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Prises de position - Prese di posizione - Toma de posición - Statements                        


 

Han matado a Bin Laden y proclamado: se ha hecho justicia.

¿Han vencido las fuerzas de la democracia?

¡Quien pierde hoy es el proletariado que se ahoga bajo el sofocante peso de la democracia imperialista y del terrorismo burgués!

 

 

El 2 de mayo los medias de todo el mundo anunciaban que un comando especial de la marina militar americana había matado a Ben Laden, ideólogo de Al Qaeda y símbolo internacional de la “guerra santa” del terrorismo fundamentalista islámico contra las potencias occidentales.

Una ensordecedora propaganda glorificadora de lo que la Casa Blanca ha definido como “una gran victoria para los Estados Unidos y para la democracia” ha invadido todas las casas pero no ha conseguido, al mismo tiempo, impedir que las mismas medias hiciesen una serie de demandas: acabado Bin Laden ¿se ha acabado el terrorismo global? ¿Ahora que Bin Laden está muero el mundo es más seguro? ¿La guerra en Afghanistan tiene aún sentido? ¿Es de temer la reacción de los grupos de Al Qaeda que aún permanecen activos?

Después del atentado del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas de Nueva York, la América de Bush desencadenó una auténtica guerra santa contra Al Qaeda, definida para la ocasión como la “organización del terrorismo internacional” más peligrosa, justificando con ello una guerra interminable: primero en Afghanistan, después en Irak. En la época del atentado contra las Torres Gemelas, escribíamos que los Estados Unidos se encontraban en el límite entre dos épocas: se pasaba de la época del condominio contra revolucionario mundial entre los EEUU y la URSS a un condominio contra revolucionario mucho más fraccionado entre los imperialismo de los EEUU y de los países de Europa, entre los cuales primaban Gran Bretaña, siempre a la sombra de los EEUU y Francia y Alemania, que intentaban construir un bloque político militar tendencialmente autónomo de los EEUU. Se pasaba, en la práctica, del orden imperialista mundial salido del fin de la Segunda Guerra Mundial que veía a Washington dominar el globo terráqueo a un desorden imperialista mundial debido a los contrastes entre imperialismos, sobre todo después de la explosión de la URSS y de su sistema de países satélites, identificado en la reunificación alemana, en el emerger de nuevas potencias económicas como la de China y, en parte, la de India, en la reorganización de toda el área del Este europeo donde, a las guerras comerciales y económicas, se unía la guerra continuada en los Balcanes y la desmembración de Yugoslavia, mientras en América del Sur crecía otro polo capitalista de relevancia mundial, Brasil. No se trata de que el atentado contra las Torres Gemelas, de por sí, señalase el fin del predominio absoluto del imperialismo americano sobre el mundo, pero decretaba el fin de aquella fase y el reconocimiento oficial de que los Estados Unidos no podían controlar más las diversas “zonas turbulentas” si no era coaligándose continuamente con bloque de países aliados; desde aquel momento en adelante no era seguro que los aliados siguiesen sin chistar las órdenes de Washington.

El imperialismo evidenciaba, incluso ahora que no es necesario, que su política normal de rapiña, de agresión a los mercados y a las fuentes de materias primas, de correrías financieras más allá de cualquier norma, de aplastamientos, de cínica represión, no sólo se desarrollaba con mayor velocidad y con  el aumento de los enfrentamientos políticos, económicos y financieros entre estados, sino también con mayor frecuencia en su transformación en guerra continuada. Por otro lado, las clases burguesas en el poder en los países más fuertes siempre han tenido necesidad de revestir su política imperialista –sobre todo cuando pasa de la guerra comercial y financiera  a la guerra militar –con motivaciones ideológicas que refieren a los mitos de la paz, de la democracia, de la defensa de los derechos de los pueblos, de la benevolencia humanitaria hacia las poblaciones acuciadas por la miseria y el hambre y masacradas por la guerra miseria hambre y guerra que son el producto típico del mismo desarrollo capitalista y de la política burguesa de cualquier estado). Aumentando los enfrentamientos entre los imperialismos más fuertes del mundo, aumenta por parte de cualquier clase dominante nacional en el poder la necesidad de radicar el mayor consenso posible en las propias masas y sobre todo en las masas del propio proletariado porque no resulta posible mantener el esfuerzo bélico si no es con el consenso y con el apoyo del propio proletariado. ¿Qué mejor que regenerar el mito desgastado de la democracia en la lucha contra el terrorismo, contra los atentados que matan, sobre todo, a civiles inermes? ¿Qué mejor que la llamada a las armas contra un enemigo que se esconde, que golpea a traición y que, sobre todo, cree en otro dios?

Durante años, la guerra contra el terrorismo internacional ha sido exitosa también entre las masas proletarias occidentales y de los países imperialistas, masas proletarias intoxicadas por decenios de droga democrática electoralesca y parlamentaria y beneficiadas –si bien en una medida cada vez menor- por salarios más altos y niveles de vida mejores respecto a las grandes masas proletarias y proletarizadas de los países económicamente más débiles de la periférica del imperialismo. Pero la posterior crisis económica capitalista acaecida en el 2007-2008 en los Estados Unidos y rápidamente extendida a todas las plazas del mundo occidental, ha hecho madurar una crisis social devastadora sobre todo en los países de la periferia del imperialismo, llevando a esas masas a rebelarse contra sus respectivas clases dominantes: es el caso de las revueltas en los países árabes del Norte de África y del Medio Oriente.

En las crisis precedentes, el fundamentalismo islámico ha logrado influenciar a una parte de los movimientos de protesta y de rebelión de los cuales el terrorismo islámico organizado –en particular la red de grupos a la que refiere Al Qaeda- pescaba sus adeptos, del Norte de África al Próximo Oriente, del Cáucaso al Medio y Lejano Oriente. Esta vez, la crisis que, en estos meses ha golpeado a Túnez, Argelia, Egipto, Marruecos, Arabia Saudita, YHemen, Barhein, Oman, Jordania, Siria, Líbano, que ha hecho desencadenar una auténtica guerra civil en Libia y que está golpeando a los países subsaharianos como Nigeria, ha tenido un efecto del todo diferente: las masas proletarias y proletarizadas se han amotinado directamente sobre el terreno de las exigencias económicas de vida sin dirigirse a una ideología confesional, manteniéndose distantes de su influencia. Este hecho constituye una novedad importante porque esta situación abre una fase, en cierto sentido, distinta del desarrollo político en estos países. Las clases dominantes de estos países se han visto sorprendidas por la tenacidad y la duración de estos movimientos de revuelta y con ellas se han visto sorprendidas también las clases dominantes de los países imperialistas que contaban con la estabilidad pluridecenal de los regímenes de los Ben Alí, Mubarak, Saleh, Ghadaffi, Al Asaad, etc.

Pero el imperialismo no se deja sorprender dos veces seguidas: en Túnez y en Egipto, al caos económico y social determinado por la caída de los respectivos rais, las facciones burguesas, sostenidas por los mismos imperialistas que ayer sostenían a los odiados dictadores, se proponen bajo la forma de una democracia “finalmente” aplicada y con ello “garantizan” a los imperialistas que los protegen (como, por otra parte, garantizaban también los dictadores de ayer) que no darán espacio al fundamentalismo islámico; en Libia, Ghadaffi por un lado y los miembros del CNT por el otro, pese a que se hacen mutuamente la guerra, han alzado entre ambos la bandera de la república islámica pero no fundamentalista y, así, han continuado proclamando su distancia neta del fundamentalismo islámico que tanto miedo provoca en las cancillerías occidentales; en Siria, Al Assad no ha hecho otra cosa que continuar la política del multi confesionalismo típica de su padre, pero esto no le ha impedido lanzar desde el principio a los carros de combate contra las manifestaciones pacíficas que piden el cambio de gobierno. De hecho, esta larga crisis social que ha convulsionado todo el área norte africana y el Medio Oriente y que no parece que vaya a acabarse, ha puesto en evidencia que la red de grupos terroristas ligados a Al Qaeda no cuenta demasiado y el hecho de que en estos países Al Qaeda no logre adeptos tan fácilmente como sucedió en un tiempo confirma que políticamente esta fantasmagórica organización, con Bin Laden a la cabeza, ha fallado miserablemente.

¿A quién sirve, por tanto, Bin Laden muerto?

El imperialismo americano no tiene muchas balas en la recámara: a parte de la fuerza militar, con la cual, sin embargo, ha demostrado no poder resolver siempre las situaciones críticas en las cuales interviene (Irak, Afghanistan son la prueba) a parte de la fuerza económica, con la cual se encuentra aún en situación de forzar ciertas situaciones (la última crisis que no ha dañado únicamente al sistema bancario americano sino al mundial y la enorme deuda pública acumulada durante años, demuestran sin embargo que los márgenes de maniobra son cada vez menores) pero no se encuentra ya en situación de “garantizar” la superioridad absoluta del Dólar, y a parte de la fuerza político ideológica con la cual administra con gran habilidad las relaciones con los aliados y con los competidores, América, hoy, ha perdido casi cualquier la fascinación con la cual hipnotizaba a las masas del mundo entero después de la “victoria sobre el nazismo”. América no ha podido regenerar el mismo efecto mundial en el enfrentamiento con el otro “enemigo nº 1” el “comunismo ruso”, que ha sucumbido bajo los golpes de la crisis económica capitalista  que ha erosionado inexorablemente tanto un aparato económico que de comunista no tenía nada, como los pilares ideológicos de un falso comunismo que ha servido a la contra revolución estaliniana para desarrollar el capitalismo en Rusia matando la revolución bolchevique y a la contra revolución burguesa internacional para desarrollar la mayor explotación de las masas proletarias y campesinas en todo el mundo. América puede sin embargo contar con el efecto placebo de la democracia americana que lucha contra cualquier “totalitarismo”, contra cualquier “terrorismo”, de una democracia que idealmente cura las heridas de la crisis económica y de los gobiernos totalitarios a poblaciones enteras.

El imperialismo no es algo diferente del capitalismo: es la política centralizada y dictatorial que las clases dominantes burguesas de los países capitalistas más desarrollados se ven obligados a desarrollar en la lucha general de la competencia mundial; es la política de los monopolios, de los grandes trust, de las grandes concentraciones capitalistas y de las grandes redes de intereses que se enfrentan sobre el mercado mundial. El imperialismo es la política del gran capital que tiene sus raíces en el capitalismo nacional y sus ramificaciones en todo el mundo pero que, para sostenerse en la lucha de competencia en defensa de sus intereses específicos contra los otros grandes capitales, tiene  necesidad de utilizar el Estado nacional, el gobierno nacional y el máximo de posible de instituciones políticas, sociales, culturales, religiosas con el fin de concentrar la mayor cantidad de fuerzas para agredir al mercado mundial donde se combate con cualquier medio, desde el más pacífico al más violento; por eso el imperialismo conlleva militarismo al máximo nivel posible porque sólo con la fuerza militar, en un cierto punto de los enfrentamientos imperialistas, vencerá uno sobre el otro, una coalición sobre la adversaria.

En el interior de la política imperialista se desarrollan todos los factores que pueden producir los resultados ventajosos y, posiblemente, veloces ya sea sobre el plano económico o sobre el financiero, político, social y militar. El terrorismo es el digno compadre del militarismo, es una de las formas de guerrilla que acompaña a la guerra y es siempre utilizada por los distintos adversarios porque golpea por sorpresa, sobre objetivos no fácilmente defendibles y tiende a provocar daños ingentes al adversario utilizando sólo pequeños grupos de hombres. El terrorismo burgués golpea normalmente a la muchedumbre, provoca muertes indistintamente sobre todo entre los civiles inermes; el bombardeo de una ciudad es el modelo, y durante la segunda guerra mundial ya los nazis ya los aliados no han dejado de bombardear ciudades como represalia, sistema que ha continuado siendo utilizado regularmente, por ejemplo, por parte del ejército israelí contra las ciudades palestinas. Como los burgueses, en su versión de capitalistas, perdida la lucha de competencia, para salvar su patrimonio, cierran sus empresas y despiden a miles de obreros  haciendo precipitarse en el hambre y en la miseria a familias enteras de proletarios, así los burgueses en la su versión de competidores por el mismo poder, pasan a la acción política  no demuestra para acabar con sus adversarios y, si la acción política no se muestra suficiente, pasan a la acción militar con actos de guerra, de terrorismo incluso y golpean, cada vez más, a civiles inermes. Como la guerra, el terrorismo burgués es “la continuación  de la política por otros medios, con medios militares”: en la guerra continuada es el proletariado el que se encuentra en medio… sucede lo mismo en las acciones del terrorismo burgués; que este terrorismo sea de tipo nacionalista, religioso, racista… tiene una importancia relativa porque el fin es un fin burgués, por tanto en última instancia anti proletario.

El asesinato de Bin Laden no aporta ninguna ventaja al proletariado, ni al afgano ni al pakistaní, ni al americano ni al europeo ni al de ningún país del mundo. La “paz” no llegará a Afghanistán ni a Pakistán, tanto menos a Irak, Libia o Siria. Las clases dominantes burguesas continuaran su sucio trabajo: explotar a más no poder a los trabajadores, pagar por su trabajo el menor precio posible, expulsarlos de las fábricas y de las tierras de las cuales extraen el mínimo para vivir, obligarlos a migrar a morir de hambre o a morir ahogados, de frío o asfixiados en el intento de escapar de la miseria y del hambre. El capitalismo no perdona: esclaviza desde el nacimiento y te obliga a vivir y a morir según sus exigencias.

¿Y son los máximos representantes del capitalismo, del sistema económico y social que pliega a la humanidad entera a las exigencias del beneficio capitalista, del sistema económico que supura sangre por todos los poros, quienes dicen: muerto Bin Laden ¡se ha hecho justicia!?

¿Qué justicia se ha hecho? La justicia de los enfrentamientos bélicos, la justicia de las masacres, de los estupros en masa, de las deportaciones, de los guantánamos o de los Abu Grahib, la justicia de los fondos de pensiones volatilizados en el crack bancario, la justicia de los prófugos cazados a toda costa y en cualquier lugar, la justicia de los jóvenes sin futuro, de una vida precaria desde el nacimiento.

Y son precisamente los Obamas, los Sarkozy, los Cameron, los Berlusconi, los que hablan de “democracia” y de “lucha contra el terrorismo” del otro lado de las poltronas que flotan sobre un río de sangre proletaria que no acaba nunca; son precisamente ellos quienes invocan la unidad de las naciones en la lucha contra un “terrorismo” con el cual etiquetan actos violentos realizados exclusivamente contra el actual orden político económico que hunde sus zarpas en la carne de los pueblos de gran parte del mundo, defendiendo su presa con un terrorismo de Estado más sistemático y potente que el de cualquier Al Qaeda.

Los próximos años serán años en los que los contrastes entre los más potentes imperialismo se volverán más agudos y en los cuales las contradicciones internas de los países imperialistas se acentuarán. Serán años en los que las clases burguesas dominantes para defender mejor su beneficio y la cuota de mercado de los polos capitalistas de los cuales son expresión, deberán ejercitar una presión cada vez mayor sobre el proletariado no sólo de los países periféricos del imperialismo, sino también de sus propios países. Y las revueltas de las masas proletarias y proletarizadas de estos meses en los países árabes den qué pensar porque, potencialmente, podrían mañana ser llevadas sobre el terreno de la lucha de clase, precisamente el enfrentamiento que cualquier burguesía quiere evitar. Para evitarlo no tiene muchas opciones: o sigue la vía del régimen totalitario a lo Ben Alí o a lo Mubarak o sigue la vía de la unión de las masas sobre el terreno democrático parlamentario con la esperanza de que la “sed” de democracia logre desviar de manera decisiva a las masas proletarias del terreno de la lucha de clase al terreno de la colaboración interclasista.

Por ello el asesinato de Bin Laden, elevado a símbolo del terrorismo internacional y, obviamente, de la antidemocracia, es y será usado como trofeo no sólo de una América capaz de “mantener las promesas” (ha desencadenado una guerra hace 8 años para coger a Bin Laden y hasta ahora no lo había logrado) pero en condición de aparecer, también en los países donde parece casi imposible, como Afghanistán, un desarrollo pacífico y democrático, una vía hacia el fin de cualquier guerra y de los enfrentamientos entre tribus… Naturalmente nadie habla del hecho de que, desde que los americanos y los aliados se encuentran en Afghanistán con sus propias tropas, la producción y la exportación de opio no sólo no ha disminuido sino que ha aumentado de manera notable. Democracia y opio se encuentran, evidentemente, de acuerdo.

Los proletarios no deben esperar, ni del asesinato de Bin Laden, ni de la eventual eliminación de Al Qaeda, el milagro de la desaparición del terrorismo burgués, “internacional” o “nacional”  muerto un Bin Laden, aparecerá otro, porque el terrorismo burgués es congénito a la política y a la práctica de las clases capitalistas: de hecho no es únicamente expresión violenta de los enfrentamientos inter burgueses –a nivel económico, político y social- sino que es funcional al propagandismo de las clases dominantes burguesas, ya sea de los países imperialistas ya sea de los periféricos, para la defensa de sus propios regímenes. Los países imperialistas democráticos lanzan la “lucha contra el terrorismo”, islámico por lo demás, porque dicen querer llevar la democracia; los países de la periferia con regímenes totalitarios como aquel de Ben Alí, Mubarak y de Ghadaffi y como aquel de Al Assad, lanzaban y lanzan la lucha contra el terrorismo islámico para justificarse a ellos mismos asegurando a los países imperialistas occidentales que, mientras se encuentren en el poder, el terrorismo islámico no arraigará. Pero los unos y los otros, bombardeando y reprimiendo, continúan haciendo estragos entre los civiles….

Los proletarios deben, por otra parte, darse cuenta que hasta que no rompan con la colaboración interclasista, con la conciliación entre las clases, hasta que no sigan la vía de la lucha de clase en la cual ellos se reconozcan a sí mismos como clase antagonista a la clase burguesa, antagonista en cualquier caso, ya sea que la clase burguesa se declare democrática, constitucionalista, autoritaria, confesional o dictatorial y fascista, hasta que no organicen su propia fuerza numérica en torno a objetivos e intereses exclusivamente proletarios, sobre el terreno económico como sobre el político adoptando medios y métodos de lucha coherentes con su objetivos, reconociendo a los proletarios de cualquier categoría, sector, edad, sexo, nacionalidad como hermanos de clase; hasta que no dejen de ser prisioneros de las ilusiones pacifistas, democráticas, legalistas, electorales, parlamentarias, culturales o religiosas, no podrán poner su fuerza numérica al servicio de la emancipación de la esclavitud salarial, de la emancipación de la servidumbre a la clase propietaria y poseedora de la sociedad.

Los proletarios poseen una fuerza gigantesca: el número, son numéricamente la mayoría absoluta en el interior de la sociedad capitalista. Pero son siervos de la clase burguesa que es la minoría absoluta de la sociedad, pero es aquella que alza desde hace décadas las loas a la democracia, a la “voluntad de la mayoría”. El proletariado es la mayoría, pero no tiene ninguna voluntad con la cual impone su propia fuerza material y social.

La voluntad política de clase del proletariado se encuentra representada por el partido político de clase, por el partido comunista revolucionario que es la única fuerza que posee teoría, doctrina, programa, táctica y organización para guiar la lucha de clase del proletariado a su fin histórico, a la emancipación del trabajo asalariado, por lo tanto a la destrucción de la sociedad burguesa y del modo de producción capitalista sustituyéndolo con el modo de producción socialista y comunista y, por tanto, con una sociedad que ya no se base en la división en clases y en la explotación del hombre por el hombre. Los proletarios han sido depredados por su propia voluntad de clase, han sido robados por sus propias organizaciones de clase para la defensa económica, han sido estafados por las fuerzas del oportunismo obrero y reformista que los han convencido de poder llegar a la emancipación a través de… la sociedad burguesa y sus instituciones, a través de la misma sociedad burguesa que está construida para defender exclusivamente a las clases poseedoras y para perpetuar hasta el infinito la opresión de las clases trabajadoras.

Los proletarios aprenderán lo que las generaciones pasadas de proletarios ya aprendieron y experimentaron: que la lucha de clase es el único camino que permite a los proletarios sentirse vivos, no más esclavos sino hombres que combaten por su propia emancipación, para liberarse de una vez por todas del juego de la explotación capitalista. Pero la lucha de clase está hecha de acciones, del uso de la fuerza para defenderse, antes que nada, y para atacar; está hecha de acciones que responden en el mismo nivel, golpe por golpe, a las acciones violentas del poder burgués; se encuentra hecha de organizaciones clasistas, de su defensa del ataque por parte de todos los enemigos de clase y está hecha también de acciones de terrorismo porque hará falta responder al terrorismo de la clase burguesa con las mismas armas, con la misma determinación, con la misma fuerza. Pero éste es el camino de mañana. Hoy los proletarios aún se encuentran al nivel de deber reconstituir los primeros grupos de defensa de clase sobre el terreno económico inmediato, como primer paso para la reanudación de la lucha de clase con la perspectiva de unirse mañana al partido político de clase, el partido comunista revolucionario.Partido Comunista Internacional            

 

 

Partido Comunista Internacional

7 de mayo de 2011

www.pcint.org

   

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