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¿Para qué sirvieron las elecciones europeas?

Intoxicando a los proletarios de Europa con colaboracionismo

La salida no está en el capitalismo supranacional, sino en la reanudación de la lucha de clases antiburguesa y anticapitalista

 

 

Las elecciones para renovar el Parlamento Europeo han confirmado una vez más que la democracia electoral y parlamentaria está exclusivamente al servicio de las clases burguesas dominantes. En los países donde los partidos que han gobernado hasta ahora han recibido un sonoro varapalo de la derecha, como en Francia y Alemania, nuevos clanes políticos disputarán la dirección del Estado a los viejos clanes; en aquellos donde estas elecciones han reforzado la orientación derechista ya existente o la han presentado como la « gran novedad » al vencer a las viejas socialdemocracias y a las diversas facciones de la llamada « izquierda », no ha sido ninguna sorpresa; esta desviación hacia una política más resueltamente autoritaria es totalmente compatible con el principio y el método de la democracia : la mayoría de los electores dieron su voto a partidos y coaliciones que hablaban directamente a las tripas del cuerpo electoral. Y esto es exactamente lo que toda clase burguesa dominante espera de las elecciones : estimular los aspectos sociales sobre los que la masa popular es más sensible, es decir, el orden, el crecimiento económico, la defensa de los privilegios ya ganados u obtenidos, un futuro sin sobresaltos sociales.

En todas las décadas transcurridas desde el final de la segunda matanza imperialista mundial, todas las fuerzas democráticas -incluso las que se llamaban a sí mismas « socialistas » y « comunistas »- han colaborado para que la economía capitalista de cada país reanudara su marcha tras la inmensa destrucción de la guerra, y para que las masas proletarias fueran persuadidas de hacer más sacrificios por el bien del país y de la nueva democracia antifascista. Sin embargo, el fascismo nos había enseñado una cosa fundamental : para obtener más sacrificios del proletariado no bastaba con apoyarse únicamente en la represión directa era neceario con crear un nuevo parlamento para dar rienda suelta a las « batallas democráticas » a través de los más diversos partidos; era necesario obtener del proletariado la colaboración activa para poner de nuevo en funcionamiento toda la máquina productiva nacional, pero esta colaboración debía basarse en fundamentos materiales que tuvieran en cuenta las necesidades esenciales del proletariado, algo que el fascismo había institucionalizado.

Las políticas de amortiguadores sociales no son más que la aplicación de las intenciones reformistas del viejo socialismo democrático, y fueron estas políticas, hechas suyas por todas las fuerzas llamadas de « izquierda » -que, por otra parte, ya habían demostrado que estaban preparadas para esta tarea durante la guerra a través del movimiento de resistencia partisana- las que representaron, tras los veinte años de período fascista, la verdadera bandera en torno a la cual aglutinar a las masas proletarias. Tanto si en el gobierno había republicanos, democristianos, socialistas o, como en tiempos más recientes, ex derechistas fascistas, el principal objetivo político de la clase burguesa seguía siendo exactamente el mismo : implicar al proletariado en la colaboración de clases sin remitirse necesariamente al socialdemocratismo, al nacional-comunismo o al fascismo.

En Italia hemos tenido todo el espectro de las posibilidades de gobierno burgués : de la democracia liberal al fascismo, del fascismo a la democracia postfascista, y de esta democracia, alternativamente blindada y cristiano-popular, a la democracia imperialista, que se propone con un gobierno abiertamente de derechas, pero apoyado en sus decisiones más importantes (la lucha contra la inmigración, el apoyo militar a otros países en guerra como en el caso de Ucrania e Israel, el rearme, la aceleración de las medidas para el crecimiento económico general, la defensa irreductible del orden establecido, etc.) por el mayor partido « de izquierdas » (el PD), y dispuesto a ponerse del lado de los imperialismos más fuertes (léase sobre todo Estados Unidos) con el objetivo de obtener de ello más ventajas políticas, económicas, comerciales y financieras.) por el mayor partido « de izquierdas » (el PD), y dispuesto a ponerse del lado de los imperialismos más fuertes (léase sobre todo Estados Unidos) con el objetivo de obtener más ventajas políticas, económicas, comerciales y financieras de las que pueda obtener abriendo las puertas a China o reabriéndoselas a Rusia.

El caso del partido Fratelli d’Italia de Meloni, que se pliega a la política belicista de la OTAN después de pasar décadas repitiendo su odio a las plutocracias occidentales, como el caso del antiguo PCI, más tarde PD, que participó activamente con las fuerzas de la OTAN, bajo las órdenes de Washington, en el bombardeo de Serbia y Kosovo en la guerra yugoslava de 1995, demuestran que, más allá de las escenificaciones desencadenadas en el parlamento o en las plazas, los partidos del llamado arco constitucional trabajan, cada uno haciendo « su parte », por el objetivo común de defender el orden constitucional burgués y a Su Majestad el Capital.

Pero la política de amortiguadores sociales que se había mantenido durante tres décadas, desde 1945 hasta 1975, y que desembocó en 1970 en el Estatuto de los Trabajadores del que se jactaban sindicatos y partidos como faro de la política social, sufrió también las consecuencias de las crisis capitalistas, empezando precisamente por la gran crisis mundial de 1975. Y así, gobierno tras gobierno, no importa si de centro, centro-izquierda o centro-derecha, poco a poco el gran castillo de reformas que permitió a la burguesía italiana recuperarse de la destrucción de la guerra mundial, y volver a jugar su pequeño papel entre los Grandes de la Tierra, se desmoronó, arrojando cada vez a más asalariados a la precariedad, la inseguridad y la pobreza.

Ninguna medida económica del actual gobierno, ni de los anteriores, ha conseguido ni conseguirá devolver las condiciones materiales de existencia y trabajo de las masas proletarias a las condiciones de los años 60, los años del famoso « boom ». La miseria creciente, de memoria marxista, es una tendencia que afecta inexorablemente a las masas trabajadoras, y cuanto más crece la economía capitalista, más crece la riqueza de la minoría burguesa y la miseria de la mayoría proletaria. Mientras que el valor medio general de la fuerza de trabajo tiende a bajar, el valor del capital tiende a subir. Es el propio mecanismo del trabajo asalariado, combinado con la competencia cada vez más feroz entre proletarios, lo que produce la miseria creciente de los trabajadores. Ninguna reforma, ninguna medida, ninguna intervención puede cambiar la tendencia material e histórica de un modo de producción que, a medida que se desarrolla económicamente, aumenta la miseria de masas cada vez mayores de trabajadores en todo el mundo, y aumenta al mismo tiempo las crisis que sólo el capitalismo conoce : las crisis de sobreproducción, esas crisis que, una vez saturados los mercados, provocan la necesidad objetiva de destruir cantidades cada vez mayores de productos. ¿Y qué hay más destructivo que hacer la guerra? La burguesía de ningún país podrá jamás detener la guerra, porque de la guerra renace, porque de las destrucciones de la guerra surgen vastas posibilidades de reconstrucción, y la reconstrucción, para el capitalismo, significa volver a poner en marcha toda la economía basada en el beneficio.

Toda clase dominante burguesa, mientras trata de utilizar todos los medios, legales e ilegales, para hacer crecer su economía y mantener subyugado al proletariado, sabe por experiencia que su política exterior, tarde o temprano, tendrá que transformarse en una política de guerra, no sólo guerra comercial, guerra monetaria, guerra financiera, sino guerra declarada. Y a esta guerra quiere llevar a su proletariado utilizando su fuerza de trabajo como soporte vital del esfuerzo bélico económico y social, y utilizar a sus masas como carne de cañón. Basta echar la vista atrás en los años y ver lo que está ocurriendo en Ucrania, Gaza y todos los países de África y Oriente Medio donde la guerra estimulada por los diversos imperialismos enfrentados no ha terminado nunca, para comprender que el futuro que preparan las clases burguesas de todos los países será otra gigantesca matanza mundial.

La única alternativa histórica al capitalismo no es un capitalismo con « rostro humano », no es un reparto « más justo » de la riqueza ni un capitalismo reformado para que cada burgués tenga su beneficio y cada asalariado tenga un salario digno para vivir : todos los intentos de este tipo han fracasado estrepitosamente, y no porque los burgueses ilustrados hayan sido derrotados por los burgueses malos; simplemente porque los burgueses no hacen más que actuar según las leyes económicas del modo de producción capitalista que los mantiene en pie, y estas leyes económicas no son más que la fuente de toda desigualdad, de toda opresión, de toda violencia, de toda guerra.

Las elecciones, incluso las más pacíficas del mundo, nunca han detenido ninguna guerra. Sólo la fuerza social del proletariado, organizado en torno a sus intereses de clase totalmente opuestos a los de la burguesía, puede detener la guerra, o interrumpirla -como ocurrió en Rusia en 1917- para invertir el curso marcado por los intereses burgueses. Y este cambio de rumbo no se produce por una labor de persuasión moral, ni mucho menos por una especie de piedad que asalte las conciencias de los gobernantes : se produce de una sola manera, transformando la guerra imperialista en guerra civil, porque la violencia de la clase burguesa no puede ser detenida más que por la violencia de la clase proletaria.

Y para que la violencia de la clase proletaria no sea desperdiciada, lanzada al viento, corrompida por arrebatos temporales a las muchas violencias sufridas en la vida, es necesario que el proletariado vuelva a entrenarse en la lucha de clases, reorganizándose en los planos económico y político en torno exclusivamente a sus intereses de clase, en contra, por tanto, de todas las formas y tipos de colaboración interclasista. Y como este resultado nunca será alcanzado por el proletariado en cuestión de días o meses, ni siquiera por una especie de súbita « toma de conciencia », serán las condiciones materiales de su existencia y de su trabajo las que, habiéndose vuelto insoportables durante demasiado tiempo, desencadenarán una lucha contra el actual estado de cosas que inevitablemente, en un momento dado, tomará las dimensiones de una dura lucha general también porque la clase burguesa dominante, para doblegar aún más a las masas proletarias a sus exigencias, tendrá que aplastarlas y reprimirlas como nunca antes. Para que la lucha de clases del proletariado tenga las características necesarias para su desarrollo hacia objetivos revolucionarios -los únicos objetivos que la propia historia de las      luchas de clases ha sellado a fuego- es vital que esté dirigida por su partido de clase, que sólo puede ser el partido comunista internacional, dotado de una teoría marxista y de un programa político revolucionario coherente con ella, es decir, un organismo político que no dependa de situaciones contingentes y no dependa de objetivos y programas sujetos a las opiniones de sus miembros, sino firme y válido para todo el período histórico que conducirá del capitalismo al comunismo.

El método democrático no sólo desvía sistemáticamente al proletariado hacia terrenos en los que nunca podrá hacer valer sus intereses de clase, sino que lo acostumbra a creer que la mejor defensa de sus intereses como explotado es ponerse en manos de los explotadores a los que puede exigir concesiones, o compasión. Por el contrario, los proletarios necesitan sentirse parte de una lucha que los emancipe totalmente de la explotación capitalista, una lucha cuyos objetivos han sido determinados por la historia de las luchas de clases que han tenido lugar en todo el mundo, y que los teóricos del comunismo revolucionario, Marx y Engels, condensaron en sus obras a partir del Manifiesto del Partido Comunista de 1848. El partido comunista es, precisamente, el partido de la clase proletaria, no de uno u otro país, sino de todos los países; es un órgano internacionalista e internacional, o simplemente no comunista.

El abstencionismo que nos caracteriza no es un capricho, ni una moda, ni mucho menos un rechazo de la política, entre otras cosas porque el parlamento es el lugar de la política burguesa, no de la política proletaria. Los lugares de la política proletaria están aún por reconstituir, tras su desarticulación y destrucción por la contrarrevolución burguesa y estalinista, y serán los sindicatos de clase, y quizás los soviets u organismos similares del mañana, es decir, organizaciones exclusivamente proletarias a las que el partido comunista revolucionario tiene la tarea de importar la teoría marxista y los balances de las luchas revolucionarias y especialmente de las contrarrevoluciones, para que el proletariado pueda integrar su lucha inmediata con la lucha por los objetivos históricos que le llevarán a revolucionar de arriba abajo toda la sociedad capitalista e iniciar no sólo su propia emancipación de clase, sino la emancipación de toda la humanidad del mercantilismo, del dinero, de la explotación del hombre sobre el hombre.

 

3 de junio de 2024

 

 

Partido Comunista Internacional

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