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Nuevo gobierno del PSOE

Tras la crisis de gobierno late la verdadera crisis política y social que la burguesía es incapaz de aplacar. El circo parlamentario y electoral sólo puede garantizar al proletariado miseria y opresión.

 

 

Han bastado unos pocos días para que el Gobierno del PP, con Rajoy a la cabeza, haya pasado de ser el garante de la estabilidad institucional en España, el gobierno de la “recuperación” económica y el campeón en la defensa de la unidad nacional a un simple deshecho del que sus propios aliados, nacionales e internacionales, se han librado sin más miramientos. Desde la sentencia del caso Gürtel toda la prensa burguesa del país, unida a todos los partidos parlamentarios a excepción del PP, esperaba la caída del presidente del Gobierno y su sustitución, rápida e indolora, por alguno de sus lugartenientes que no estuviese implicado directamente en la trama corrupta. Hasta el último momento del último día de la moción de censura se especuló con la posibilidad de que el presidente Rajoy dimitiese dando lugar al nombramiento de un nuevo gobierno por orden del Rey y sin necesidad de recurrir a que el Parlamento se viese obligado a nombrar, por su cuenta, a uno que sólo podía sustentarse en una precaria mayoría creada por el apoyo de los partidos vasco y catalán, de Podemos y del propio sector del PSOE que es crítico con Pedro Sánchez. Pero en este caso no ha sido posible, finalmente el gobierno Rajoy cayó y el PSOE no ha tenido otra opción que auparse al poder. El editorial de El País, vale decir la sección de directrices que diariamente le publica este periódico al Banco Santander y al resto de las grandes empresas industriales y financieras españolas, pasó del Rajoy debe irse al Pedro no debe tardar en irse, en tan sólo un día, el que hizo falta para comprobar que sólo mediante la intervención hasta el final del PSOE con su moción de censura podría llevar a cabo la operación de desalojo.

Pero por debajo de nombres, siglas y acontecimientos esperpénticos, late una verdadera crisis política y social que, desde hace ocho años, dificulta la gobernabilidad del país impidiendo el funcionamiento “normal” de las instituciones y trayendo un sobresalto detrás de otro. La crisis económica que desde 2007 a 2014 asoló el país es la responsable de esta ingobernabilidad y hoy la precaria recuperación que es ensalzada por todos los grupos políticos, la prensa y las mismas instituciones del Estado como recompensa a los sacrificios que la clase proletaria se ha visto obligada a hacer, hereda tanto unos fundamentos económicos extremadamente débiles como un ámbito político difícilmente estabilizable.

La burguesía lucha. Lo ha hecho, históricamente, contra las clases feudales, aristocráticas y eclesiásticas que taponaban su acceso al poder una vez los fundamentos del capitalismo estaban lo suficientemente desarrollados. Entonces, las crisis económicas, crisis causadas por el agotamiento de las relaciones sociales feudales que constreñían el modo de producción mercantil/capitalista sirvieron de acicate para que la burguesía colocase bajo su bandera a la clase proletaria, que junto al campesinado acabo haciendo de ariete en los sucesivos asaltos al poder aristocrático. De esta primera lucha, todas las burguesías pasaron inmediatamente a una de nuevo tipo: aquella que le enfrenta desde entonces tanto con otras burguesías que compiten con ella (por mercados, recursos, beneficios y, en definitiva, por el dominio del propio poder nacional y el predominio en el ámbito internacional) como con la clase proletaria, a la que el capitalismo en todas y cada una de sus fases, de la mercantil a la imperialista, sólo ha traído un tipo de miseria y un grado de explotación siempre creciente. La burguesía siempre ha prometido paz, siempre se ha hecho garante de la estabilidad y ha colocado en su bandera la consigna de la paz…Pero jamás, jamás ha sido capaz de proporcionar algo que no sea enfrentamientos, guerra, destrucción y muerte. Guerras, comerciales larvadas o abiertamente declaradas, encaminadas a aplastar a sus competidores y rivales, para hacerse con su botín y someterlos, han sido la constante de la vida sobre el planeta desde que la burguesía ocupo el lugar de clase dominante. Destrucción de recursos de riqueza, y sobre todo, de mano de obra sobrante cada vez que las crisis económicas, infinitamente más intensas que aquellas del régimen feudal precedente lo han hecho necesario. Enfrentamiento continuo en una sociedad en la cual las clases contradicciones sociales, lejos de desaparecer, se acentúan a cada momento.

Es sobre este magma de guerra continuada, de guerra sucia larvada o abierta que se asientan los fenómenos superficiales de la sociedad, incluso los más accesorios, que nunca pueden explicarse desde el punto de vista de la lucha de ideas u hombres porque responden a fuerzas de alcance mucho mayor como son los potentísimos movimientos de las clases sociales en lucha. Si España se ha vuelto un país difícilmente gobernable con los métodos que venían siendo habituales desde 1975, si la propia unidad del país ha vuelto a ponerse en cuestión desbaratando el pacto institucional de 1978 o si el hasta ayer régimen parlamentario bipartidista ha reventado, las causas están en la verdadera crisis social que corre por sus arterias.

Desde 2007, la crisis económica supuso la puesta en cuestión del equilibrio constitucional del país. La drástica caída del beneficio capitalista, que se llevó por delante al “milagro español”, lanzó a la lucha a todas las facciones de la burguesía española, que movilizaron todas sus fuerzas para garantizarse su cuota de mercado frente a las rivales. Para quien no lo recuerde, baste señalar que el inicio de la “cuestión catalana” no está en el “nacionalismo” histórico, sino en la negativa por parte del Estado central de conceder a Cataluña un régimen tributario similar al de País Vasco. La emergencia de corrientes políticas como la CUP, el referéndum o la intervención del gobierno central mediante el artículo 155 son episodios de una batalla librada únicamente en torno a quién se queda con los réditos extraídos de la explotación de la clase proletaria.

En un primer momento el gobierno del Partido Popular fue la respuesta impuesta por el conjunto de la burguesía a una situación de crisis y emergencia: la necesidad de obedecer a los dictados de las principales potencias imperialistas, que tenían en España buena parte de sus inversiones internacionales, obligó a un “gobierno fuerte” que, además, pudiese dar una respuesta contundente a los esporádicos brotes de respuesta por parte de la clase proletaria a las medidas anti obreras que fueron impuestas. Pero esta respuesta tuvo eficacia durante apenas cuatro años: el incremento de la tensión social, las fuertes tendencias centrífugas auspiciadas por la burguesía y la pequeña burguesía catalana, la necesidad de incluir a nuevas corrientes políticas representantes de la pequeña burguesía urbana en las instituciones como manera de reforzar el dominio ejercido sobre la clase proletaria… dieron lugar a la fragmentación política que, en las elecciones de 2016, impidió la formación de un gobierno estable en un Parlamento que no tenía fuerza ninguna y sin el que se ha gobernado desde entonces. El precario equilibrio del gobierno surgido tras las segundas elecciones de 2016, capitaneado por el PP y apoyado por Ciudadanos, ha constituido el intento de la burguesía financiera y aquella ligada a la exportación de capital, de imponer una fuerte tendencia centralizadora contra todas las resistencias “periféricas” que las diferentes burguesías locales presentaban, tanto en el ámbito de la lucha autonómica como en el terreno municipal de las grandes capitales españolas. Pero, desde hace varios meses, era evidente que el Partido Popular había fracasado a la hora de encabezar esta corriente, entre otras cosas debido a su incapacidad para movilizar las fuerzas necesarias para hacerlo visto su descrédito judicial. La llamada “operación Ciudadanos”, movimiento auspiciado con el objetivo de llevar al gobierno al “patriota” Albert Rivera y su improvisado grupo de parlamentarios, parecía que iba a tener un éxito fulgurante dada la complicidad con la que contaba entre el estamento judicial, la prensa, etc. Pero, naturalmente, las mismas fuerzas en liza a las que esta operación buscaba dejar fuera de juego, han respondido con un frente unido que ha logrado ganar la partida y, por el momento, imponer un gobierno socialista sustentado por la mayoría parlamentaria pero sin ninguna fuerza. No se trata, de ninguna manera, de una victoria “progresista” o “contra la alta burguesía”, como vaticinaba Pedro Sánchez hace dos años, sino de un resultado simétrico al que se buscaba con el ascenso de Ciudadanos al gobierno: todos ceden, el PSOE gobierna y la experiencia de décadas al frente del Estado puede dar lo que los apoyos no permiten.

 

Los proletarios no pueden esperar nada bueno de este cambio de gobierno. Si el gobierno del PP había recrudecido las leyes represivas contra ellos, el PSOE a buen seguro que las mantendrá. Si el gobierno del PP puso en marcha las reformas laborales y de las pensiones que han traído el marco legal para el brutal empobrecimiento de los trabajadores que hemos visto en los últimos años, el PSOE no moverá un dedo para revocarlas. Es más, a buen seguro el PSOE capitaneará o preparará el medio para que otro capitanee las nuevas medidas anti proletarias que la débil “recuperación” económica exige. La estabilidad que promete el PSOE es la estabilidad que requieren los capitalistas para hacer sus negocios obteniendo de estos el máximo beneficio posible. Si el gobierno llega a consolidarse, lo hará sobre las espaldas de los proletarios y en la medida en que pueda garantizar a la burguesía el marco político que necesita para imponer sus exigencias. Si no llega a hacerlo, este interregno únicamente servirá para preparar el campo a quien si esté en condiciones de dar esas garantías.

La farsa democrática vuelve a poner toda su maquinaria en marcha. Si dos años de Podemos en el Parlamento y cinco de candidaturas de Unidad Popular en ayuntamientos y Comunidades autónomas estaban mostrando a la clase proletaria la inutilidad de cualquier intento de politiqueo parlamentario, ahora vuelve a patrocinarse de nuevo la gran esperanza blanca de la regeneración democrática, un gobierno socialista que limpiará las instituciones y restablecerá a la democracia como garante de la paz social. Pero el que la burguesía deba recurrir cada vez con más frecuencia a este tipo de maniobras, el que todos los partidos que dicen representar a los proletarios deban plegarse cada vez con más frecuencia ante juegos que de ante mano se muestran inútiles, indica que, lentamente, el margen de maniobra con el que el engaño democrático y electoral cuenta va desgastándose.

Mientras en España la crisis de gobierno ocupaba todas las noticias, la Unión Europea avisaba de que respondería a los aranceles impuestos por EE.UU. con los suyos propios, continuando una guerra comercial que enfrenta a las principales potencias imperialistas, China incluida. Indudablemente se avecinan tiempos difíciles en los que la clase proletaria será llamada a participar junto a su burguesía en la defensa de los intereses nacionales, de la economía de la patria y del Estado. Para ello el juego democrático cumplirá el papel de engatusar a los proletarios, en apartarles del terreno de la lucha de clase en defensa de sus intereses para llevarles al redil de la colaboración interclasista. La crisis social que se manifiesta en la crisis parlamentaria pronto exigirá nuevos sacrificios a la clase trabajadora y los gobiernos progresistas y sus amigos serán, con toda probabilidad, los encargados de imponerlos.

Frente a esto, el proletariado sólo tiene una vía: abandonar cualquier esperanza en que las vías democráticas y la colaboración entre clases pueda darle alguna solución a una situación cada vez peor, retomar el terreno de la lucha clasista, comenzando por el más inmediato, la defensa de sus condiciones de supervivencia, en el puesto de trabajo y en los barrios que habita. En esta lucha, la clase proletaria no tendrá aliados. No vendrán a socorrerla los “ayuntamientos del cambio” ni los gobiernos progresistas, sólo su lucha decidida, que debe partir del terreno más concreto e inmediato, pero que debe ser capaz de elevarse al rango de la lucha política, de la lucha contra el conjunto de la burguesía, puede darle alguna garantía de victoria.

 

¡Contra el circo electoral y cualquier gobierno burgués, sea este conservador o progresista!

¡Por la reanudación de la lucha de clase!

¡Por la reconstitución del partido comunista internacional!

 

 

Partido Comunista Internacional (El Proletario)

4 de junio de 2018

www.pcint.org

 

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