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8 de marzo, día de la mujer proletaria

La huelga es un método para luchar contra la clase burguesa, no un acto simbólico de “unidad femenina” entre mujeres explotadas y mujeres explotadoras

Sólo la lucha de clase da a los proletarios de ambos sexos la oportunidad de extirpar las raíces de la explotación y la opresión

 

 

En la sociedad capitalista, la mujer proletaria ocupa un lugar especialmente difícil. Por un lado sufre, al igual que los proletarios varones, la explotación vinculada al trabajo asalariado. Desde hace al menos cincuenta años, la mujer proletaria en España ha sido arrojada al mercado laboral, como consecuencia del incremento del tamaño del capital productivo y del consiguiente descenso de los salarios. La fuerza de trabajo femenina ocupa, desde entonces, el mismo papel que la fuerza de trabajo masculina: mano de obra que explotar durante los periodos de bonanza económica y a la que arrojar al basurero cuando las crisis cíclicas del capitalismo la vuelven sobrante. Con el agravante de que esta fuerza de trabajo femenina se enfrenta a condiciones especialmente duras de explotación: ocupa los trabajos peor remunerados, con las peores condiciones de trabajo, sufriendo la precariedad y la inestabilidad de manera continuada… En todo ello no hay ningún misterio, los patrones no “odian” a las mujeres, no les deparan esta situación por el hecho de no ser hombres ni con el fin de perpetuar su situación de subordinación social. El capital, sencillamente, sigue la línea de menor resistencia, sobreexplota la mano de obra femenina porque de esta manera logra extraer mayor plusvalía, utilizando una fuerza de trabajo que resulta ser más maleable y a la que su condición social le vuelve más débil. En este hecho, no hay ningún matiz moral, las bases materiales de la explotación son leyes universales que rigen para la fuerza de trabajo proletaria independientemente de su sexo y, en el caso de la mujer, el que estas rijan con una dureza especialmente lacerante se debe al papel que la sociedad burguesa, desde antes que la mano de obra femenina apareciese masivamente en el mercado de trabajo, ha reservado siempre a la mujer: es esta situación de especial debilidad la que la vuelve una presa fácil de las exigencias del capital y estas, a su vez, consolidan esa situación.

Por otro lado, a la vez que ya no existe prácticamente ninguna mujer proletaria que pueda librarse de las exigencias laborales y, teóricamente, la sociedad burguesa la ha incorporado como miembro de pleno derecho a la obligación de resultar productiva y útil para la empresa, la economía nacional, etc. en el ámbito doméstico la mujer continúa sufriendo la peor parte. Mientras que las leyes que sujetaban a la mujer al hogar y le obligaban a sacrificar su vida a este han sido abolidas, esta “emancipación” se da sólo sobre el papel. En la realidad, la vida cotidiana de millones de proletarias sigue atada a las tareas domésticas, al mantenimiento del hogar, al cuidado de los hijos, etc. y padecen estas duras obligaciones una vez que ha concluido su jornada laboral, en la cual han sido explotadas hasta el último minuto por patrones, hombres y mujeres, que son los primeros en repetir el mantra de la “igualdad de condiciones y oportunidades”.

La mujer proletaria padece la explotación capitalista exactamente igual que lo hacen los hombres, con el agravante de tener que soportar condiciones de trabajo más duras y penosas. Además, después del trabajo, padece el sometimiento cotidiano a las exasperantes tareas del hogar. Y, para dar la puntilla a esta insoportable situación, sufre cotidianamente la violencia de una sociedad en la que es la mercancía más barata y que por tanto le depara todo tipo de vejaciones, incluso las más duras, llegando al asesinato, en el seno de la familia. Y todo esto después de décadas de “avances en los derechos de la mujer”, después de reformas legales que han vuelto a cada mujer un ciudadano equiparable a cada ciudadano varón, después de martillear incesantemente que con la incorporación de la mujer al trabajo se acabaría la opresión que sufría, después de elogiar a las mujeres que han “triunfado” al estilo de Ana Patricia Botín y ponerlas como ejemplo para las mujeres obreras. El capitalismo ha demostrado, tomando la situación de la mujer como referente, que dentro de su mundo ninguna opresión desaparecerá jamás de manera definitiva, porque las bases para el resurgir continuo de estas las da el propio modo de producción, basado en la explotación del trabajo asalariado y en la apropiación privada de los frutos de este trabajo.

Y ante esta realidad, que no hay manera de rebatir ¿cómo responden aquellos que enarbolan la bandera de la lucha por la emancipación de la mujer? ¿Qué proponen quienes han llamado a una especie de “paro nacional femenino” el día 8 de marzo, convocando en él a proletarias y a burguesas, es decir, a quienes padecen esta situación y a quienes se benefician de ella?

Por su parte, los grandes sindicatos, CC.OO. y UGT, han llamado tan sólo a un paro de dos horas pactado con las empresas. Una convocatoria en favor de la “igualdad entre hombres y mujeres” y “contra la violencia machista”, según declaraciones de Unai Sordo, el secretario general de CC.OO., que “marcará un antes y un después”. Para lograr estos objetivos pretenden un cambio en la situación que padece la mujer a través de “las políticas públicas, desde los Presupuestos Generales del Estado, desde las leyes y la cultura, con un nuevo concepto hegemónico de igualdad".

Para estas organizaciones la “igualdad”, que cifran entre otras cosas en la “desaparición del techo de cristal que impide que las mujeres accedan a los puestos directivos en las empresas”, es decir, en que también las mujeres puedan llegar a organizar la explotación del proletariado masculino y femenino, se logrará mediante un paro simbólico de dos horas que debe forzar al Estado y a la burguesía a cambiar de rumbo y acabar con la explotación y la opresión de la mujer proletaria. Fieles a su línea de defensa a ultranza de la conciliación entre proletarios y burgueses, la única alternativa que proponen a la mujer proletaria es la confianza en que las instituciones burguesas, la “cultura” y las “leyes”, vayan a mejorar su situación. Ni una palabra de la situación real que padecen las proletarias, en la que estas instituciones, estas leyes y esta cultura, todas ellas armas en manos de la clase burguesa que las utiliza para perpetuar su dominio social, son el principal enemigo que se encuentran cotidianamente. Ni una palabra, tampoco, de la necesidad de que la proletaria luche junto al proletario, tanto en el terreno laboral contra el patrón que reproduce sistemáticamente esta opresión, como en el terreno social, donde la sociedad burguesa se ensaña cotidianamente con la proletaria reduciéndola al papel de un subalterno social útil únicamente para ser explotada y reproducir la fuerza de trabajo que será explotada mañana. Y si no dicen ni una palabra de esta realidad, es porque el sindicalismo oportunista, que ha hecho de la defensa de la economía empresarial y nacional su bandera, juega el papel de fuerza de contención contra las reacciones proletarias que se rebelan contra esta situación. Son estos sindicatos de concertación quienes se encargan de la gestión de la fuerza de trabajo en el día a día de cualquier empresa, a ellos corresponde “cuidar” de los proletarios como los burgueses “cuidan” de las máquinas. Suya es, por lo tanto, la responsabilidad de que los bajos salarios, las jornadas de trabajo extenuantes, las condiciones de trabajo aberrantes… exigidas por la patronal, puedan imponerse. De la misma manera que en los puestos de trabajo llaman a las mujeres proletarias a aceptar las condiciones de trabajo impuestas en nombre de las necesidades de la empresa, llaman ahora a un “paro” simbólico de dos horas buscando que estas mismas proletarias confíen en que la burguesía y su Estado se apiadarán de ellas.

En lo que toca a las dos centrales anarcosindicalistas (CNT y CGT), a pesar de convocar una huelga “general de 24 horas”, se sitúan detrás del movimiento feminista y de CCOO y UGT, nadando entre las aguas del reformismo clásico y de un radicalismo verbal que no se corresponde con su prácticamente nula labor en los puestos de trabajo. Hacen suyas las consignas y “recomendaciones” generales, sin organizar mínimamente las exigencias prácticas que se corresponderían con su grandilocuencia radical, pretendiendo que  con la sola diferencia del color que quieren pintar pueden transformar la convocatoria en algo diferente. Apuntando en sus panfletos a la alianza criminal entre patriarcado y capital y a otras consignas características de la moda del momento, pero sin hacer ningún tipo de diferencia entre ellos y el movimiento feminista interclasista y sin cuestionar, en ningún caso, la validez de esta convocatoria desde un punto de vista mínimamente clasista.

Por su lado, el “movimiento feminista”, el conjunto de grupos de los que realmente ha partido la convocatoria, han llamado a una huelga “laboral, estudiantil, de consumo y de cuidados”. En ella han llamado a participar a todas las mujeres, independientemente de su condición social, es decir, independientemente de la clase social a la que pertenezcan y de la posición que ocupen en la explotación del trabajo asalariado masculino y femenino, pero no a los hombres, a quienes llaman a “hacerse cargo de los cuidados” o “cumplir con los servicios mínimos”. Para ello han contado con la colaboración tanto de la prensa, que les dedica, sobre todo en algunas televisiones, una sección diaria, como de las instituciones, partidos políticos parlamentarios, Ayuntamientos, etc.

Mientras que la convocatoria sindical ha intentado salvar los muebles aparentando algún carácter “obrero”, la que ha partido desde las corrientes feministas ni tan siquiera intenta esconder que se trata de una llamada a la colaboración entre clases, a la unión de mujeres explotadas y explotadoras en nombre de un interés común, que no puede ser otro que la perpetuación de la explotación del proletario y de la proletaria. Y aunque para ello utilicen el término “huelga”, con el fin de movilizar al mayor número de proletarias posibles, lo cierto es que llaman a un paro nacional en el que la más mínima perspectiva de lucha clasista está completamente excluida. Es por ello que la “huelga” es “laboral”, entendiendo por tal no al ámbito laboral de las trabajadoras de la limpieza, de las conserveras, del hogar o de la industria pesada, sino el ámbito laboral de las profesionales y de la pequeña burguesía empresarial. Es por ello, también, que la “huelga” es estudiantil, pescando en las aguas revueltas de un estrato social netamente pequeño burgués y que es caldo de cultivo de todas las corrientes falsamente extremistas que pretenden sustituir al proletariado en su papel histórico. Y, finalmente, es por ello que la “huelga” es “de cuidados y de consumo”, conceptos completamente absurdos que únicamente tienen como fin crear una suerte de identidad común entre burguesas y proletarias (¡Ana Patricia Botín, en estos términos, también podrá secundar la “huelga”) y que pretende mostrar que la explotación y la opresión no la sufren únicamente las mujeres proletarias, sino que sería “transversal” a toda la sociedad.

Con la convocatoria de esta falsa huelga, las corrientes pequeño burguesas de las que se vale la burguesía para inocular el veneno de la colaboración entre clases en el cuerpo social del proletariado, pretenden clavar una pica en Flandes: pretenden que la huelga deje de ser un arma en manos de la clase proletaria para enfrentarse a su enemigo de clase, a la burguesía que conforman hombres y mujeres mancomunados por el hecho de dominar conjuntamente al proletariado, para convertirse en un acto simbólico, cívico, exento de cualquier rastro de lucha de clase con el cual lograr sembrar, aún más, la confusión entre los proletarios. La huelga dejaría así de ser expresión de la fuerza organizada de la clase obrera para convertirse en una consigna de unidad interclasista a la que deben responder proletarios y burgueses por igual.

La burguesía sabe bien que estas corrientes ultra reaccionarias, que traen consigo no sólo unas directrices políticas para fomentar la colaboración entre clases en detrimento de la lucha proletaria, sino también una concepción teórica encaminada a combatir ideológicamente a la clase proletaria, tienen una gran utilidad. Contribuyen a sembrar confusión, a desmoralizar, a agotar en todos los sentidos, a la clase proletaria. Constituyen una medida de profilaxis que se aplica para prevenir que suceda precisamente todo lo contrario a lo que estas corrientes políticas proponen: que el proletariado abandone el terreno de la colaboración entre clases, que luche de manera intransigente en defensa de sus intereses, colocando siempre en un primer plano aquellos de quienes padecen especialmente la opresión burguesa, como las mujeres proletarias, que señale al capitalismo y a cualquier régimen burgués como el enemigo a vencer. Y que para ello haga uso de sus armas históricas de lucha, entre las cuales la huelga ocupa un lugar excepcional, capaz de mostrar tanto la fuerza de la clase organizada como de evidenciar que la lucha librada únicamente sobre el terreno laboral no basta para liquidar las raíces de la explotación y la opresión.

Apoyándose en estas corrientes anti proletarias la burguesía espera debilitar lo suficiente a la clase proletaria como para que, llegado el momento en el que esta se vea obligada a luchar en defensa de sus intereses inmediatos y generales, le sea imposible romper los límites que la política de colaboración entre clases que las organizaciones tradicionales del oportunismo imponen, y todavía encuentre más obstáculos que le desvíen del camino de retorno a su lucha de clase.

La lucha de clases no la crea el proletariado, sino el propio capitalismo, que no puede existir sin agravar cada vez más las condiciones en las que millones de proletarios subsisten. Contra este inexorable determinismo social, la burguesía levanta sus barreras, pone en juego a todos sus aliados, acrecienta la presión social mediante ideologías y movimientos reaccionarios con el fin de frenar o detener por el mayor tiempo posible la reacción proletaria.

Pero pese a ello, el proletariado, la clase en cuyo objetivo histórico se sintetiza el fin de todas las opresiones, sean estas de raza, sexo, edad… representa una fuerza histórica cuyo desarrollo se puede volver más lento, pero jamás parar definitivamente. Y con este desarrollo barrerá tanto las bases materiales que dan lugar a la violencia, la discriminación, como todas sus consecuencias.

 

¡Por el retorno a la lucha de clase del proletariado de ambos sexos!

¡Por la defensa intransigente de sus condiciones de existencia y de lucha!

¡Por la reconstitución del Partido Comunista!

 

 

Partido Comunista Internacional (El Proletario)

8 de marzo de 2018

www.pcint.org

 

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