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Elecciones generales

Gane quien gane, será la burguesía quien venza

 

 

En las elecciones generales del próximo domingo 23 de julio no existe ninguna alternativa para la clase proletaria. Por un lado, el bloque de izquierdas pretende revalidar el gobierno de coalición entre PSOE y una fuerza “alternativa” a éste pero escorando un poco más hacia el centro su centro de gravedad. Si se recuerda (y no hace falta mucho esfuerzo para ello) los asesinatos de inmigrantes en la valla de Melilla, los disparos contra manifestantes en Linares, las consabidas tanquetas policiales en Cádiz, la represión contra la huelga del metal de Vigo… y, en el terreno legislativo, el doble estado de excepción que reprimió salvajemente a la población encerrándola en sus casas y llevando a la muerte a miles de ancianos en las residencias, la intervención sobre el mercado laboral durante la pandemia permitiendo que la patronal descargase en el Estado el coste de la mano de obra, la posterior reforma laboral que consolidó este sistema de subvención estatal sobre los costes salariales o el mantenimiento en vigor de la legislación represiva del gobierno anterior… Si se tiene en cuenta que todas estas medidas las ha tomado un gobierno de izquierdas y progresista y que ahora se busca uno más moderado… es muy sencillo ver qué espera a los proletarios en caso de que lo logren.

Por otro lado, la derecha clásica del PP aliada con su escisión chusca y altanera. Para ellos su programa está claro y no hacen ningún esfuerzo por ocultarlo: más allá de las intervenciones propagandísticas contra el gobierno de Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, mantenimiento de toda su legislación, progreso en los aspectos en los que se ha quedado corta, como la reforma laboral, y profundización en la guerra sistemática que se está llevando contra las condiciones de existencia del proletariado. De hecho, la más que probable coalición PP-Vox, sea cual sea la forma que finalmente tome, ni siquiera se molesta en ir más allá del insulto contra el gobierno, sabedora como es que absolutamente toda la obra del gobierno de PSOE-Podemos cumple con las exigencias de la clase burguesa y debe ser sostenida a cualquier precio.

¿Revocarán PP y Vox la reforma laboral? Pero si se trata de una de las grandes conquistas de la patronal: limitar los costes salariales y de mantenimiento de la mano de obra mediante los ERTEs. ¿Bajarán el salario mínimo? Pero si en estos años hemos visto un descenso del 5% del salario real. ¿Reforzarán el control fronterizo? Es difícil ir más lejos de la colaboración para el asesinato de los inmigrantes que han mantenido la Policía Nacional y la Guardia Civil con la Gendarmería marroquí.

Podrá pensarse que la alternativa PP-Vox va más allá de estos aspectos en los que todos los partidos burgueses están de acuerdo y que apunta a los grandes pactos de Estado realizados con los nacionalistas vascos y catalanes. Es cierto que el logro del gobierno de coalición ha sido arrastrar al terreno de la solidaridad con el Estado central a fuerzas políticas como Bildu y ERC. En la memoria de todos está cómo Bildu votó a favor del Estado de Alarma y, por lo tanto, de la militarización del País Vasco, mientras que, por otro lado, la situación en Cataluña se ha apaciguado totalmente después de los años de confrontación entre la Generalitat y el gobierno central, entonces en manos de CiU y herederos y del PP, respectivamente. Esta atenuación de la tensión nacionalista la ha logrado el gobierno de Sánchez atendiendo al propio desgaste de las fuerzas burguesas tradicionales en Cataluña y País Vasco y dando la oportunidad a la oposición histórica en estas comunidades de jugar un papel más relevante. ¿Liquidarán este logro PP y Vox? Podrán cargar contra sus aspectos más estridentes, pero en última instancia ni podrán ni querrán alterar una correlación de fuerzas que puede garantizar la estabilidad territorial durante los próximos años.

La tensión con que llegan estas elecciones no es consecuencia de dos programas opuestos, ni de dos bloques electorales enfrentados, sino de la necesidad de mantener, siempre y en todo momento, la movilización democrática que permite bombardear al proletariado con la consigna de la participación en el orden burgués por cualquiera de las vías que este propone. Esta tensión es directamente proporcional a la necesidad de dar aires de veracidad al circo electoral. En un momento en el que la gran alternativa democrática con la que se salió de la crisis de 2008-2014, las corrientes populistas de izquierdas como Podemos y las candidaturas municipalistas, están completamente agotadas y listas para ser enviadas al desguace, se hace necesario redoblar la estridencia, recurrir a cualquier método por bizarro que sea para dar esta pátina de autenticidad a unas elecciones que no van más allá de la elección entre las dos corrientes clásicas del bipartidismo. En realidad, los insultos, los aspavientos, la agresividad que todos los partidos están poniendo sobre la mesa refleja la profunda estabilidad de un sistema que ya ni siquiera debe recurrir a terceras partes incluidas deprisa y corriendo para justificarse.  En 2014 Podemos acudió a la llamada de auxilio de una burguesía que no quería, ni por asomo, que el sistema democrático fuese mínimamente cuestionado: su aparición, junto con la de todos los aspirantes a alto cargo nacional o municipal, trajo ese baño de juventud que todo el ordenamiento institucional necesitaba. Hoy no es necesaria una operación de este tipo. Ha bastado con un pacto entre el PSOE y los herederos directos del estalinismo para afianzar el flanco izquierdo y con la inclusión del bloque nacionalista (que siempre estuvo en el PP) en algunas comunidades autónomas, para conformar dos opciones que en lo fundamental son idénticas.

La posición histórica de la Izquierda comunista de Italia, a la que nosotros defendemos y representamos hoy en día, ha sido siempre el abstencionismo revolucionario, la negativa a participar en el circo electoral (ni siquiera cuando esto podía entenderse como una opción táctica, tal y como sucedía en época de Lenin y el Partido Bolchevique) y la denuncia de este como mera propaganda que la burguesía lanzaba a los proletarios para hacerles creer que podían dejar de lado su lucha de clase y dirigir sus esfuerzos únicamente a lograr un mayor número de escaños en el Parlamento. Este abstencionismo se ha dirigido, siempre y exclusivamente, a la participación electoral y no a la acción política. La defensa de la necesidad de la lucha política de la clase proletaria, encaminada a la destrucción del Estado burgués tras la toma del poder y de la instauración en su lugar de la dictadura proletaria, ha sido siempre el centro de la doctrina marxista y, por ello, de la Izquierda. Esta lucha política únicamente puede ser conducida por el partido de clase, órgano vital del proletariado en el que se condensa la continuidad histórica y la extensión espacial, más allá de los límites de nación, raza, categoría laboral, etc. de sus luchas. Es en manos del partido comunista que la consigna abstencionista cobra sentido: la abstención no es una posición personal - o sectorial - que se elija ante las malas opciones que suponen los partidos burgueses, sino una consigna con la que el partido de clase busca intervenir sobre los sectores más combativos del proletariado tanto para denunciar la democracia como parte consustancial del orden burgués como para encuadrar a estos en una lucha política de más amplio alcance. Esto es lo que nos separa tanto de las corrientes libertarias, que ven en la abstención una posición de principios acorde con su antiautoritarismo, como de aquellas corrientes pseudo marxistas que plantean en todo momento una disyuntiva del tipo participación electoral o revolución. La consigna de la abstención forma parte de la lucha política del partido comunista y se encuadra en la necesidad que tiene este de intervenir en cada grieta que se abre en los -por ahora sólidos- muros de la sociedad burguesa. Y por lo mismo tiene un sentido limitado por la capacidad de intervención del partido entre el proletariado, es decir, por la disposición a la lucha de este.

Hoy la lucha de clase está completamente ausente del escenario histórico. Esto no quiere decir que el proletariado no luche, que no intente organizarse, sino que lo hace en el mejor de los casos sobre el terreno económico sin pasar de este al de la lucha política, verdadera lucha de clase en toda la extensión del término. Décadas de contrarrevolución permanente han logrado postrar a la clase obrera hasta el punto de que se casi totalmente pasiva incluso ante las agresiones más fuertes que sufre y ni siquiera situaciones como la vivida con la pandemia o con la guerra en curso logran levantarla más allá de algunos estallidos espontáneos y limitados en el tiempo. En esta situación nuestra consigna abstencionista, que es también anti electoralista y antidemocrática, no pretende que la abstención revolucionaria pueda tener un peso siquiera sensible en cualquier proceso electoral. No se dirige al proletariado para orientarle respecto a un problema que le resulta candente. Ni busca, por supuesto, apropiarse un abstencionismo pasivo que es corriente en los medios obreros.

Defendemos el abstencionismo porque con ello defendemos la tradición revolucionaria de la clase proletaria. Porque la negativa a participar en el orden democrático de la sociedad burguesa fue una conquista de los sectores más avanzados del proletariado durante los inicios del siglo XX. Y porque esta continuidad, que puede aparecer como algo extravagante si se contempla el curso amplio de los acontecimientos, plenamente dominado por el oportunismo anti-proletario de todas las corrientes de izquierda, debe ser reivindicada y hecha visible entre los proletarios que pueden enfrentarse a la clase burguesa sobre el terreno de la defensa de sus condiciones de existencia, entre aquellos sectores del proletariado que, sin ir más allá de las luchas parciales en defensa del salario o, por ejemplo, contra la violencia policial, constituyen con su fuerza el germen de luchas, mucho más amplias, que tendrán que venir más adelante. Para nuestra corriente la defensa de la tradición del marxismo revolucionario no consiste en repetir las consignas de ayer como si el hoy no hubiese cambiado, sino en defender la invarianza de nuestra doctrina, de todas sus manifestaciones, tanto en los momentos de auge revolucionario, como en los momentos de mayor depresión de la lucha. Y precisamente es en estos últimos donde debe prepararse el renacer revolucionario de mañana, mostrando el vínculo que une a las débiles -pero vitales- luchas del presente con el futuro revolucionario que hoy puede parecer demasiado lejano.

 

¡Contra la farsa electoral burguesa!

¡Contra la democracia en que se amparan todos los enemigos del proletariado!

¡Por la reanudación de la lucha de clase!

 

19 de julio de 2023

 

 

Partido Comunista Internacional

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