organicen para luchas contra las condiciones actuales de vida y de supervivencia dominadas por el imprevisto, la inseguridad, por un falso progreso tecnológico dirigido únicamente al objetivo de producir y acumular beneficio capitalista sobre las espaldas del trabajo asalariado y explotando a masas cada vez más amplias de proletarios constreñidos a vivir y a morir como esclavos. El futuro no esté en los rascacielos más altos del mundo como no está en la vía digital de los nuevos aparatos electrónicos: el futuro se encuentra en la lucha de clase revolucionaria, guiada por el partido comunista revolucionario, que el proletariado dirige contra todo aquello que simboliza la sociedad del lujo y de la opulencia, del derroche, de lo inútil, de lo dañino… para destruir no sólo los símbolos sino también las causas profundas de una vida social de millares de hombres presos en el incierto transcurrir de un mercado capitalista que, como un tsunami, puede destruir de la mañana a la noche, la vida no sólo futura sino presente de multitudes aglomeradas en obscenas colmenas de ciudades invivibles.

 


 

(1) El terremoto de Kobe primer puerto japonés y cuarto del mundo, tuvo lugar el 17 de enero de 1995 matando a más de 6000 personas, otras 300000 quedaron sin casa. Destruyó edificios, trenes, calles, instalaciones portuarias, astilleros, terminales… (ver nuestro artículo El terremoto de Kobe,  Le Proletaire nº 430 febrero-abril de 1995) Pero, por la cantidad de muertos, el terremoto más devastador fue aquel de septiembre de 1923, conocido como el terremoto de Kantó, que mató a un número de personas de entre Cien mil y ciento cuarenta mil, debido en particular a los incendios que se propagaron con extrema rapidez también porque la sacudida más violenta, de 7,9 grados en la escala Richter, tuvo lugar a la hora de la comida, cuando todos los fuegos de las cocinas se encontraban encendidos.

 

 

Partido Comunista Internacional

13 de marzo de 2011

www.pcint.org

   

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