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Siria: una matanza tras otras, con armas convencionales o químicas.

Los imperialismos están en guardia esperando la ocasión para “intervenir” y “llevar la paz”… de los muertos.

Sólo el renacimiento de la lucha de clase y revolucionaria del proletariado podrá abatirlos y liquidarlos.

 

 

Hace más de dos años y medio que en Siria se está desarrollando una guerra en la cual fuerzas burguesas enfrentadas entre ellas –representadas, por un lado, por la fracción burguesa de Bashar al-Assad que sigue aún en el poder, sostenida por los imperialistas rusos y chinos y por el capitalismo iraní y, por el otro lado, por las fracciones burgueses adversarias que intentan derrocar a la familia al-Assad para hacerse con su puesto, sostenidas más o menos abiertamente por los imperialistas americanos y franco-británico- se baten para rediseñar un orden capitalista en condiciones de afrontar una situación económica de grave crisis y las consecuentes relaciones de fuerza en una de las zonas más tormentosas del planeta.

Si de cara a la llamada “primavera árabe”, pero en particular frente a los vastos movimientos sociales de rebelión contra las condiciones de existencia a las cuales las grandes masas habían sido arrojadas, las democracias occidentales han saludado la caída de Ben Alí y de Mubarak como la apertura de una nueva “era” –una era de “democracia” y de “progreso económico” para las grandes masas campesinas y proletarias de Túnez y Egipto- reconociendo con los dientes apretados las tentativas de nuevos gobiernos “democráticos” con la esperanza de poder plegarlos rápidamente a las exigencias “superiores” de las fuerzas imperialistas dominantes; si, de cara a la resistencia de la Libia de Gadafi a las presiones imperialistas de Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, las democracias occidentales han hilvanado una “guerra de liberación” porque las fuerzas progresistas y democráticas de la Cirenaica y la Tripolitana tuviesen finalmente la posibilidad de desvincularse de la “dictadura de Gadafi” y abrir a los grandes capitales occidentales vías más rápidas y fáciles al control de las fuentes petrolíferas y a su valorización; si, respecto a los movimientos de protesta que han mantenido las masas proletarias ocupadas en Arabia Saudita, en Kuwait, en los Emiratos Árabes, las democracias occidentales, visto el mantenimiento de las respectivas monarquías, se limitaron simplemente a observar cómo las fuerzas de represión locales se empeñaban directamente para sofocarlas, como es el caso de la Siria de Bashar al-Assad, su comportamiento, durante todo este largo periodo de tiempo, ha sido mucho más prudente.

La capacidad de la facción de al-Assad de controlar la situación a través de sus propias fuerzas de policía y del mismo ejército daba a los imperialistas occidentales y orientales la sensación de que al menos en Siria –delicadísimo nódulo de equilibrio en el área medio oriental, tanto más dada la inestabilidad crónica de Irak donde la guerra anglo americano no ha producido más que desastres y masacres, agravando la situación ya particularmente mísera de las masas campesinas y proletarias iraquíes- los movimientos de protesta y, después, de rebelión armada podrían ser contenidas en sus confines y no contagiarse peligrosamente a todo el área, del Líbano a Irak y a Jordania, llegando a agitar la estabilidad israelí a través de probables retornos de llamaradas de las facciones palestinas. En este caso, los imperialistas occidentales y orientales han, antes de todo, suscrito el mandato a Bashar al-Assad y a sus generales de defender y restablecer el orden burgués respetando los intereses imperialismos. Pero no ha faltado el bombo acerca de la democracia martirizada, sobre los “derechos del hombre” atropellados, sobre la población torturada.

Bashar al-Assad, mientras tanto, se ha tomado la tarea de sofocar la rebelión contra el poder de su facción, utilizando cualquier medio brutal a su disposición (en total continuidad con la tradición de la familia), y así defender sus propios intereses capitalistas internos y, al mismo tiempo, los intereses imperialistas de los aliados rusos, pero se ha encargado también de la tarea de defender los intereses políticos (y, por tanto, también económicos) de los imperialismos americano, francés, inglés, italiano, alemán y, no en último lugar, israelí que veían puestos en cuestión sus propios intereses por el inestable gobierno egipcio post-Mubarak y no tenían ningún interés de que en Siria se abriese un ulterior frente de inestabilidad.

Los imperialismos occidentales –en particular los Estados Unidos, pero detrás de ellos, más o menos silenciosamente, los imperialismo europeos con Francia y Gran Bretaña en primera línea, vista su larga tradición colonialista en el área- que tanto se han esforzado para destronar a Gadafi, no han escuchado las llamadas de los “verdaderos demócratas”, que denunciaban la represión armada en De´ra, Hama, Homs y en tantas otras ciudades sirias como las masacres indiscriminadas, pidiendo a los imperialistas americanos, franceses e ingleses –los más cínicos del mundo como la historia demuestra ampliamente- de “acabar” con Bashar al-Assad.

Los llamamientos de la ONU para que la guerra siria se acabe y las fuerzas enfrentadas se sienten en una mesa de negociaciones no podían obtener sino un resultado: nada en los hechos, parloteo para ilusionar a los bobos pacifistas y humanitarios. En Siria hay en juego intereses mucho más grandes y complejos de aquellos internos del propio país: es un cruce estratégico de primera importancia para todos los actores de la guerra, tanto aquellos que están sobre el escenario y son muy visibles, como aquellos que están entre bastidores y que buscan aprovechar las jugadas ajenas para hacer las suyas propias, sin importarles nada cuántos sirios mueran, ni cómo mueren, en las ciudades y en los campos. Irán, Turquía, Arabia Saudita, Qatar, están interesados directamente e involucrados en todo lo que tiene lugar en Siria; se trata de potencias regionales de notable peso y todas manifiestan ambiciones extra nacionales. En sus espaldas, o sobre sus espaldas, están las potencias imperialistas de primer orden: sobre todo Estados Unidos y Rusia, Francia y Gran Bretaña; y, en segundo y en tercer plano, China, Alemania e Italia.  Si en Damasco se dispara un cañonazo, el golpe no se siente sólo en El Cairo, Tel Aviv, Teherán, Ankara, Riad o Doha, también se siente en Washington, Moscú, París, Londres, Berlín, Roma y Pekín. Esto vale seguramente para los intereses burgueses, sin importar lo enfrentados que puedan estar, pero valdrá también, en un mañana, para los intereses de la lucha proletaria de clase.

Las sacudidas que la crisis económica ha producido en los países del Norte de África y en los países del Medio Oriente no podían abrir de golpe una nueva “era”, como auspiciaban los democráticos encallecidos. El miserable fin de la llamada “primavera árabe” su puede leer en el agravamiento de la situación en Túnez y en Egipto, donde los campesinos pobres y los proletarios no han sacado ninguna ventaja de la “nueva democracia” introducida gracias a los tutores imperialistas occidentales. El Egipto de estas semanas son el ejército al mando (como siempre), y con sus indefectibles masacres, no es sino una trágica confirmación, prevista por nosotros desde el principio. El talón de hierro de la burguesía no se guía por los “derechos democráticos”, sino por los intereses capitalistas y, cuanto más “inestable” se vuelve la situación, más segura es la represión brutal contra todas las fuerzas que se colocan frente a estos intereses. Los proletarios, que representan objetivamente la única clase que puede colocar realmente en peligro al poder burgués,  en cualquier país, tiene una única vía para conquistar condiciones de existencia más aceptables y para quitarse de encima el peso de la explotación capitalista: la vía de la lucha de clase, organizada, independiente de cualquier objetivo y aparato burgués, inconciliable con cualquier interés burgués.

Ghouta, Zamalka: suburbios de Damasco. Según los servicios de al-Assad son feudos de los rebeldes. Martes 20 de agosto, son golpeados por un ataque con gas mostaza (según la CIA, Siria dispone de miles de toneladas de agentes químicos; Siria ha reconocido tenerlas el 23 de julio de 2012 por primera vez) (1) que provoca la muerte de centenares, quizá millares, de habitantes entre los cuales había muchos niños. Vídeos y fotos de esta matanza, realizados por los rebeldes dan la vuelta al mundo; la sacrosanta “opinión pública” horroriza, los periódicos y los servicios televisivos muestran fotos y vídeos de la matanza. La propaganda democrática sube el tono llamando a Europa a “acabar con las matanzas de civiles” y recuerda a Barak Obama sus palabras sobre el uso de armas químicas como la “línea roja” que, si se sobrepasa, justificaría la intervención militar contra los gobernantes sirios. Pero el gobierno sirio declara que no ha usado armas químicas y que esta matanza ha sido realizada por los rebeldes para forzar a las potencias occidentales para que intervengan en su ayuda. Es cuanto basta a Rusia y a China para acabar en el Consejo de Seguridad de la ONU con la única e inconcluyente misión de sus delegados en Damasco para “investigar la verdad y la responsabilidad”. Mientras tanto, Francia y Turquía apremian para una intervención militar, Israel revela que sus servicios secretos han interceptado la orden de disparar gas impartida por los comandantes de algunas baterías de misiles sirios, mientras Rusia y China continúan creyendo la versión del régimen de al-Assad. (2)

Este baile cínico sobre las masacres, como ya ha sucedido miles de veces en el pasado, incluso en el pasado más reciente, muestra por enésima vez que los intereses en juego son exclusivamente de tipo imperialista: a los proveedores de armas, a los capitalistas de asalto, a los gobernantes de las grandes y pequeñas potencias, les interesa sobre todo salvaguardar sus propios negocios, su propia influencia política, las relaciones diplomáticas y las conveniencias que encubren, con el fin de extraer el mayor beneficio y las mayores ventajas de la guerra en Siria. Una película vista y vuelta a ver muchas veces para caer en la trampa de los bailes diplomáticos que tienen como fin engañar a las masas que son masacradas en los países sometidos a las guerras de rapiña y de embaucar a las masas proletarias de los países imperialistas dando la impresión de que la fuerza de sus actividades diplomáticas pueda ser suficiente para acabar con los ríos de sangre que caracterizan, desde el final del segundo enfrentamiento imperialista mundial, que debía haber sido un periodo de paz y progreso garantizados por la victoria de la democracia sobre los fascismos. Pero desde Corea, y después en Vietnam y en Camboya, en Argelia y en el África Negra, en el atormentado Medio Oriente, en Yugoslavia y después nuevamente en Afganistán, en el Cáucaso, en el Kurdistán para volver nuevamente al Norte de África y ahora también en Siria, una línea de sangre sin solución de continuidad discurre junto con el desarrollo del imperialismo. La paz, como afirmaba Lenin, en el estadio imperialista del desarrollo capitalista, no es más que una tregua entre las guerras, que son siempre guerras de rapiña en las  cuales a la destrucción de mercancías y capitales sobre producidos hay que sumar la destrucción de vidas humanas sacrificadas –en la guerra como en la paz- al beneficio capitalista.

Para los proletarios y los campesinos pobres de Siria no será diferente: que Bashar al-Assad se mantenga en el poder o que sea sustituido por unos meses o por unos años por cualquier otro representante del capitalismo nacional o por cualquier otro fantoche del imperialismo, la cínica e inexorable máquina del poder burgués no hará otra cosa que oprimir y masacrar aún más a las masas proletarias y los campesinos pobres. Y también si, como en Egipto o en Irán, se debiese llegar, después de años de “dictadura” de una oligarquía familiar, a elecciones democráticas, en sustancia, para los proletarios y los campesinos pobres la situación no cambiará: tendrán la satisfacción de hacer una cruz en una papeleta, introducirla en una urna… y tornar a su vida de esclavos como antes, a la espera de morir de fatiga en el trabajo asalariado o bajo las bombas de cualquier guerra burguesa.

Hoy, en Siria, como en Europa o en América, el proletariado inerte, aún incapaz de reorganizarse sobre el terreno de clase y de luchar vigorosamente por sus propios intereses de clase y sólo por estos intereses. Si los proletarios de los países imperialistas hubiesen logrado ya su propia reorganización de clase en asociaciones económicas proletarias independientes y fuesen influenciados por el partido de clase, su lucha en solidaridad con los proletarios masacrados en Siria, como en cualquier otro país en el cual insistan los intereses imperialistas, se manifestaría, sobre todo, a través de la lucha contra su propia burguesía, aunque si no hubiese tomado aún la decisión de enviar su propia expedición militar en defensa de sus intereses capitalistas. Esta lucha daría confianza a los proletarios sirios, que serían impulsados a organizarse, antes o después, también ellos sobre el terreno de clase. Los proletarios europeos o americanos, rusos o chinos, están aún muy lejos de esta situación; así, la suerte de los proletarios sirios, como de los proletarios egipcios, kurdos o iraquíes, se encuentra por completo en las manos de los esbirros nacionales y de sus tutores imperialistas internacionales. También la suerte de los proletarios europeos y americanos, rusos y chinos se encuentra aún completamente en manos de sus respectivas burguesías y de sus siervos colaboracionistas: demostración de que la suerte de los proletarios, si no luchan con métodos y medios clasistas y por objetivos de clase, es la misma en todo el mundo.

Pero las sacudidas de la crisis han comenzado a lanzar algunas señales: en Egipto, los proletarios del textil han tenido la fuerza de hacer huelga fuera del control de los sindicatos oficiales organizándose independientemente; es un inicio, cierto, pero en tanto débil y aislado es una indicación de la vía a recorrer. Se comienza desde aquí, desde estas tentativas de poder proseguir y extender la experiencia a otros proletarios, a otros sectores, reconquistando duramente un terreno de lucha que es el único sobre el cual el proletariado puede manifestar toda su fuerza: el terreno de la lucha de clase. Entonces los proletarios podrán darse cuenta de que los objetivos económicos de su lucha son sólo un primer nivel, un ámbito en el cual no se resuelven los problemas sociales generales; la propia lucha de clase, la reacción de la burguesía y de su Estado, volverán claro también a los proletarios que el problema social central es el del poder político: o dictadura de la burguesía o dictadura del proletariado. Entonces las indicaciones del partido de clase, del partido comunista revolucionario, serán comprendidas y recibidas por las grandes masas que hoy parecen alejadas  por miles de kilómetros aún sólo de creer poder luchar con éxito contra un poder, el burgués, que parece invencible y eterno.

La lucha de clase que la burguesía conduce contra el proletariado todos los días, y cada minuto de cada día, será finalmente reconocida también por el proletariado como la única y decisiva lucha por la vida o por la muerte: la lucha de clase proletaria, precisamente porque su evolución histórica es la revolución proletaria y el abatimiento del poder burgués, es la única perspectiva a la cual la burguesía tiene un horror histórico.

Cada día hay proletarios que tiemblan por los golpes que los capitalistas descargan contra sus condiciones de vida y de trabajo, por los golpes que la burguesía nacional y sus aliados o padrinos internacionales dan a través de la represión y la guerra. Mañana, frente al proletariado revolucionario, organizado por su partido de clase, serán los burgueses, en Damasco y en Berlín, en el Cairo y en Londres, en París y en Washington, en Teherán y en Moscú o Pekín, los que temblarán como temblaron en 1917 no sólo en Petrogrado sino en todas las cancillerías de Europa y del mundo.

 


 

(1) Cfr. la Repubblica del 22 de agosto de 2013

(2) Cfr. la Repubblica del 23 de agosto de 2013

 

 

Partido Comunista Internacional

24 de agosto de 2013

www.pcint.org

 

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