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SPAGNA: Incendios en el Levante. Desaparecerá todo rastro de vida si no es el capitalismo el que definitivamente arde.

 

 

Durante los últimos días varios incendios de ingentes proporciones han arrasado gran parte del interior del Levante peninsular. Al Norte, en la zona donde la provincia de Castellón limita con la provincia de Valencia, el incendio de Andilla ha afectado a los pueblos cercanos como La Pobleta u Osset llegando a introducirse en el Parque Natural de la Sierra de Calderona, una de las principales reservas naturales de la Comunidad Valenciana. Simultáneamente por el sur de Levante el incendio de Cortes de Pallás ha afectado a la zona que va desde Dos Aguas hasta Mascastre amenazando la Reserva Nacional de Cazamuela de Cortes. En total más de 50 000 hectáreas arrasadas por el fuego, cientos de vecinos de las zonas afectadas desplazadas, un piloto (militar en la reserva) que trabajaba recogiendo agua para sofocar el incendio de Cortes de Pallás muerto, por no hablar de la fauna y flora local que ha quedado completamente arrasada.

Catástrofe natural, desastre ecológico, crisis ambiental… son algunos de los adjetivos utilizados por parte de la prensa burguesa y de todos los comentaristas políticos para referirse a lo sucedido. En el otro lado el moralismo reformista, igualmente burgués, achaca la culpa únicamente a la “acción del hombre” Pero ¿realmente existen estas catástrofes naturales espontáneas? ¿Son, en cualquier caso, culpa “del hombre” en abstracto?

Al margen de los recortes en el gasto público, que han afectado también a los recursos anti incendios, de manera especialmente flagrante en una zona tan seca en verano como es la Comunidad Valenciana (que alberga importantes extensiones de bosques mediterráneos y soto bosque) y que sin duda han constituido un importantísimo factor de agravamiento de la situación de los últimos días (falta de medios, falta de trabajadores para sofocar los incendios, etc.) existen causas más profundas que han determinado, como lo hacen siempre en el sistema económico capitalista, que incidente aislado acaba convirtiéndose en una auténtica catástrofe social.

El problema de los bosques, de cualquier tipo que  estos sean y en cualquier región donde estén localizados, es un asunto directamente ligado al desarrollo social de la producción, especialmente, aunque no de manera exclusiva, al sector agrícola, que se ha nutrido de ellos y los ha conservado según ha evolucionado a lo largo de la historia. El problema de los incendios, que de hecho sólo existe como problema de gestión de las masas boscosas, está por tanto directamente ligado a la misma producción social.

Hasta que en la década de los años ´30 del Siglo XIX y, especialmente, en 1855 con las desamortizaciones, primero de Mendizábal y luego de Madoz, se procede a la progresiva parcelación y venta tanto de los recursos eclesiásticos como de los propios bienes de los ayuntamientos, entre los cuales se contaban los bosques y demás tierras comunales utilizados en provecho de todos los vecinos, España fue una gran masa verde. Y no se tiene constancia de que existiesen grandes incendios, sobre todo de que existiesen tan frecuentemente, que arrasasen la cantidad de terreno que ha quedado carbonizado en tan pocos días. Era el usufructo comunal el que llevaba a los agricultores a limpiar el bosque de unos restos que entonces eran utilizados como combustible y que hoy son las principales causas de propagación del fuego. La desaparición progresiva de la propiedad comunal de ciertos terrenos (se tardó al menos cien años desde entonces en erradicarla por completo de España y no se hizo sin vencer aquí y allá duras respuestas de los agricultores) y la generalización, en su lugar, de la propiedad privada hicieron desaparecer, en aras del desarrollo capitalista del país, la principal fuerza de contención contra los incendios y dio paso, en este ámbito también, a la aparición del fenómeno de la catástrofe social, producto especialísimo del régimen burgués.

El desarrollo económico y social posterior de España no hizo sino ahondar en este sentido. La industrialización, que en la zona Levantina se erigió sobre los restos de la industria textil medieval y que, como está, absorbió gran parte de los recursos de agua de la región, tanto como la extensión del monocultivo capitalista extensivo (cítricos sobre todo en esta zona) que tiene las mismas consecuencias, ha sido un agravante fundamental para dar lugar a catástrofes como ésta.

Bajo un sistema, el capitalista, para el que bosques, ríos y costas son, simplemente, recursos a utilizar para la producción de mercancías, sujetos a la propiedad privada como todo en sus relaciones económicas, de los elementos básicos para la subsistencia hasta la misma vida, los desastres naturales  se transforman y se transformarán siempre, mientras exista este sistema, en catástrofes sociales. De hecho el mismo capitalismo se nutre de ellas, sacando beneficio de las situaciones más desesperadas. Su misma lógica le lleva a colocar en el centro de todo problema la rentabilidad, la tasa de beneficio, como en el centro de la producción se coloca la extorsión de plusvalía que sufre el proletario. Es por ello que el monte español ha ardido sistemáticamente cada verano, en todas las regiones, incluso en las que, por ser más húmedas, parecerían a salvo de todo lo que no fuese una acción coordinada para entregarlas a las llamas, mientras ha durado el periodo de expansión económica, con la construcción que requería más y más terreno como motor, y los bosques simplemente ocupaban un espacio que podía volverse más rentable. Resulta irónico que del incendio de miles y miles hectáreas sólo en Galicia, provocado por las constructoras hace unos años, no se conozca todavía más autor que algún chivo expiatorio al uso mientras que de los dos incendios que, en el Levante, realmente han comenzado por un hecho fortuito, rápidamente se ha conocido que dos obreros son los culpables.

Existe toda una industria del desastre. Las pretendidas soluciones capitalistas a cualquier eventualidad, como es el caso de estos incendios y de los muchos que habrá todavía este próximo verano, únicamente agravan el problema. La catástrofe no deja de ser un negocio lucrativo para el que se diseñan obras, públicas y privadas, se hacen concursos para conocer qué empresa dotará a los bomberos del parque de camiones, etc. A tal punto llega que se llegan a registrar incendios provocados por los mismos retenes de vigilancia, que así no pierden su contrato.

Hace siete años, en Guadalajara, en un incendio como los que hoy se ven en el Levante, once trabajadores de los retenes murieron víctimas de la mala gestión de la situación. No era un caso aislado, de hecho los trabajadores de los retenes de toda España llevaban tiempo movilizándose en demanda de mejores condiciones de seguridad y de trabajo a través de asambleas locales. Tras la muerte de estos trabajadores sus compañeros y sus familiares buscaron organizarse para defenderse de la terrible situación que se continuaba viviendo en el puesto de trabajo y para exigir dureza con los responsables. La respuesta del estado democrático, que entonces tenía al PSOE a la cabeza, de este estado que hoy jura y perjura que es el principal enemigo de los incendios, fue la represión. Los antidisturbios impidieron a los trabajadores incluso asistir al funeral de sus compañeros, en el que sí estaba una granada representación de todo el elenco político autonómico y nacional con el rey a la cabeza.

Como contra estos trabajadores que hace siete años recibieron palos el capitalismo existe contra toda vida, natural y humana, en el planeta. Sólo puede prometer terribles catástrofes, situaciones de miseria y hambre e incluso destrucción física en determinadas situaciones. Pero por mucho que pretende blindar su existencia terrorista con la fuerza de la represión, él mismo ha creado a sus sepultureros, a los proletarios, a la clase social que luchará, como ya ha luchado en el pasado por la emancipación de la explotación capitalista en la perspectiva revolucionaria de una sociedad en la cual las necesidades colectivas serán colocadas en un primer plano, erradicando de esta manera no sólo la explotación del hombre por el hombre sino también la devastación ambiental de las que el capital extrae su linfa vital. La clase proletaria que un día deberá levantarse para abolir violentamente (pero qué será su violencia comparada con el terrorismo que diariamente sufre por parte de los verdugos burgueses de hoy) el mundo burgués y colocar en su lugar la comunidad humana mundial, la sociedad de especie, con la que la prehistoria de la humanidad tocará su fin y comenzará la verdadera historia.

 

 

Partido Comunista Internacional

03 julio 2012

www.pcint.org

   

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